Serbia mira al futuro, ¿y Europa?

Nota Internacional CIDOB 212
Data de publicació: 02/2019
Autor:
Pol Bargués-Pedreny, investigador, CIDOB y Jordi Cumplido, historiador y periodista
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A mediados de agosto de 2018, los presidentes de Serbia y Kosovo lanzaron la idea de afrontar una corrección de fronteras que pudiera aportar una solución beneficiosa para las dos partes. Una idea tan insólita como arriesgada, que ha congregado tanto duras críticas como entusiastas admiradores. Desde entonces, Aleksandar Vučić ha ido alternando la negociación con la retórica y los golpes de efecto políticos, mientras la población serbia muestra en las calles, cada vez con más insistencia, su descontento con el Gobierno y con los niveles de corrupción en el país. ¿Podría un futuro acuerdo con Kosovo convertirse en la clave de la última transformación política del presidente serbio?

Durante la primera semana de septiembre de 2018, en medio de tensiones políticas, Aleksandar Vučić se desplazó a Mitrovica del norte, población de mayoría serbia en Kosovo, donde pronunció un discurso tan alegórico como claro y contundente, que se interpretó como su anuncio de abandono del nacionalismo excluyente y belicista para encauzar a Serbia hacia una resolución pragmática de la cuestión nacional. Las palabras del presidente, encaminadas a reconducir las relaciones con Kosovo y acercar a Serbia un tramo más hacia la Unión Europea (UE), adquirieron una carga simbólica, especialmente en contraste con el discurso que pronunció Slobodan Milošević, en 1989, en ese mismo lugar. Sus palabras sirvieron entonces para transformar el comunismo de la Serbia de Ivan Stambolić en un nacionalismo agresivo, aspirante a la Gran Serbia, que fue uno de los detonantes de los conflictos de Yugoslavia. En cambio, el discurso de Vučić de 2018 puede representar otro giro en la historia que no debería pasar desapercibido, ni ser ignorado o menospreciado, por la Unión Europea.

La realidad política en los Balcanes occidentales está, de nuevo, agitada. Los primeros ministros de Grecia y Macedonia –Alexis Tsipras y Zoran Zaev, respectivamente– han conseguido un acuerdo para cerrar el largo conflicto sobre el nombre oficial de la antigua república yugoslava, que pasa a llamarse “República de Macedonia del Norte”. El objetivo era diferenciarlo de la región griega homónima y reducir el temor griego a reclamaciones irrendentistas en un futuro. A pesar de que el referéndum del 30 de septiembre en Macedonia fue un fracaso de participación (menos de un 37%), el Parlamento macedonio aprobó a mediados de octubre el cambio de nombre y los griegos también han cumplido con su parte. Las elecciones bosnias del verano pasado también dieron que hablar. Para sorpresa de muchos, el candidato vencedor, el bosnio-croata Željko Komšić, que derrotó al radical Dragan Covic, partidario de la separación de bosnio-croatas y bosniacos, ha demostrado su voluntad de defender los intereses bosnios y no los de Croacia. Komšić advirtió que podría emprender acciones legales contra Croacia delante del Tribunal Internacional del Derecho del Mar por el polémico puente Peljesac. (1) Curiosamente, fue el presidente serbobosnio, Milorad Dodik, quien se erigió en defensor de los derechos de Zagreb asegurando que vetaría las acciones legales de Bosnia contra Croacia.

La presencia mediática de los Balcanes ha empezado a transformarse. Junto a las efemérides de batallas sangrientas o vaticinios de un repunte del nacionalismo y del riesgo de un nuevo conflicto étnico, ahora también destacan propuestas originales, giros constructivos, negociaciones fructuosas y discursos históricos. Conflictos que parecían enquistados están evolucionando (aunque ello no siempre signifique que se estén resolviendo), con giros sorprendentes. Conviene afilar el análisis y evitar la fácil conclusión de que la historia necesariamente se repite en un ciclo eterno de crueldad, pesimismo y guerra, como la crónica trágica que narró brillantemente Ivo Andrich en Un puente sobre el Drina y que tantas veces ha servido a comentaristas y políticos para legitimar la visión de que no hay solución para los Balcanes. Quizás el discurso de Vucic pasó desapercibido para la audiencia europea pero construye un nuevo imaginario en las futuras relaciones entre Kosovo y Serbia. 

Cualquier movimiento en los Balcanes es importante para la UE, aunque lo interprete  en clave de su propia ampliación. Durante décadas, las nuevas adhesiones al proyecto comunitario se percibieron como una oportunidad para reformar las instituciones y la gobernanza de los futuros estados miembros, con el objetivo de mejorar su situación socio-económica y ampliar el mercado común. Sin embargo, el entusiasmo por la incorporación de nuevos socios decayó precipitadamente en los últimos años, especialmente desde la adhesión de Bulgaria y Rumanía (2007) y Croacia (2013) y coincidiendo con la crisis económica. La consolidación de partidos conservadores en el poder en una mayoría de estados miembros y el crecimiento de fuerzas de ultraderecha y populistas han puesto énfasis en el cierre de fronteras y cuestionado el sentido de nuevas ampliaciones hacia Europa del Este. Las críticas al proyecto de la UE también se han acentuado, en parte debido a la gestión de la crisis de los refugiados en el Mediterráneo o de la depresión griega. Menos mediática, aunque no menos perjudicial para la proyección de la UE en los Balcanes, está siendo la desilusión de los croatas un lustro después de haberse convertido en estado miembro: muchos jóvenes han abandonado el país, los pueblos envejecen, las industrias del interior cierran y las comunidades costeras viven desestabilizadas por el turismo de sol y playa que visita Dubrovnik y las islas del mar Adriático.  

Después de que las negociaciones para la adhesión de Turquía se hayan enfriado, los Balcanes occidentales (Albania, Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Macedonia, Montenegro y Serbia) pasan a ser prioritarios para la expansión de la UE. Si durante los años noventa, la falta de una respuesta europea conjunta ante los conflictos en la antigua Yugoslavia acabó motivando una mayor integración en favor de una acción exterior de la UE, política y militar, ahora que los Balcanes vuelven a un primer plano también es importante el desarrollo de una estrategia común. Especialmente teniendo en cuenta que la Estrategia Global de la Unión Europea, aprobada en 2016, reconoce que “un proceso de adhesión creíble fundamentado en una estricta y justa condicionalidad es vital para mejorar la capacidad de recuperación de países en los Balcanes occidentales”. Esta es la línea que marcaba en septiembre de 2017, durante el discurso del Estado de la Unión, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, cuando instó al Parlamento Europeo a priorizar los países de la antigua Yugoslavia y acelerar su integración, así como a eliminar las fronteras internas abriendo el espacio Schengen a Bulgaria y Rumanía. Sin embargo, un año más tarde, el discurso de Juncker ya se había vuelto suspicaz. En el debate sobre el Estado de la Unión de 2018, cuando el presidente de la Comisión habló de los Balcanes, solo mencionó la necesidad de encontrar consenso en políticas migratorias, pero no hizo referencia alguna a la integración. Sin embargo, advirtió de un riesgo: “si la UE no se une para moldear el destino de los Balcanes occidentales, otros aparecerán y lo harán en nuestro lugar”. Juncker mostró las orejas del lobo de la presencia rusa y china en los Balcanes, pero el consenso en el Parlamento sigue escaso y nadie quiere dar un paso al frente. 

De Milošević a Vučić: pragmatismo y catarsis colectiva

Si el discurso de Slobodan Milošević en Gazimestan (Kosovo), el 28 de junio de 1989, representó la transformación del yugoslavismo titista en el nacionalismo que dio paso a una década de conflictos, el mitin de Vučić en Kosovo, casi treinta años después, supone la culminación de la catarsis colectiva serbia y su transformación del nacionalismo belicista al pragmatismo y la estabilidad. Con independencia de lo que pueda haber de realidad o de maquillaje en las palabras pronunciadas por el presidente serbio, el discurso de Vučić persigue, sobre todo, la integración de Serbia en la UE.

En contraste con Milošević, ante quien se agolpaban eufóricos 100.000 nacionalistas serbios con iconos religiosos y parafernalia patriótica cantando canciones de guerra, la audiencia de  Vučić no exhibió simbología religiosa: sólo banderas serbias y de los mineros de la región. El discurso, de 40 minutos, estuvo bien estructurado, con una retórica populista atrayente y una combinación de épica y realismo, de apelación a las emociones y a la razón. Cinco minutos bastaron para fulminar el mito de la nación celestial serbia, que dio fuerza al chovinismo belicista de la era Milošević. Según el poema épico extendido durante el romanticismo serbio, la fundación de la nación se sitúa en la derrota de la batalla de Kosovo de 1389. El arcángel Elías visitó al jefe de las tropas serbias en los campos de Kosovo Polje la víspera de la contienda, dándole a escoger entre la victoria y la conservación del territorio o la derrota y la conquista del Cielo. El príncipe Lazar escogió la derrota y, a través de su muerte, ascendió a los cielos donde reside la nación serbia como pueblo escogido, esperando redimir sus territorios perdidos. Mucha de la épica belicista de los años noventa emana de esa leyenda: el mito de la Serbia celestial.

Lejos de invocar el mito para dar sentido al presente, Vučić recurrió a metáforas para defender una negociación pacífica con Kosovo y romper con los fantasmas del pasado: “Mi preocupación es lo que hay ahora en este Kosovo y en esta Serbia, y no en aquella Serbia celestial, porque de ahí ya caímos muchas veces y nos hicimos verdadero daño; nos sangra la cabeza, tenemos las manos rotas y yo ya no tengo a nadie más para mandar allá al cielo”. Vučić hizo hincapié en su defensa de la vida y los derechos de los serbios de Kosovo, lo cual le llevó a dar un segundo giro a la historia. 

En 1987, dos años antes del discurso de Gazimestan, Ivan Stambolić había mandado a un burócrata del partido comunista apodado Slobo a apaciguar los ánimos en el avispero kosovar, y fue allí, delante de serbios que se quejaban del maltrato de la policía albanesa, cuando Milošević decidió aprovechar la oportunidad y alimentar el nacionalismo que después le catapultaría hacia el poder con una frase: “Nadie tiene derecho a pegaros”. Vučić, en cambio, optó por desactivarlo: “Por eso no quiero canciones de guerra, ni arengas, ni prometeros armas y munición, aunque tiene que quedar claro que no voy a permitir que nadie utilice armas y munición contra vosotros”. Durante el discurso, insistió en la necesidad de lograr un “compromiso” con los albaneses y así aprender de los errores del pasado. “Milošević fue un gran líder con buenas intenciones, pero con malos resultados, porque los deseos no eran reales y subestimamos a los demás”. “Por eso lo importante ya no es de dónde venimos, sino adónde vamos”, concluyó el presidente serbio en uno de los momentos del acto que más recelos despertó entre sus vecinos y en Bruselas. Dos días después del discurso, el viceprimer ministro kosovar Enver Hoxhaj declaró que Kosovo esperaba llegar a un acuerdo antes de la primavera, aunque admitió “no fiarse” de Vučić. En Serbia, los ultranacionalistas lo vieron como un discurso vacío, lleno de pesimismo, que abandonaba a los serbokosovares a su suerte; la prensa internacional lo interpretó como un ensalzamiento de la figura de Milošević, que rescataba viejos y peligrosos fantasmas en los Balcanes.

Vučić no quiso transmitir la idea de que esté dispuesto a reconocer la independencia de Kosovo para que Serbia pueda entrar en Europa –esta es la obsesión del nacionalismo serbio y ningún político quiere ser recordado como aquél que “perdió” Kosovo–. La estrategia discursiva consistió en astutamente intentar “ganar” Kosovo y Europa y se refirió a sí mismo como un mesías que asume la responsabilidad del momento: “Quien diga que quiero cambiar las fronteras, miente. Quiero conquistar los derechos que os pertenecen, y si para eso tengo que llegar a un compromiso con los albaneses, lo haré, las veces que haga falta, porque sin eso no hay paz”. 

Auge y consolidación de Vučić

El discurso del presidente serbio en Kosovo adquiere significación cuando se tiene en cuenta su trayectoria ultranacionalista. Vučić fue una figura de primera línea en los años más duros del régimen de Milošević ―llegó a ocupar la cartera de Información en 1998― y su mentor político fue el líder radical Vojislav Šešelj, encarcelado durante once años en La Haya. En 2007 Vučić encabezó una multitud de radicales que se concentró en el bulevar Zoran Djindjić, en Belgrado, para cambiar el nombre de esta avenida (que recuerda al primer ministro liberal asesinado a tiros por paramilitares de ultraderecha en 2003) por el de “Bulevar Ratko Mladić”, en homenaje al líder nacionalista serbobosnio juzgado en La Haya por crímenes de guerra. En 2008, cuando Kosovo proclamaba su independencia de Serbia, Vučić organizó por sorpresa ―junto al número dos de la formación, Tomislav Nikolić― una escisión de la extrema derecha y creó el Partido Progresista Serbio. Lideró así la ruptura del extremista Partido Radical Serbio, una organización nacida durante la efervescencia patriótica de principios de los noventa, coincidiendo con el estallido de las guerras de secesión yugoslavas. En pocos años, el nuevo partido vació las filas del Partido Radical Serbio y se convirtió en la primera fuerza del país. Hoy gobiernan en coalición, y su líder, Vučić, arrasó en las últimas presidenciales.

¿Dónde reside la clave del éxito del presidente serbio? Su indiscutible carisma y la ausencia de una oposición fuerte y unida pueden explicarlo en parte, pero lo fundamental es haber articulado un proyecto que ofrece una alternativa a una población agotada tras dos décadas de post-conflicto y crisis nacional, política y económica. Frente a eso, los serbios decidieron abrazar la propuesta integradora de Vučić, que incluía a los europeístas y a los patrióticos, a los progresistas y a los conservadores, en un solo eje que actúa bajo el mantra del progreso económico y la integración europea como punto de llegada inevitable.

El programa de Vučić ofrecía seguridad y autoestima a Serbia, que entraba en el siglo XXI en plena crisis social y económica, vilipendiada por la opinión pública internacional. Hoy, su líder se codea con la élite europea ―Angela Merkel ha elogiado el progreso del país en Bruselas―, sigue fortaleciendo lazos con Vladimir Putin y cosecha aliados entre actores internacionales como el turco Recep Tayip Erdogan o con el gobierno chino. En ese proceso de volver a poner a Serbia en el mapa mundial, Vučić ha tenido que asumir el mayor reto de la última década: dar respuesta a las exigencias de Bruselas de resolver la enquistada situación de Kosovo. Hasta ahora la población serbia ha apoyado en líneas generales las negociaciones en Bruselas entre  Vučić y el presidente de Kosovo, Hashim Thaçi. Pero el escenario se ha complicado en los últimos meses con reiteradas y multitudinarias protestas contra la corrupción gubernamental y la violencia política en Serbia. Entre tanta fragilidad, la clave del futuro serbio residirá en la determinación de la UE. 

Desconfianza europea

En la Unión Europea subyace un histórico recelo respecto a Serbia que aún determina su interpretación de los últimos acontecimientos. Analistas y políticos comunitarios desconfían de los movimientos de Vučić y piensan igual que el poeta serbio Đura Jakšić, quien escribió que nunca había visto a un serbio mirar hacia el futuro. Una parte importante de los medios más influyentes en Europa siguen viendo al presidente serbio como un autócrata con piel de cordero y sus políticas como la expresión más cruda del populismo de Viktor Orbán. Especialmente reacia se muestra Alemania. Sólo cuatro días después del discurso, la canciller Merkel rechazó de lleno la idea de un ajuste de fronteras: “La integridad territorial de los estados de los Balcanes es inviolable”. Unos días más tarde, su ministro de Asuntos Exteriores, Heiko Maas, reconoció que Alemania era “escéptica” respecto al cambio fronterizo, aceptando que había “miedo a un efecto dominó”.

La Comisión Europea parece más abierta a explorar fórmulas de pactos y es consciente de la necesidad de actuar, aunque siga dubitativa. En una comparecencia ante el Parlamento austríaco el 5 de octubre pasado, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, alertó de “una posible nueva guerra en los Balcanes si estos estados no ven que la UE les ofrece seriamente una futura membresía”. Así, propuso la creación de “un espacio económico donde podrían comportarse como lo harán cuando sean estados miembros”. Pero enseguida añadió que “el camino es aún largo” y los progresos son todavía “insuficientes” y no permiten considerar la adhesión de Serbia y Montenegro “antes de 2025”.

Un discurso, ciertamente, no basta por sí solo para cambiar el curso de los hechos y los peligros de involución son muchos. Serbia sigue siendo un país azotado por un nacionalismo arraigado y con una extrema derecha intransigente. Su crisis de identidad nacional –no sabe si mirar a Europa o a Rusia– le ha impedido resolver la cuestión de Kosovo tras veinte años de post-conflicto. Y, sin embargo, asistimos a una evolución. A pesar de que Kosovo sigue siendo la “amputación sin anestesia” para los más nacionalistas, la opinión pública serbia da muestras de estar agotada y de ir aceptando la posibilidad de acabar pactando un acuerdo. Según una encuesta de noviembre 2018, cuatro de cada cinco serbios (el 79%) apoyan las conversaciones en curso aunque tres de cada cuatro (el 76%) no estarían de acuerdo con reconocer la independencia de Kosovo a cambio de pertenecer a la UE.

Puede que esta propuesta concreta de ajuste de fronteras nunca consiga un apoyo mayoritario en los parlamentos serbio y kosovar. Pero conviene subrayar que estamos ante un momento de cambio en los Balcanes occidentales, con voluntad de buscar nuevas fórmulas políticas que pueden servir para cooperar y superar los conflictos – a pesar de que todavía existan tensiones diplomáticas entre estados–.

La adhesión a la Unión Europea sigue siendo el objetivo prioritario admitido por el Gobierno de Belgrado y secundado por la mayoría de la población, pero existen otras fuerzas que pueden seducir a Serbia, como advirtió Juncker hace unos meses. Quizá los líderes serbios sólo estén jugando a múltiples bandos, actuando con pragmatismo y sutil diplomacia como hizo la Yugoslavia de Tito durante la Guerra Fría manteniéndose neutral en medio del telón de acero. Pero la oferta de integración a la UE debe seguir siendo real y consistente porque de ello depende un posible acuerdo con Kosovo. Serbia solo querrá seguir con sus reformas y progresar en la línea que esperan los europeos si la futura adhesión al proyecto comunitario es real, si la UE mira a los eslavos del sur. No sólo Belgrado, también la ensimismada Bruselas debe mirar hacia su futuro.

Nota:

(1) El puente Peljesac es un puente proyectado por Croacia para unir las dos partes del país por carretera y evitar cruzar por Bosnia. El gobierno de Bosnia argumenta: 1) el puente no dejará acceder barcos grandes hasta su salida al mar, y 2) el puente incumple el Derecho Internacional Marítimo ya que Croacia y Bosnia nunca han establecido una frontera marítima. El 30 de julio empezó la construcción, y ya entonces Željko Komšić protestó: “Croacia viola la integridad territorial de Bosnia y su soberanía”.

Palabras ClaveSerbia, Kosovo, Balcanes occidentales, fronteras, UE, Aleksandar Vučić, Hashim Thaçi

* This article has been written under the auspices of the European project EU-LISTCO, which is funded by the European Union’s Horizon 2020 research and innovation programme under grant agreement number 769886.

 

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012