In conversation with | De Trump a Orbán: el auge de la derecha populista en un año electoral crucial

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CONVERSACIÓN CON CAS MUDDE
Publication date: 09/2024
Author:
Blanca Garcés Mascareñas y Cas Mudde
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«En Europa Occidental la inmigración siempre ha sido el tema esencial del discurso de la extrema derecha»

Blanca Garcés Mascareñas, investigadora sénior y coordinadora de investigación, CIDOB

EN CONVERSACIÓN CON

Cas Mudde, politólogo y profesor de Relaciones Internacionales en la Escuela de Asuntos Públicos Internacionales, University of Georgia (Estados Unidos) 

Es una de las voces más autorizadas en el estudio de los populismos y los movimientos de extrema derecha, especialmente en Europa y EEUU. Mudde es politólogo, profesor de Relaciones Internacionales en la Escuela de Asuntos Públicos Internacionales de la University of Georgia (Estados Unidos) y profesor del Centro de Investigación sobre Extremismo (C-REX) de la University of Oslo. Entre sus libros destaca Populist Radical Right Parties in Europe (Cambridge University Press, 2007, ganador del premio Stein Rokkan); SYRIZA: The Failure of the Populist Promise (Palgrave Macmillan, 2017); y Populismo. Una breve introducción (con Cristóbal Rovira, Alianza Editorial, 2019, traducido a más de veinte idiomas). Su última obra es La ultraderecha hoy (Paidós, 2021), donde analiza los rasgos distintivos del renacimiento de la cuarta ola de la ultraderecha. Cas Mudde tiene su propio podcast, RADIKAAL, en el que reflexiona sobre música, política y deporte.

Blanca Garcés (BG): Es un honor para CIDOB dar la bienvenida al espacio En Conversación con CIDOB a Cas Mudde, politólogo especializado en extremismo político y populismo, con una larga trayectoria en el estudio de la democracia, los partidos políticos y, en particular, la evolución de los partidos de extrema derecha alrededor mundo. Usted ha bromeado en alguna ocasión con el hecho de que su presencia en los debates casi nunca trae buenas noticias, ya que acostumbra a implicar que los partidos radicales y de extrema derecha están ganando fuerza. Basta citar que es ya la primera fuerza en 7 de los 27 estados miembros de la UE, y que participa en coaliciones de gobierno a nivel estatal o local en más de la mitad de estos países. Permítame pues iniciar esta conversación preguntándole por la naturaleza de este fenómeno y si, como algunos señalan, estamos ante una suerte de gran ola coordinada (la que podría ser la cuarta ola de la extrema derecha) o por el contrario existen importantes diferencias y puntos de desencuentro. ¿Como ve usted la situación actual de repunte de la extrema derecha?

 Cas Mudde (CM): Antes de nada, gracias a CIDOB por la invitación. Déjeme empezar hablando de la idea de las olas de extrema derecha que, como sabe, no apela tanto a la coordinación o actuación paralela de estos partidos, sino a su relación con el sistema político, el ecosistema, en el que actúan. Y respondiendo a su pregunta, hay un matiz importante que quisiera hacer; cuando hablamos de la olas (en este caso, la cuarta desde el final de la Segunda Guerra Mundial), el elemento que las caracteriza no es tanto un rasgo propio o intrínseco que opera a nivel de los partidos de extrema derecha, sino que hace referencia a como estos operan o se relacionan con el sistema político, el ecosistema en el que se desarrollan, en este caso, con los partidos tradicionales. Y bajo este prisma, el rasgo que está definiendo esta última ola es la normalización de las narrativas y las políticas de extrema derecha, y su incorporación progresiva al espacio político central que es el que ocupan los partidos políticos mayoritarios del arco parlamentario. Con esto no quiero decir que la ola se dé en todas partes, ni con la misma intensidad; si nos fijamos en la UE, por ejemplo, encontramos casos como los de Dinamarca, los Países Bajos o incluso Suecia ‒aunque en menor medida‒ en los que la presencia de la extrema derecha es ya parte de la normalidad; sin embargo, estos conviven con los casos de Alemania o de Bélgica, donde la extrema derecha está presente pero sigue siendo mucho más marginal. 

BG: Y en su opinión, ¿a qué se deben estas diferencias? 

CM: Más allá de las diferencias que existen entre los diversos partidos y movimientos de extrema derecha o de derecha radical, diría que la más relevante no tiene tanto que ver con los partidos mismos, o con su particular ideario político, sino que el factor más determinante es la actitud que los partidos tradicionales mantienen hacia ellos; esto es lo que finalmente les permite la normalización o los relega a los márgenes. No obstante, encontramos rasgos diferenciales, como también elementos comunes. Permítame enumerar brevemente algunos de ellos: en primer lugar y en un sentido amplio, podemos afirmar que los partidos políticos de extrema derecha ven las diferencias dentro de nuestras sociedades como un fenómeno natural, incluso deseable. Son también partidos que hacen bandera de su oposición al sistema democrático liberal y el gobierno basado en la soberanía mayoritaria popular ‒que es el rasgo que identifica a la extrema derecha‒ o, aceptando que los líderes deben ser electos, están disconformes con algunos aspectos concretos de la democracia liberal, como el pluralismo, los derechos de las minorías o la separación de poderes, en cuyo caso, hablamos de derecha radical. Estos últimos no dirigen su malestar hacia el sistema democrático, sino contra algunos aspectos que les resultan incómodos o que son un obstáculo a sus objetivos. Mi impresión es que hoy son mucho más frecuentes los partidos que se declaran de derecha radical que los de extrema derecha, ya que lo más común es que, por lo menos formalmente, manifiesten su compromiso con la democracia. El problema viene con la práctica, cuando alcanzan el poder político, ya que no tardan en socavar los principios democráticos, empezando por el principio esencial de una persona-un voto y del gobierno de la mayoría, incluso con el pretexto de defender la democracia mediante sus acciones. El caso de Hungría es paradigmático; desde la llegada de Viktor Orbán y de Fidesz al poder, la celebración de elecciones libres y justas está en entredicho. Y no es el único; donde yo vivo, en EEUU, tenemos muy buenos ejemplos de cómo el Partido Republicano ha jugado las cartas de la intimidación y la supresión del voto en todo el país, también con el pretexto de salvar la democracia real.

BM: Me parece que está diferencia que establece entre derecha radical y extrema derecha es muy importante. ¿Cómo podemos trazar más claramente la línea entre ambas?

CM: A grandes rasgos, podemos afirmar que la esencia de la extrema derecha reside en dos elementos esenciales: el nativismo y el autoritarismo. Por nativismo entendemos una forma xenófoba del nacionalismo que entiende el Estado como monocultural y que, consecuentemente, desprecia cualquier expresión cultural alternativa o diferente, que es percibida como una amenaza. Para la mayoría de los partidos que definimos como de extrema derecha, como es el caso de VOX en España, Alternativa para Alemania, Demócratas de Suecia, el Bharatiya Janata Party de Narendra Modi en la India, la extrema derecha israelí ‒incluyendo aquí al Likud‒, o el Partido Republicano en EEUU, el nativismo es el elemento esencial de su mensaje político. Es cierto que este mensaje nativista es menos central, más sutil, cuanto más nos alejamos del denominado Norte Global, si, por ejemplo, hablamos de la extrema derecha latinoamericana. Esto ha llevado a algunos académicos a afirmar que líderes como Jair Bolsonaro en Brasil o José Kast en Chile no se sirven del nativismo; yo no me atrevo a afirmarlo tan claramente. Otro elemento transversal de la mayoría de estos partidos es la economía; abrumadoramente se alinean con la derecha tradicional en su apoyo el capitalismo, aunque con matices, ya que se oponen a la globalización. No por su componente capitalista, sino por el hecho de que la globalización no tiene fronteras; prefieren un capitalismo mucho más controlado y ceñido al ámbito nacional. Pero, de nuevo, existen diferencias que debemos reseñar, principalmente en torno al componente neoliberal, que es clave ‒por lo menos en el plano discursivo‒ para líderes latinoamericanos como Bolsonaro y Kast, pero que no forma parte del argumentario de partidos como Ley y Justicia de Kaczyński en Polonia, o para Fidesz de Viktor Orbán en Hungría. 

BG: ¿Y qué me dice del vínculo entre estos partidos y el populismo? ¿Podemos hablar de partidos de extrema derecha más o menos populistas?

CM: Fíjese, creo que el discurso populista no es un elemento tan central para los partidos de extrema derecha como se dice a menudo, sino que para estos partidos juega un papel divisivo y mucho más secundario. Debemos recordar que para la extrema derecha el principal adversario, el enemigo, no es tanto la élite doméstica o étnicamente similar, como el otro, el étnicamente distinto, ya sea inmigrante o perteneciente a una minoría. Otro rasgo que ha reducido el componente populista en el discurso de la extrema derecha es que progresivamente ha sido adoptado por grupos amplios de la derecha tradicional que, al normalizarlo, ha desactivado este componente. ¿Qué sentido tendría oponerse a las élites cuando algunos de estos partidos gobiernan o aspiran a gobernar sus países y las élites los acogen con los brazos abiertos? Tenemos los casos de Italia, Suecia, Dinamarca o los Países Bajos, donde la extrema derecha está, o bien gobernando, o bien en posiciones de poder gobernar junto a otros partidos tradicionales de derecha. 

BG: Ahora que tenemos más clara la distinción entre estos partidos, quisiera preguntarle por el contenido de sus discursos, por esa narrativa que afirma que es cada vez más central y que está siendo normalizada: ¿cuáles son los temas y los argumentos que utiliza la extrema derecha para movilizar a su electorado y atraer a nuevos votantes?, ¿y qué papel juega el factor migratorio en todo ello?

CM: Si focalizamos nuestra atención en Europa Occidental, no cabe duda de que la inmigración ha sido, y sigue siendo, el núcleo esencial del discurso de extrema derecha, tanto la inmigración en sí misma como la dimensión de integración. Y esto es relevante, ya que a comienzos de la década de los 2000 el debate sobre la inmigración tenía un papel menor en el debate político, porque había menos inmigración. Es por ello que a raíz del 11-S el debate sobre inmigración versaba en torno a la integración, en torno al reto de cómo integrar a los étnicamente distintos, particularmente a los musulmanes, en las sociedades en las que ya residían. No obstante, el factor migratorio volvió de nuevo a la agenda política como consecuencia de la crisis de refugiados de 2015-2016, cuando las llegadas aumentaron notablemente y la inmigración se convirtió, también, en una prioridad política en el centro y el este de Europa, donde a pesar de tener cifras muy menores de inmigrantes las llegadas a través de la ruta de los Balcanes fueron significativas. Esto situó la inmigración en el centro del debate político en países como Hungría o incluso Estonia, donde apenas llegan migrantes. En sí mismo, el debate migratorio es bastante acotado, el problema es que puede vincularse a una infinidad de cuestiones. Es lo que en los EEUU denominamos la «racialización de temas»; cualquier debate o cuestión se plantea, se observa, bajo el prisma de las diferencias raciales o étnicas; y esto es problemático. Un ejemplo paradigmático de ello es el debate sobre la violencia urbana o el crimen, que ya eran cuestiones muy racializadas incluso antes que la inmigración se situase en el centro de la agenda política. ¿Y en qué consiste este fenómeno? Pues en que cuando un crimen lo comete, por ejemplo, un musulmán, la tendencia es a ver en ello una acción más organizada, o quizá inspirada política o religiosamente. Mientras que esto no sucede cuando los mismos crímenes los cometen otros colectivos, que tienden a ser asociados con los nativos locales. En todas partes la racialización está creciendo y abarca otras cuestiones, como por ejemplo la vivienda. En las recientes elecciones en mi país, los Países Bajos, se utilizó el falso argumento de que el país pasa por una crisis de la vivienda debido a que estas acaban en manos de los refugiados y asilados, cosa que no es en absoluto cierta, pero que es un poderoso argumento para atraer a votantes sensibilizados y preocupados ante el fenómeno de la inmigración.

BG: Seguramente encontraremos también puntos en común respecto a las políticas de género, o sobre la reacción al feminismo o al cambio climático. En estas cuestiones, ¿puede haber también diferencias entre los distintos partidos, particularmente en el caso de Europa? 

CM: Hace bien en mencionar el tema del feminismo, ya que otra de las derivadas del nativismo es que, implícita o explícitamente, está vinculado al patriarcado y a la heteronormatividad. Y es que bajo el prisma nativista la nación debe estar formada por familias heteronormativas tradicionales, compuestas por un padre, una madre y unos hijos/as. Y esto hace que las políticas de igualdad de género o los derechos de los gays sean vistas como una amenaza para este tipo de familia y, en consecuencia, también para la nación. El razonamiento es el siguiente: a menos familias tradicionales, menor es el número de hijos, lo que pone en peligro los fundamentos de la familia y la supervivencia de la nación. Del mismo modo, la mujer trabajadora y que no quiere tener hijos es también una amenaza para la existencia de la nación. El nativismo se proyecta sobre muchas cuestiones, desde la vivienda a los derechos del colectivo gay o el cambio climático. Miremos de nuevo a los Países Bajos; ahí el cambio climático no es un tema prioritario, sino que es esencialmente un instrumento en manos de los partidos tradicionales para mantener el poder en las mismas manos de siempre. No obstante, tenemos ejemplos recientes de cómo el debate sobre el cambio climático puede ser aprovechado por los nativistas para amplificar su discurso, en este caso a raíz de la propuesta de bajar las emisiones de nitrógeno reduciendo el número de granjas. El argumento conspirativo de los nativistas fue que en realidad detrás de esta propuesta se escondía el objetivo de crear más espacio para la construcción de viviendas destinadas a los refugiados y los solicitantes de asilo. 

BG: Por lo tanto, podemos concluir que no solo hacen bandera de la inmigración, aunque este sea su tema estrella… 

CM: Exacto, no son partidos monotemáticos, sino que abordan un amplio abanico de cuestiones. Dado que son partidos nativistas y con un componente autoritario, su prioridad es defender lo que consideran el orden natural esencialista de las cosas, que a su modo de ver gira en torno a la familia heteronormativa. Esta visión los opone a la igualdad de género o a los derechos LGTBIQ+, cuestiones en la que compiten con los partidos tradicionales. La diferencia es que mientras la derecha tradicional cristiana se opone a estos temas sobre la base de sus valores cristianos, o cuando los conservadores interpretan que nos conducen al caos, para la extrema derecha suponen un riesgo para el que es su fin último y superior, la nación y su supervivencia. 

BG: No obstante, no todos coinciden en su posicionamiento respecto a los derechos LGTBIQ+, ¿no es así?

CM: Efectivamente, ahora iba a señalar que algunos de estos partidos de derecha radical y extrema derecha acostumbran a compartir la defensa de los derechos del colectivo LGTBIQ+ y la igualdad de género cuando estos son mayoritarios y están consolidados en la sociedad. Es el caso del norte de Europa, donde los partidos de extrema derecha muestran una actitud más tolerante y progresista que en el Este o Sur de Europa. A consecuencia de ello, estamos viendo emerger un nacionalismo feminista o incluso un homonacionalismo, en virtud del cual partidos de extrema derecha en el norte de Europa pueden posicionarse a favor de la igualdad de género o los derechos del colectivo gay –aunque no del transgénero– en virtud de un objetivo mayor, como es la oposición a la inmigración o al multiculturalismo. El argumento detrás de este gesto es que «no apoyamos la igualdad de género porque seamos feministas, sino porque estos son los valores arraigados en nuestra sociedad que está siendo cuestionados exclusivamente por colectivos foráneos –principalmente el musulmán–, pero no por nuestra población nativa local». Resulta llamativo que cuando tienen que votar a favor de estas cuestiones, pocas veces lo hacen, a no ser que el debate se enmarque en la lógica de la amenaza migratoria. Esto nos lleva a pensar que, realmente, no les importan estos valores, sino que los utilizan en su lucha contra la islamización de sus sociedades. Esto lo vemos también en muchos lugares del sur y el este de Europa, donde las políticas de igualdad de género y de los derechos del colectivo gay no cuentan con el apoyo mayoritario de la población y, por lo tanto, los partidos de extrema derecha tienen una actitud bien distinta, y mucho más confrontativa, como en Italia y en cierta medida en España.

BG: Ya que hace referencia a España, me parece que es un caso de análisis curioso, ya que –quizá coincida conmigo–, el tema de la inmigración no es el prioritario para la derecha radical de VOX, que lo aborda, pero quizá de un modo más lateral, o menos relevante que otras cuestiones, como la lucha contra la igualdad de género o los agravios territoriales. ¿Cuál es su opinión al respecto? 

CM: Sin ser un experto en el caso de España, creo que los resultados electorales de VOX se explican en buena medida por lo que justo ahora comentaba. Si no me equivoco, en las últimas elecciones su discurso pivotó más sobre temas más bien culturales, que como es bien sabido no tienen el mismo impacto sobre el electorado que las cuestiones migratorias o el tema del nacionalismo. Las cuestiones de género son menos atrayentes para los votantes que las cuestiones relativas a la identidad nacional y en este tema VOX no está solo, ya que en España tiene una mayor competencia por parte de otras formaciones de derecha, principalmente el Partido Popular (PP). Ambos partidos despliegan un discurso que es parecido, si bien el PP no lo vincula a un determinado orden natural, motivo por el cual podemos afirmar que es un discurso más conservador que nativista. Mi impresión es que si VOX mantiene su discurso actual, no debería variar significativamente sus apoyos entre el electorado. 

BG: Normalmente justificamos el auge de los partidos de extrema derecha al hecho que los partidos tradicionales han hecho suyos sus argumentos, trasladando todo el debate hacia sus posiciones. ¿Hasta qué punto comparte usted este diagnóstico, y cuál cree que es la responsabilidad de los partidos tradicionales en el actual auge de la extrema derecha?

CM: Creo que la responsabilidad es compartida, tanto por los partidos tradicionales de derechas, como por los de izquierdas. La primera prioridad para un partido político es implementar sus políticas y si para ello requiere formar alianzas o buscar los apoyos necesarios, es natural que lo haga; en el caso de los partidos conservadores de derechas, el objetivo es el mismo, siempre que esto suceda en el marco de la democracia liberal. Y es de suponer que si esto es así deberían defender este sistema a toda costa. Es lógico suponer que a la derecha le resulta mucho más fácil pactar con la extrema derecha que a los partidos tradicionales de izquierdas, con los que colisionan frontalmente en materia de igualdad de género, derechos del colectivo gay o sobre la importancia de la identidad nacional. Es por ello que tenemos muchos más ejemplos de partidos tradicionales de derecha que gobiernan o pactan con partidos de extrema derecha, cuando esto sucede en un marco de respeto a la democracia liberal. Sin embargo, la situación en la que nos encontramos ahora es que no son pocos los partidos tradicionales de derecha que están copiando los marcos de referencia de la extrema derecha en, por ejemplo, cuestiones como la inmigración, la relación con el islam o los derechos de las personas transgénero, que en virtud de ello, pasan a ser vistos como una amenaza a la identidad y la seguridad nacional. Y esto da lugar a una situación paradójica, en la que desde un marco plural surge una oposición al pluralismo, a la democracia liberal. El problema aquí radica en que si de manera oportunista adoptas el marco que fija la extrema derecha, inevitablemente tienes que adoptar también políticas que estén acordes con ello. Es decir, si hablamos de inmigración en términos de amenaza a la identidad y la seguridad nacionales, para ser consecuentes deberemos implementar después políticas que tendrán un fuerte tinte autoritario de control y vigilancia de fronteras. La consecuencia la vemos ya en un número importante de propuestas políticas de extrema derecha que están siendo implementadas por partidos tradicionales de derechas, que primero adoptaron su marco conceptual y que al haber generado ciertas expectativas en los votantes han diseñado políticas acordes con ello. El ejemplo más claro lo tenemos en Bruselas, con los casos de Frontex y de las políticas migratorias promovidas por la presidenta von der Leyen y el resto de la Comisión Europea. 

BG: Compartiendo su diagnóstico y bajo su punto de vista, ¿cuál cree usted que debería ser la estrategia de los partidos tradicionales para contrarrestar los discursos de la extrema derecha de manera efectiva y captar la atención de sus votantes? 

CM: De entrada, me gustaría recordar que en las dos últimas décadas la agenda política ha estado marcada por los partidos de extrema derecha, que han decidido los temas a debatir y, lo que es más importante, el marco genérico de los términos y el enfoque del debate. Bajo mi punto de vista, todos los partidos políticos, incluidos los tradicionales a la derecha del espectro político deberían tener una posición proactiva en las cuestiones políticas, en lugar de limitarse a reaccionar. Creo que solo si los partidos tradicionales de derechas son capaces de fijar su propia agenda serán capaces de pilotar los debates y de tener la autoridad suficiente para hablar sobre la inmigración, el crimen u otros temas en sus propios términos. Debemos señalar, no obstante, que en las últimas décadas –y creo que este es uno de los problemas fundamentales–, la política se ha desideologizado. Si volvemos la vista atrás, a la década de los noventa, ese fue el momento en que la izquierda abrazó el mercado, promoviendo la idea de «la tercera vía», que tuvo como uno de sus resultados la desaparición de diferencias notables entre los partidos de izquierda y de la derecha, principalmente en cuestiones de política económica. En clave distinta, pero de un modo similar, asistimos hoy a un nuevo acercamiento en el ámbito de los temas socioculturales, donde cualquiera puede afirmar que la inmigración es un problema y que debería ser gestionado/limitado. El discurso político es cada vez más pragmático y menos ideológico; casi nadie propone un modelo de sociedad y un set de políticas para alcanzarlo, La actitud es mucho más conformista, resignada, y parece afirmar que dado que el mundo es de una determinada manera y que poco podemos hacer para cambiarlo no tenemos más remedio que tomar determinadas decisiones. No me negará que la lógica es bien distinta. 

BG: Lo es, no hay duda. Pero esto choca con la idea de que las decisiones que proponen los gobiernos y los partidos políticos sobre determinadas cuestiones están basadas en su ideología y su programa político y que, por tanto, mantienen un cierto margen de actuación. ¿O no es así?

CM: Sí, esto sigue siendo así. Pero mi impresión es que en muchas ocasiones los decisores se escudan en la globalización o en la misma pertenencia a la UE para justificar determinadas políticas económicas. Y esto hace que el mensaje que le llega a los votantes es que no importa lo que se vote porque, de hecho ya está todo decidido previamente. Y esto genera un malestar, una frustración profunda, para la que los líderes populistas y los partidos de extrema derecha están perfectamente adaptados y que les da muy buenos resultados. Su mensaje les presenta ante los votantes desencantados como una alternativa fiable y, por encima de todo, que les empodera de nuevo, con la promesa de que, con su apoyo, cambiarán las cosas. A ello se suma que su idea de sociedad óptima es muy clara y bien definida, es el modelo de sociedad monocultural, tradicional, donde existe un liderazgo masculino y la mujer juega un papel secundario, y donde las personas heterosexuales son la norma, entre otras muchas cuestiones que ya hemos mencionado. En mi opinión, los partidos tradicionales se venden mal cuando infravaloran su capacidad de incidencia, pero incluso llegado el caso en ningún lugar está escrito que debamos permanecer en la UE a cualquier precio, o que no exista alternativa posible a la economía globalizada. No me malentienda, yo estoy a favor de las dos cuestiones; lo que creo es que si pensamos que esto es positivo para los ciudadanos, deberíamos poder explicárselo en base a lo que nos aporta, y no a lo que nos quita. En lugar de parapetarse detrás de la UE para afirmar que «al no tener alternativa, hemos tenido que tomar tal decisión» lo que se debería decir es «en relación a este tema, quizá la UE no nos aporta la mejor solución, pero en otras muchas, el paraguas de la UE nos beneficia enormemente». Como decía, hoy vemos que los socialdemócratas, los cristianodemócratas y los partidos conservadores carecen de ideología, y de una visión de una sociedad ideal hacia la que dirigirse, que sería la guía para desarrollar un programa acorde a sus objetivos ideológicos. El actual vacío ideológico es un campo fértil ideal para la extrema derecha, que se sirve de mensajes muy simples, claros y en cierto modo familiares para hacernos sentir empoderados de nuevo. 

BG: Hablemos un poco de Europa, y de los pronósticos que se han publicado acerca de las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024, y que en el momento de celebrar esta entrevista, auguran una subida notable de los partidos de extrema derecha. ¿Qué impacto cree que tendría una subida de la extrema derecha sobre cuestiones tan importantes como la ampliación de la UE, las políticas sociales, climáticas, migratorias, o incluso sobre el apoyo a Ucrania en la guerra frente a Rusia, por citar algunos? 

CM: Todo dependerá en gran medida de la correlación de fuerzas en la eurocámara y en la formación de los diferentes grupos políticos después de las elecciones. Hoy por hoy la extrema derecha está muy dividida: por un lado, tenemos el grupo Identidad y Democracia (ID), aceptado comúnmente como un grupo político de extrema derecha; y, por otro lado, los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), considerado erróneamente un grupo conservador incluso cuando 10 de los 17 grupos políticos son de extrema derecha (incluyendo a Ley y justicia de Polonia, Hermanos de Italia, VOX de España y Demócratas de Suecia). Por el momento, no parece que ambos grupos vayan a unir sus fuerzas. Al mismo tiempo, tenemos el partido Fidesz de Viktor Orbán en Hungría aún pendiente de definirse, si bien algunos rumores apuntan a que podría unirse al CRE. Si este fuera el caso, estaríamos ante 2 posibles escenarios: en el primero, CRE ganaría atractivo para aquellos partidos actualmente integrantes de ID; en el segundo, algunos partidos europeos de centro que actualmente no están cómodos en su actual grupo político, podrían considerar beneficioso unirse a otro que cuenta con Orbán, Meloni o Kaczyński ‒pienso en los casos del checo ANO de Andrej Babiš, el SMER de Robert Fitz en Eslovaquia o del SDS de Janez Janša en Eslovenia‒. Si los pronósticos se cumplen y la extrema derecha decide unir sus fuerzas podría obtener el 25% de los votos e incluso llegar a convertirse en la segunda fuerza política. De ser así, ‒que no lo creo‒, tendrían mayor capacidad de acción y podría llegar a obstruir el proyecto europeo. Mi impresión es que en estas elecciones el CRE y ID crecerán en votos y tendrán más representantes que ahora, por lo que estarán mejor posicionados para colaborar con otros partidos, pero no marcarán la agenda política. La agenda política de la próxima legislatura la marcará la facción más conservadora del Partido Popular Europeo (PPE), que incluye el PP de España ‒que ha virado significativamente a la derecha en las últimas décadas‒, el Partido Popular Austríaco y el Partido Moderado de Suecia, entre otros. Esto no es algo de por sí nuevo, ya que el PPE ha tenido un papel central en la definición de las políticas de integración europea, y de hecho aglutina un amplio espectro político, desde moderados de centro hasta la derecha más tradicional. Sin embargo, desde que Angela Merkel abandonó la CDU y el partido viró hacia la derecha, el componente más centrista del PPE se ha reducido mucho, y hoy quedan pocos partidos que encarnen el espíritu democratacristiano, al estilo de los cristianodemócratas de Luxemburgo.

BG: Y de ser así, ¿cómo cree usted que se conformarán las alianzas en la Eurocámara? ¿Qué podemos esperar? 

CM: Si lo que me pide es un pronóstico, mi apuesta es que los actuales tres partidos centrales del arco parlamentario ‒el Partido Popular Europeo, los Socialistas y Demócratas, y los liberales europeos de Renew‒ conservarán la mayoría. No obstante, también es posible que una coalición de derechas, del PPE con CRE y ID, sea la que obtenga la mayoría. En ambos casos, esto significa que el ala más conservadora del PPE tendrá el poder de decisión, cosa que les permitirá poner presión a sus aliados socialdemócratas y liberales para llevar a cabo políticas más a la derecha de lo que querrían, con el pretexto de que si no acceden a ello el PPE puede buscar nuevos socios a su derecha y aprobar leyes más conservadoras. ¿En qué áreas esto sucederá más? Pienso que en las políticas de inmigración y en el Pacto Verde Europeo, que ya han ocupado un lugar central en su campaña electoral; de hecho, el PPE ha hecho suyo el marco de acción de CRE, con una mirada muy escéptica sobre el Pacto Verde, y llegando a paralizar muchas de las medidas ‒Ursula von der Leyen lo está haciendo en su campaña para spitzenkandidat‒. Y lo mismo con las migraciones, ya que también están promocionando un acuerdo migratorio con Túnez y Egipto. En pocas palabras, espero un leve giro a la derecha en materia de inmigración ‒digo leve porque la política migratoria ya es de hecho muy conservadora‒, y creo que es previsible que el impacto negativo sea más notable en relación a las políticas ambientales y de género. Respecto a políticas más sociales, el impacto es más imprevisible, si bien sabemos que estas no son del agrado de la derecha, y que la extrema derecha no quiere que sea la UE quien tenga competencia sobre ellas, sino que queden en manos de los estados miembros. 

BG: Y respecto a la política exterior europea, ¿qué novedades o cambios podemos esperar?

CM: Creo que en el ámbito de la política exterior europea el impacto será menor, básicamente porque también el margen de maniobra es menor. No debemos olvidar que el soft power de la Unión Europea no va mucho más allá de sus vecinos próximos. Diría que en materia de Defensa, por ejemplo, existe un relativo consenso acerca de que la UE debe incrementar sus capacidades defensivas, lo que implica nuevas colaboraciones, ya sea dentro o fuera del marco de la OTAN. Este es un tema delicado para los estados miembros y que despierta escepticismo entre los partidos de extrema derecha, por lo que intuyo que será difícil lograr verdaderas medidas proactivas por parte de Bruselas. Respecto a las crisis de Ucrania y Gaza, tampoco auguro grandes cambios. En el primer caso, debemos considerar que los partidos políticos encuadrados dentro de CRE son claramente favorables a Ucrania, y si nos fijamos en el conjunto del arco parlamentario, casi no existen apoyos a las posiciones rusas. Respecto al conflicto en sí, mi opinión es que los ucranianos van a sufrir más, debido a la fatiga que genera en el exterior el propio conflicto, que ya dura más de dos años y que desincentiva a seguir prestándole apoyo. En el segundo caso, la crisis de Gaza, lo más preocupante a mi entender es la falta de influencia de la UE, que se explica por la división que existe entre los estados miembros. Es también la división lo que provoca que la UE sea un actor menor en África, en el Pacífico y en América Latina, ya que le impide actuar eficazmente. Y esto no va a cambiar en breve. Por último, y respecto a la reforma y la ampliación de la UE, muy pocos partidos de extrema derecha apoyan la ampliación; una de las contadas excepciones es Viktor Orbán, en especial la ampliación hacia los Balcanes, donde cuenta con muchos amigos, como el presidente de Serbia, que puedan apoyar sus postulados. En términos generales, no espero un cambio profundo en política exterior europea en los próximos años, creo que la lógica será similar a la actual y que seguirá habiendo dificultades para avanzar en todo aquello que implique una actitud proactiva de Bruselas. 

BG: Por último, hablemos si le parece, brevemente, del próximo ciclo electoral estadounidense. Y lo digo porque usted ha afirmado que las elecciones más importantes para Europa este año son las de noviembre de este año en EEUU. En caso de victoria de Donald Trump, ¿cuáles cree que pueden ser las consecuencias para Europa y para las relaciones transatlánticas?

CM: Creo que si Donald Trump es reelegido la primera consecuencia será que los EEUU se retirarán del mundo, es decir, abandonarán una postura activa y abierta a colaborar con el resto del mundo y en apoyo al multilateralismo, a menos que tenga un interés específico para intervenir en un determinado asunto. Trump no cree en las organizaciones multilaterales ‒como la UE, la OTAN o el Banco Mundial‒ y así lo manifestó durante su primera presidencia, como tampoco no apoya los acuerdos sobre el clima. Y por supuesto tampoco cree en Ucrania y su guerra con Rusia. Por tanto, en caso de victoria del candidato republicano lo que sucederá es que la UE tendrá que afrontar un hecho que ha ignorado desde 1945: que desde entonces ha estado viviendo bajo la protección de EEUU. Trump ya expresó su voluntad de poner fin a esta situación en su primera presidencia, por lo que la UE y sus estados miembros hubieran podido tomar medidas, pero no lo hicieron, ya que detrás vino Joe Biden, que mantiene una visión transatlántica de la vieja escuela, por lo que aquella urgencia por ganar autonomía por parte de la UE se paralizó. No obstante, nos engañaríamos si pensamos que esto es sostenible, ya que también los demócratas están virando su enfoque: su prioridad es la confrontación con China ‒lo que deja a Rusia y Europa en un lugar secundario‒ y también cambia la composición de su base electoral. También se está centrando más en el Sur Global, particularmente en África. Gane quién gane, Europa deberá enfrentar el cambio de lógica que tiene lugar en EEUU. La diferencia, claramente, es que si Trump vuelve al poder en noviembre el cambio será abrupto y la UE se encontrará sola en poco tiempo, quizá en meses, porque todo lo que hace Trump es radical. Y aunque EEUU no abandone efectivamente la OTAN, la Alianza nunca será la misma, lo que añade más incertidumbre sobre la ayuda de EEUU ante cualquier invasión de Rusia en territorio europeo.

BG: Nos dibuja un escenario en el que no hay vuelta atrás, y en el que Europa estará a sus expensas para afrontar los retos de seguridad que la aguardan. ¿Qué puede hacer la UE para acomodarse a este cambio?

CM: Considero que es urgente que la Unión Europea desarrolle un plan de acción europeo en materia de política exterior y de defensa, porque tarde o temprano tendrá que afrontar la ayuda económica y militar a Ucrania en solitario, y en condiciones de más división interna que nunca, con un nutrido grupo de países gobernados por euroescépticos. Y esta división afectará también las políticas más allá del escenario europeo, también las de alcance global. Sabemos que la UE ha sido la principal promotora en el mundo de los derechos humanos y del imperio de la ley, pero su flaqueza ha sido a la hora de la implementación, cuando la realidad es que su poder se diluye y su efectividad es muy débil. Todo recae en el soft power que, como he dicho, es muy limitado. Aunque a veces nos cueste reconocerlo, EEUU también ha llevado a cabo su particular política de promoción de los derechos humanos. Es el caso por ejemplo de América Latina, donde no hay un solo político de extrema derecha que se atreva a dar un paso hacia posiciones iliberales sin contar con el beneplácito de Washington. Si hubieran coincidido Jair Bolsonaro y Joe Biden en la presidencia, seguramente habríamos visto al líder brasileño contenido en unos ciertos límites. Por el contrario, si Trump vuelve a la Casa Blanca, estos límites desaparecerán. Y es posible que cualquier dictador que cante las virtudes de Trump tenga el beneplácito para operar a su antojo. Esto significa que el policía del mundo, con todos sus problemas, cesará en sus funciones. Con todas las críticas, que yo soy el primero en hacer, creo que la guerra de Gaza con Trump habría sido incluso peor, ya que o bien no le importaría en absoluto, o bien habría dado la indicación a Israel de actuar sin ningún tipo de cortapisa. Este es el escenario que aguarda a la UE, que deberá reforzar todas sus políticas de manera autónoma, lo que generará estrés en la Unión ya que casi siempre esto requiere más dinero, más integración y, en consecuencia, más cesión de soberanía, lo que tiene un coste político en el seno de los estados miembros. Sabemos de la lentitud de la UE en sus procesos de toma de decisión y ejecución, debido a que es una organización muy compleja, a la que le lleva mucho tiempo poder realizar avances concretos. Pero la situación lo merece. 

BG: Muchas gracias, Cas Mudde, por esta conversación tan enriquecedora e interesante. 

CM: Muchas gracias a ustedes por la invitación.

Esta entrevista es una síntesis editada de una conversación más extensa que se puede consultar en formato vídeo en el canal YouTube de CIDOB.