Mención especial - Call jovenes autores | La geopolítica del desencanto

Publication date: 10/2024
Author:
Evangelia Zimianiti, licenciada en Historia y Máster de Filosofía sobre Pensamiento Político e Historia Intelectual, Cambridge University

Una de las consecuencias más claras de la guerra de Gaza ha sido la creciente animadversión que genera en el Sur Global el posicionamiento de los gobiernos occidentales, que es percibido como hipócrita y como el reflejo de que este se rige por una doble vara de medir. Desde el Sur, liderado por China, se han denunciado reiteradamente las inconsistencias de la política exterior de las potencias occidentales, en especial, de Estados Unidos, y el abismo que separa la práctica y la teoría de sus narrativas relativas al respeto del derecho internacional y al compromiso total con la defensa de los derechos humanos. Asistimos a una creciente desilusión y frustración respecto a la participación occidental en el escenario internacional que constituye una importante tendencia geopolítica que afectará la distribución del soft power en el emergente orden global multipolar.

Sin embargo, la guerra entre Israel y Hamás no es el primero –ni el único– ejemplo de la tan criticada hipocresía occidental a ojos del Sur Global. En el último cuarto de siglo, el bombardeo de Kosovo en 1999, la intervención en Libia en 2011, la invasión de Irak en 2003 o la intervención en Afganistán fueron vistos como ejemplos de un conato neoimperialista occidental. Más recientemente, la firmeza con la que Occidente apoyó a Ucrania frente a la agresión rusa confirmó, para muchos, lo profundamente arraigado de los referidos hipocresía y doble rasero, pues los países occidentales –se comentaba desde algunos en el Sur Global– apenas mueven un dedo cuando los abusos del derecho internacional y de los derechos humanos de producen en otras partes del mundo. En esta línea de pensamiento, la narrativa occidental sobre la victimización ucraniana es vista como engañosa, un arma intelectual utilizada para amañar la realidad histórica, ocultar las provocaciones occidentales y evadir toda responsabilidad mediante la apelación a la literalidad del derecho internacional, según el cual, tal como se afirmaba pomposamente, había transgredido el ataque ruso. Desde esta óptica es, por tanto, aún más frustrante el posicionamiento diametralmente opuesto que se toma en la guerra en Gaza, y eso subraya cómo de irreconciliables son las narrativas de los diferentes bloques geopolíticos existentes, que rivalizan por extender su influencia en el complejo escenario internacional.

El sentimiento de agravio aumenta ante la evidencia de que existe un criterio selectivo a la hora de responder a los abusos del derecho internacional por parte de occidente, y que esto responde a una serie de fríos cálculos políticos sobre lo que más beneficia o perjudica a unos intereses estratégicos determinados. El argumento parece plausible, si tomamos como referencia los precedentes históricos. No obstante, tampoco debemos obviar que la posición de occidente no es sencilla, ya que un exceso de interferencia puede interpretarse como neoimperialismo; y, si se opta por la tibieza, como una dejación de funciones y una indiferencia egoísta. Porque, aunque en teoría, la media dorada aristotélica puede aportar una solución en la que no cabe el error, en la práctica siempre hay desacuerdo sobre si una determinada acción ha sido excesiva o, al contrario, insuficiente. Es más, el hecho de que los críticos rara vez sean espectadores desinteresados complica aún más la cuestión de la dualidad occidental.

En el emergente y complejo sistema geopolítico multipolar, que cuestiona la supremacía estadounidense (que se quedó sin rival tras el colapso de la URSS al inicio de la década de los noventa del siglo pasado), las críticas a la dualidad occidental pueden convertirse en ataques directos contra el soft power de Washington. No es de extrañar que los medios de comunicación chinos sostengan con fervor que la aversión de Washington a presionar a Israel en relación con Gaza pone de manifiesto la fragilidad del compromiso occidental con la defensa de los derechos humanos: «Entre las vidas de civiles palestinos inocentes y los cálculos políticos de Washington, Estados Unidos y el G7 eligen sin dudar estos últimos, dando muestra de su hipocresía y su flagrante doble rasero» (Diario del Pueblo, 10 de noviembre de 2023). Similar fue la respuesta rusa, y previsible dada la situación en Ucrania. Al comentar el veto de Washington a una resolución de alto el fuego de las Naciones Unidas, el embajador ruso ante las Naciones Unidas, Vassily Nebenzia, lo describió como «una muestra más de la hipocresía y el doble rasero de nuestros homólogos estadounidenses» (Agencia Rusa de Noticias TASS, 18 de octubre de 2023).

La noción de dualidad occidental ha unido a otros países que no pertenecen al Sur Global. Son frecuentes en esos actores las declaraciones de prensa y los contenidos de los medios de comunicación que, en relación con Gaza, denuncian la hipocresía occidental. El presidente de Brasil Lula da Silva, por ejemplo, advertía que «lo que impera en el mundo de hoy es mucha hipocresía y poca política» (Agência Brasil, 26 de febrero de 2024). Aunque sin señalar explícitamente a un culpable, el contexto no dejaba lugar a dudas: el discurso se presentó solo días después de un veto de Estados Unidos contra otra resolución de alto el­ fuego de la ONU (esta vez, en febrero de 2024). Incluso países difíciles de encajar en la dicotomía Norte/Sur, como Turquía, han hecho declaraciones similares. El 26 de octubre de 2023, el presidente Recep Tayyip Erdogan manifestaba: «Quienes pontifican sobre los derechos humanos y las libertades sobre el papel han estado haciendo caso omiso del derecho a la vida de los oprimidos de Gaza». Y agregó que las potencias occidentales invocan la Declaración de los Derechos Humanos cuando les conviene, pero «la obviarán si no responde a sus objetivos»1.

Para líderes con poder que carecen de un sólido historial de defensa de los derechos humanos, cuestionar la integridad occidental ofrece la ventaja adicional de desviar la atención de los medios de comunicación sobre sus propios abusos en el plano nacional. La acusación china del doble rasero occidental desvía la cobertura mediática de las acusaciones de genocidio y crímenes contra la humanidad de Beijing en Xinjiang. Y el propio Erdogan puede obviar las denuncias relativas a la violencia política en Turquía desviando el foco de atención a la urgente crisis humanitaria en Gaza y a la bancarrota moral de Occidente, «principal responsable» de estos sucesos. Dado que el soft power depende del estatus, la reputación y el prestigio, alimentar las sospechas sobre la transparencia ética afecta negativamente la influencia occidental en el escenario internacional, abriendo espacio a otros actores. Por ejemplo, la generalizada percepción de la indiferencia de Estados Unidos ante el sufrimiento palestino en Gaza invita a actores como Turquía e, irónicamente –si tenemos en cuenta el maltrato de las minorías musulmanas en el país–, a China, a presentarse como defensores del mundo musulmán.

Por último, pero no menos importante, cabe constatar que el desencanto ante las narrativas occidentales acerca del derecho internacional y los derechos humanos ha llegado al propio Occidente. Su fragmentación en torno a la cuestión de Gaza se ha hecho evidente y es ejemplo de ello la diferencia en la orientación del voto entre Estados Unidos, Reino Unido y Francia (los tres, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas) ante las resoluciones propuestas para un alto el fuego en Gaza. En tres ocasiones distintas, Estados Unidos votó en contra (y utilizó su poder de veto), el Reino Unido se abstuvo y Francia votó a favor. Más evidente aún es la brecha entre el liderazgo político y la opinión pública, que se expresa mediante protestas, encuestas y publicaciones en las redes sociales. De hecho, la cada vez más fragmentada esfera pública occidental, con sus voces contrapuestas y cada vez más abocadas al conflicto, desafía el relato presentado de la supuesta unidad que caracteriza a Occidente. Del mismo modo, esto refuerza la idea de que nociones generalistas como Occidente o Norte/Sur Global no reflejan con precisión las complejidades del orden geopolítico, e ignoran la pluralidad de voces que conforma la esfera pública.

En general, el argumento de que las narrativas occidentales del derecho internacional y los derechos humanos son meras declaraciones ‒empleadas a discreción como y cuando conviene para consolidar el poder y ejercer influencia en todo el planeta‒ se ha convertido en un factor unificador de gran parte del mundo en contra Occidente. La guerra de Gaza ha acelerado esta sensación de desengaño compartido que vincula a los países del Sur Global, obviando muchas de las diferencias que de otro modo los diferencian. De hecho, la frustración en la escena internacional trasciende la dicotomía Norte/Sur, incluyendo a potencias medias y a los autoproclamados actores independientes, dando lugar a expresiones como «Occidente contra el resto». El desencanto generalizado obstaculiza el soft power del principal actor occidental, Estados Unidos y, de este modo, deja espacio a otros actores, que incrementan su influencia. Por último, la fragmentación dentro de Occidente está desgarrando su supuesta unidad, volviéndolo contra sí mismo y confrontando el patrón discursivo expuesto que él mismo había fomentado.

Nota:

1- El discurso de Erdogan puede consultarse en Global News con subtítulos en inglés: «Turkey's Erdogan says West ignoring human rights in Gaza because it's "Muslim blood" being spilled», (en línea) https://www.youtube.com/watch?v=YMP6n1rUWuI.