Neopanarabismo: un contrato de legitimidad renovado en el Magreb
Youssef Cherif, director, Columbia Global Centers (Túnez), Columbia University. yc2514@columbia.edu. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3280-0040
- Artículo disponible también en inglé
Tras varios reveses, siendo el último el de los levantamientos árabes de 2011, el panarabismo ha regresado a partir de la segunda década del siglo xxi, pero en forma de neopanarabismo. Así, el heredero legítimo del panarabismo sería el neopanarabismo; sin embargo, a diferencia del primero, este no se presentaría como una ideología, sino como una mera herramienta de los regímenes árabes para legitimar su dominio sobre sus poblaciones. El neopanarabismo se trataría, entonces, de un discurso populista, con acciones limitadas sobre el terreno, que se dirige sobre todo al consumo doméstico. Los casos de Argelia y Túnez –dos países situados fuera del núcleo panárabe clásico–, presentados a través de las acciones y palabras de sus respectivos dirigentes, muestran cómo el neopanarabismo está siendo utilizado por los regímenes para su legitimación interna.
Aunque el panarabismo ha muerto en múltiples ocasiones, este ha ido renaciendo una y otra vez. Su última muerte se produjo durante los levantamientos árabes de 2011, cuando las potencias occidentales ofrecieron una alternativa democrática neoliberal a los modelos aparentemente esclerotizados del panarabismo y el autoritarismo árabes. Sin embargo, el resultado opuesto fue el surgimiento de una nueva forma de panarabismo, esto es, el neopanarabismo. Aquel, tanto en su forma antigua como en la nueva –con su antiimperialismo, antisionismo, retórica propalestina, etc.–, es una herramienta que las élites políticas utilizan para legitimar su dominio, un lenguaje común extendido por todo el mundo árabe. Recientemente, por ejemplo, ha habido manifestaciones de este signo en Egipto, con la adopción por parte del presidente Abdel Fattah al-Sisi de símbolos y gestos nasseristas, además de la frecuente comparación entre el líder actual y el histórico referente del nacionalismo árabe, Gamal Abdel Nasser, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Ello también se observa en Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Qatar, países en los que los dirigentes intentan presentarse no solo como líderes saudíes, emiratíes o qataríes, sino como líderes de la región en general, con capacidad de influencia en lugares tan lejanos como Libia o Mauritania.
Asimismo, el neopanarabismo es evidente en el Magreb y, más concretamente, en Argelia y Túnez. Aunque la región se encuentra históricamente más allá del área central del Máshreq árabe (Egipto, el Levante y el Golfo), los lazos entre ambas regiones siguen siendo fuertes. De hecho, la circulación de ideas y prácticas autoritarias entre el Oriente Medio histórico y la región norteafricana situada más allá de Egipto es más intensa que la circulación de mercancías (el comercio entre el Magreb y el resto del Oriente Medio y el Norte de África [MENA, por sus siglas en inglés] sigue siendo limitado). Por eso, el surgimiento del neopanarabismo en una región situada fuera del núcleo central panárabe demuestra la fuerza de este modelo. Cabe destacar que este fenómeno se esté produciendo en Túnez, supuestamente el país más occidentalizado de la región MENA y donde los esfuerzos occidentales se han centrado en establecer una democracia neoliberal; y también en Argelia, que se mantuvo aislada de las cuestiones árabes desde la década de 1990 y cuyos dirigentes se sintieron abandonados por sus vecinos árabes durante los años de agitación del país.
Pero ¿qué es el neopanarabismo? ¿En qué se diferencia del panarabismo tradicional? ¿Cómo se concibe en Argelia y Túnez? Este artículo presenta, en primer lugar, el panarabismo, sus múltiples muertes, así como el impacto de los levantamientos árabes en su existencia y su último renacimiento. A continuación, se lleva a cabo el análisis del discurso de los medios de comunicación árabes para estudiar los casos de Argelia y Túnez, dos ejemplos de estados árabes cuyos líderes comenzaron a adoptar el lenguaje del neopanarabismo a partir de 2020, a fin de forjar un nuevo contrato de legitimidad con sus poblaciones.
El panarabismo: una ideología
«Históricamente, Oriente Medio ha tenido tres identidades políticas enfrentadas: el nacionalismo árabe, el nacionalismo islámico y la identidad nacionalista estatal» (Nisbet y Myers, 2011). El nacionalismo árabe –o panarabismo– surgió del caos imperial, en el período entre el colapso del Imperio Otomano plurisecular y el avance de los efímeros imperios francés y británico en tierras árabes, un momento en el que las ideas de nacionalismo, Estado-nación y, más tarde, autodeterminación, calaron en la mente de las élites árabes. También fue una reacción árabe al nacionalismo turco, que alcanzó su pico a finales del siglo xix, cuando los turcos se consideraron ellos mismos superiores y diferentes de sus pares árabes en la jerarquía otomana. Por lo tanto, tras convertirse en un alter ego del nacionalismo turco, el panarabismo también necesitaba desmarcarse del panislamismo, el pensamiento natural que prevalecía en un área mayoritariamente islámica. De hecho, un tunecino o un iraquí del siglo xix no se veía a sí mismo como un árabe, sino más bien como un musulmán o musulmana (o cristiano, o judío, etc.). Al respecto, el panarabismo reconoce que el mundo árabe es culturalmente musulmán, aunque sustituye los conceptos de Califato y umma (comunidad) islámica por el de umma árabe. Sus pensadores adoptaron la terminología de la democracia y los derechos humanos imperante en los siglos xix y xx en Occidente, por lo que no se discute el papel del «califa panárabe», que sustituiría al califa otomano, ya que en teoría el poder es del pueblo y para el pueblo. Sin embargo, cada vez que surgía un régimen panárabe (Egipto, Siria, Libia, Irak, etc.), primaba la figura del zaim, o caid, que se arrogaba poderes sultanísticos similares o superiores a los del califa otomano. En este contexto, la mayoría de las figuras anticoloniales de Oriente Medio y el Norte de África comenzaron su carrera política como panarabistas. Los líderes nacionalistas de la región acudían en peregrinación a El Cairo –recién acuñada capital del panarabismo y lugar de creación de la Liga de los Estados Árabes (LEA) en 1945– en lugar de ir a Estambul, la antigua capital otomana, o a La Meca, la capital eterna del Islam. De ahí que, en 1947, se creara en El Cairo el Comité para la Liberación del Magreb Árabe, que reunía a nacionalistas marroquíes, argelinos y tunecinos.
Nacido como reacción al nacionalismo turco, el panarabismo se transformó en un movimiento anticolonial que pretendía ofrecer a los pueblos árabes un futuro mejor en una nación fuerte, independiente y unida. Tras las independencias, algunas Constituciones de países árabes afirman que la culminación del Estado-nación es la fusión en una entidad unificada con los demás Estados árabes, lo que constituye el núcleo del panarabismo clásico. Esto representaría la «realización de los sueños de los pueblos árabes». En el discurso oficial de la mayoría de los Estados de la región MENA, encontramos expresiones como la de los «estados hermanos», es decir, los de la LEA, y los «estados amigos», es decir, el resto de los estados. Además, los líderes árabes utilizaron y utilizan palabras y entonaciones análogas en sus discursos. «Así pues, el peligro para los gobiernos árabes era que, al dejar sistemáticamente de llevar a efecto la retórica y las promesas de inspiración arabista, socavaban los símbolos y las normas que utilizaban para respaldar su legitimidad» (Barnett, 1998: 48). Algunos de ellos persiguieron el sueño de la unidad árabe más que otros, a través de la creación de escuelas y milicias encargadas de adoctrinar a los árabes con ideas panarabistas, a veces utilizando a sus ejércitos para difundir la ideología; e incluso quienes no compartían los mismos objetivos estaban obligados a seguir las normas.
A medida que los imperios occidentales empezaron a desmoronarse, las antiguas metrópolis (Francia, Reino Unido, Italia, España, etc.) forjaron lazos políticos y económicos con sus excolonias. Y aunque muchos nacionalistas árabes consideraban enemigos a las potencias europeas y la estadounidense, todos los estados poscoloniales de la región MENA abrieron y recibieron embajadas en sus antiguas metrópolis, estableciendo contactos regulares y sólidos. Así, los mayores socios comerciales de la Argelia y Libia poscoloniales fueron, respectivamente, Francia e Italia, sus antiguos poderes coloniales. La dicotomía es evidente si observamos los indicadores económicos. Por mucho que los regímenes árabes sean antiimperialistas y panárabes, los estados MENA representan hoy en día «la región menos integrada económicamente del mundo» (Malpass, 2021). Además, cuando nos limitamos al Magreb, la región destaca como la menos integrada del mundo, con un comercio interregional que está por debajo del 5% del comercio magrebí total (Dauphin, 2019). Más de la mitad de las exportaciones argelinas se destinan a la Unión Europea (UE) y el caso de Túnez presenta cifras similares. Los regímenes árabes comercian con todo el mundo, excepto entre ellos mismos.
A medida que el Occidente imperialista se iba convirtiendo en un valioso interlocutor económico (y a menudo político) de los nuevos estados poscoloniales independientes, el panarabismo empezó a necesitar un enemigo, un «otro antagónico», para mantener el fuego encendido. Y ese enemigo fue Israel, un Estado colonial abiertamente racista hacia los árabes, que adoptaba una doctrina militar que estaba en la antítesis del panarabismo. «Los líderes árabes a menudo manifestaban sus diferencias reivindicando ser los principales defensores de los derechos e intereses árabes: el antisionismo se convirtió en la causa emblemática del panarabismo, el medio que utilizaban los dirigentes para mostrar sus credenciales panarabistas, o una forma de protegerse de quienes las reunían [sus poblaciones] (…) Los casos en los que los dirigentes árabes desviaban las amenazas internas movilizando a la opinión contra enemigos extranjeros (por ejemplo, Israel) y creando alianzas externas (simbólicas) fueron tan frecuentes que el Oriente Medio de la década de 1960 fue un auténtico laboratorio para poner a prueba el hipotético vínculo entre conflicto interno y externo» (Lebovic, 2004: 170). Paralelamente al antisionismo, los regímenes árabes crearon una fetichización en torno al problema palestino. El uso de eslóganes relacionados con Palestina y la cuestión palestina son habituales en los discursos de los líderes árabes, tanto en las reuniones interárabes como en entornos de carácter puramente interno. Por consiguiente, la retórica propalestina y antisionista ocupa un lugar central en el discurso político árabe, como herramienta de legitimidad tanto doméstica como regional.
Así pues, el panarabismo hunde sus raíces en debates y teorizaciones ideológicas, así como en la lucha contra el colonialismo. Cuando se constituyeron los estados de Oriente Medio y el Norte de África, muchos de sus nuevos regímenes adoptaron el panarabismo como ideología oficial (por ejemplo, el Egipto de Nasser). Sin embargo, incluso los regímenes nacionalistas utilizaron el panarabismo en su retórica oficial debido a su fácil recepción por parte de la población. En las constituciones de Túnez y Jordania, por ejemplo, dos regímenes celosos de su autonomía, figuraban aspectos del nacionalismo árabe. Así pues, aunque estos regímenes –panarabistas o nacionalistas– nunca fueron capaces de forjar ninguna unión sostenible entre ellos, sí crearon una idea imaginaria difundida a través de la educación y los medios de comunicación: la idea imaginaria de una nación árabe –la umma árabe– que, habiendo estado unida una vez, necesitaba reunificarse. Por tanto, aunque la política real de un régimen sea estadocéntrica y no panarabista, sería difícil imaginar a un líder árabe abiertamente en contra del panarabismo durante un período prolongado.
Así, debido a esta idea imaginada, los estados árabes de la región MENA comparten en gran medida la misma cultura política (Halliday, 2005: 40). Sus líderes se adhieren a la LEA bajo la cual coordinan nominalmente sus políticas, acatan varias normas y principios, y tienen algún tipo de obligación de promover los intereses árabes comunes. Además, sus instituciones políticas, diplomáticas y de seguridad desconfían de los países occidentales, por lo que cualquier acercamiento a Occidente debería mitigarse, con el argumento de que los antiguos amos coloniales son las actuales potencias neocoloniales (Barnett, 1998: 85). Esto no significa que se prohíban los contactos; al contrario, la cooperación antiterrorista es sólida y los lazos económicos y militares son fuertes. Sin embargo, se espera que un líder árabe defienda las causas árabes y se abstenga de destacar en exceso su cercanía a Occidente. Esta cultura política trasciende las divisiones coloniales, ya que, por un lado, persiste tanto en las antiguas colonias británicas como en las francesas y otomanas y, por otro, se aplica tanto a Marruecos –una nación que nunca estuvo bajo dominio otomano– como a las antiguas provincias otomanas. Este fenómeno asimismo prevalece en los estados-nación más antiguos, como Egipto, Túnez o Marruecos, y en los más recientes, como Irak, Líbano o Libia. En su obra Dialogues in Arab Politics, Michael Barnett (1998) definió el panarabismo como una herramienta de legitimación de los regímenes árabes. El autor describió la política árabe como «una serie de diálogos entre estados árabes sobre el orden regional deseado –el debate permanente de los estados árabes sobre las normas de la política árabe y la relación de esas normas con sus identidades árabes» (ibídem: 5). En su opinión, en la política árabe las palabras importan más que las armas (ibídem: 10); además, como demuestran los indicadores económicos, las palabras también prevalecen sobre el comercio.
Las múltiples muertes del panarabismo
Como viene siendo habitual en las ideologías, la muerte del panarabismo se ha declarado varias veces, entre las que se pueden destacar tres momentos: la derrota del Egipto de Nasser en 1967, el debilitamiento del Irak de Saddam Hussein en 1991 y cuando la Siria de Bashar al-Assad inició una represión que desembocó en una guerra civil en 2011. Cada vez que se producía una catástrofe, los pensadores árabes (y no árabes) escribían innumerables obituarios del panarabismo; aunque algunos se mostrarían más prudentes y otros dirían que el panarabismo solo se fortalece tras los problemas, augurándole un futuro brillante. Uno de esos obituarios fue el de Fouad Ajami (1978) quien, a medida que se acercaba la normalización de las relaciones entre Egipto e Israel, en 1978 escribiría un artículo titulado «El fin del panarabismo», en el que presentaba seis factores para explicar el declive del panarabismo. Aproximadamente una década más tarde, durante los liberales años noventa, Michael Barnett (1998) afirmaba que el sistema de los estados árabes había llegado a su fin: «ciertas cuestiones fundamentales –el conflicto árabe-israelí, la autonomía frente a Occidente y la unidad entre los estados árabes– que son características de la identidad política árabe, que ayudan a definir los intereses del Estado árabe y los medios legítimos para perseguir esos intereses» (ibídem: 215), según este autor, ya no existían. En esa época, la Guerra Fría había terminado, y los regímenes panárabes y los actores no estatales habían perdido un aliado fuerte: la Unión Soviética. La potencia panárabe más belicosa, la de Saddam Hussein, fue destruida en 1991, y su alter ego, elégimenn panárabe de Hafez al-Assad, desempeñó un papel discreto mientras cambiaba la dirección del viento. Por su parte, el tercer gran centro neurálgico del panarabismo, la Libia de Muammar al-Gaddafi, estaba sometida a sanciones internacionales, asediada dentro de una república grande pero desértica y desconectada del núcleo árabe. Paralelamente, el llamado Proceso de Barcelona, lanzado en 1995 por la Unión Europea, mostraba un nuevo mundo árabe menos propenso al conflicto y más bien conciliador con Estados Unidos, Europa e incluso Israel.
Con la entrada del siglo xxi, y a lo largo de su primera década, llegan una nueva serie de reveses para el panarabismo, que cada vez parecía más irrelevante. Los ataques de mayor éxito contra el imperialismo global no vinieron de grupos panárabes, sino de grupos islamistas. Lejos quedaban los días en que los guerrilleros palestinos secuestraban aviones y atentaban contra intereses estadounidenses y europeos; ahora era el turno de Al Qaeda y el violento panislamismo. Así pues, cuando las fuerzas estadounidenses invadieron Irak en 2003, la resistencia efectiva provino de las fuerzas islamistas más que de las panárabes. Mientras tanto, Gaddafi renunciaba a su programa nuclear y aceleraba la normalización de las relaciones con las fuerzas occidentales. Bashar al-Assad, hijo de Hafez, era expulsado del Líbano, poniendo fin de facto a la última unión árabe, la de Siria y Líbano que, de hecho, era más una ocupación que una unión, pero que constituía una muestra del alcance panárabe de Siria. El propio Assad ampliaba su apertura hacia Occidente. En definitiva, en la región MENA parecía que el nuevo siglo lo era todo menos panárabe.
Los levantamientos árabes de 2011y la búsqueda occidental de un arabismo neoliberal
Los levantamientos árabes de 2011, las llamadas primaveras árabes, parecían el último clavo del ataúd del panarabismo, siendo el caso de Siria el ejemplo por excelencia. Ese último bastión del panarabismo, que aún lucía los eslóganes de la década de 1960 y reclamaba albergar organizaciones regionales que en el futuro tomarían el relevo de la política árabe, se enfrentaba a un colapso inminente. Sin embargo, a diferencia de décadas anteriores, cuando los regímenes árabes amenazados desencadenaban protestas masivas en toda la región, pocos ciudadanos del mundo árabe parecían preocupados por el destino de Bashar al-Assad o dispuestos a morir por él.
En Libia, la Gran Jamahiriyya Árabe Libia Popular Socialista se derrumbó bajo los cohetes de una guerrilla local respaldada por la OTAN. El propio Guía, discípulo de Nasser y protagonista de la política árabe durante décadas, Muammar al-Gaddafi, moría ante las cámaras en octubre de 2011. Su muerte, en lugar de provocar consternación, fue objeto de burla por parte de las masas árabes (Sawani, 2020). Un destino similar corría sobre la cuestión palestina. Su liderazgo esclerotizado no atraía a la generación más joven de árabes; se trataba de burócratas de edad avanzada que sustituían a las atractivas figuras revolucionarias del siglo pasado, utilizando eslóganes y métodos obsoletos. Además, en medio del tumulto que ocurría en la región, el desastre que afectaba a los palestinos parecía menos singular. Había sangre y guerra por todas partes. Los defensores de la normalización de las relaciones con Israel pensaban que la nueva década por venir sería su oportunidad. Por su parte, los líderes israelíes pensaban que había llegado el momento oportuno para seguir avanzando, no solo en la lucha contra la Autoridad Palestina, sino también contra Hezbolá, Siria e Irán.
Sin embargo, este letargo no se limitó al ámbito estatal, ya que existen varias instituciones y organizaciones panárabes que trabajan en el mundo árabe y abogan por la unidad árabe. La LEA sigue siendo la mayor de todas, con sus múltiples alas (el Consejo de Ministros del Interior Árabes, la Organización Educativa, Cultural y Científica de la Liga Árabe, etc.). Además, existen varios mecanismos y entidades establecidos en Siria o Líbano, tales como el Comando Supranacional del Baaz –controlado por el Estado– en Damasco, o el Centro de Estudios para la Unidad Árabe (CAUS, por sus siglas en inglés), independiente, con sede en Beirut (Mermier, 2016; Hafez, 2017). No obstante, a medida que la oleada de levantamientos se intensificaba, estas instituciones se mostraron incapaces de estar a la altura, con una oferta de soluciones casi nula. Los organizadores del Congreso Nacional Árabe (CNA) del CAUS afirman que «la narrativa del CNA ha sido un factor importante en el resurgimiento del nacionalismo árabe» (ibídem). Sin embargo, en realidad, ¿cuántos manifestantes árabes oyeron hablar de las resoluciones del CAUS? Las masas árabes se rebelaron y ninguna estructura panárabe pudo proporcionar un marco para ese movimiento.
Mientras tanto, organizaciones tanto estadounidenses como europeas se lanzaron a ofrecer alternativas: la Open Society Institute/Fundations, el National Democratic Institute, el International Republican Institute o las múltiples iniciativas de la Unión Europea (UE), por nombrar algunas, establecieron sucursales y enviaron innumerables delegaciones a los países de la región MENA, formando a ONG locales, capacitando a los jóvenes, vigilando los procesos electorales u ofreciendo asesoramiento a la clase política emergente, entre otras iniciativas. El objetivo de los países y organizaciones occidentales era sutil –a diferencia del de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, por ejemplo, que abogaba por el establecimiento de regímenes y sociedades comunistas; o a diferencia del panarabismo, cuyo objetivo declarado era establecer un supraestado árabe unido– al abogar por la creación de una sociedad abierta, una democracia liberal o, en otras palabras, un mundo árabe concebido a imagen y semejanza del Occidente neoliberal, desconectado de la ideología panárabe, económicamente abierto y amistoso hacia Europa y Estados Unidos. El tipo de regímenes que se establecieron o empezaron a establecerse en Túnez, Libia, Egipto, Siria y Yemen no adoptaron ningún ejemplo panárabe, sino que tomaron como modelo la democracia liberal europea.
Así también lo hicieron los países occidentales en el antiguo espacio soviético, donde aplicaron su propio método cuando intentaron convertir los antiguos estados soviéticos en democracias neoliberales. En los países inmediatamente limítrofes con Europa este modelo sí tuvo éxito, pero, en el caso de Rusia, el intento se volvió en su contra. Muchos rusos se resintieron de aquel avance neoliberal y, cuando el presidente Vladimir Putin recuperó el viejo nacionalismo con guantes nuevos, muchos le siguieron. En el mundo árabe está ocurriendo algo parecido.
El fin de las revueltas árabes y el nacimiento del neopanarabismo
El panarabismo ha experimentado, en efecto, muchas muertes, pero también muchos renacimientos, y las teorías sobre el fin del panarabismo han sido a menudo refutadas o se han demostrado caducas. Ya en el período comprendido entre 2010 y 2012, una serie de sondeos de opinión realizados en varios países árabes concluyeron que «el 82% de las personas que participaron en la encuesta confirmaron que consideraban a los pueblos árabes más cercanos entre ellos que con cualquier otro grupo. Por ejemplo, Europa solo era considerada vinculada a los árabes por el 7% de los encuestados, y las naciones musulmanas no árabes solo por el 4%» (Sawani, 2012).
Es cierto que muchos jóvenes activistas árabes son individuos occidentalizados que visten, tuitean y escriben como europeos e incluso hablan como europeos (Tufekci, 2017). Sin embargo, contrariamente a lo que suponen muchos diplomáticos y observadores occidentales, en el fondo, en el seno de la sociedad, los árabes se sienten más árabes que demócratas o ciudadanos del mundo; saben que no son europeos ni estadounidenses, sino árabes. Y, al igual que muchos rusos se resentían de la intromisión europea y estadounidense en sus asuntos internos después de 1991, vista como una humillación, lo mismo ocurría con muchos árabes. Aunque aparentemente la construcción de los estados árabes neoliberales se estaba produciendo en la superficie, más allá de la línea tenue, la cólera estaba calando. Por tanto, los regímenes de la región MENA que surgieron del tumulto de los levantamientos árabes supieron entender que su legitimación pasaba por la rehabilitación de una narrativa panárabe.
Por lo tanto, el panarabismo sigue vivo, pero bajo una forma renovada, esto es, el neopanarabismo. Es un nuevo pensamiento que tiene mucho que ver con su versión anterior. Se presenta reivindicando la unidad del mundo árabe y sigue utilizando los mismos mecanismos institucionales, tales como la LEA; además de Palestina, que ocupa un lugar central en sus mensajes, o el sionismo y el imperialismo, que son sus enemigos declarados. Así, constituye una forma populista de hacer política y una herramienta para legitimar los regímenes existentes o para consolidar su legitimidad. Una de sus principales características es que no es una ideología; de hecho, ningún líder árabe piensa en unir a todos los estados árabes. Aunque los líderes árabes puedan ser normativamente panarabistas, en realidad son estadocéntricos. El neopanarabismo trata más bien de cómo estos se presentan a sí mismos, en lugar de lo que hacen y, además, no cuenta con herramientas financieras sólidas, ya que los bancos y fondos monetarios árabes son agencias de inversión cuyo objetivo político no es la unidad panárabe, sino los intereses de sus estados dirigentes. Cuando dichos estados presionan a otro Estado árabe, lo hacen para obtener algo económico a cambio, y no para establecer bases militares o forzar una unión. Además, a diferencia de los defensores del panarabismo clásico, los regímenes neopanarabistas son, en gran medida, neoliberales en el ámbito económico: su forma de conducir los negocios es transaccional, no ideológica. Al igual que el neosovietismo de la Rusia de Putin, estos regímenes han adoptado las insignias del panarabismo, pero manteniendo el modelo económico neoliberal de sus predecesores inmediatos.
Entre las especificidades del neopanarabismo en la escena internacional destaca la renuncia a armar a grupos militantes antioccidentales. Una simple comparación con la miríada de organizaciones que Nasser o Gaddafi apoyaron durante la Guerra Fría, permite apreciar la diferencia. Así pues, la declaración más amenazadora hacia Israel que hizo el presidente argelino Abdelmajid Tebboune durante la cumbre de la Liga Árabe organizada en Argel en 2022 fue la de respaldar la cuestión palestina en las Naciones Unidas. Por otro lado, el neopanarabismo, a diferencia del panarabismo clásico –que se alió con grupos de izquierda de todo el mundo–, no forma parte del movimiento de izquierda global. Muchos de sus militantes están vinculados a la extrema derecha europea y prefieren a Donald Trump antes que a Joe Biden (Associated Press, 2017).
Irónicamente, los defensores del neopanarabismo, tanto a nivel estatal como de las élites, describieron los levantamientos árabes como una conspiración antiárabe, a pesar de que se trataba de un movimiento orgánico de base que se produjo en todo el mundo árabe y cuyos protagonistas utilizaron herramientas y eslóganes unificados en toda la región. La mayoría de los medios de comunicación controlados por el Estado, así como los círculos elitistas que rodean a los regímenes, presentaron el movimiento popular como una conspiración islamista, incluso sionista, contra los árabes y el arabismo. Para luchar contra los levantamientos árabes, los regímenes utilizaron eslóganes del panarabismo. Los debates en el seno de la LEA sobre el futuro del trabajo árabe conjunto o la seguridad regional árabe, por ejemplo, se aceleraron, y los regímenes árabes se apoyaron mutuamente. También adoptaron narrativas similares, coordinando sus acciones, otros espacios, como el Cuarteto Antiterrorista formado por Arabia Saudí, EAU, Egipto y Bahréin contra Qatar. Cuando Egipto y EAU retiraron a sus embajadores de Túnez en 2013 y de Qatar en 2014, sus medios de comunicación mencionaron la desviación de estos dos últimos países de la senda árabe.
A continuación, se mostrarán los ejemplos de Argelia y Túnez, dos países en los que el sentimiento panárabe sigue siendo elevado entre la población, a pesar de estar situados fuera de los centros tradicionales del panarabismo, por lo que son un importante ejemplo de neopanarabismo. El análisis del discurso de sus líderes comparándolo con sus acciones permite apreciar un fuerte proceso de legitimación basado en el neopanarabismo.
Argelia
Cuando se evoca el panarabismo, suelen venir a la mente los epicentros de Egipto, Irak, Siria o, incluso, Libia. Sin embargo, Argelia es otro país que ha desempeñado un papel importante en la difusión de las ideas panárabes y se ha presentado históricamente como un bastión soberano que se enfrenta al imperialismo y defiende las causas árabes. También ha proporcionado ayuda y refugio a varios movimientos independentistas árabes (y africanos). De ahí que fuera en Argel donde los palestinos declararan su independencia en 1988.
No obstante, Argelia atravesó un decenio de guerra civil en los años noventa del siglo pasado, que fue seguido de una difícil reconstrucción nacional y apertura democrática en la década de 2000, que condujo al país a una consolidación autoritaria y, posteriormente, al aislacionismo. Luego, en 2019, llegó el Hirak, un movimiento liderado por jóvenes –que utilizó eslóganes similares a aquellos usados en los levantamientos árabes de principios de la década de 2010–que se considera una continuación tardía de las mismas revueltas árabes. Tanto para los observadores locales como para los internacionales, se trataba de un momento de cambio: Argelia entraba por fin en la era de la democracia (Zoubir, 2019). Gobiernos y ONG occidentales incrementaron sus acciones en el país, contratando analistas y responsables de programación, aumentando la financiación destinada a ONG argelinas. Al igual que ocurrió en otros lugares en las primeras fases de los levantamientos árabes de 2011, un proyecto democrático liberal empezó a ver la luz; sin embargo, esta situación no duró, y cuando apareció la pandemia de la COVID-19 en 2020, los dirigentes argelinos supieron contraatacar, cerrando el espacio público y difundiendo teorías conspirativas contra sus oponentes. El Estado profundo se volvió vengativo –no muy distinto al de la Rusia de Putin– y la represión actualmente ejercida contra los activistas democráticos argelinos es la más dura en décadas.
Esta «nueva Argelia» había renovado muchos elementos de su pasado. A principios de 2022, organizó reuniones entre las principales facciones palestinas: Fatah, Hamás y la Yihad Islámica (Arabi 21, 2022). Los líderes de estos grupos realizaron frecuentes viajes a Argel, para debatir entre ellos en coordinación con los líderes argelinos. A finales de ese año, firmaron un documento que supuestamente ponía fin a sus divisiones (pero con escasos efectos sobre el terreno). En la clausura del evento, el presidente Tebboune habló brevemente para vincular el acuerdo de reconciliación con la Declaración de Independencia de 1988, que tuvo lugar en la misma sala (Al Araby, 2022a). Al subir al escenario con los representantes de las principales facciones palestinas, el presidente argelino apareció como el clásico zaim (caudillo) árabe que marcaría su nombre entre las élites palestinas. Debido a la prevalencia de la causa palestina en las mentes de muchos árabes, Tebboune pasó a ocupar el centro de la escena política de la región, tras haber sido ignorado anteriormente por las masas.
La vía argelina fue una sorpresa para muchos, ya que Argelia había estado en gran medida ausente de los asuntos árabes en las últimas décadas. Sin embargo, su aparición coincidió con un importante acontecimiento regional: los Acuerdos de Abraham, firmados en diciembre de 2020, mediante los cuales Marruecos –con EAU, Bahréin y, después, Sudan– normalizaba sus relaciones con Israel. Para los líderes argelinos, el acuerdo marroquí-israelí representa una amenaza directa para su país. Los dos países compiten por la hegemonía en la región del Magreb y del Sahel. Sin embargo, mientras que Argelia se vio inmersa en sus problemas internos entre las décadas de 1990 y 2010, Marruecos consolidó su estabilidad interna, construyendo un sólido sistema económico y una amplia red de socios en toda África Occidental. Este país, además, cuenta con fuertes contratos de lobby y vínculos de relaciones públicas que lo retratan como una de las economías más exitosas del continente africano. Asimismo, tras firmar los Acuerdos de Abraham, también obtenía el reconocimiento internacional por su ocupación del Sáhara Occidental, un hecho que para Argelia constituye una línea roja.
Argelia, por su parte, aunque posee abundantes recursos naturales, es un país de grandes dimensiones (el mayor de África), con una población numerosa y en crecimiento, con una economía basada sobre todo en los ingresos procedentes de la venta de energía. Su futuro parece sombrío, sin renovación económica, con varias frentes en sus fronteras e inestabilidad política interna. En este contexto, las acciones de Marruecos parecían una amenaza existencial, aunque también proporcionaron a los dirigentes una forma de desviar las tensiones internas: el mensaje vehiculado por los dirigentes argelinos es que los problemas económicos de Argelia no son responsabilidad exclusiva de los líderes políticos y militares, sino también, y quizás de forma más importante, el resultado de una conspiración extranjera en la que está implicado el archienemigo de los árabes, Israel. Así pues, Argelia se ha posicionado como un actor en primera línea de la lucha contra Israel. De ahí que, en agosto de 2023, el vicepresidente del Parlamento argelino declarara a la agencia de noticias rusa Sputnik –un medio de comunicación popular entre los jóvenes árabes– que «Argelia se mantiene firme contra Israel, aunque sea en solitario» (Sputnik Arabic 2023).
Sin embargo, este enfrentamiento no se está produciendo fuera de las fronteras argelinas. Es decir, Argelia no se ha unido a Irán ni a Siria para armar a Hezbolá u organizar ataques contra Israel. El enfoque de represalia que existe entre Irán e Israel no se reproduce en el caso de Argelia. El enfrentamiento se produce esencialmente en los medios de comunicación y en las redes sociales argelinas, y se dirige sobre todo a los públicos argelino y marroquí. Así, en verano de 2023, un vídeo del presidente israelí Isaac Herzog en el que hablaba de reformas judiciales en Israel fue compartido miles de veces en las redes sociales argelinas y árabes. El motivo de ello fue que su discurso iba acompañado de falsos subtítulos engañosos en los que decía estar preocupado por el peligro que Argelia representa para su país (France Press 2023). La historia fue rápidamente desmentida por los verificadores de hechos, pero tras haber ya alcanzado su objetivo. Este tipo de historias surgen con regularidad y se difunden a través de las redes sociales cercanas al aparato de seguridad argelino o a fuentes oficiales, y tienen un amplio alcance. El público argelino, como el resto de públicos árabes, sigue siendo culturalmente panárabe; mimarlo con la conspiración sionista es un buen entretenimiento.
De vez en cuando aparece en los medios de comunicación argelinos alguna noticia sobre un complot israelí; se informó, por ejemplo, de la detención de un equipo israelí durante el Hirak, así como que Israel estaba implicado en los devastadores incendios forestales de 2021 (Al Jazeera, 2021). Asimismo, se acusó a Israel de apoyar al separatista Movimiento por la Autodeterminación de la Cabilia (MAK), e incluso circuló una noticia sobre un submarino israelí, ocupando los titulares de la prensa en el país (Lionel, 2022), que se había acercado a las costas argelinas, supuestamente procedente de Marruecos, perseguido por la marina argelina. Sin embargo, pocas personas fuera de Argelia han oído hablar de estos sucesos, y no se han producido acciones posteriores (ninguna represalia, como lo que suele ocurrir entre Irán e Israel). El enfrentamiento sirve, sobre todo, para el consumo local y para que los argelinos sientan que su país es víctima de una conspiración sionista y un gran defensor del arabismo.
Abdelmajid Tebboune concede regularmente largas entrevistas a los medios de comunicación argelinos y árabes. Esta asiduidad en sus intervenciones en los medios de comunicación árabes es nueva; los jefes de Estado argelinos no acostumbran a hacerlo. En sus declaraciones suele abordar tanto asuntos nacionales como árabes, mostrándose siempre crítico con Marruecos (Al Jazeera Staff, 2023) opinando también sobre otros países árabes como Túnez (Middle East Monitor, 2023), Libia (Lahiani, 2022) o Palestina, por citar algunos, y ofreciendo su mediación y consejo. La imagen que da no es la de un presidente argelino encerrado en asuntos internos, sino la de un líder panárabe, central en los asuntos árabes. En noviembre de 2022, Argelia organizó la 31ª cumbre de la Liga Árabe, que también coincidió con el 60 aniversario de la independencia del país. La cumbre tuvo lugar tras una década de aislacionismo argelino, inestabilidad política e incertidumbre. Argelia parecía volver a conectar con su entorno árabe y ocupar el centro de la escena, transmitiendo la imagen de un país árabe fuerte y seguro de sí mismo, cuyo presidente hablaba en nombre de todos los árabes: «Nuestra región árabe tiene enormes potencialidades humanas, naturales y financieras que la capacitan para actuar como potencia económica mundial», dijo Tebboune durante el discurso inaugural de la cumbre. «Las divisas árabes son equivalentes a las reservas monetarias de Europa o de los grandes grupos económicos asiáticos o americanos» (Al Araby, 2022b). Durante la cumbre, los dirigentes argelinos enviaron el siguiente mensaje a la población del país: la independencia de Argelia y la unión de todos los pueblos árabes están estrechamente vinculadas; Argelia está en el centro del panarabismo, apoyando a los palestinos y luchando contra Israel en un momento en que otros países han abandonado la lucha, y llevará adelante la causa árabe; y oponerse al régimen, a través de movimientos similares al Hirak, equivale a traicionar la causa árabe y dar a los enemigos del arabismo la oportunidad de ganar. Al hacer hincapié en su arabismo, los líderes argelinos refuerzan su legitimidad interna.
Túnez
En el caso de Túnez, el panarabismo siempre ha existido, pero, a diferencia de Argelia, nunca ha formado parte de la retórica oficial. Como Estado poscolonial, el país se construyó en oposición a la naturaleza hegemónica del panarabismo. En las décadas de 1950 y 1960, el presidente tunecino Habib Burguiba tuvo varias discusiones con líderes panárabes, tales como el egipcio Nasser, el rey jordano Hussein, el presidente argelino Houari Boumédiène o el libio Gaddafi. Y, aunque los activistas panárabes fueron perseguidos y sus partidos ilegalizados, los líderes tunecinos nunca se divorciaron del todo del panarabismo, ya que seguían mencionando la cuestión palestina y utilizando en sus discursos eslóganes árabes más amplios. Túnez incluso acogió la sede de la LEA en la década de 1980, después de que Egipto normalizara su relación con Israel, la de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) después de su expulsión de Beirut, y estuvo a punto de ponerse del lado de Saddam Hussein tras la invasión de Kuwait en 1991. A pesar de todo, en general, se mantuvo en el bando occidental.
Las actitudes prooccidentales continuaron tras los levantamientos árabes de 2011, cuando Túnez adoptó oficialmente las instituciones de la democracia liberal, prácticamente dando la espalda a la LEA y a las instituciones árabes. Durante la segunda década del presente siglo, Túnez se convirtió en un modelo alabado a menudo por funcionarios europeos y estadounidenses, cuyas visitas al país e intervenciones en los asuntos tunecinos llegaron a ser frecuentes. Estos visitantes afirmaban que estaban ayudando a Túnez a sortear una situación difícil y que querían convertir el país en una democracia liberal occidentalizada. Túnez era, así, el ejemplo que debía triunfar. Sin embargo, muchos tunecinos percibieron esta actitud como una intromisión para nada deseada.
Durante la campaña presidencial de 2019, Kais Saied dijo que normalizar las relaciones con Israel era una forma de traición. Su principal contendiente, Nabil Karoui, había firmado un contrato con un lobista residente en Canadá que había trabajado anteriormente en la inteligencia israelí (Schaffer, 2020). Saied era percibido como un ferviente soberanista que pondría fin a la injerencia extranjera y que, además, hablaba árabe clásico y utilizaba jerga panárabe; mientras que Karoui era visto como alguien que formaba parte de la élite que dirigía el país como un Estado abierto y prooccidental, que hablaba un árabe afrancesado y cuyo estilo de vida era más occidental que árabe. Múltiples razones explican la victoria de Saied sobre Karoui, pero el soberanismo, el panarabismo y la relación con Israel tuvieron un papel importante al respecto. Como presidente, Saied pronuncia discursos en árabe clásico; habla sobre todo de Túnez, pero es habitual que también se refiera a asuntos árabes más amplios, dirigiéndose a los árabes en una lengua que entienden. En particular, utiliza con frecuencia el término «umma árabe» para referirse a los pueblos árabes, un término procedente del léxico panárabe. El politólogo francés y destacado experto en Túnez Michel Camau lo califica de panarabista (Le Monde, 2022).
Asimismo, Saied habla a menudo de conspiraciones extranjeras que pretenden dividir a la nación. Durante la cumbre de la Liga Árabe de 2023 se dirigió a los dirigentes árabes afirmando que «la primera prioridad (…) es la protección de nuestros países [árabes] porque hay quienes planean su colapso (…) Celebro el regreso de Siria a la Liga Árabe después de que se frustrara la conspiración para dividirla (…) y tenemos la misma esperanza de que se ponga fin a las hostilidades en Sudán, que ellos [las potencias occidentales] dividieron en dos en 2010; no queremos un tercer o cuarto Sudán cuando termine esta trágica guerra (…) Y entre nuestras prioridades (…) está la cultura, puesto que sin una cultura y una educación de calidad (…) y la difusión de los valores de la tolerancia, la coexistencia y el orgullo nacional, no sería posible fortificar nuestras sociedades contra quienes quieren dividirlas, que son las mismas personas que planean dividir nuestros países» (Watania Replay, 2023). Además, se muestra bastante firme en su apoyo a los palestinos, una cuestión que menciona en discursos tanto en Túnez como en el extranjero. Como es sabido, durante un debate presidencial previo a su elección en 2019, cuando se le preguntó sobre su opinión respecto a la normalización con Israel, Saied respondió inequívocamente: «¡Es alta traición!» (Al Chourouk, 2019), una afirmación que repitió varias veces desde entonces. Así pues, los medios de comunicación y redes sociales afines a Saied amplifican a menudo su supuesto enfrentamiento con Israel, llegando a afirmar que «llevó la guerra al interior de Israel» (Ajroudi, 2023). Y si bien el presidente de Túnez no menciona explícitamente a Israel, personas cercanas a él –y sus innumerables seguidores en las redes sociales– ven a menudo conspiraciones sionistas dirigidas contra su persona y su proyecto político.
En la cumbre de Argel 2022, Saied pronunció un apasionado discurso sobre la necesidad de la unidad árabe y criticó los impedimentos locales y extranjeros a la integración árabe. «Como nación árabe, esperamos [el establecimiento de] un sistema económico árabe común», dijo a la audiencia (Sky News Arabia, 2022). Su discurso estuvo en sintonía con los anteriores que pronunció en Túnez y en el extranjero, casi contradiciendo a los líderes tunecinos que le precedieron, que solían hacer hincapié en la democratización y la asociación con Occidente. Como en el caso de Argelia, este activismo antisionista y propalestino se dirige sobre todo al público local. Así, cuando Túnez fue miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (2020-2021), apenas defendió la cuestión palestina. Durante su mandato, no hubo ninguna moción para condenar las políticas israelíes. Además, la peregrinación de la Ghriba, una celebración judía que Túnez acoge anualmente y en la que varios ciudadanos israelíes visitan el país, continuó como de costumbre. En mayo de 2023 se produjo incluso un escándalo en Túnez cuando se supo que había turistas israelíes en el país, tras un ataque a los peregrinos (BBC News 2023).
La atmósfera que caracteriza el discurso político tunecino bajo Kais Saied recuerda a la que predominaba en el Egipto de Nasser (o a la que se respira hoy en el Egipto de Al-Sisi). Sin embargo, en general, la lucha tiene lugar en la narrativa oficial y, por momentos, parece que Túnez se encuentre en una cruzada antiimperialista. Como ocurre en Argelia, muchos de los opositores al régimen son tratados como traidores no solo al país, sino también a la causa árabe en general. En los medios de comunicación favorables al régimen y en las redes sociales, a menudo se lanzan acusaciones de connivencia con Occidente o Israel contra los grupos de la oposición. No obstante, las directrices generales de la política exterior tunecina permanecen inalteradas, es decir, el país sigue siendo cercano a Occidente y cauteloso a la hora de profundizar sus relaciones con «Oriente» (es decir, China y Rusia). El declarado neopanarabismo de los dirigentes parece tan superficial como el de sus homólogos argelinos: de escasa sustancia en el exterior y destinado sobre todo a la población local. De esta forma, mientras Túnez lucha contra las dificultades económicas y la inestabilidad política, el neopanarabismo pretende salvar su régimen y reforzar su legitimidad.
Conclusión
A pesar de haber sido declarado muerto en varias ocasiones, el panarabismo sigue resurgiendo una y otra vez. Sin embargo, la última versión de esta forma de pensar, el neopanarabismo, no es un proyecto político, sino una mera herramienta de legitimación de los regímenes árabes. Su objetivo final no es la unidad de todos los árabes, sino la supervivencia de los distintos regímenes. Por tanto, los regímenes neopanárabes forjan alianzas con grupos de derechas e izquierdas indistintamente, sin ningún tipo de vínculo ideológico sólido; se abstienen de llevar a cabo acciones revolucionarias globales y mantienen en marcha asuntos transaccionales. Quizá el único aspecto en el que todos coinciden es en mantener una alianza de seguridad conjunta, detener la intervención extranjera –occidental– en su política interior y reprimir la disidencia interna.
En nuestros dos casos de estudio, Argelia y Túnez, hemos intentado demostrar cómo ambos regímenes instrumentalizan el neopanarabismo para reforzar su apoyo interno y, en consecuencia, mantener su legitimidad. A través de los medios de comunicación y las redes sociales, ambos regímenes magnifican su papel en los asuntos árabes e intentan ocupar una posición central. Si bien su discurso es revolucionario, siguen operando según las normas tradicionales de política exterior de sus respectivos países, centrándose en primer lugar en su interés nacional más que en cualquier organización supranacional.
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Palabras clave: panarabismo, neopanarabismo, nacionalismo árabe, populismo, Liga Árabe, Magreb, legitimidad, Argelia, Túnez
Cómo citar este artículo: Cherif, Youssef. «Neopanarabismo: un contrato de legitimidad renovado en el Magreb». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 135 (diciembre de 2023), p. 95-114 DOI: doi.org/10.24241/rcai.2023.135.3.95
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 135, p. 95-114
Cuatrimestral (octubre-diciembre 2023)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: doi.org/10.24241/rcai.2023.135.3.95
Fecha de recepción: 21.04.23 ; Fecha de aceptación: 16.10.23
Traducción del original en inglés: Camino Villanueva, Massimo Paolini y redacción CIDOB.