¿Desconfianza en la vacuna o desconfianza en el sistema?

CIDOB Report nº 7
Fecha de publicación: 07/2021
Autor:
Carme Colomina, investigadora principal, CIDOB
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 El relato de la pandemia está lleno de falsos dilemas. La desinformación y el negacionismo, la batalla geopolítica por la influencia global, y la debilidad de gobiernos e instituciones ante la emergencia sanitaria han polarizado la crisis del coronavirus. Ahora, las dudas y recelos sobre las vacunas se mezclan con la desconfianza en quien tiene que administrarlas. La politización de la incertidumbre ha debilitado, aún más, unos sistemas democráticos que ya estaban en retroceso.

Lucha de relatos 

Aún no sabemos a ciencia cierta dónde o cómo surgió el SARS-CoV-2. Casi un año y medio después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase oficialmente que este coronavirus se había convertido ya en una pandemia global, Estados Unidos y la Unión Europea se alían para dilucidar si la COVID-19 surge de un virus de laboratorio, más concretamente, del Instituto de Virología de Wuhan. Una sospecha que, pronunciada por Donald Trump, se catalogó como teoría conspiratoria. Una más de sus mentiras que tanto proliferaron entre el negacionismo científico. La COVID-19 ha llegado a ser, para estos sectores, un arma biológica de producción extranjera, un producto de la tecnología 5G, o de un plan de reingeniería demográfica. Sin embargo, la necesidad de encontrar respuestas verificables y despejar dudas demuestra que los efectos del virus no solo se dirimen en el plano sanitario, sino también en el de la confianza.

La incertidumbre pandémica no estaba hecha para el mundo binario que estaba en construcción. La falta de datos iniciales chocaba con una necesidad acuciante de información que se completó con rumores, especulación y mentiras. La urgencia por generar certezas se tradujo en medidas de control, tecnosolucionismo y vigilancia, que alimentaron la falsa narrativa de la pandemia como experimento social.

A nivel global, el relato de la lucha contra el coronavirus se planteó como una confrontación geopolítica de modelos. Una «batalla de narrativas» – formulada de nuevo desde el binarismo– entre democracias liberales y regímenes autoritarios, como denunciaba el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, donde la propaganda se había convertido en un elemento esencial de las respuestas gubernamentales. A nivel local, la politización de la pandemia y de las medidas planteadas para hacerle frente acabó reforzando también el argumentario de la derecha radical: nosotros frente a ellos (ante el derecho a la movilidad y las migraciones) o el pueblo frente a las élites (durante la imposición del confinamiento). 

Según el International Institute for Democracy and Electoral Assistance (IDEA), el coronavirus irrumpió en un mundo que, en muchos sentidos, ya estaba debilitado democráticamente y en uno de los «procesos de autocratización más profundos de las últimas cuatro décadas». La pandemia ha intensificado retrocesos y ha reforzado recortes de derechos y libertades. La lucha contra el coronavirus, por ejemplo, ha llevado la tecnología de vigilancia a otro nivel, especialmente en China, intensificando la presión del régimen sobre el acceso a los datos almacenados por las compañías tecnológicas que operan en este país para alimentar su sistema de control, vigilancia y crédito social. El trabajo de monitorización realizado por IDEA durante 2020 identificó que más de la mitad de los países del mundo (61%), había implementado medidas para frenar la COVID-19 que desafiaban los estándares democráticos o erosionaban derechos humanos, ya fuera por desproporcionados, ilegales, prolongados indefinidamente en el tiempo, o porque eran innecesarios en una crisis sanitaria. 

La desinformación y el negacionismo, la batalla por el relato y la influencia global, así como la debilidad de gobiernos e instituciones –fruto de la erosión democrática– que han alimentado la polarización política de la pandemia se reproducen ahora en el proceso de vacunación. Como resume la organización First Draft, en la complejidad del ecosistema informativo sobre la vacuna, se despliega una cacofonía de voces e intereses y dos grandes relatos: los «motivos políticos y económicos» de los actores e instituciones involucrados en el desarrollo de las vacunas, y las preocupaciones entorno a la «seguridad, eficacia y necesidad» del proceso de inmunización.

Los más escépticos 

Una investigación de la BBC ha demostrado la expansión de la desinformación sobre las vacunas en Asia, América Latina, África y Europa. Si durante el proceso de digitalización acelerada por el confinamiento, Facebook ya se consolidó como la plataforma preferida para alojar, difundir y amplificar la desinformación sobre el virus, ahora ocurre lo mismo con el proceso de vacunación. Las cuentas de Facebook con información falsa sobre la vacuna han multiplicado su número de seguidores en Brasil, México, India, Ucrania, Francia, Tanzania y Kenya durante el último año. En Ucrania, las páginas que comparten contenido antivacunas crecieron un 157% en 2020. En México, Brasil e India, las páginas similares crecieron alrededor de un 50%. Según este mismo informe, el número de «me gusta» en páginas que comparten contenido extremo contra las vacunas en francés creció en 2020, de 3,2 millones a casi 4,1 millones.

Francia es uno de los países más escépticos del mundo respecto a las vacunas. Las páginas antivacunas que se publican en este país tienden, además, a mezclarse con publicaciones antiestablishment, donde coinciden en su denuncia de una supuesta «dictadura sanitaria». Se trata de espacios híbridos donde el argumentario contra la vacunación alterna con todo tipo de teorías y contenidos, de la religión a la medicina tradicional, de las conspiraciones a la retórica contra las élites. Si a todo esto se le suma la creciente dependencia de un consumo informativo que nos llega fragmentado en silos de supuestas verdades compartidas por grupos afines, el riesgo de polarización aumenta. 

Una encuesta de la consultora Fleishman Hillard pidió a los franceses que valoraran cuál era su fuente de información más fiable sobre la vacuna de la COVID-19. El índice general de confianza era muy bajo y los encuestados situaron en una primera posición a su médico local (50%), seguido a mucha distancia por los expertos científicos nacionales (13%) y la OMS (12%). Las fuentes de información gubernamentales suspendían estrepitosamente. La confianza en el Gobierno obtuvo un -19% y en la Unión Europea un -13%. Este clima de escepticismo señala los límites de las estrategias comunicativas públicas. Aunque también hay diferencias culturales sobre cómo reducimos la sensación de ambigüedad o de incertidumbre. Lo contaba hace meses el neurocientífico Albert Moukheiber en un seminario organizado por el EU Disinfo Lab. En algunas culturas la referencia a doctores o expertos puede generar confianza, mientras que en otras produce el efecto contrario. Ante la falta de certezas, la tendencia a buscar explicaciones que confirmen apriorismos y visiones concretas de la realidad se ha visto también reforzada durante la pandemia. Y, sin embargo, el mismo Moukheiber criticaba, en una entrevista televisada, la tendencia de algunos dirigentes políticos a «sobrerresponsabilizar a los individuos» e invisibilizar, en cambio, las «responsabilidades del sistema» en la polarización de los debates.

Un estudio sobre populismo y dudas en el proceso de vacunación en Europa occidental, publicado en el European Journal of Public Health un año antes de la pandemia, ya encontró una correlación positiva entre el porcentaje de personas que votan por partidos políticos populistas y el porcentaje de personas que creen que las vacunas son innecesarias, ineficaces o inseguras. 

Francia es, además, el ejemplo más claro de que la abundancia de dosis no sirve de mucho sin la confianza en quien tiene que administrarlas. No son los únicos. Temores, relatos contradictorios o recelos institucionales afectan el proceso de vacunación en países con suministros suficientes.

Japón o Corea del Sur también se encuentran entre los países con menos confianza en las vacunas a nivel global, según un estudio publicado en septiembre de 2020 en The Lancet. Ya lo eran antes de la pandemia. En el caso de Corea del Sur, como en Malasia, el estudio hace referencia a la importancia de Internet como principal fuente de desinformación sobre las vacunas.

En Hong Kong, en cambio, los motivos son políticos. La impopularidad del Gobierno de Carrie Lam y su dura represión del movimiento prodemocrático se ha traducido en una sospecha permanente sobre buena parte de las medidas de control de la pandemia y, especialmente, en contra de la campaña de vacunación con CoronaVac, una vacuna producida por la firma china Sinovac, que fue rápidamente aprobada por un panel de expertos en Hong Kong. Incluso en Rusia, aunque desde el Gobierno se hayan lanzado campañas de promoción globales sobre la superioridad clínica de sus vacunas respecto a las competidoras, los índices de vacunación son bajos. Los mensajes institucionales contradictorios (primero comparando la COVID-19 con la gripe, después decretando el confinamiento y, finalmente, dando la pandemia por terminada antes de tiempo) han desincentivado la predisposición a vacunarse por parte de la población.

Aunque la pandemia haya cambiado de fase, la «guerra sobre los hechos» continua tan vigente como en el momento de su irrupción. La Unión Europea ha denunciado que, desde principios de 2021, se ha intensificado la desinformación patrocinada por distintos gobiernos dirigida, en particular, contra las vacunas desarrolladas en Occidente. Campañas de propaganda y selección descontextualizada de los hechos para sustentar relatos con motivación geopolítica. Y, sin embargo, es probable que los hechos y verdades demostrables por sí solas ya no sirvan para restaurar la confianza, porque la dinámica de la desinformación no está basada en el intercambio de datos verificables, sino que es un contexto altamente emocional. 

El debate ya era tóxico antes de la pandemia. Así que la desconfianza en la vacuna es solo un reflejo más de unas patologías previas al coronavirus: el desorden informativo, el descrédito de las instituciones y la polarización.