El efecto Trump en Asia-Pacífico: ¿una oportunidad para China?
El relevo al frente de la Casa Blanca en 2016 ha sido y será una de las cuestiones más relevantes para las relaciones internacionales en Asia-Pacífico, donde Washington es aún un puntal del statu quo de seguridad regional. No es por tanto de extrañar que desde muchas cancillerías asiáticas se viera con preocupación al ascenso de la candidatura de Donald Trump, aupada, entre otros muchos factores, por su discurso beligerante hacia China y la voluntad de revertir años de política exterior norteamericana en Asia, revisitando las alianzas con Corea del Sur o Japón, a quien durante la campaña el candidato animó a dotarse de armamento nuclear para garantizar su defensa.
A diferencia de Hillary Clinton, que encarnaba la continuidad del denominado “pivote hacia Asia”, –el conjunto de políticas que materializaron el regreso de EEUU al escenario asiático tras su periplo militar en Oriente Medio–, Trump defendía durante la contienda electoral una opción rupturista, cuyo primer paso era la promesa de salir del TratadoTrans-Pacífico (TPP), firmado tan solo 10 meses antes tras 12 años y 32 rondas de negociaciones, promovidas precisamente por Washington. Y esa promesa se materializó en su primer día de trabajo en el despacho oval. El diagnóstico de la nueva administración estadounidense era que, al estar basado principalmente en las alianzas y la diplomacia, el Pivote hacia Asia había fracasado; y no solo eso, había abierto un paréntesis que Beijing aprovechó para ganar posiciones en el Mar del Sur de China. El análisis de Trump era particularmente duro en materia de comercio, acusando a China de competencia desleal y de manipulación de la moneda, lo que supuestamente había contribuido a la destrucción de miles de puestos de trabajo en EEUU. Desde la perspectiva de la nueva administración, tampoco daba frutos la presión sobre Corea del Norte, que mantenía su chantaje nuclear y amenazaba de modo creciente la seguridad, directa o indirectamente, de EEUU. Aun cuando puedan hallarse trazas de verdad en algunos de estos argumentos, es por lo menos discutible la definición de las causas y aún más de las soluciones propuestas, como el aumento espectacular del gasto en sus fuerzas armadas en tiempos de paz. También sería injusto culpar únicamente a China y a la globalización de la destrucción real del trabajo industrial de muchos norteamericanos. En realidad, las iras de Trump deberían haberse dirigido a los robots y no hacia China, ya que los estudios empíricos demuestran que ha sido la automatización y no la deslocalización lo que ha volatilizado la mayoría de puestos de trabajo del cinturón industrial “del óxido”. Otro de los argumentos, el de la manipulación de la moneda, respondía al pasado ya que según reconocía el FMI, China ya no llevaba a cabo esa práctica, ni según los propios criterios fijados por el Departamento del Tesoro de EEUU. De un modo similar a su aspiración de que sean los propios mexicanos quienes paguen la construcción del muro de la frontera sur, Trump propone que sean los japoneses y surcoreanos quienes paguen íntegramente por el mantenimiento de las bases de EEUU (en el pacto actual es el 50%). Unas bases que hay que reconocer que favorecen intereses mutuos, pero que son esenciales para el futuro despliegue militar que plantea Washington (1).
¿Qué quedará en retórica y qué se llevará a la práctica?
Como en otros muchos lugares del mundo, también en Asia se extendió la duda –en parte esperanza– de que parte de la inflamada retórica electoral se vería modulada por la fricción con la realpolitik capitalina. Tras la elección, el primer mandatario extranjero en reunirse con Donald Trump fue Shinzo Abe, quien realizó un viaje relámpago a la Torre Trump para conocer de primera mano sus intenciones y transmitirle las inquietudes de sus aliados asiáticos quienes, como Abe, han fiado buena parte de su capital político a una buena relación con Washington. Tras su nombramiento, dos meses después, Japón y Corea del Sur fueron el primer destino del nuevo secretario de Defensa, James Mattis, que confirmó la vigencia de las alianzas de defensa.
En el contexto inmediato a la elección saltaron las alarmas –de nuevo–, por la breve aunque simbólica conversación telefónica entre Trump y la presidenta de Taiwan, Tsai Ing-wen, que, tras el acercamiento a Beijing por parte de Nixon, rompió de facto con 40 años de silencio oficial. Lejos de ser un error de novato, como se presentó inicialmente en China, fue un golpe de timón calculado de la estrategia de Washington hacia Taipei, con quien mantienen estrechos vínculos algunos de los asesores de la nueva administración y miembros destacados del Partido Republicano, como Robert Dole, único candidato republicano a la presidencia que dio su apoyo a Trump en campaña (2). Preventivamente, el contacto tuvo lugar cuando Trump no había sido aún nombrado, y la reacción china fue contundente, aunque proporcional. A Beijing no le tembló el pulso para advertir de la gravedad de la cuestión taiwanesa, más aún tras las declaraciones de Trump en las que no renunciaba a poner en juego el principio de “Una Sola China” si eso podía ser una baza negociadora con Beijing, por ejemplo, en cuestiones de comercio. A este respecto, cabe decir que a pesar de que Beijing y Washington teóricamente comparten el principio de “Una Sola China”, este no tiene el mismo significado para ambos: para China implica el retorno futuro del territorio de Taiwan a su control, mientras que para EEUU se ciñe más bien a un compromiso de no darle a Taipei el estatus de Estado. Abrir la caja de Pandora de una negociación sobre este tema podría ser delicado, más que nadie para los taiwaneses, que tendrían poco que ganar y mucho que perder.
En lo que será posiblemente una constante de la presidencia de Trump, independientemente de su duración, deberemos aprender a discriminar la gesticulación de los movimientos sustanciales, y estos, de las corrientes de fondo del sector republicano, que según las proyecciones de voto, podrían tardar años en verse desalojadas del poder político. Lo cierto en este momento es que no solo no se persigue una política exterior bipartita, sino que buena parte de la intelligentsia republicana especializada en Asia no ha querido servir en la nueva administración, y son los asesores próximos al presidente los que marcan las líneas de pensamiento para este ámbito. Como en otras cuestiones del gobierno, la visión política de Trump parece ser una gran manta de “patchwork” formada por las aportaciones puntuales de sus hombres de confianza, que asesoran al “consejo de administración” de la Casa Blanca y enfocan la visión del presidente. Lo mismo sucede para Asia. El principal estratega de Trump –también para la región– es Steve Bannon, el ideólogo de la extrema derecha que ha profetizado que su país iría a la guerra con China en un plazo de 5 a 10 años, a raíz de las disputas en el Mar del Sur de China (3). Lo que no es trivial si tenemos en cuenta que Bannon ocupó asiento en el Consejo de Seguridad Nacional, el máximo organismo que asesora al presidente en materia de defensa. Además de Bannon, también hay que citar a otras figuras influyentes en las sensibilidades del nuevo gobierno. Peter Navarro fue en campaña uno de los asesores principales de la “visión internacional” (4) de la presidencia hacia Asia-Pacífico, sustentada en un mayor poder militar en la zona, una visión que se completará además con dos reconocidos críticos de China, Wilbur Ross (secretario de Comercio) y Robert Lighthizer, elevado al rango de máximo negociador para los asuntos comerciales. Afortunadamente, no todos los nombramientos son tan “apocalípticos”. El gobernador de Iowa, Terry Branstad, ha sido designado como nuevo embajador en Beijing, lo que es positivo, ya que no solo conoce el país, sino que le une una relación personal de amistad de más de 30 años con Xi Jinping, lo que le da un valioso acceso al líder chino en caso de necesidad de mediación. Otro factor que invita al optimismo en la relación China es la creciente presión doméstica sobre la presidencia, que en un entorno turbulento y con una popularidad decreciente no es probable que quiera abrir a la vez todos los frentes.
“Make China Great Again” o la diplomacia estratégica de Beijing
El pasado 17 de enero, tres días antes de la toma de posesión de Trump, el presidente chino Xi Jinping tomó por primera vez la palabra ante el plenario del Foro Económico de Davos para, tras un breve saludo protocolario, empezar su discurso con una cita de Charles Dickens que describía el mundo posterior a la primera revolución industrial: “It was the best of times, it was the worst of times” (5), una cita que bien podría ser una metáfora del clima de riesgo y oportunidad percibida por Bejiing en el contexto actual. También sirvió al líder chino para describir el mundo de contradicciones y paradojas en el que nos adentramos. La primera y más llamativa –seguramente, para sorpresa del propio Xi– es que fuera el líder de la República Popular China, regida durante más de medio siglo por un partido comunista, quien se erigía en aquel momento como el principal defensor del libre comercio y las dinámicas de la globalización, tras la retracción al proteccionismo de los EEUU. Xi tocó un amplio abanico de temas de la agenda internacional (como el terrorismo, las crisis de los refugiados, la cuarta revolución industrial o la lucha contra el cambio climático) en un impecable discurso para una audiencia global, con una apuesta firme por la innovación y la búsqueda de alternativas reales a los problemas inminentes de la economía internacional. Fondo y forma reflejaron la sensación de oportunidad en China, de poder seducir a un grupo más amplio de potenciales socios, quizá aprovechando el ensimismamiento existencial de las democracias liberales, tanto de EEUU como de la UE, mucho más expuestas a la incertidumbre y la creciente complejidad del mundo globalizado. En este contexto de cambio, ¿cómo se plantea China conseguir sus objetivos en el corto?
En un artículo reciente (6), el profesor Huang Jing se refería precisamente a la existencia de una “diplomacia estratégica” de Beijing, que entiende la realidad internacional dominada por dos grandes tendencias: la creciente integración económica global y el tránsito de un poder internacional hegemónico –en manos de Washington– a otro de multipolar e interdependiente, que ciertamente deja espacio a China para no solo su pertenencia, sino también para que dé forma al entramado de normas e instituciones regionales y globales. Desde esta perspectiva, la diplomacia estratégica china pivota en tres principales dimensiones: alcanzar un nuevo modelo de relación entre las grandes potencias, en términos de igualdad; compartir el desarrollo económico con otras economías para alcanzar una “comunidad de destino común”; y crear una red de alianzas estratégicas globales, que se distingue de la promovida por EEUU en, por lo menos, cuatro aspectos: se mueve por intereses y no por valores: prima la cooperación a la confrontación; es inclusiva y no excluyente, y, por lo menos en teoría, asigna un estatus igualitario a los distintos miembros de la red.
Si la traspasamos al mundo real, parece que esta red busca articularse a través de dos grandes iniciativas pro- movidas por China y que se articulan en la construcción de infraestructuras en el exterior con una lógica win-win a medio-largo plazo: en primer lugar, mediante el Banco Asiático de Infraestructuras (AIIB), al frente del cual Beijing ha situado a uno de sus gestores más solventes, Jin Liqun, que ya gestionó con éxito el Fondo Soberano chino y que cuenta con el savoir faire internacional para acometer una rápida expansión de la organización. Si bien en su origen fue visto como un rival directo del Banco Asiático de Desarrollo (que promueve Japón) o incluso del propio Banco Mundial, lo cierto es que el AIIB colabora ya con ambas instituciones, ha desembarcado en África y pronto lo hará en otras regiones, ya que según afirma Liqun: “la A de AIIB igual que sirve para Asia, puede servir para África o América Latina”. Sean o no un medio para ganar influencia en el escenario internacional lo cierto es que las inversiones en infraestructuras son más que necesarias en los países menos desarrollados y resultan claves para evitar que sigan creciendo las distancias entre los que tienen acceso a los nuevos recursos básicos, como la información, la energía y la salud, y aquellos que no. Bajo el prisma anteriormente expuesto por Huang, el AIIB contribuye francamente a la primera de las áreas (cooperación para el desarrollo común) y refuerza sus intereses, ya que obviamente China también se beneficia de la mejor conexión de nuevos mercados al comercio de bienes y primeras materias.
El segundo gran proyecto de China corre a cuenta del macroproyecto “Un cinturón, una camino” o One Belt, One Road, una “visión” que tiene una evidente importancia estratégica para China, ya que abre nuevos accesos al océano índico,Asia Central y, en último término, Europa, esquivando posibles bloqueos norteamericanos de la saturada ruta de transporte marítimo del estrecho de Malacca, que quedaría inmediatamente comprometida en caso de deflagración de un conflicto en el Mar de China Meridional. Es por tanto una estrategia de altos vuelos, que acerca a China al primero de sus objetivos, el de una nueva relación con los grandes poderes –que históricamente no son solo los protectores de los caminos, sino más bien los que los diseñan y los construyen.
Finalmente, y ocupando el vacío dejado por la salida de EEUU del maltrecho TPP, China ha encontrado el camino pavimentado para conseguir la firma de la Asociación Económica Integral Regional (en inglés, RCEP), la alternativa de libre comercio para la región promovida por la ASEAN –y China, entre bambalinas–, y que incluye a los países con Acuerdo de libre Comercio con ASEAN, como India o Australia, pero no a EEUU.
Tras décadas monitorizando el ascenso de China, parece que las preocupaciones se han vuelto ahora hacia el derrumbe del resto, principalmente ligadas a la crisis de la democracia liberal y sus impactos sobre el proyecto común europeo. El historiador Yuval Noah Harari hace referencia a la necesidad humana de dotarnos de narrativas comunitarias como leitmotiv común que nos orienta como sociedad hacia un destino. La religión, la nación o el interfaz de la estructura social son los precedentes más recientes de este fenómeno.Afirma Harari que el cambio de siglo estuvo presidido por la creencia –y la resistencia– a la idea de que las diversas olas de democratizaciones acabarían extendiéndose al conjunto del mundo, para traer cada vez más prosperidad a los ciudadanos. El estallido de la crisis financiera y la emergencia de economías globales de carácter autoritario cuestiona esta idea, aún más por la inminencia de una nueva revolución industrial que transforma radicalmente las prácticas sociales y la estructura productiva. En un mundo globalizado, la política, las instituciones de los estadosnación, son incapaces de dar soluciones, que serán fragmentadas, a problemas transnacionales. Ante la pérdida de fe en el futuro, la tentación de mirar hacia atrás, ser “Grande de Nuevo”.
Si bien también los países de Asia tienen una relación no menos espinosa con el pasado (basta citar los conflictos por la memoria histórica del colonialismo japonés, por ejemplo, o la retórica del siglo de humillación de China), lo cierto es que existe una narrativa compartida y en construcción, que ha llegado de la mano de la globalización y la bondad del progreso económico bajo tutela estatal. Nadie se ha beneficiado más de la globalización que Asia, y aunque con luces y sus sombras, lo cierto es que el crecimiento económico sigue siendo uno de los mecanismos más eficientes –sino el único del que hemos sido capaces de dotarnos hoy– para que cientos de millones de personas hayan salido de la pobreza en Asia, uno de los grandes hitos del pasado siglo y un logro para la narrativa de la humanidad como conjunto. Podemos pues, dibujar un escenario en el que, a grandes rasgos, EEUU se dispone a finiquitar su promoción del libre comercio y abandona cierto liderazgo “ejemplarizante” por uno de arrastre, apoyado en lo militar, y que implica un incremento del 10% del gasto de defensa, que supone un gasto superior al de las siguientes 6 potencias combinadas. El coste de este incremento no solamente se pasará a la deuda y a los recortes de prestaciones, sino que se va a intentar socializar con el resto de aliados de Washington, que deberán abonar facturas mayores por su seguridad y por la “salvaguarda” de las rutas comerciales.
La combinación de costes mayores de seguridad y de un caos creciente en la Casa Blanca, con un departamento de Estado disminuido frente a la agenda de todos los “hombres del presidente”, puede aumentar los alicientes para que los estados asiáticos retomen parte de su seguridad y busquen vertebrar finalmente una arquitectura de seguridad regional estable, que sea capaz de lidiar con el “elefante negro” en ciernes, que tarde o temprano, supondrá la unificación de la península de Corea y el reequilibrio estratégico de todo el norte de Asia o su alternativa oscura, ligada a algún exceso nuclear de Pyongyang.
Filipinas como ejemplo de país bisagra
Afirma el dicho que “en mares revueltos, ganancias para los pescadores”. El año 2016 fue en el que Filipinas recibió una inusual atención internacional debido a la elección de un nuevo presidente, Rodrigo Duterte, caracterizado por su contundencia verbal y que basó su campaña en la promesa de poner fin al narcotráfico a cualquier precio. Esta promesa se ha materializado en una campaña de violencia que ha causado la muerte de 7.000 personas en pocos meses.Al estilo de los nuevos dirigentes de la “macho-política”, la baza principal de Duterte es su expresión directa y sin filtros. Sin embargo, y a pesar de que emplea formas de outsider, que lo hacen capaz de insultar gravemente a Barack Obama y al papa Francisco ante los medios, lo cierto es que Duterte es un político veterano –con más de 30 años en política– y de una gran habilidad, que quedó de manifiesto con su gestión de los días posteriores a la sentencia del Tribunal Penal Internacional favorable a su país y contraria a China en relación a las disputas de soberanía en el Mar del Sur de China.A pesar de que la sentencia encendió las redes sociales filipinas y tuvo una repercusión internacional, los que esperaban una reacción inflamable de Duterte quedaron decepcionados por su prudente respuesta, y su mano tendida a China. Es más, en octubre realizó una visita oficial a Beijing que calificó del momento culminante de su presidencia. Su acercamiento a China es llamativo ya que desde la independencia de Filipinas de EEUU (1946), ambos países han mantenido una “relación especial” con una intensa cooperación militar. Lo cierto es que como con otros aliados asiáticos, la relación con EEUU es ambivalente, y transita entre el amor y el odio. Algunos analistas afirman que la maniobra de Duterte persigue ganar distancia y situarse en medio de ambas potencias, en un delicado juego que incluye el factor explosivo de las disputas territoriales con China. Lo cierto es que el viaje de Duterte a China sirvió para rubricar un paquete importante de ayudas financieras (entorno a 18.000 millones de dólares), encaminadas a construir infraestructuras necesarias en el país. Según manifestó el propio Duterte, “China es la única esperanza de desarrollo económico para Filipinas”. En paralelo, Duterte decretó el final de las maniobras militares conjuntas con EEUU y la salida de sus militares del país. Sea o no fidedigno, jugar al tira y afloja entre dos grandes potencias en deriva de posible colisión será un ejercicio delicado, ya que además entrarán en juego algunos sectores internos –como los militares– que verían con malestar un plegado incondicional a las posiciones de China. También es importante en tanto que posible precedente para otros países, que puedan seguir la estela filipina en busca de los incentivos chinos. Lo cierto es que bajo Duterte la política filipina ha tomado una relevancia sin precedentes, que se verá aumentada en 2017 con la presidencia filipina de la ASEAN en el 50 aniversario de su fundación.
ASEAN alcanza la cincuentena
En 2017, en el transcurso de la presidencia filipina de la organización, se cumplen cinco décadas de la formación de la Organización de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), que con periodos de más o menos empuje, ha llevado a cabo con éxito un ejercicio de integración regional especialmente efectivo en el terreno económico, diplomático y de gestión de retos transnacionales, como la prevención y lucha contra las catástrofes naturales. Con la prudencia que le otorga el ASEAN Way, la lógica no escrita que impone una no injerencia en las cuestiones domésticas, la organización se ha dotado de una carta magna y fijó para 2016 el reto de integrarse en base a tres grandes pilares (político y de seguridad, económico y sociocultural) sobre los que crear “Una visión, una identidad”. De un modo similar a otros procesos de integración regional (como la UE), la progresiva ampliación de socios ha traído nuevos retos, que en el caso del Sudeste Asiático, se ha visto influida también por la emergencia china y su creciente influencia, por ejemplo, en los conflictos del Mar de China Meridional, donde países clave como Vietnam o Filipinas mantienen contenciosos abiertos y que no ha logrado consolidar un posicionamiento común y firme frente a los avances de Beijing. Lo cierto es que ASEAN es el ejercicio más exitoso de regionalismo en la región asiática, y mediante sus geometrías paralelas (ASEAN+3, Cumbre de Asia Oriental) constituye la semilla de la tan necesaria arquitectura regional asiática. Actualmente, en su seno se negocia un Código de Conducta (CoC) en el Mar de China Meridional, que se prevé podría quedar culminado a lo largo de 2017 y será un documento clave para esclarecer los protocolos y prerrogativas que puedan evitar escaladas inintencionadas, y que cuenta con la participación activa de China. ASEAN es también el mediador necesario en potenciales conflictos futuros entre China y Estados Unidos, un rol al que por cierto la UE debería también intentar vincularse de un modo efectivo. El cincuenta aniversario de la organización será un buen momento para hacer balance y ojalá también, coger nuevas energías para conducir las reformas necesarias para abrirse más al intercambio de las sociedades civiles y a su participación en las dinámicas regionales.
¿El balón cambia de tejado?
A pesar de que los Estados Unidos no es estrictamente un país “asiático”, es sin duda una potencia del Pacífico. Es por ello que hemos considerado la elección y el curso futuro de la nueva presidencia en Washington como el factor más crítico de las actuales relaciones internacionales en Asia.Todo este escenario estará condicionado por imponderables como la duración y el apoyo a la presidencia de Trump, su composición humana –no es descartable algún sacrificio en caso de creciente de impopularidad–, o algún accidente en la península coreana o en el Mar del Sur de China.
Hablamos de Trump en primer lugar, aun cuando en octubre de 2017 asistiremos a un nuevo Congreso del Partido Comunista Chino, del que sin embargo, no se esperan grandes cambios en la dirección y más bien el dilema perece ser la amplitud de los apoyos que Xi Jinping será capaz de ganarse. Es pues la transformación –temporal o estable– de EEUU en el poder disruptivo de Asia, la que abre la puerta a China para presentarse como un factor estabilizador, lo que supone una inversión de papeles destacable.
La lectura de la acción de Trump y sus analistas es que efectivamente, el terreno más favorable a EEUU en su competencia con China es el militar, donde las diferencias entre ambas potencias son aún abismales. Al mismo tiempo, este giro priva a China de la ventaja competitiva de lidiar en el terreno moral o ejemplarizante, donde existían dobles estándares más bajos para China que para EEUU. Sin mucho margen para actuar en el terreno de los derechos políticos, es posible que China tome la delantera en el terreno de la lucha contra el cambio climático, ocupando otro de los espacios abandonados por EEUU.
Las próximas etapas de este pulso por las alianzas asiáticas seguirán al despliegue de un Sistema de Defensa de Misiles (THAAD) en suelo surcoreano como respuesta a las amenazas de Corea del Norte, al que China se opone frontalmente. De nuevo, una respuesta airada de china podría restar credibilidad a su “operación de seducción”, pero el margen seguirá siendo amplio debido a la conflictividad doméstica de la Casa Blanca y la imagen de caos político, que mina la posición de Washington en la zona y permitirá a China, y a otros muchos regímenes no democráticos, desmentir las demandas de apertura democrática en paralelo a la liberalización de la economía. En este terreno, China ha ganado un balón de oxígeno en un momento de agobio, con la ralentización del crecimiento económico y la desconfianza de sus vecinos por la actitud desafiante en el Mar de Sur de China. A pesar de los muchos retos que tienen aún por delante y del posible aumento de la tensión entre ambos es muy posible que los líderes chinos contemplen la nueva presidencia norteamericana con cierto sentimiento de Schadenfreude, el término del alemán que designa el alivio o la alegría que uno experimenta cuando ve que es otro el que está en apuros.
Notas:
1. Cabe decir que en esta solicitud los aliados asiáticos no están solos, ya que el aumento de la factura de defensa también se hizo efectivo a los aliados de la OTAN, invitándoles a alcanzar una cuota del 2% del PIB en gasto militar.
2. Arnsdorf, I.“Dole lobbied Trump’s team on Taiwan for months”, Politico, 6 de diciembre de 2016.
3. Hutchens,G.“China plays down Steve Bannon’s predictions of war with US”, The Guardian, 7 de febrero de 2017.
4. Gray, A. y Navarro, P.“Donald Trump’s Peace Through Strength Vision for the Asia-Pacific”, Foreign Policy, 7 de noviembre de 2016.
5. Xi Jinping, Discurso íntegro del presidente de la República Popular China ante el plenario del Foro de Davos, 17 de enero de 2017.
6. Huang J.:“Building on Economic Sucess: China’s Strategic Diplomacy”, en VV. AA (2016): Finding a Way Forward: Strategig Diplomacy’s Role in Northeast Asia, Global Asia, East Asia Foundation,Vol. 11, Num. 4, invierno de 2016.
Palabras clave: Asia; China; conflictos; Emergentes; Filipinas; Japón; Orden Internacional, Trump