Introducción. El populismo en Europa: ¿de síntoma a alternativa?

CIDOB Report_1
Fecha de publicación: 04/2017
Autor:
Eckart Woertz, investigador sénior y coordinador de investigación, CIDOB (coord.)
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Solo una tercera parte de los jóvenes en democracias liberales –como Estados Unidos y los Países Bajos– cree que es absolutamente esencial vivir en una democracia. Es más, según un estudio realizado por los politólogos Yasha Mounk y Roberto Stefan Foa, incluso dos tercios de millenials europeos (nacidos a partir de 1980) considerarían potencialmente legítimo, en diversos grados, un golpe militar si juzgaran que el Gobierno es incompetente o fallido. Los grupos de mayor edad son más favorables a los principios democráticos, pero su apoyo también ha ido disminuyendo durante la última década.  

Esta tendencia es preocupante: las democracias liberales están en una situación frágil. Los mensajes populistas simplistas de nosotros vs. ellos, con tintes a menudo xenófobos, así como los intentos de minar la legitimidad de las instituciones democráticas pueden contar con una audiencia receptiva y un panorama de los medios de comunicación (sociales) transformado. En algunos países, como Francia y Austria, los partidos populistas han dejado de ser marginales y han participado como serios contendientes en las elecciones nacionales, y en Hungría y Polonia ya están gobernando. Buena parte de la población europea podría imaginar vivir en sistemas autoritarios. Considera atractivos algunos aspectos de esa gobernanza, tales como una vigilancia estricta, libertades individuales en peligro y estructuras sociales uniformes; y ve con admiración algunos modelos actuales e históricos. Para algunos, esta situación recuerda la década de los años treinta del siglo pasado, cuando el fascismo en Europa estaba en auge y gozaba de un apoyo considerable de simpatizantes, incluso dentro de las democracias desarrolladas, como la Unión Británica de Fascistas de Oswald Mosley o Charles Lindberg, que desempeñó un papel influyente en el America First Committee de Estados Unidos.  

Sin embargo, de los fascistas de ayer a los populistas de hoy hay un trecho. Se podría argumentar que resulta incluso difamatorio, dado su papel todavía limitado, sus actitudes más benignas y la legitimidad de algunas de las preocupaciones que articulan. Aun así, los desafíos para las democracias liberales son reales y constituyen el núcleo del análisis en este volumen colaborativo de investigadores de CIDOB y de otros think tanks e instituciones.  

En su artículo introductorio, Diego Muro ofrece una visión general de los enfoques teóricos para el impreciso concepto de populismo y señala características importantes para distinguir entre el populismo de izquierda y el de derecha, el cual, por ser actualmente el más frecuente, es el centro de atención de este volumen. John Slocum y Jordi Bacaria ofrecen perspectivas internacionales mediante el análisis de la difusión transnacional de los populismos, así como de su impacto en las instituciones multilaterales y en el intercambio económico, respectivamente. En una línea similar, Carme Colomina examina cómo partidos populistas como el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP por su siglas en inglés) y el Frente Nacional (FN) francés han utilizado a la Unión Europea a la vez como fuente de financiación y como telón de fondo negativo para sus aspiraciones populistas, al mostrar una ética profesional dudosa respecto a su grado de asistencia y a su trabajo legislativo en el Parlamento Europeo.  

Los tres artículos siguientes —de Blanca Garcés,Moussa Bourekba y Eckart Woertz— tratan sobre los tres países europeos para los que 2017 es un año electoral. En los Países Bajos, Geert Wilders no ha podido ampliar su influencia en las elecciones de marzo; y el papel de Alternativa para Alemania (AfD) probablemente seguirá siendo limitado en las elecciones federales alemanas de septiembre. Sin embargo, en Francia, una victoria electoral presidencial de Marine Le Pen del FN es una posibilidad real. Incluso si pierde, mantendrá una influencia indirecta. Otros partidos han adoptado mensajes populistas y el clima sociopolítico que les instiga probablemente persistirá.  

Los artículos de Dominik Owczarek y de Botond Feledy se fijan en dos países de Europa del Este, Polonia y Hungría, donde los populistas ya están en el poder. Analizan las repercusiones que esto ha tenido en la política interna, los controles y contrapesos y la legitimidad de las instituciones. Dragoş Dragoman y Camil Ungureanu analizan la turbulenta historia reciente de la política populista en Rumanía, cuyos inicios se remontan al fin del comunismo y al cambio de régimen de 1989. Con la victoria electoral del Partido Demócrata (PD) de Traian Băsescu en 2004, el partido cambió cualitativamente: se hizo evidente una particular tensión entre el constitucionalismo democrático y el populismo.  

Nicolás de Pedro discute hasta qué punto Rusia ha actuado como comadrona y modelo para los movimientos populistas en Europa Occidental y señala precedentes peligrosos. Khali El-Ahmad, por su parte, explica el ascenso de los Demócratas Suecos de la derecha por las considerables deficiencias socioeconómicas que existen en un país que se enorgullece de su sistema democrático de bienestar social. Pol Morillas analiza el papel del UKIP en el referéndum del Brexit y Elena dal Zotto, la situación en Italia, donde el Movimiento 5 Estrellas (M5S) constituye un populismo de izquierda igualmente euroescéptico que recientemente se ha acercado a la Rusia de Vladímir Putin.  

En suma, los populistas de derecha han vivido un resurgimiento en las elecciones de las democracias occidentales, gracias al aumento de la polarización social después de tres décadas de neoliberalismo, a los prejuicios arraigados entre algunos sectores de la población, a la crisis de refugiados en Europa, a noticias falsas y rumores de los que se han hecho eco ciertos medios de comunicación sociales y a una tendencia hacia el populismo en otros lugares, desde Rusia a Turquía y Estados Unidos.  

Durante mucho tiempo los extremismos de derechas y el populismo solían ser un fenómeno marginal, de no más del 10% del electorado. No obstante, en Francia, Austria, Hungría, Polonia y Estados Unidos, el populismo ha superado este umbral y ha tomado el poder o ha tenido una oportunidad realista en este sentido. Ha pasado de ser un síntoma a ser una alternativa. Incluso en los casos en que se ha mantenido muy alejado del poder real, ha logrado influir decisivamente en la agenda política, como lo demostró el UKIP durante el voto del Brexit.  

El populismo como alternativa ha generado resistencia entre los partidos establecidos, el poder judicial, la prensa, los movimientos de base y el público en general. La torpe incompetencia, las payasadas y la incoherencia poco disimulada de los líderes populistas también han aplacado parte del ímpetu de la tendencia. El exhibicionismo compulsivo de Vladimir Putin mostrando su pecho desnudo o los monólogos de 140 caracteres de Donald Trump podrían ser el peor enemigo del populismo a largo plazo. Aquellos que temen una repetición de los años treinta y el resurgimiento del fascismo en Europa pueden consolarse con la famosa cita de Karl Marx: «La historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa».