La crisis de valores Europeos

Monografia CIDOB Europa ante la crisis de los refugiados
Fecha de publicación: 11/2015
Autor:
Yolanda Onghena, investigadora sénior asociada, CIDOB
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Aún con las impactantes imágenes de cientos de miles de refugiados en las fronteras externas de Europa, nuestra atención sigue focalizada en las discusiones y negociaciones de las que tan solo nos llega una tibia y débil respuesta interna de las instituciones europeas. ¿Dónde quedan aquellos valores democráticos de solidaridad, dignidad y libertad sobre los que se ha construido la Unión Europea? Los discursos políticos hablan de «crisis migratoria» o incluso «crisis humanitaria», sin embargo, ambos conceptos quedan en una constatación triste y vergonzosa si no se acompañan de una estrategia firme, compartida y a largo plazo. En este marco vuelven a relucir los valores europeos fundamentales; tal y como recoge el propio Tratado de Lisboa: «respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías». Elmismo Tratado, que tenía que abrir Europa al siglo xxi, sostiene ademásque «estos valores son comunes a los estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres». Dichas postulaciones se producían además en momentos en los que se necesitaba una ilusión renovada de apertura y de unión: una ampliación y una moneda única compartida entre todos los estados miembros.

Dos preguntas aparecen en relación con la reaparición e insistencia en el debate sobre los valores europeos: ¿Son valores europeos, universales o nacionales? ¿Cómo llega a la ciudadanía este relato de los valores y hasta qué punto podemos considerar a Europa como motor de motivación? A primera vista los valores europeos no se diferencian de los valores universales y de hecho no tendrían que distinguir Europa del resto del mundo. Lo específicamente «europeo» de estos valores es la importancia histórica de reconocer unos valores compartidos entre países que acababan de vivir y participar en las dos guerras mundiales. La paz era el denominador común para que naciera una voluntad de solidaridad, tolerancia y justicia, no sin sus más y sus menos que el tiempo tendría que ir limando. En cambio, en la actualidad la realidad es otra. Europa sufre una crisis económica y financiera en medio de la cual los valores de tolerancia y apertura están en retirada. Hay cientos de miles de personas que quieren entrar en Europa –refugiados y migrantes– y la respuesta de nuestros gobernantes es dejar que los países con fronteras externas construyan vallas o busquen cualquier otra vía para rechazarlos. Así, mientras que por un lado surgen iniciativas de cierre de fronteras y políticas migratorias restrictivas, aparecen, por el otro, mensajes de unidad y de alerta ante reacciones y repliegues nacionalistas. Hemos podido escuchar a François Hollande, en la Eurocámara el día 7 de octubre, retomando palabras de François Mitterrand: «El nacionalismo es la guerra», añadiendo además que «la soberanía es el declive». Angela Merkel, en la misma sesión plenaria, veía en el retorno de las fronteras nacionales, sin unidad para combatir la crisis, el fin de Europa: «Más Europa, no menos», reclamaba.

Durante años se habló de «crisis de identidad europea» o de «déficit identitario», reprochando a la propia Unión Europea que eludiera su responsabilidad y acusándola de que la construcción europea avanzaba a espaldas de la ciudadanía, lo que hacía incrementar el desafecto. Sin embargo, es la actual crisis económica y financiera de Europa, así como las estrictas medidas de austeridad resultantes, las que alimentan discursos populistas directamente antieuropeos. A esto se añade la alarma social del terrorismo islamista, que trata de vincular la identidad musulmana con una inmigración excesiva por culpa, precisamente, de la apertura de las fronteras. Todo ello genera la química perfecta para discursos populistas, cobardías institucionales y miedo al extranjero por temor a la pérdida de una supuesta identidad europea.

¿Qué es lo que nos llega a nosotros, ciudadanos europeos? ¿Por qué la llegada de cientos de miles de refugiados pone a prueba la existencia de unos valores europeos y alerta contra egoísmos e intolerancias nacionales?

Las imágenes, la visión de cientos de miles de personas pidiendo refugio en las fronteras de Europa, nos interpelan. ¿Cuál es la respuesta de Europa? Permitir que se cierren fronteras y se pongan restricciones a la inmigración no es precisamente una muestra de esta «solidaridad entre estados miembros», que defienden los Tratados, pero tampoco hay una voz firme. De hecho, se ha producido una ausencia de voz, un silencio total mientras son otras las voces que hacen ruido, mucho ruido. El discurso dominante en este momento de crisis ha quedado copado por la opinión de líderes populistas de partidos xenófobos. El discurso xenófobo se ha instalado curiosamente en países con un pasado más bien tolerante –es el caso de Suecia y Finlandia, por ejemplo– y se ha consolidado con más argumentos allí donde partidos populistas extremistas ya forman parte de coaliciones gobernantes o apoyan a gobiernos minoritarios. Su influencia en la política dominante es evidente. La amenaza del auge de partidos extremistas populistas se traduce en una Europa intolerante, xenófoba y racista.

A la eurodiputada Marine le Pen, presidenta del Frente Nacional francés, le parecía indignante que Anne Hidalgo, alcaldesa de París, colgara en Twitter el mensaje «Bienvenido a París» (en francés, inglés y árabe), dirigido a los refugiados. Al día siguiente, en un mitin, aconsejó a Hidalgo que se pusiera el velo para dar la bienvenida a los «clandestinos». Algunos discursos, además, han cruzado la línea roja y son explícitamente racistas. El líder del Partido por la Libertad (PVV), el neerlandés Geert Wilders, habla en los Países Bajos de un «tsunami islamista» en el que la patria se perderá por la invasión de jóvenes musulmanes, como «bombas de testosterona, que abusarán de nuestras mujeres, hermanas e hijas». Puro victimismo ultranacionalista identitario. Los musulmanes y su supuesta amenaza a la cultura europea están en el centro de su mensaje y sus propuestas políticas aumentan la xenofobia al atemorizar a los votantes con la pérdida de la cultura autóctona. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, dirigente del FIDESZ, cierra las fronteras porque la llegada de los refugiados «en su mayoría musulmanes, es una amenaza para la identidad cristiana de Europa». Llega incluso a acusar a Europa de dejar de lado el papel primordial del cristianismo en la historia y la cultura del continente. Es inquietante que exista una tendencia creciente a conseguir popularidad con eslóganes basados en «nuestro pueblo primero». En respuesta a este tipo de intolerancia, el presidente francés, François Hollande, invita a estos países que no comparten los valores y los principios de la Unión Europea a que repiensen sobre su presencia en la UE.

¿Existe una preocupación real por el auge de popularidad de la extrema derecha y los partidos populistas en Europa? ¿Quién condena el racismo? ¿Dónde está la iniciativa de los partidos progresistas para evitar que la intolerancia, la xenofobia y el racismo se vuelvan el mainstream de cualquier sociedad europea? Europa tiene un desafío histórico para dar una respuesta válida a una crisis donde el paradigma de la exclusión, la xenofobia y el racismo están anulando los valores de solidaridad y tolerancia. Esta respuesta nos interesa a todos y tiene que ver con los valores europeos: será nuestro momento de valorar si aún podemos creer en esta Europa.