Hungría: ¿populismo o política?

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Fecha de publicación: 04/2017
Autor:
Botond Feledy, investigador sénior, Center for Euroatlantic Integration and Democracy (CEID), Budapest
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El espectro político húngaro ha sido uno de los sistemas bipartidistas más polarizados de entre los antiguos países socialistas. Durante los últimos veinte años, los herederos de la élite comunista se han agrupado bajo la bandera del Partido Socialista y los conservadores alrededor de Fidesz (Alianza de Jóvenes Demócratas), dirigido por Viktor Orbán. Los socialistas estuvieron en el Gobierno durante tres mandatos y Fidesz pasa actualmente por su tercero. De los cuatro estados del Visegrado (Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría), la sociedad húngara es la más proclive a cuestionar si realmente se ha producido un cambio de régimen. El país es miembro de la OTAN desde 1999 y de la Unión Europea desde 2004, pero en varias campañas electorales ha sido frecuente escuchar «necesitamos finalizar el cambio de régimen ya». 

Hungría nunca ha revelado la totalidad, ni tan solo una parte sustancial, de los archivos del servicio secreto de los tiempos del sistema de partido único anteriores a 1989. Esto ha servido a la élite política húngara para deslegitimarse mutuamente afirmando que alguien colaboraba con la policía secreta en el pasado; ha ofrecido ocasiones para chantajear y capacidad para establecer la agenda en los medios de comunicación. Por ejemplo, Peter Medgyessy, el primer ministro socialista elegido en 2002, fue marginado dos años después, cuando se dio amplia difusión a las revelaciones sobre su pasado como agente contratado por el servicio secreto. Estos ejemplos y el contexto social muestran hasta qué punto se ha vuelto antagónica la vida política en Hungría. Desde el 2002, cuando Fidesz perdió por poco las elecciones tras su acceso al poder por primera vez en 1998, la polarización de la sociedad ha llegado hasta el ámbito familiar. Al contrario que en los países vecinos, en Hungría la política es omnipresente. 

En este contexto, Viktor Orbán consiguió alcanzar el apogeo de su poder en 2010, cuando ganó las elecciones con una mayoría constitucional –dos tercios de los escaños en el Parlamento– y pronto presentó una nueva Constitución para el país, la cual restringió la libertad de prensa y la independencia del poder judicial. Fidesz sacó partido del sentimiento antiestablishment, derivado de los pobres resultados del Gobierno socialista y exacerbado por los efectos de la crisis financiera de 2008. Se ofrecía para ahuyentar a la élite socialista corrupta y «llevar el pueblo de nuevo al poder». Del mismo modo que Donald Trump amenazó con encerrar a Hillary Clinton durante la campaña presidencial de Estados Unidos, Orbán amenazó con meter en la cárcel al exprimer ministro socialista, aunque tampoco llegó a hacerlo. 

Al igual que el grupo político conservador del Parlamento Europeo, Fidesz utiliza la expresión «partido popular» sin ninguna connotación negativa. Echa mano del mensaje comodín, de iniciativas populistas y de la retórica para mantener el apoyo popular y aglutinar al electorado alrededor de su bandera. Fidesz introdujo incluso un nuevo término para la base política que deseaba preservar después de su arrolladora victoria en 2010: el «Sistema de Cooperación Nacional» o NER (Nemzeti Együttműködés Rendszere, por sus siglas en húngaro). Según esta declaración política de una página, la gente debe de situarse por encima de los partidos y unirse por el bien de la nación. Asimismo todas las oficinas de la Administración pública tuvieron la obligación de exhibir el documento. El NER era una herramienta para retratar a la oposición como proscritos que actuaban en contra de los intereses nacionales. Con este paso antipluralista, el Gobierno recién establecido reclamó el derecho exclusivo de representar al pueblo. 

Este sentimiento antiestablishment no solo no ha desaparecido sino que ha crecido, abarcando cada vez a más actores externos. Cuando se acercaban las elecciones de 2014, Fidesz encontró nuevas élites contra las que luchar: la élite y la burocracia de Bruselas, los tecnócratas, y más tarde el propio Jean-Claude Juncker. El Gobierno tuvo serias discusiones sobre soberanía con la Comisión durante los primeros años, tras el éxito de la presidencia húngara del Consejo Europeo en 2011. Se desarrolló una gran campaña populista en contra del FMI como origen de todos los males. Justo antes de las elecciones, el anterior Gobierno socialista llegó a un acuerdo con la troika FMI-Banco Mundial-UE que abrió una línea de crédito de 20.000 millones de euros, acompañada de la exigencia de estrictas medidas de austeridad. Fidesz prometió no utilizar esos créditos y empezar a pagar dicha deuda. Gente de la sociedad civil, que había interiorizado el mensaje del Gobierno, fue incluso enviada a través del país a recaudar fondos. Desde 2011, Fidesz ha logrado disminuir la ratio entre deuda y PIB, pero con medidas cuestionables como la nacionalización de los fondos de pensiones privados. La deuda nominal ha aumentado solo lentamente en los últimos años. 

La ola migratoria a través de la ruta de los Balcanes desde el 2015 ha ofrecido la oportunidad al Gobierno de reactivar debates antagónicos de forma simplificada. Los actores reprendidos fueron la Comisión Europea (supuestamente incapaz de aportar una solución), Angela Merkel (por «invitar» a más inmigrantes con la apertura de las fronteras alemanas) y la UE en su conjunto (por tratar de hacer cumplir los planes de reasentamiento/reubicación obligatorios –aunque en realidad nunca se han llevado a cabo). Esta retórica política desembocó en otoño de 2016 en un referéndum con el cual Fidesz quería hacer llegar a Bruselas el mensaje alto y claro de que rechazaba las cuotas obligatorias y fortalecer así su soberanía nacional. El referéndum sobre migración no superó el umbral de validez, ya que la participación no llegó al 50%. Sin embargo, más de tres millones de votantes se manifestaron en apoyo a la posición del Gobierno, más que el promedio de votantes de Fidesz en las elecciones parlamentarias. 

Es importante tener en cuenta que Fidesz no es el partido más de extrema derecha en Hungría. El partido Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik, por su palabra inicial en húngaro), con una trayectoria extremista de retórica antisemita y antirromaní, tiende al 20% en las encuestas de opinión. Jobbik ha suavizado visiblemente su conducta durante el tercer Gobierno de Orbán, dejando espacio para futuros partidos radicales y al mismo tiempo tentando a Fidesz con dar un paso más hacia la derecha. Este, por su parte, ha sido acusado de no haberse opuesto a Jobbik más claramente, aunque ha tratado de evitar el antisemitismo con la celebración del Año de la Conmemoración del Holocausto Húngaro en 2014, el patrocinio de la renovación de las sinagogas y el fomento del diálogo con las organizaciones judías. 

El dominio de Fidesz en el discurso político se debe a que la oposición ha seguido fragmentada en dos elecciones consecutivas, mientras los medios de comunicación privados se han inclinado en favor de Fidesz, el cual ha conseguido captar también a los medios de comunicación públicos para sus propios intereses. Tres rasgos típicamente populistas aparecen aquí: 1) la retórica antiexpertos, 2) la política de la posverdad y 3) la renacionalización de la política. Se alentaron sentimientos antiexpertos y antisociedad civil a través de una campaña contra las ONG, las cuales fueron acusadas de ser agentes extranjeros. La policía investigó dos ONG que se beneficiaban de subvenciones noruegas, las fundaciones Ökotárs y DemNet. George Soros, el filántropo liberal de origen húngaro, y su fundación Open Society fueron reiteradamente blanco de los medios de comunicación. La política de la posverdad apareció por primera vez a gran escala durante la crisis migratoria: falsas alegaciones, noticias fabricadas y discursos completamente contradictorios invadieron los medios de comunicación húngaros. Finalmente, no cabe duda de que la actitud en política exterior de Viktor Orbán es la de un realista clásico (según la teoría de las relaciones internacionales). Con su afirmación de que la soberanía es el punto de partida en cualquier negociación, la renacionalización de la política constituye el eje principal en sus debates en la Unión Europea («devolver las competencias a los estados miembros») y lo fue en la relación de Hungría con Estados Unidos durante la Administración Obama («ninguna injerencia extranjera en la democracia húngara»). 

Así, Fidesz se adelantó a su tiempo por su capacidad para capitalizar el creciente sentimiento antiestablishment, canalizándolo primero contra el Gobierno socialista y más tarde hacia el ámbito internacional para desviar la atención de los debates internos. En otras palabras, Fidesz no se ha convertido en establishment a ojos de sus votantes a pesar de sus dos ciclos consecutivos de mandato. Dadas las dimensiones de Hungría, resulta una maniobra política factible reemplazar narrativas internas conflictivas por otras de ámbito internacional, más fácilmente moldeables según los intereses de determinado partido, puesto que el electorado tiene menos experiencia directa en estos asuntos.