La geografía del antieuropeísmo

Monografia CIDOB nº 88
Fecha de publicación: 05/2024
Autor:
Marta Galceran-Vercher, investigadora principal, Programa Ciudades Globales, CIDOB y Agustí Fernández de Losada, director e investigador sénior, Programa Ciudades Globales, CIDOB
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 A pesar de que la agresión rusa a Ucrania parece haber vuelto a conectar a una parte de la ciudadanía con el proyecto europeo, el apoyo a partidos euroescépticos no ha parado de crecer y ha alcanzado niveles críticos en buena parte de los estados miembros de la Unión Europea (UE). El euroescepticismo tiene una geografía variable y se expresa de manera contundente en algunos territorios más deprimidos, periferias marcadas por la falta de oportunidades, en especial en entornos rurales. La brecha urbano-rural describe en buena medida lo que algunos autores han denominado la geografía del descontento en Europa (CoR, 2024). Entender y abordar las raíces de dicho descontento puede ser clave para el devenir de la UE después de las elecciones del próximo mes de junio.

La raíz del descontento en Europa

El malestar existente en muchas regiones europeas se explica por diversos factores, que varían desde los elementos culturales (proporción de personas mayores, bajos niveles de educación, desequilibrios migratorios), pasando por los económicos (tasas de riqueza o de empleo), hasta los geográficos (densidad de población o calidad de los servicios públicos a los que se tiene acceso).

El crecimiento económico en la UE se concentra fundamentalmente en los grandes centros urbanos. Algo que se explica fundamentalmente por los beneficios económicos que se vinculan con la aglomeración y la densidad. El diferencial en términos de PIB per cápita entre las grandes ciudades y los sistemas de ciudades intermedias y las zonas rurales es significativo en la mayoría de los países de la Unión. Las primeras cuentan con las infraestructuras más avanzadas, tienen mayor capacidad para atraer inversiones, innovación y talento y, por ello, ofrecen mejores oportunidades y sueldos. Las últimas, por el contrario, lideran los ránquines del estancamiento y de la falta de progreso económico.

La brecha en términos de prosperidad que existe entre centros urbanos y zonas rurales se reproduce también en la confianza que la ciudadanía expresa con lo público y, en especial, con respecto a la Unión Europea (Dominicis et al., 2020). Una parte muy importante del descontento hacia el proyecto europeo se concentra en las regiones que padecen un declive de largo alcance; regiones que han visto cómo aumentaba el desempleo, cómo los jóvenes y el talento se iban, cómo los servicios públicos eran cada vez más deficientes, y cómo las normalmente escasas infraestructuras se deterioraban. Un descontento que no tiene únicamente raíces económicas, y que se sustenta también en un sentimiento de marginación política y social que se acentúa cuando dichas regiones se comparan con las más desarrolladas y prósperas, lo que puede derivar en una preocupante polarización territorial.

Diversos indicadores apuntan a un incremento del sentimiento euroescéptico en los últimos años. Uno de los más claros se sitúa en el apoyo a los partidos que, de forma más o menos abierta, se han posicionado en contra de la Unión Europea. Ya sea en contra del proyecto en su conjunto o de alguna de las políticas que se impulsan desde Bruselas en ámbitos críticos como pueden ser el cambio climático o las migraciones. El apoyo a partidos euroescépticos se ha incrementado de manera drástica en los últimos 20 años, pasando del 6,9% de los votos emitidos en elecciones nacionales en 2003 a un 28,5% en 2023 (Rodríguez-Pose et al., 2023).

Un análisis en detalle de dicho voto permite observar la brecha entre lo urbano y lo rural. En la mayoría de los países de la UE el voto euroescéptico se concentra fundamentalmente en las zonas rurales y los territorios intermedios. Esto es así en países en los que los partidos euroescépticos han obtenido en los últimos años muy buenos resultados en las elecciones subnacionales y nacionales como es el caso de Italia, Hungría, Polonia o Eslovaquia. Pero también en países de tradición europeísta, como Alemania, donde el voto a la pujante Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) se concentra en las zonas menos prósperas del este del país; o en los Países Bajos, Portugal o Estonia, donde las pocas regiones con más de un 30% de voto euroescéptico eran predominantemente rurales. En el polo opuesto, grandes ciudades prósperas y capitales como las de los cuatro países que integran el Grupo de Visegrado se han convertido, en muchos casos, en espacios de resistencia. La gran excepción es Francia, donde el voto euroescéptico es transversal.

Dadas estas circunstancias, y ante la inminencia de unas elecciones al Parlamento Europeo que pueden marcar un hito en los resultados de las fuerzas euroescépticas, y condicionar de manera muy relevante las políticas que se impulsan desde la UE, es urgente evaluar las respuestas que se pueden dar para contrarrestar dicho descontento, y refrendar la necesaria cooperación entre zonas rurales, territorios intermedios y aglomeraciones urbanas.

Monografia CIDOB nº 88_geografia del antieuropeismo Figura 1

La política de cohesión y otras propuestas para atacar el descontento

Existe cierto consenso en que una de las opciones más eficaces para combatir el malestar social es generar estrategias de desarrollo sólidas para aquellas áreas más rezagadas (Rodríguez-Pose y Dijkstra, 2021). Y esto es precisamente lo que llevan intentando las instituciones europeas desde que se inició la política de cohesión a finales de los años ochenta, coincidiendo con la entrada de Grecia, España y Portugal en la UE. Esta no es una apuesta menor: para el período 2021-2027 representa un tercio de todo el presupuesto de la Unión.

Considerando el potencial de la política de cohesión, parecería que reforzarla como instrumento para dar respuesta al declive económico e industrial en las regiones de ingresos medios, podría ayudar a hacer frente al creciente euroescepticismo. Esta es también la conclusión de un informe publicado recientemente por la Comisión Europea, donde se destaca la necesidad de ofrecer propuestas específicas y diferenciadas para los habitantes de las ciudades más pequeñas, los pueblos y las zonas rurales, especialmente en lo que se refiere a garantizar los mismos servicios públicos de los que disfrutan los habitantes de las grandes urbes.  

En este contexto, sorprende que solo cuatro de los actuales grupos políticos europeos incluyan en sus programas electorales referencias directas o indirectas a la política de cohesión o a la dimensión territorial de las políticas europeas. Existen, además, disparidades significativas entre ellos en cuanto a la importancia que adquieren las cuestiones vinculadas al desarrollo urbano y rural. Así, encontramos desde referencias un tanto vagas a la necesidad de «superar las disparidades económicas y sociales entre las regiones de Europa» (la izquierda) y «priorizar la inversión en la modernización y convergencia de las regiones más desatendidas» (Los Verdes), a alusiones explicitas a la necesidad de seguir implementando la política de cohesión (los socialistas), aunque sin hacer distinción en cómo debería ser aplicada de manera diferenciada en ciudades y zonas rurales.

La presencia más bien tímida de la política de cohesión y las cuestiones de desarrollo rural en los programas electorales de los partidos de izquierdas y de centroizquierda, contrastan con el peso que le dan los populares1, que le dedican un apartado entero. Hablan de «convertir la fuga de cerebros en ganancia de cerebros» y se comprometen a trabajar para que no haya «ciudadanos de primera y de segunda» a través de una política de cohesión que tenga en cuenta los intereses de las zonas rurales y las urbanas por igual. También son los únicos que se refieren explícitamente a mejorar las sinergias entre el mundo rural y el urbano, cerrando así las brechas existentes.

El Partido Popular Europeo propone incluso un plan específico para las zonas rurales en su manifiesto. Esto obedece a una estrategia a largo plazo para dar peso a las cuestiones rurales y presentarse como el partido defensor de los agricultores y los intereses rurales. Para los populares, «las áreas rurales no son la periferia, sino el corazón de Europa». En este sentido, cabe recordar que las zonas rurales y periurbanas ocupan el 80% del área de la Unión Europea, aunque solo supongan el 30% de su población.

Las tensiones entre la agenda para la transición ecológica europea y los intereses de los habitantes de los territorios rurales también explican parte del descontento existente. En este sentido, cabe destacar el esfuerzo que hacen los partidos de izquierdas en sus programas electorales por contrarrestar la narrativa que el Pacto Verde Europeo va en contra de los agricultores. Así, Los Verdes dejan claro que la transformación verde debería ir de la mano de una política de cohesión social fuerte para «garantizar que todas las regiones de Europa se benefician de ella». En la misma línea, para los socialistas, «la lucha por el Pacto Verde Europeo es también una lucha para mejorar la vida de los agricultores», y, en este sentido, en su programa electoral hablan de la necesidad de ofrecerles apoyo financiero y técnico para alcanzar los objetivos de la transición ecológica.

La apuesta climática de los partidos de izquierda contrasta, sin embargo, con las posiciones más moderadas, o abiertamente negacionistas, de la derecha europea. En este sentido, el Partido Popular apunta a una moderación en la ambición del Pacto Verde Europeo, especialmente en aquello que puede tocar directamente la Europa rural. Una primera muestra de ello se dio hace unos meses, cuando el Partido Popular Europeo expresó su oposición a dos propuestas fundamentales del Pacto Verde Europeo: la regulación para un uso sostenible de los pesticidas y la regulación para la restauración de la naturaleza. Esgrimen como argumento que estas regulaciones pueden amenazar la seguridad alimentaria de la UE a largo plazo, que persiguen objetivos demasiado ambiciosos y que suponen una carga injusta sobre los agricultores cuando precisamente no pasan por un buen momento.

A modo de conclusión

Las recientes protestas de los agricultores en muchas capitales europeas, incluida, por supuesto, Bruselas, ofrecen una imagen nítida de esta geografía del descontento. Al malestar expresado por este sector con las políticas comunitarias, y en especial con la burocracia que emana de las instituciones europeas y las prohibiciones que conlleva la apuesta climática, se le suma la creciente brecha que existe entre las zonas urbanas más prósperas y dinámicas y los territorios rurales desfavorecidos y estancados. El sentimiento de abandono y enfado explica en buena medida que estos últimos concentren, en la mayoría de los países europeos, el voto a las diferentes expresiones del euroescepticismo.

La mayoría de los expertos coinciden en señalar que la política de cohesión sigue siendo el instrumento más adecuado para abordar dicho descontento y las brechas entre el mundo urbano y el rural que lo explican. No deja de sorprender, sin embargo, la timidez con la que los grupos de la izquierda abordan el tema y la poca trascendencia que dan a la agenda urbana. Si bien dicha desatención se puede explicar por el hecho de que las ciudades generalmente concentran buena parte del voto progresista, contrasta con que la derecha sí tiene muy en cuenta la política de cohesión como principal herramienta para favorecer la convergencia territorial y cuidar de las zonas rurales, donde cuentan con mayor granero de votos.

El descontento del mundo rural con las políticas climáticas parece haber sumado una parte de la derecha tradicional al bloque del negacionismo climático, o al menos de los que piden moderar la ambición mostrada por la UE en los últimos años. Si tenemos en cuenta que la acción climática es, según datos de Eurocities, la principal prioridad expresada por los alcaldes de las ciudades europeas más importantes, los nuevos equilibrios de poder que saldrán de las elecciones del mes de junio pueden situar la agenda urbana en un contexto de dificultad. Si a eso le añadimos las tendencias recentralizadoras en las que se ha adentrado Europa en los últimos años, el escenario que se abre en el horizonte no es para nada halagüeño. 

Referencias bibliográficas

CoR (European Committee of the Regions). Rural areas and the geography of discontent. Brussels: European Union, 2024. Disponible en línea: [Fecha de consulta 15.05.2024]  https://www.case-research.eu/files/?id_plik=7842

de Dominicis, L.; Dijkstra, L. i Pontarollo, N.  The urban-rural divide in anti-EU vote: Social, demographic and economic factors affecting the vote for parties opposed to European integration. WP 05/2020. Luxembourg: European Union, 2020.

Rodríguez-Pose, Andrés y Dijkstra, Lewis. «Does Cohesion Policy reduce EU discontent and Euroscepticism?». Regional Studies, 55:2, 354-369, 2021.

Rodríguez-Pose, Andrés, Dijkstra, Lewis y Poelman, Hugo. «The geography of EU discontent and the regional development trap». WP 03/2023. Luxembourg: European Union, 2023. 

Notas:

1. Entre los partidos del eje de las derechas, el Partido Popular Europeo es el único que plantea en su propuesta política soluciones a los problemas de la Europa rural, estableciendo cierta conexión con la Europa urbana. El grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos no lo incluyen en su programa, y simplemente se refieren vagamente a la necesidad de tener «servicios públicos eficientes y modernos, así como sensibilidad a las necesidades tanto de las comunidades rurales como urbanas». Por otra parte, los partidos de derecha radical que conforman el Grupo Identidad y Democracia obvian cualquier referencia a ello en su programa. 

Monografia CIDOB -88- 2024