Reseñas de libros. Democracias liberales: una historia de vulnerabilidad y búsqueda permanente de seguridad

Revista CIDOB d'Afers Internacionals, nº. 134
Data de publicació: 09/2023
Autor:
Robert Kissack
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 Robert Kissack, profesor agregado y jefe de estudios, Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI)

Reseña de libro:  Ikenberry, G. John. A world safe for democracy: liberal internationalism and the crises of global order. Yale University Press, 2020, 408 págs.

Hay dos formas de leer la obra A world safe for democracy: liberal internationalism and the crises of global order, de G. John Ikenberry: como un análisis exhaustivo de las amenazas –interconectadas y que se refuerzan entre sí– que afectan en la actualidad al orden multilateral posterior a 1945 liderado por Estados Unidos, o como la evolución del pensamiento del autor sobre el liberalismo, el orden internacional y el cambio sistémico a lo largo de las dos décadas transcurridas desde que se publicara su obra anterior After victory (2001). Ikenberry formula la pregunta de qué es el internacionalismo liberal y cómo este ha repercutido en las relaciones internacionales modernas, y qué futuro tiene (p. 6). Quienes lean por primera vez a este autor apreciarán el análisis que realiza de las diferencias existentes entre el liberalismo wilsoniano y el rooseveltiano y su contribución a la comprensión de la crisis actual, mientras que quienes conozcan bien su obra observarán cómo Ikenberry reconcilia la futura relevancia del internacionalismo liberal con sus lazos históricos con el imperio, el colonialismo y el racismo, temas tan centrales en la crítica reciente. En el libro se utilizan tres aproximaciones analíticas: a) una perspectiva histórica del proyecto liberal que empezó hace 200 años; b) se presta atención a las democracias liberales como un régimen-tipo y a su vulnerabilidad colectiva, como también a sus intentos por establecer una comunidad de seguridad mutua; y c)  pone el foco en el liderazgo político que ejercen las potencias hegemónicas del orden liberal durante este período.

La perspectiva histórica genera dos ideas clave: en primer lugar, Ikenberry formula el internacionalismo liberal como un proyecto continuo que fortalece las capacidades e instituciones colectivas y protege a las sociedades modernas de sí mismas, de otros actores y de las violentas tormentas de la modernidad (p. 12), aportando ideas «para afrontar las consecuencias de la modernidad» (p. 288). Los riesgos pueden provenir del aumento de la interdependencia y la necesidad de soluciones colectivas, o del lado oscuro de la modernidad, como se puso de manifiesto en las potencias del eje de la Segunda Guerra Mundial; o más aún, en las teorías colonialistas y darwinianas del siglo xix acerca de la jerarquía entre civilizaciones, que también recurrieron a las ideas inherentes a la modernidad, lo que significa que algunos actores defensores del internacionalismo liberal también han fomentado el racismo, el imperio y el imperialismo y, por tanto, «lo han colocado junto a fuerzas y agendas que pretenden mover el mundo en otras direcciones» (p. 8). Un ejemplo (entre muchos) fue la postura británica frente a la creación de la Liga de las Naciones que, como estructura de gobernanza, fue considerada más como una forma de aumentar la legitimidad del imperio que como un vehículo de explotación. El autor trae la discusión a la época contemporánea, y pregunta «si la complicidad del liberalismo con el imperio es inherente o contingente» (p. 218) y discute las críticas realistas existentes de que el liberalismo mantiene, hasta nuestros días, su naturaleza intervencionista; reconociendo que esto es posible por la distinción que se hace entre liberalismo ofensivo y defensivo, recomendando al respecto una mayor cautela en el futuro.

El segundo argumento clave basado en este análisis es que las democracias liberales presentan vulnerabilidades, de procedencia interna y externa, de las que se deben cuidar constantemente. En contraste con la progresiva constitucionalización del orden internacional que caracterizaba la obra anterior del autor, en la presente se destaca la delicada fragilidad de los estados liberales. Las crisis actuales, por lo tanto, no son ni excepcionales ni necesariamente terminales, sino cíclicas en el sentido de que las democracias liberales han sufrido amenazas existenciales a lo largo de su historia.

Aunque se ha discutido mucho sobre la desaparición del orden liberal internacional, Ikenberry se centra en el internacionalismo liberal, que no es un fin en sí mismo sino un medio para lograr una «comunidad integral en materia de seguridad» (p. 258) que «haga del mundo un lugar seguro para la democracia» (p. 287). Debido a la apertura de sus sociedades y la interdependencia de estas, «las democracias liberales únicamente pueden estar seguras permaneciendo juntas, no por separado» (p. 287), y esta vulnerabilidad compartida distingue los insiders de los outsiders, define las ventajas de ser miembro del club, así como la disposición a aceptar los costos impuestos por el reconocimiento de la hegemonía estadounidense. El enfoque en la política doméstica aporta una considerable capacidad explicativa al libro, que sostiene que en el internacionalismo liberal participan muchos actores y fuerzas diferentes que lo impulsan con diversos grados de complementariedad. Además, el texto ofrece un diagnóstico muy claro de la crisis actual, afirmando que, al terminar la Guerra Fría, los outsiders se convirtieron en insiders y la coalición posterior a 1945 se ha fragmentado. Los cimientos políticos y el propósito social del internacionalismo liberal de los últimos 70 años se han visto menoscabados por el propio éxito de esta doctrina. Ikenberry retrata las instituciones multilaterales creadas después de 1945 como «menos parecidas a una comunidad en materia de seguridad y más parecidas a una plataforma de normas e instituciones que favorecen las transacciones capitalistas» (p. 275), y se pregunta sin rodeos «en qué beneficia a la ciudadanía de las democracias occidentales el institucionalismo liberal» (p. 278), cuando se trata de «un orden que parece ser no ya tanto un club como un servicio público» (p. 284). Una solución obligada es restablecer el propósito social del internacionalismo liberal y proteger a las sociedades frente a las crisis del sistema económico mundial.

La última aproximación se centra en los presidentes estadounidenses Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt, así como en varias figuras británicas del ámbito político, intelectual y diplomático del siglo xix que participaron en la creación de la Liga de las Naciones y las Naciones Unidas, a fin de comprender mejor el hecho de que las conflictivas ideas liberales se transnacionalizaron, se internacionalizaron y se sopesaron con los intereses nacionales. Este enfoque plantea el marco en el que debe considerarse el proyecto del internacionalismo liberal, y diversas ideas para seguir adelante. Comparando las democracias liberales con huevos, Ikenberry afirma que «la construcción del orden liberal es básicamente un proyecto para construir hueveras» (p. 308). De este modo se contextualizan las crisis actuales, que no serían terremotos que erosionan los cimientos de un monolito, sino una parte de la carretera especialmente accidentada que debemos recorrer. Para persistir, el internacionalismo liberal debe descubrir de nuevo un propósito social que resulte útil a las democracias de todo el mundo, y ofrecer a la vez un marco para que los estados soberanos resuelvan los problemas de la modernidad. 

Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 134, p. 149-151
Cuatrimestral (mayo-septiembre 2023)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X