¡Dejemos que la gente gobierne! Definiciones y teorías del populismo
Hubo un tiempo en que la política europea estaba dominada por tres familias de partidos tradicionales: los democristianos, los socialdemócratas y los liberales. La posición hegemónica de estas familias de partidos se vio desafiada primero por la «nueva política» de los Verdes, en la década de los setenta, y por la derecha radical populista, que obtuvo resultados electorales sustanciales a partir de los años ochenta. A raíz de la crisis financiera mundial de 2008, se ha prestado de nuevo atención a la definición de la oleada internacional de populismo que está recorriendo Europa, tanto en el Este como en el Oeste, y a la identificación de las causas de este auge populista que, en efecto, podría cambiar el rostro de la política de la UE en los próximos años.
El término «populismo» ha sido ampliamente utilizado y aplicado en diferentes contextos: en Rusia y Estados Unidos en el siglo xix, en América Latina en el siglo xx y en Europa en el siglo xxi. Los estudios sobre populismo son notablemente escasos y muchos académicos han renunciado a la posibilidad de utilizar el término de forma significativa. Por ejemplo, en el contexto europeo, el término se ha utilizado para describir a los partidos antinmigración y anti-UE como el Frente Nacional (FN) francés, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) o el Partido por la Libertad (PVV) de Holanda. En cambio, en el debate latinoamericano, el populismo se empleó con frecuencia para aludir a la mala gestión económica y a las prácticas clientelistas de líderes como Juan Domingo Perón (Argentina), Alberto Fujimori (Perú) o Hugo Chávez (Venezuela). El término no llega a abarcar algo preciso.
Parte de la confusión terminológica deriva del hecho de que las personas y las organizaciones etiquetadas como populistas rara vez se identifican como tales. Al contrario, son otros los que atribuyen ese término, a menudo como una etiqueta claramente negativa. En los medios de comunicación europeos, el término populismo se usa de forma peyorativa para denotar fenómenos tan diversos como un movimiento de base, un programa económico irresponsable o un estilo político demagógico. Así, el populismo se une a las filas de otros términos cargados de las ciencias sociales y sin una definición generalmente aceptada. De hecho, el uso del término populismo se asemeja al uso de otro término cargado de valor, terrorismo, palabra con connotaciones intrínsecamente negativas que generalmente se aplica a los oponentes o a aquellos con quienes no se está de acuerdo y que, en otras circunstancias, preferiría ignorar.
Por razones de claridad, este volumen ha adoptado una definición de trabajo que contempla los atributos esenciales de las manifestaciones del populismo, pasadas y presentes:
«El populismo es una ideología delgada que considera que la sociedad se divide, en última instancia, en dos grupos homogéneos y antagónicos, «la gente pura» y «la élite corrupta»; y que argumenta que la política debería ser una expresión de la volonté générale (voluntad general) de la gente». (Mudde, Cas. Populist Radical Right Parties in Europe. Cambridge University Press, 2007, p. 23).
Debido a que el populismo es una ideología delgada, se puede adaptar su uso a la izquierda y a la derecha. Esta definición minimalista capta con eficacia la maleabilidad y la tendencia del populismo a adherirse a las ideologías gruesas (liberalismo, socialismo, etc.), y también la supuesta confrontación entre «la gente corriente» y «el poder establecido» (el establishment), un término que engloba tanto a los partidos tradicionales como a las élites culturales, económicas y mediáticas. Sin embargo, en la práctica, la voluntad de la gente también puede verse enfrentada a los «enemigos del pueblo» externos. Por ejemplo, cuando se habla de la migración o de los refugiados, los populistas europeos responden con una defensa del «sentido común» de la gente (del país) contra un grupo de fuera demonizado, a saber, los inmigrantes. El crimen y el terrorismo serían otros ejemplos de cómo la política populista de los sentimientos se opone a la política de los hechos liderada por la élite.
En el contexto europeo, a menudo se ha argumentado que el populismo en el Este y en Occidente sigue siendo distinto en esencia, pero la literatura sobre la Europa postcomunista ha demostrado la creciente convergencia entre el antiguo Este y Occidente. Cada vez son más los movimientos de derechas que comparten el mismo mapa mental: critican al establishment corrupto y adulan a la gente común que constituye la nación. Por ejemplo, los movimientos populistas de toda Europa se han reducido al nacionalismo de «¡Primero los de casa!» claramente visible en sus lemas, desde el «Queremos recuperar nuestro país» de Farage al principio guía del Partido austríaco de la Libertad, «Austria primero», y el enfoque proteccionista de Trump, «América primero».
Otra distinción que vale la pena destacar es la ideología de derechas o de izquierdas de los partidos populistas. Aunque el uso contemporáneo del término populismo se ha centrado en movimientos xenófobos de extrema derecha, los partidos de izquierda no son inmunes al populismo (por ejemplo, Bernie Sanders en Estados Unidos o Syriza en Grecia). Una excepción notable entre la izquierda es el partido español Podemos, que no rehúye la etiqueta populista y defiende una interpretación particular de «el pueblo», «la élite» y «la voluntad general», que proviene de los escritos de teóricos como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. No debería sorprendernos que una ideología maleable como el populismo sea asimilada por partidos políticos diversos interesados en usar una retórica divisoria.
Este volumen tiene una perspectiva comparativa paneuropea, con casos de Europa Occidental y del Este. La selección transnacional de casos es un reflejo de la experiencia interna del CIDOB, pero también del tipo de choques que aguardan tanto a los políticos progresistas como a los centristas en toda la UE. La difusión del populismo derechista ha sido posible gracias a una economía estancada y a una crisis migratoria persistente, pero también a la capacidad de los populistas para desarrollar estrategias atrapa-todo (catch-all) capaces de atraer un apoyo amplio. Queda por ver si las familias de los partidos tradicionales podrán contener el auge de partidos populistas en toda Europa y proporcionar un contramensaje eficaz.
¿A qué se debe la oleada populista internacional?
Ante la ausencia de una teoría general del populismo, la literatura académica ha explicado su aparición como la consecuencia pasiva de los acontecimientos socioeconómicos a nivel macro. El populismo sería la consecuencia directa de la globalización y de sus efectos no deseados: la subcontratación, la automatización implacable, la pérdida de puestos de trabajo y el estancamiento de los ingresos de la clase media. Pero es una percepción errónea demasiado común la de describir a los votantes populistas como simples perdedores en el proceso de la modernización, con un sentido equivocado de atribución de la culpa. Las explicaciones basadas en la austeridad y la polarización de los ingresos pueden dar cuenta de la ira y la frustración, pero deben ser contrastadas con el papel central de la ideología y con un análisis de la voluntad de los líderes populistas de conseguir el poder y cambiar la realidad social. Los partidos populistas no son meras consecuencias de los cambios socioeconómicos, sino que determinan activamente sus destinos.
El potente mensaje de los populistas es dar a la gente corriente lo que quiere. Los populistas dicen que quieren «dejar que la gente gobierne» y argumentan que el principal obstáculo son las «élites corruptas». Desde la Gran Recesión, los movimientos populistas son mucho más críticos con la influencia política de los ricos. Según esta visión maniquea de la sociedad, las élites cosmopolitas han defendido la globalización, pero los beneficios del cambio económico y tecnológico no siempre han repercutido en las masas desprotegidas. Los populistas pretenden ser los defensores de los hombres y de las mujeres corrientes privados del bienestar al que tienen derecho. Y los descontentos están escuchando el mensaje. Alto y claro.
El mensaje populista resuena en parte porque se basa en la promesa democrática de respetar la voluntad del pueblo, tan central en la política europea. Se ha puesto demasiada atención en los oportunistas egocéntricos con personalidades autoritarias y mucho menos en entender por qué el mensaje antiestablishment produce sentimientos positivos. Cada vez son más los votantes desilusionados con el funcionamiento del libre mercado y de la democracia liberal y que están legítimamente preocupados por la desigualdad, el desempleo, la inmigración, la desconfianza política, la disminución de los ingresos per cápita, etc. Es urgente comprender los temores, las preocupaciones y las respuestas emocionales de ciertos subgrupos y aceptar que, de vez en cuando, los populistas sueltan la verdad. Más aún, los populistas pretenden ser el portavoz de aquellos que quedan atrás en la economía del siglo xxi y afirman que su mandato (y su legitimidad) emana directamente de su contacto con el pueblo soberano.
El populismo también aporta una historia moral donde los puros y los corruptos se oponen entre sí. Esta concepción moralista de la política es muy crítica con las élites, que son consideradas moralmente inferiores, y muy generosa con la noble gente común. Y además de ser antielitistas, los populistas son antipluralistas porque ellos, y solo ellos, pueden representar al pueblo. Sus competidores políticos son considerados como infiltrados, políticos desgastados o miembros de la turbia élite cuyo tiempo ha pasado porque carecen de conexión directa y de identificación con la auténtica gente de la «madre patria». Además de esta forma de antipluralismo moralizada, los populistas se adjudican el derecho exclusivo a representar los intereses de la gente, una idealización de la nación que definen a su conveniencia. La oposición legítima no es «como ellos» y a veces la definen como enemigos que no pueden discernir la voluntad de «la gente real». En resumen, el populismo también se refiere a la representación y a quien puede hablar por el pueblo.
Por último, el ascenso de partidos populistas indica una reestructuración del conflicto político en Europa. Los partidos populistas se han convertido en contendientes electorales serios y ya no están confinados a los márgenes de la política. Cada vez más votantes europeos, desilusionados con la política dominante, están cambiando su lealtad de los partidos conservadores, socialistas y liberales hacia opciones populistas, y los políticos antiestablishment están seguros de que sus objetivos y sus metas han pasado de la periferia al centro. La irrupción populista afecta a partidos y a otras organizaciones, pero también denota un cambio cultural mucho mayor, como lo sugiere el aumento de la retórica antiexpertos y de la política de la posverdad a la sombra de la gran recesión.
Esta publicación
En esta publicación, los partidos populistas de derecha en la Europa contemporánea son el centro del análisis. Han sido elegidos porque su reacción antiestablishment y nativista sugiere una renacionalización de la política que desafía el proyecto de «una unión cada vez más estrecha». No debería subestimarse su potencial para debilitar a la UE y para crear un nuevo sistema en el que las naciones trabajen juntas en una estructura mucho más disgregada. Los seguidores del populismo no están contentos con la forma en que ha funcionado el mundo de la economía y de la política desde el fin de la Guerra Fría, y quieren recuperar el control de su propio destino.
La desintegración de la Unión Europea no está a la vista, pero ignorar las señales que provienen de los populistas podría resultar desastroso. La marea del nacionalismo está subiendo rápidamente y las reivindicaciones de homogeneidad cultural y de recuperación del control están demostrando ser mensajes convincentes. Apelando al sentimiento nacionalista, los populistas han conseguido apoyo en toda Europa, en parte porque se está alimentando desde el exterior una crisis sistémica, concretamente por la amenaza del yihadismo salafista y por la incesante afluencia de inmigrantes y refugiados. Renovar los lazos que unen a los ciudadanos europeos requerirá un pacto social reformulado que aborde el descontento actual.