El populismo y su impacto en las instituciones multilaterales y en el intercambio económico

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Fecha de publicación: 04/2017
Autor:
Jordi Bacaria, director, CIDOB
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En el ámbito económico, el populismo está estrechamente relacionado con la globalización y los temores que esta implica para determinados colectivos en relación con los cambios que se pueden producir en el empleo y el bienestar de los individuos. Catherine de Vries e Isabell Hoffman, en su informe Fear not Values (2016), señalan que: «Cuanto más bajo es el nivel de educación, más bajo es el ingreso, y que cuanto mayores son las personas, más probabilidades hay de que vean la globalización como una amenaza. Además, los que se sienten cercanos a los partidos populistas están motivados principalmente por el temor a la globalización. Este efecto es particularmente evidente cuando se trata de partidos populistas de derecha, pero también se da en los partidos populistas de izquierda».

Por el lado de la derecha en Estados Unidos, los riesgos de impactar en el multilateralismo son evidentes. Donald Trump, durante la campaña, amenazó con salir de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y ya desde la presidencia desafió a ignorar las reglas del organismo. La amenaza de revocación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), también conlleva la posibilidad de incumplimiento de las normas de la OMC. Aunque finalmente el secretario de comercio de Estados Unidos, Wilbur Ross ha determinado iniciar las negociaciones de NAFTA, la dificultad de la negociación podría obligar a volver al punto de partida. Esto comprometería a la OMC frente a Estados Unidos, porque implicaría a la organización en la resolución de un conflicto derivado del no cumplimiento de reglas como el de «la nación más favorecida» en el caso de imponer aranceles más altos a México del que los que Estados Unidos tiene frente a terceros países.

El «trumpismo» es ahora el ejemplo más real y reciente de lo que significa el populismo en el ala derecha. Bajo el simple enunciado electoral de «Make America Great Again», se esconde una panoplia de políticas que todas acaban conduciendo al unilateralismo y, por tanto, al cuestionamiento de las organizaciones multilaterales. No solo las que afectan a tratados negociados o en vigor. También pueden distorsionar el comercio. Así puede suceder con la propuesta legislativa del ajuste fiscal en frontera (Border Tax Adjustment, BTA), impulsada por Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, por ser un impuesto a las importaciones y un subsidio a las exportaciones.

Lo que más sorprende en estos casos, es que formaciones políticas que normalmente se han caracterizado por la defensa del libre comercio y el apoyo a las instituciones multilaterales, como los Republicanos en Estados Unidos o los conservadores en el Reino Unido, ahora estén –aparentemente con los mismos valores de antaño– defendiendo la posición contraria.

Aunque pueda pensarse que el proteccionismo del ala derecha y el ataque a los acuerdos comerciales es distinto en cuanto a sus objetivos de los que provienen de los movimientos antiglobalización de izquierda (Subirats, 2017), la realidad es que estos han anticipado en los países occidentales lo que luego ha desarrollado el ala derecha del populismo. La diferencia no radica en los objetivos, sino en el hecho que la izquierda en los países occidentales no ha conseguido el poder para llevar a cabo tales políticas. Los votantes han otorgado muchas veces el voto al ala derecha, si perciben que tiene más posibilidades de alcanzar el poder para acabar impulsando las mismas políticas, con promesas de empleo y de bienestar. Venga de donde venga el populismo, el resultado acabaría siendo el mismo en cuanto al impacto en las instituciones multilaterales.

En consecuencia, al tratar del comercio y de la integración económica, cabe tener en cuenta los movimientos sociales y las ideologías contrarios a la globalización. Todos ellos atribuyen a la globalización el origen de la desigualdad y la ausencia de distribución de los beneficios del comercio. Esta visión, compartida por posiciones políticas tanto de izquierda como de derecha, actualmente está creciendo con fuerza. Refuerzan además las posiciones populistas que claman por un mayor «nacionalismo» y, por lo tanto, afectan los procesos de integración y la apertura comercial mediante tratados de comercio e inversión. Ciertamente, la derecha ha incorporado el proteccionismo laboral, la expulsión de los inmigrantes, el cierre de fronteras, con expresiones de xenofobia, además de una efectiva propuesta de proteccionismo comercial con fuertes límites a la circulación de personas. En cambio, la izquierda se limitaba a levantar barreras arancelarias y regulatorias, sin cierre de fronteras, una propuesta con escasa credibilidad para los votantes populistas. Por esto, a partir de la crisis, la tendencia viene marcada por las victorias consecutivas del Brexit y de Donald Trump, ya que sus propuestas –a pesar de afectar el libre comercio mundial y la propia integración europea– son creíbles por su supuesta efectividad basada en la posverdad alimentada por populismos de todo signo.

Los movimientos antiglobalización que se iniciaron en Seattle en 1999 crecieron enfrentándose  a las iniciativas de los gobiernos en los acuerdos internacionales de libre comercio, inversión y servicios. Se movilizaron contra el Acuerdo sobre Comercio de Servicios (TiSA). En la Unión Europea, se han manifestado en contra de la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP) y del Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA). Han conseguido incluso el rechazo del Acuerdo Comercial de Lucha contra la Falsificación (ACTA) por parte del Parlamento Europeo, que por primera vez hizo uso de los nuevos poderes que el Tratado de Lisboa le otorga para impugnar un acuerdo internacional.

Los tratados de libre comercio clásicos respondían a un determinado estadio del comercio internacional, ya que con la eliminación de los aranceles se pretendía reducir el proteccionismo. Actualmente, la fragmentación productiva ha hecho aparecer las cadenas globales de valor ante las cuales el proteccionismo ya no resulta útil ni siquiera a corto plazo, cuando no contraproducente. Por ello, los acuerdos bilaterales y multilaterales de comercio, inversión y servicios, se concentran en las barreras no arancelarias y la cooperación regulatoria para alcanzar estándares comunes. Este es el argumento y la razón que imperaban antes del ascenso de los populismos, que han concentrado su atención en los costes de la globalización por el lado de la producción sin considerar los beneficios por el lado del consumo.

Los ataques a las instituciones multilaterales no revertirán la globalización, un fenómeno que viene determinado por el cambio tecnológico, pero sí frenarán y limitarán el ordenamiento del comercio y de la inversión desde una necesaria y democrática gobernanza global. A ello se suma el riesgo de un colapso del sistema multilateral y de una recaída en la actividad económica y del empleo. La esperanza está en resistir al populismo, apuntalando las organizaciones multilaterales desde la democracia (Europa y América Latina) y paradójicamente desde la autocracia (China).