Populismo made in UE
Hace años que el populismo se sienta a la mesa de los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión, se alimenta de fondos comunitarios y ha convertido el Parlamento Europeo en la gran plataforma mediática de proyección de la retórica euroescéptica. El populismo europeo no habría podido llegar a las cotas de representación e influencia que detenta en estos momentos sin el dinero ni los instrumentos políticos que le ofrece esta Unión Europea que quiere destruir.
El acceso a fondos europeos es clave para entender la gestación y auge de las fuerzas populistas euroescépticas. Sólo en 2016, el Movimiento por la Europa de las Naciones y la Libertad (MENL), liderado por el Frente Nacional de Marine Le Pen, recibió 1,55 millones de euros como parte de las subvenciones anuales del Parlamento Europeo destinadas a cubrir hasta el 85% de los gastos vinculados a la agenda política europea de las fuerzas de la UE. Otro grupo de la Eurocámara, la Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD por sus siglas en inglés), liderado por el partido euroescéptico británico UKIP, recibió 1,4 millones de euros. Aunque estas aportaciones solo pueden destinarse a gastos relacionados con su labor legislativa europea, reiterados casos de corrupción han demostrado el uso fraudulento de estos fondos por parte de miembros de UKIP. Así Marine Le Pen se ha visto envuelta recientemente en un escándalo judicial, denunciado por la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude, que le exige el retorno de 339.000 euros de aportación europea que, en lugar de utilizarse para la contratación de asistentes en el Parlamento de Estrasburgo, se destinaron a contribuir al esquema de financiación de su partido.
Incluso la cumbre de «líderes patrióticos» –en palabras de Le Pen– populistas celebrada en la ciudad alemana de Coblenza, el mes de enero de 2017, para anunciar el asalto político que estas fuerzas xenófobas y euroescépticas esperan lograr en las distintas citas electorales del año, también se pagó con fondos europeos, según admiten fuentes de la Eurocámara. Pero, al margen del acceso a financiación, ¿hasta qué punto han conseguido transformar la política parlamentaria europea?
Para estas fuerzas populistas, el hemiciclo de Estrasburgo es más un plató de televisión que un área de trabajo. En general, la mayor parte de eurodiputados de dichas formaciones –ya sea los integrados en el grupo de Le Pen, en el de Nigel Farage o como independientes– presentan un pobre balance de trabajo parlamentario y de participación en las comisiones donde se debaten las propuestas legislativas. Sin embargo, su capitalización de las intervenciones en el hemiciclo, a través de los minutos de uso de palabra que el reglamento ofrece a todos los grupos parlamentarios en los debates, ha sido tan exitosa que han conseguido la imposición ideológica de su eje pro/anti Europa al mismo nivel que el tradicional derecha/izquierda. La emergencia de estas fuerzas populistas y su expansión electoral en plena crisis económica europea –con su consiguiente aplicación de impopulares programas de austeridad que acrecentaron las divisiones geográficas entre estados miembros– acercó a los grandes grupos de la Cámara (PPE, S&D y ALDE) a un consenso casi acrítico en contraposición a la retórica euroescéptica que se imponía desde los márgenes del debate político. Así pues, si las metáforas comunitarias describieron durante años al Parlamento Europeo como un monstruo de dos cabezas –una ideológica y otra nacional–, esta evolución de la retórica populista habría originado la aparición de una tercera, marcada por el eje anti o proeuropeo.
Pero si la Eurocámara es el instrumento mediático, el verdadero escenario de influencia política se juega en el Consejo de la Unión Europea. El altavoz europeo permitió a muchas de estas fuerzas populistas erigirse en actores relevantes de la política nacional en sus respectivos países. Partidos euroescépticos, populistas o claramente xenófobos gobiernan hoy en Hungría o Polonia, forman parte de coaliciones gubernamentales como en Finlandia, o ejercen de actores clave en la escena política francesa, holandesa o danesa. Es desde este rol decisivo, apoyando a gobiernos, influyendo en agendas políticas o convirtiéndose en alternativas reales de poder, que el populismo –y su estrategia de oposición a la integración europea– consigue hoy dejar huella tanto en la política nacional como en la amenazada construcción europea. El euroescéptico UKIP sería el caso más paradigmático de este poder indirecto gracias al cual Nigel Farage consiguió arrastrar a los conservadores británicos hasta la convocatoria del referéndum sobre la Unión Europea sin haber ocupado nunca un solo escaño en el Parlamento de Westminster.
La misma construcción europea ha creado las condiciones necesarias para convertir a la Unión en el chivo expiatorio recurrente en las múltiples crisis que atenazan Europa. Los estados retienen competencias esenciales en política migratoria, políticas de cobertura social, cultura o educación. Sin embargo, Bruselas se ha llevado la peor parte del descontento ciudadano ante la falta de reacción europea por la llegada de refugiados provenientes de la guerra de Siria, por las desigualdades sociales consecuencia de estrictas políticas económicas -estas sí, dictadas desde la UE– o por un malestar identitario sobre el cual las fuerzas populistas han edificado su retórica antieuropea. La vieja tendencia de los gobiernos nacionales a utilizar esta idea abstracta y despersonalizada de Bruselas para eludir la responsabilidad de medidas impopulares aprobadas en sus consejos de ministros ha adquirido hoy una nueva dimensión.
El método comunitario se encuentra en entredicho por gobiernos y partidos políticos que se aferran al discurso de la soberanía nacional, a la retórica de «recuperar el control» y que ponen sobre la mesa propuestas concretas de renacionalización de competencias o del control democrático sobre la toma de decisiones.
El populismo no se ha limitado únicamente a «luchar contra la UE desde el interior», como dice su eslogan, sino que lo ha hecho con todas las armas que la misma Unión ha puesto a su alcance.