Angela Merkel: entre la responsabilidad moral y la reticencia al hiperliderazgo

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Publication date: 06/2019
Author:
Pol Morillas, director, CIDOB y Nadia Rodríguez, consultora, Ideograma
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El hiperliderazgo de Merkel surge de una atracción personal por el poder político y una serie de casuísticas, más o menos accidentales, que la han posicionado en lo más alto del poder nacional, europeo e internacional. Su personalidad encaja con la de una Alemania que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, mantiene una relación ambigua con el poder. Más por defecto que por voluntad propia, Alemania se ha convertido en una potencia a regañadientes, del mismo modo que Merkel ha ejercido un hiperliderazgo falto de vanidad. Su poder emana de una equiparación de su persona con el sistema, sacando partido de mecanismos como su propio partido, la CDU, para proyectar liderazgo. 

Su aparente desinterés por la grandilocuencia del poder (nunca ha sido un personaje aclamado por el público o una gran oradora) ha ido de la mano, no obstante, de un posicionamiento central en la política interna alemana. Su apodo Mutti (madre) se corresponde con su propia centralidad y la de la coalición de Gobierno entre conservadores y socialdemócratas que ha liderado en los últimos lustros. Durante el mandato de Merkel, el control del Parlamento por parte del Gobierno ha sido una constante, dejando como única oposición real a Die Linke, primero, y a Alternativa para Alemania, en la actualidad.

El refuerzo de una política consensual en Alemania ha ido acompañado de la neutralización de los discursos alternativos a la política de Merkel. Los socialdemócratas han visto cómo su cuota de poder ha disminuido a medida que la canciller se apropiaba de buena parte de su discurso político: el acercamiento a los sindicatos, la reducción de la edad de jubilación para ciertos sectores profesionales o el apoyo a jubilados. Incluso los verdes vieron cómo, en 2011 y tras el desastre de Fukushima, Merkel se convertía en la principal abanderada del movimiento antinuclear en Alemania.

La neutralización de la oposición interna ha ido acompañada de frecuentes confrontaciones con el Tribunal Constitucional, que durante la crisis del euro acusó al Gobierno de no prestar suficiente atención a la voz del Parlamento. El  Constitucional temía la erosión del sistema de pesos y contrapesos que rige la política alemana y reclamó a Merkel informar a priori de los acuerdos a los que se llegaba en los Consejos Europeos. Ella respondió que no podía desvelar su táctica negociadora en Bruselas mediante sesiones públicas en el Bundestag, consolidando su centralidad en el tablero político nacional. El mismo Constitucional, no obstante, jugó a su favor cuando se posicionó en contra de una unión de  transferencias en la zona euro y puso severas restricciones a los planes de rescate de Grecia.

En el plano europeo, y a pesar de la incomodidad con la centralidad que le otorgó la crisis del euro, para muchos Merkel se ha convertido en la canciller de Europa. Su rechazo a cualquier condonación de la deuda a los países del sur de Europa ha ido acompañado por una aplicación a ultranza de las recetas de austeridad, con el consecuente deterioro de la Europa social. Su rectitud moral protestante, aunque también cierta animadversión hacia el comportamiento irresponsable de los países del sur de Europa, la llevó a promover junto con los países acreedores aliados altas cotas de rigidez y puritanismo.

La defensa de los intereses nacionales en la UE no se ha traducido necesariamente en una pérdida de centralidad de Europa en el discurso político de Merkel -«si cae el euro, cae Europa» (Spiegel, 2014)-. Sin embargo, la voluntad de salvar el euro no ha venido acompañada de una visión estratégica bien de una gestión de crisis paso a paso, muy en la línea de su concepción de la política bajo un prisma analítico, basada en decisiones graduales y según riesgos calculados. A pesar de la centralidad del eje franco-alemán para la política europea, su hiperliderazgo por defecto se aleja de la visión grandilocuente y personalista de los presidentes franceses Nicolas Sarkozy o Emmanuel Macron.

Durante la crisis de los refugiados, Angela Merkel promovió en primera instancia una política basada en la necesidad moral de atender a los que huían de la guerra en Siria, aunque no por ello dejó de priorizar soluciones pragmáticas. El acuerdo entre la Unión Europea y Turquía acabó imponiéndose como la única solución posible ante el rechazo que generó entre los países del este de Europa el primer intento de hiperliderazgo de Merkel en la gestión de la crisis de refugiados, algo que también resultó en un aumento exponencial de la oposición interna en Alemania y, en particular, del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania.

Tanto en la crisis del euro como en la de los refugiados, Berlín renunció a promover visiones estratégicas, reforzando la sensación de ambivalencia que genera en Merkel la centralidad de su país o la suya propia. La política como gestión y no como estrategia encaja con el histórico trauma alemán hacia las grandes ideologías, algo que contrasta con la creciente centralidad de Alemania y su canciller en la escena política europea. En la mente de Merkel, sin embargo, la transformación del poder alemán debe acompañarse de una transformación del poder europeo, evitando la gestación de una Alemania superpotencia.

En el plano internacional, con la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido, muchos han situado también a Merkel como la última defensora del orden liberal. Este liderazgo, ejercido por defecto y sin bandera, contrasta con la tradicional falta de activismo alemán en la escena internacional. Merkel, pero también sus predecesores, son reacios a entender la política exterior desde una óptica intervencionista, de ahí que a menudo esto se haya traducido en un distanciamiento de los Estados Unidos. Con Obama, las relaciones se enfriaron tras el escándalo de las escuchas de los servicios de inteligencia estadounidenses, aunque Merkel tampoco fue nunca una ferviente defensora del estilo grandilocuente del mandatario americano. 

Con Rusia, y a pesar de los estrechos vínculos políticos, económicos y energéticos entre Moscú y Berlín, la política de Merkel se ha caracterizado por la cautela ante el expansionismo de Putin y su agenda anti-UE. Su nacimiento en la RDA está detrás del miedo a la asertividad de Rusia, pero también de su reticencia a la confrontación abierta. Tras la invasión de Crimea, Alemania se pronunció en defensa de la libertad, la justicia y la autodeterminación de Ucrania y en la actualidad sigue apoyando las sanciones contra Rusia; no obstante, por su dominio de la lengua rusa, Merkel es la líder europea más respetada por Putin.

La comunicación política de Merkel

Un aspecto que hace de la canciller un líder político especial es que, desde hace más de una década, la cara visible de Alemania ha sido la de una mujer. Su rostro corresponde con el de una líder seria, tímida, severa y coherente con su rigorismo prusiano. Los discursos que han modelado su relato político han sido el resultado de todas las medidas que se fraguaron como respuesta a uno de los períodos más rocosos de su carrera. Su imagen, una representación controlada e íntegramente construida en pos del grueso de una opinión pública que reclama, como mínimo, tranquilidad.

Con la agudez propia de una científica de datos, su disposición comunicativa se aleja de las florituras y excentricidades de algunos de sus homólogos europeos e internacionales. Experta en leer la epidermis social alemana, ha modificado la forma de hacer política. Con una actitud esquiva frente a cualquier conflicto ideológico que ponga en peligro su legitimidad, sabe encauzar los debates y evitar, sigilosamente, la atribución de responsabilidades. Ha demostrado desenvolverse perfectamente en la construcción y deconstrucción de la agenda building y cutting (1), siendo esta una de sus principales estrategias comunicativas. Acompasa perfectamente sus palabras a la idiosincrasia del pueblo alemán y a las exigencias internacionales sin ser exacerbada en sus formas.

Merkel consigue que algunos de los intereses nacionales permanezcan enmascarados tras el uso de una terminología precisa. En este sentido, resulta reveladora la relación que la política mantiene con la exigua frecuencia en el uso del término «poder»; un concepto que se alza como un tabú antitético respecto a la memoria histórica del país. Como contraposición, la construcción de su relato político se basa en la incorporación de la palabra «responsabilidad» (Beck, 2013), un vocablo que ha trazado la vía más afable para el correcto desarrollo de un discurso social que apacigüe al imaginario colectivo germano mientras, simultáneamente, mantiene la unidad exterior. Los autores Simon Bulmer y William Paterson (2019) atisban, frente a la ostensible crispación social que engendra en Alemania el manejo o retención del poder, lo que denominan «complejo de evasión del liderazgo»: una postura que abraza los constantes esfuerzos nacionales por colocar al país en el centro de una Europa integrada.

Esta particularidad comunicativa, que perpetra la voluntad de encabezar la ejecución y los posibles efectos colaterales de ciertas acciones de alcance global, parece obedecer a una de las partes que conforman la dualidad sociológica weberiana (Weber, 1919)(2). Su argumentario se ajusta a la interpretación convencional de la idea de la «ética de la responsabilidad», gestada sobre todo durante la crisis migratoria. No es una líder carismática ni tampoco tradicional, sino que encarna el orden y la sistematización.

La precaución, el consenso y la ética presentes en el comportamiento de la hiperlíder encuentran parcialmente origen en su infancia. La posición de su padre en la iglesia engendró una «brújula moral» que, años más tarde, ejercería una poderosa influencia sobre Angela Merkel, quien evoca la honradez propia de un pastor protestante. Su fe luterana, a la que se refiere como «un compás interior y una fuerza impulsora» impregna sus ideales humanitarios cristianos y cala hasta engendrar algunas de las acciones políticas que han marcado su mandato, como la apertura de puertas alemanas a regufiados en 2015 –pese al descalabro interno–. Es precisamente en la superposición de la moral frente a la adversidad donde la líder refleja una convicción inherente a un pensamiento dominado por la religión: la fe «le enseñó» que «nadar a contracorriente puede ser lo adecuado».

En todo caso, la influencia de la «ética del trabajo protestante» de Weber (2011) está tan presente en la economía alemana como la «moral luterana» lo está en la política de Merkel. Los contribuyentes germanos que trabajan arduamente –incluso si no son realmente protestantes– continúan rescatando el euro mientras se ven atrapados en la necesidad de ser «buenos europeos»; igual que Lutero estaba desesperado por ser «buen católico». No en vano, el tacticismo de la canciller frente a la gestión de la crisis de la deuda griega y su empecinamiento en disciplinar países acusados de «despilfarrar» (Rábago, 2012) respondieron al choque frontal entre su conciencia luterana y la idea de no recompensar el mal comportamiento de aquellos que son imprudentes con el dinero o, dicho de otro modo, irresponsables. Curiosamente, la animadversión del país al endeudamiento también se evidencia en las raíces del léxico germano. El término schuld que significa «culpa», deriva en realidad del entreveramiento entre «fallo» o «error» y «deuda». Esta doble acepción moral no es casual (Jack y Clark, 2015). Su culto al ahorro, a pesar de disponer de una balanza de pagos saneada, es el resultado del eco de una historia marcada por la hiperinflación que azotó Alemania en los años veinte, durante la República de Weimar.

La perseverancia, el sigilo, la austeridad o la rigidez propia de un constructo psicológico fraguado en el seno de una familia protestante de la Alemania Oriental, son, por tanto, los atributos que mejor definen su lento pero eficaz liderazgo moral.

Fiel al Politik der kleinen Schritte (3), Merkel ha actuado bajo la lógica de una serie de tendencias discursivas portadoras de un lenguaje político que, además, se ha articulado alrededor de expresiones analgésicas como Europäische Lösung (Solución Europea) o Stabilitätsunion (Unión de estabilidad). La abundante cantidad de locuciones latosas, un poder retórico modesto y una comunicación nada pomposa han trazado gran parte de su identidad política. Apoyada en un relato poliédrico y en ocasiones contradictorio, Merkel se basa en la racionalidad y el pragmatismo para los temas económicos y muestra un cariz mucho más emocional cuando las cuestiones situadas en el centro del debate conllevan implicaciones socioculturales de peso. «No sigan a quienes convocan concentraciones racistas. Sus corazones albergan prejuicios, frialdad e incluso odio», alertó frente al resurgimiento de movimientos xenófobos como Pegida(4). Apelar al corazón, como máxima expresión del sentimentalismo político, es la prueba irrefutable de que la canciller también traslada, ocasionalmente, su estrategia comunicativa al terreno de las emociones.

En todo caso, su política oscilante y balbuceante en la praxis ha sido percibida como una analogía de la inmovilidad, resignación o ineficacia. Tal es así, que en Alemania el apellido Merkel ha alcanzado una dimensión lingüística inesperada. Este neologismo, surgido de la desaprobación social que suscita el letargo de algunas políticas internas, es ahora una expresión coloquial que equivale a la inacción en la toma de decisiones.

En el plano de la política 2.0, su discreción se traslada a una escasa participación en la conversación digital. La presencia que exhibe en redes sociales, impersonal y sobria, dista mucho de convertirse en lo que para otros políticos ya es un caballo de batalla electoral en la construcción de nuevas narrativas políticas. Como bien señala Antoni Gutiérrez-Rubí (2012), «la sociedad digital, con las nuevas redistribuciones de poder y de relaciones, y las nuevas posibilidades de intervención gracias a una tecnología social, permite explorar nuevas posibilidades para la política de las emociones»; Merkel, en cambio, ajena a Twitter y Facebook, únicamente se muestra activa en Instagram, donde su contribución se reduce a la publicación de fotografías oficiales y contenido meramente informativo y formal, utilizando –en la mayoría de los casos– la tercera persona y rechazando así cualquier «aproximación horizontal y empática con el electorado». La construcción de su marca política escapa de los cánones clásicos actuales y se concentra en una palpable sencillez, prudencia y estética conservadora.

Este estilo moderado se ilustró en su spot electoral de 2013. En él, se dirigió a los alemanes con una única petición: cristalizar el status quo y refrenar un posible cambio gubernamental por medio de un discurso basado en una palpable retórica del miedo. «Existen momentos en los que hay mucho en juego», advirtió. Desde un punto de vista estético, el vídeo era personalista. Se conjugaba la imagen, las palabras y un único primer plano medio corto donde el sujeto, aislado del contexto de la escena, acaparaba toda la atención. El lenguaje corporal también emanaba su tan característica templanza política. Algunos planos se concentraron en los gestos ilustradores que habitualmente realiza con sus manos. Estas, que normalmente se sitúan a la altura de su cintura con las yemas de los dedos en contacto, reflejan la imperturbabilidad y el aplomo propios un liderazgo sigiloso pero responsable.

Vislumbrada la influencia que dimana del uso de la semiótica en el terreno político –capaz de crear atajos cognitivos en la transmisión de mensajes–, la expresión Merkel-Raute (5) se ha convertido en sinónimo de su  identidad política. Una muestra de ello es el cartel de 2.378 metros cuadrados que el CDU instaló en el centro de Berlín bajo el lema «El futuro de Alemania, en buenas manos». Era un llamamiento a la unión.

Lo cierto es que la continuidad político-económica del país ha sido una constante en la carrera política de la canciller. Si avanzamos en el tiempo y cotejamos la campaña del 2013 respecto a la del 2017, detectamos únicamente una pequeña alteración en el contenido discursivo de su relato electoral: en 2017 ya no había la necesidad de recurrir o invocar al temor ni a la posible turbación social inherente al cambio para detenerlo. De sus palabras no se desprendía miedo al desafío, con lo que Merkel parecía indicar que ya no competía, sino que se había convertido en una hiperlíder.

¿Un hiperliderazgo femenino?

El trinomio «Mujer, hiperlíder y política» se erige como un mantra que retrata a la perfección la figura de la canciller. Sin embargo, la naturaleza de su liderazgo se articula bajo un marco conceptual que opera a través de construcciones mayormente masculinas. Helmut Kohl, su antecesor, apadrinó y trató a la que apodaba como «la chica» (Das Madchen) con el tradicional deje paternalista con el que, según la óptica de un modelo de comportamiento dominado por la masculinidad hegemónica, se debe tratar a una mujer. Expuesta a la incesante mirada incrédula de compañeros, adversarios y otros actores políticos del panorama internacional, Merkel tuvo que reponerse frente al descrédito de quien nunca reconoció su capacidad para marcar el ritmo de la política Alemana.

La discreción –como método de impermeabilidad frente a posibles reacciones misóginas– y la consecuente cautela de sus pasos políticos se convirtieron en su estrategia habitual. Su posición de fuerza no fue motivo suficiente como para contener –sino minimizar– el impacto simbólico que entraña su pertenencia de género en un mundo en el que las mujeres sobresalen raramente en el mapa de poder global. Su código estético no emana poder y el elemento «mujer» no tiene relevancia. Quizás por ello le ha sido tan difícil interceptar el voto femenino y alzarse como una catalizadora del consenso de las mujeres (Villani-Lubelli, 2015).

La responsabilidad de género no ha sacudido ni ha exhibido al país como un referente en clave de políticas paritarias. Esta ha sido, paradójicamente, una de las asignaturas pendientes en la carrera política de la canciller. En Alemania, hoy las mujeres siguen cobrando un 21,6% menos que los hombres (6), desigualdad solo superada por Estonia y República Checa.

Esta asimetría también se ve reflejada en las cuotas de poder del hemiciclo. La presencia femenina de Angela Merkel en la cima política es, en realidad, una quimera. Actualmente, solo el 30,7% de los diputados/as del Bundestag son mujeres, siendo esta una de las cifras más bajas registradas desde el 1998. La representación que la líder ha hecho respecto a su identidad de género no ha incidido en la feminización de su posicionamiento político. 

En el plano internacional, la débil presencia de su compromiso con la cuestión de género se puso de manifiesto en la cumbre de mujeres W20 de Berlín cuando, frente a la pregunta «¿Algunas de las que están aquí se considera feminista?», Ivanka Trump y Christina Lagarde levantaron la mano, dejando en evidencia a una Merkel apática y desligada de cualquier signo de reivindicación feminista.

Un factor determinante en la explicación de su frágil compromiso con la cuestión de género reside en el exiguo papel que jugaron las manifestaciones de emancipación en la Alemania del Este; un Estado en el que la mujer detentaba altas cuotas de presencia en puestos y cargos de responsabilidad. La tasa de participación de la mujer en la fuerza laboral llegó a registrar, en 1985, el 49% de la población activa en la RDA (7). La relación que el colectivo femenino tenía con el derecho al trabajo se sustentaba, por tanto, en uno de los mejores indicadores de igualdad y participación contabilizados hasta el momento. En efecto, la lucha por los derechos, la igualdad y la emancipación de la mujer en la Alemania socialista se trataba como un asunto de carácter social que compelía a ambos géneros, huyendo de cualquier interpretación que yuxtapusiera esta pugna por la equidad laboral a la «cuestión feminista», tal y como la concebimos actualmente. El pragmatismo de la canciller está privado del clásico componente emocional y su condición femenina es, simplemente, indiferente.

A esta idiosincracia cultural se le añade el miedo a una posible debilitación política que la ha forzado, desde sus inicios, a operar dentro de las construcciones de masculinidad. Catalogada por la revista Forbes como la mujer más poderosa del mundo en 2018, «ha metabolizado perfectamente la gestión del poder masculino reproduciendo sus patrones en la gestión de la República Federal Alemana».

En conclusión, el atractivo y magnetismo de Merkel no reside tanto en su comunicación sino en el hecho de que, quizá más por accidente que voluntad propia, haya debido tomar decisiones centrales en clave política europea y enfrentarse a las inestabilidades internas que se hayan derivado de ellas. Con un marcado perfil bajo, pero una atracción clara por el poder, Merkel ha neutralizado durante muchos años la oposición interna en Alemania y se ha proyectado internacionalmente como una «canciller de hierro», en particular tras exhibir la cara más implacable de la austeridad europea en la crisis griega.  Durante la crisis de los refugiados, la Mutti alemana, caracterizada por el peso de una moral conservadora, fue capaz de volatilizar gran parte del hermetismo que configuraba su «sello distintivo», dando un giro –contra todo pronóstico– al rumbo de sus políticas y mostrando su lado más humanista al acoger, cual madre, a un millón de refugiados.

Merkel ha logrado afianzarse como una hiperlíder a pesar de no compartir con otros casos de análisis en este monográfico la idiosincrasia del fenómeno. Su liderazgo se ha sustentado en una indudable habilidad política, una ambición por el poder, un poco de astucia y una buena dosis de suerte. Movida por su disciplina, pero también por la ética de la responsabilidad y solidaridad, supo traducir en oportunidad de ascenso las muestras de desconsideración que a menudo surgen de una concepción masculinizada del poder. Aunque Merkel, con una identidad social propia de la Alemania del Este, no disfruta de las liturgias asociadas al ejercicio del poder ni se vanagloria de él. En su larga década al frente de Alemania, la canciller se ha convertido, con la discreción como su mejor aliada, en una máquina de poder atípica pero capaz de responder a la creciente centralidad de su país en la escena europea e internacional.

Notas:

1. Práctica consistente en la eliminación de un tema de la agenda y su reemplazo por otro de igual o de mayor importancia. Véase, Delle Donne (2014).

2. Conductas que responden a la «Ética de los fines últimos» o «Ética de convicción de principios » (Gesinnungsethik) con respecto a la «Ética de la responsabilidad» (Verantwortungsethik). Véase Weber (2012).

3. «Política de pasos pequeños», concepto impulsado por Willy Brandt y Egon Bars.

4. Acrónimo del movimiento político de la ultraderecha alemana originario de Dresden Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente).

5. Expresión alemana que alude a la postura de los brazos y de las manos que realiza la canciller en todas sus apariciones públicas. El gesto consiste en la unión de las yemas de los dedos recreando un rombo. Véase, Thurau (2013).

6. «Unbereinigter Gender Pay Gap nach Gebietsstand». Destatis. (2019) (en línea) https://www. destatis.de/DE/Themen/Arbeit/Verdienste/Verdienste-Verdienstunterschiede/Tabellen/ugpg-01-gebietsstand.html;jsessionid=E6EC20C22A9DE232C72671BDD79BC922.internet722

7. «Fragen und Antworten: Laben in der DDR », Panorama DDR, Verlag Zeit im Bild (1981).

 

Referencias bibliográficas:

Beck, Ulrich. German Europe. Londres: Polity Press, 2013.

Bulmer, Simon y Paterson, William E. Germany and the European Union: Europe’s reluctant hegemon? Londres: Red Globe Press, 2019.

Delle Donne, Franco. «La comunicación de Merkel. Agenda-building y agenda-cutting». Elecciones en Alemania. (21 de Agosto de 2014) (en línea) https://eleccionesenalemania.com/2014/08/21/la-comunicacion-de-merkel-agenda-building-y-agenda-cutting/

Forbes, Moria y Vuleta, Christina. «The world’s most powerful women 2018».

Forbes (4 de diciembre de 2018) (en línea) https://www.forbes.com/lists/power-women/#6ba713135a95

Gutiérrez-Rubí, Antoni. «El liderazgo de las mujeres políticas: Construyendo igualdad desde el poder». Ideograma (5 de marzo de 2012) (en línea) https://www.gutierrez-rubi.es/2012/03/05/el-liderazgo-de-las-mujeres-politicas-construyendo-igualdad-desde-el-poder/?highlight=mujer

Jack, Simon y Clark, Krissy. «La deuda en la psique de los alemanes». BBC (23 de febrero de 2015) (en línea) https://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/02/150213_alemania_deuda_psique_finde_dv

Rábago, Joaquín. «La canciller alemana, acusada de tactismo». Diario de Mallorca (25 de agosto de 2012).

Spiegel, Peter. «‘If the euro falls, Europe falls’». Financial Times (15 de mayo de 2014) (en línea) https://www.ft.com/content/b4e2e140-d9c3-11e3-920f-00144feabdc0.

Thurau, Jens. «Wahlkampf mit der “Merkel-Raute”». DW. (5 de septiembre de 2013) (en línea) https://www.dw.com/de/wahlkampf-mit-der-merkelraute/a-17067023

Villani-Lubelli, Ubaldo. Enigma #Merkel. In Europa il potere è donna. Angela Merkel. Roma: GoWare, 2015.

Weber, Max. «Politics as a vocation». Anthropological Research on the Contemporary [original, 1919] (en línea) http://anthropos-lab.net/wp/wp-content/uploads/2011/12/Weber-Politics-as-a-Vocation.pdf

Weber, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2011.

Weber, Max. El político y el científico. Madrid: Alianza, 2012.