La creciente rivalidad estratégica China-EEUU y sus ramificaciones regionales

Anuario Internacional CIDOB 2019
Data de publicació: 06/2019
Autor:
Oriol Farrés, coordinador, Anuario Internacional CIDOB
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Los últimos dos años han dado para mucho. En EEUU, este período se mide como el tiempo que nos separa de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y de su apuesta inicial por el “discurso duro” hacia el resto del mundo. En este lapso, sin embargo, la política estadounidense hacia Asia ha madurado significativamente, y a pesar de las formas convulsas en la superficie (de agravios a los aliados y cumplidos a los enemigos), lo cierto es que Washington ha desplegado progresivamente una estrategia amplia, contundente, y cada vez más explícita de confrontación con China. Y cierta retórica antichina se ha extendido a otros países de Asia, aun cuando uno de sus principales argumentos (la asertividad china en el mar del Sur de China) ha permanecido relativamente latente durante casi dos años.

Por su parte, la iniciativa Un Cinturón, Una Ruta (BRI) promovida por China ha sumado nuevos miembros a la comunidad, penetrando en regiones donde otras potencias (como Australia, la UE o el propio EEUU) parecen haber visto cuestionada parte de su influencia. En estos dos años, y mientras Washington ha recuperado la senda de la bonanza económica, China parece entrar en “tierra de nadie”, con un crecimiento mucho más moderado y que tiende a ralentizarse. Por tamaño y por voluntad, EEUU y China tienen en potencial de dar forma al sistema internacional, ya sea por coalición, o por colisión, de un modo singular, que solo la Unión Europea podría igualar si superase su ensimismamiento y crisis existencial.

En este texto nos serviremos de la citada dinámica central (la competencia EEUU-China) para, a continuación, analizar algunas de sus principales ramificaciones a nivel regional y, por último, esbozaremos unos apuntes finales acerca de aspectos más contextuales pero que pueden tener influencia en el panorama general. El texto no pretende ser en absoluto exhaustivo, ya que si en alguna zona del planeta las relaciones internacionales multiplican sus capas y se entrecruzan con multitud de variables (culturales, históricas, geográficas, políticas, ideológicas) es en Asia; de hecho, la región más dinámica, poblada y heterogénea del mundo.

En el plano de lo global: la Iniciativa Un Cinturón, Una Ruta (BRI) y la guerra comercial/tecnológica

En anteriores ediciones del Anuario, hemos abordado con mayor detalle la particular mirada geopolítica de China, que solo toma pleno sentido cuando uno le da la vuelta al mapa para colocar al norte el mar del Sur de China –con sus territorios en disputa–, el estrecho de Malacca, la “Línea de 9 puntos” reclamada por Beijing y los asentamientos militares de EEUU y sus aliados.

Dicha perspectiva explica en buena medida la inquietud china por ver bloqueadas sus vías de comercio marítimo con mínimas intervenciones de otros estados, y perder así el acceso a los mercados de Europa y Oriente Medio, de los que depende en buena medida su economía.

Desde esta óptica, parece lógico que los estrategas chinos hayan planteado proyectos que les permitan construir vías alternativas de acceso a los mercados. Una cascada de infraestructuras que aspiraba a dar salida al mar a las regiones interiores de China–a través de las “regiones autónomas” de Xinjiang y Tibet–, para favorecer su crecimiento, teniendo en cuenta que en China este se ha concentrado en mayor medida en las zonas costeras del este. El proyecto pues, tenía diversas ventajas. En primer lugar, implicaciones domésticas: favorecer el desarrollo en dos regiones con poblaciones tradicionalmente opuestas al gobierno central, y muy especialmente, hacer negocio. La constatación de que la economía china (y el sector de la construcción) empezaban a ralentizarse motivó a las grandes empresas estatales chinas a salir al exterior y exportar parte de su excedente, al tiempo que los grandes bancos podían expandir su cartera –y diversificar activos– mediante préstamos al exterior.

A ello contribuyó que “el hambre se juntó con las ganas de comer”; es decir, que tal y como afirma el economista del think thank Brookings Institution David Dollar, existía una demanda muy intensa de financiación para infraestructuras por parte de los países en vías de desarrollo que, progresivamente, habían visto cómo se retiraban del sector las instituciones financieras internacionales –como el Banco Mundial– debido a los problemas de ineficiencia y corrupción, o se habían complicado enormemente los trámites administrativos necesarios para acceder a ellas.

Como consecuencia, muchos países vieron que la financiación china era más ventajosa que el sector privado, menos complicada administrativamente que con los organismos internacionales, y que era competitiva técnicamente, dado que el sector de la construcción chino es uno de los más potentes del mundo. Además, y contra lo que pudiera pensarse, si bien el primer paso tiende a ser diplomático (top-down), una vez firmado el “Memorando de Entendimiento”, la respuesta china es flexible y significativamente “orientada al cliente”, es decir, ajustada a las demandas del país receptor.

Gracias a la BRI, China ha logrado dotarse de una narrativa potente, de un relato al que se pueden adherir naciones del resto del mundo –ahí se evidencia su dimensión global– con vistas a beneficiarse de las ayudas chinas en la mejora de sus infraestructuras. Este factor es especialmente llamativo cuando se compara con el volumen de ayudas y préstamos que ha entregado Japón a lo largo de las últimas décadas, que lo convertían en el gran inversor en la región y que sin embargo, carecieron de un marco narrativo potente. Y Tokio ha sido el primero en reconocerlo y, en respuesta, ha creado su propia marca, la Comunidad Abierta y Libre del Indo-Pacífico, que, como veremos, se alinea con la visión de EEUU para la región.

El relato chino hasta el momento ha tenido eco en multitud de países e incluso en regiones enteras, como en Asia Central, donde ofrece la promesa de interconexión con Eurasia y un horizonte de crecimiento para el futuro al que los estados miembros han fiado ya sus planes nacionales de desarrollo.

Como sería de esperar, a medida que ha ganado adeptos y ha tomado cuerpo su impacto estratégico, el proyecto ha recibido rápidamente críticas–más o menos fundadas–, focalizadas por ahora en el riesgo de caer en una “trampa de la deuda” por parte de los países receptores, que bien por elección (deseosos de mejorar sus infraestructuras) o por obligación (por ejemplo, debido a la carencia de recursos en la lucha contra el cambio climático), pueden sobre exponerse a deudas que serán incapaces de devolver.

Es innegable que un paíscomo Sri Lanka se encuentra hoy inmerso en una crisis de deuda, que le ha comportado tener que renegociar el pago y, como compensación, ceder la gestión del puerto de Hambantota a empresas chinas por un período de 100 años. En ese sentido, China jugó duro en favor de sus intereses para conseguir un objetivo estratégico. Cierto es también, sin embargo, que China no es el único acreedor de Sri Lanka, y que una porción significativa de la deuda srilankesa está en manos de fondos privados. La deuda a China es en este caso, parte de un problema mayor.

Casos como el de Sri Lanka son, por ahora, más bien la excepción, y no la regla. En el Pacífico oceánico, por ejemplo, China ha condonado deuda y ha renegociado los pagos cuando ha visto peligrar el repago. A diferencia de otros acreedores, admite repagos que no son puramente financieros. Es más, hay actores gubernamentales en Beijing –como el Banco Central– que ven con preocupación el riesgo que supone el impago delas deudas para las entidades chinas, e incluso promueven programas de formación a los países receptores para evitar su sobre endeudamiento que, dicho sea de paso, hace poco en favor de las relaciones públicas del país en el exterior. Un ejemplo más de que la fragmentación es creciente, no solo entre regiones, estados y sociedades, sino también en el mismo seno delos gobiernos, donde dos ministerios pueden tener intereses confrontados. Atendiendo a la capacidad de aprender de los errores de todas las partes implicadas es posible que la trampa de la deuda pueda quedar solventada en un futuro no tan lejano. Sin embargo, existen preocupaciones menos presentes hoy y quizá más significativas, como son la poca transparencia de los proyectos, la corrupción, las pobres condiciones laborales de los trabajadores, los estándares de calidad o los daños ambientales, que cabe decir que no estarán exclusivamente en manos de Beijing. Y en este terreno es posible que otros países –como Japón o EEUU– puedan hallar su espacio de competencia.

La guerra comercial… es el aperitivo

Escuchando los discursos de Donald Trump sobre China, y conociendo el perfil de sus asesores, no puede decirse que la situación actual de guerra comercial entre China y EEUU fuera del todo impensable. Más bien al contrario. El déficit comercial y las “argucias financieras” chinas fueron uno de los caballos de batalla en la última campaña electoral estadounidense, y de hecho, hace años que el ahora presidente atribuye a la relación desigual con Asia la moderación del crecimiento económico y la destrucción de los empleos, un mensaje que ha encontrado su público entre los electores, en especial, los del deprimido cinturón industrial. Ello no obsta que diversos estudios (entre los que destacan los del economista David Autor) hayan revelado que una parte significativa de dichos empleos han sido sustituidos, no por campesinos chinos, sino por robots implantados en las factorías de EEUU y en el exterior.

Entonces, ¿cómo debemos interpretar la actual guerra comercial entre Washington y Beijing? Iniciada en el 2018, se enmarca en una ofensiva más amplia de los EEUU para renegociar los términos de su comercio y paliar el déficit comercial, aumentado las importaciones de productos estadounidenses, limitando subsidios y protegiendo la propiedad intelectual. Ciertamente, el déficit con China ha aumentado exponencialmente. Sin embargo, la respuesta estadounidense parece inspirada en la guerra comercial con Japón de finales de los años ochenta (1). Ya en aquel entonces, Donald Trump era una figura pública y acusaba en televisión al país nipón de estar “chupándole la sangre a América” y de “reírse de los EEUU”, empleando un argumentario prácticamente idéntico al actual.

En la prensa aparecieron artículos que hablaban de la “japonización de América” y del “Pearl Harbor económico”. Y no solo eso: el actual secretario de Comercio, Robert Lighthizer, fue uno de los fontaneros de los Acuerdos del Plaza, que fueron positivos para EEUU –ya que le permitieron recobrar las riendas de su déficit– y pésimos para Japón, ya que le situaron en la antesala de la crisis financiera y la década perdida.

Las voces críticas dentro de EEUU aumentan a medida que se hacen visibles los costes para la propia economía. Sin embargo, el recuerdo del Plaza podría estar marcando la dinámica actual, no solo en EEUU, sino también en Beijing, donde seguro que el antecedente está presente.

Y lo llamativo es que, aun siendo preocupante, la guerra comercial es la versión analógica –y relativamente superficial– de otra línea de rivalidad emergente entre China y los Estados Unidos, la de la guerra tecnológica entre potencias, que afecta a tecnologías de creciente de valor para la economía, y que los estados ven cada vez más desde la óptica de la seguridad nacional. No puede decirse que el factor tecnológico sea algo nuevo en la consecución del poder internacional; más bien al contrario, ha sido parte de la carrera de los grupos humanos por el poder desde hace milenios (2).

Sin embargo, lo que sí parece nuevo es la profundidad y la extensión con la que los inminentes avances tecnológicos van a impactar a las sociedades humanas, y en particular, en sus individuos. Englobadas dentro de la denominada cuarta revolución industrial será la convergencia de diversas tecnologías actualmente en desarrollo, como la implantación masiva del 5G, la colección y, sobre todo, el análisis de datos masivos, la Inteligencia Artificial (IA) el Internet de las Cosas (en inglés, IoT) la robótica, la biotecnología, la nanotecnología, etc. lo que provocará una colisión de la economía digital con la economía física, o tradicional (3). Las implicaciones de este fenómeno (la confluencia) son hoy poco más que especulaciones. Sin embargo, serán disruptivas, en el sentido de que provocarán un cambio de paradigma en muchos sectores. Y en el terreno que nos ocupa, el de la rivalidad entre potencias internacionales, es plausible que provoque también un reordenamiento de la jerarquía dentro del sistema internacional.

Se dice que los estados controlan los caminos, mientras que los imperios los crean. La respuesta de muchos estados –entre ellos EEUU y China–, ha sido la apuesta por el “tecnonacionalismo”. Y es bajo este prisma que debemos observar las barreras que algunos estados están imponiendo a plataformas de comunicación y a empresas tecnológicas, como por ejemplo, el caso de Facebook en China o de Huawei en EEUU, Australia y otros muchos estados europeos. El caso de Huawei es especialmente doliente para China, ya que se trata de una de las empresas pujantes nacionales, segundo fabricante del mundo determina les de telefonía y que está llamada, junto con otras muchas, a coliderar la producción de alto valor añadido que según las autoridades chinas es una de las transformaciones que deberá acometer su economía en el futuro próximo.

A diferencia de la guerra comercial tradicional, que tiende a seguir un patrón de “ojo-por-ojo” hasta que una de las dos partes cede (y por tanto, tiene un principio y un final), la guerra tecnológica tiene límites mucho más difusos y más prolongados en el tiempo. Y eso puede ser especialmente dañino si empuja a los contendientes hacia al aislamiento, y a que sus diversos socios o aliados se van forzados a elegir entre una delas dos opciones. Tenemos indicios claros de ello en el caso de Huawei y del 5G. En el caso de que no se avance en la creación de estándares de comunicación compatibles o universales, en un futuro cercano podríamos ver emerger uno o diversos telones de acero tecnológicos, y en último término, avanzar hacia una cierta “desglobalización” digital.

¿Y cuáles son las fuerzas que empujan esta dinámica? El principal relato es el de la seguridad –o la falta de ella– y del riesgo que supone la penetración de las empresas chinas en las economías occidentales. No es extraño que esta sea la línea argumental –especialmente en occidente– si atendemos a que la seguridad es quizá la mayor fortaleza que le resta al estado-nación, su principal (y quizá único) mecanismo de legitimidad en un entorno cada vez más “líquido”. En segundo lugar, vemos también una tendencia a “securitizar” las redes por parte de algunos estados, frente a la amenaza de los ciberataques y las grietas en la preservación de los datos personales.

Por acción o por inhibición (autocensura), la securitización de las redes está ya afectando a la libertad de expresión y de manifestación, y como apunte, es reseñable ver como un número creciente de gobiernos han empleado en el 2018 la información publicada en redes sociales para truncar a los movimientos de protestas. Por ejemplo, en países como Bangladesh, donde en agosto se registraron detenciones masivas de estudiantes que, de un plumazo, desbandaron a miles de manifestantes que en un primer momento habían logrado paralizar la capital en protesta por la precaria seguridad vial en el país.

Ramificaciones regionales

Como despliegue de la competencia sino-americana en la región de Asia-Pacífico, lo primero que deberemos tener en cuenta es que tiende a presentar una dualidad marcada entre las cuestiones económicas y políticas. En las primeras, China se sitúa cada vez más en una posición dominante a través de las ayudas y los préstamos que han acompañado su ofensiva diplomática. Al mismo tiempo, EEUU sigue siendo la potencia militar en Asia, y el pilar de las alianzas vigentes que se nutren en parte del temor al ascenso chino.

Y uno de los problemas que comporta esta división es que, como recuerda el economista Homi Kharas (4):“la economía se construye sobre la premisa de la ganancia mutua (win-win), aunque no siempre ambas partes ganen lo mismo, mientras que la política y la competencia geoestratégica se basan en la premisa de suma cero, de ganadores y perdedores”. Y esto hace tremendamente complejo alcanzar soluciones amplias y cohesión regional.

De un modo sensible, la tensión actual de las relaciones sino-americanas se transmite a través de la cadena de alianzas a países como Australia, Japón, Singapur, India o Filipinas. Y uno de los principales riesgos que asoma ya en el 2018 y en el 2019 es que para los aliados de ambas potencias puede ser cada vez es más difícil no tomar partido o mantener relaciones fluidas con ambas a la vez. Japón es un caso paradigmático en este sentido, ya que mantiene fuertes lazos económicos con China–a nivel de interdependencia– pero se apoya por completo en EEUU para su mantener seguridad.

Como veremos en un excelente artículo de Michael Wesley sobre la política exterior australiana incluido en el presente Anuario, EEUU ocupa un papel clave en la defensa y la seguridad de Australia desde la independencia. Sin embargo, en un clima de confianza, Australia promovió el acercamiento a China, especialmente bajo el liderazgo del primer ministro Kevin Rudd. China era vista como una oportunidad. Sin embargo, la actitud de Beijing en sus disputas marítimas y su posicionamiento crecienteen el Pacífico oceánico (en países como Fiji o Papúa NuevaGuinea) ha encendido las alarmas en Canberra y Wellington, las potencias naturales en la región que veían posicionarse a China en su “patio trasero”.

Como comenta con acierto Javier Borrás en un artículo reciente (5), Australia es vista por algunos analistas como una suerte de “canario enla mina”, un test de la actitud china hacia occidente, de cómo ejerce su influencia y de cómo es posible su acomodo. El país ha sido el escenario de una confrontación de discursos o visiones acerca de China, que oscilaron desde los más conciliadores–sin dejar de ser críticos a la chine– de Kevin Rudd, a un requiebro mucho más negativo y desconfiado, encarnado por el ejecutivo de Malcolm Turnbull promovió más las ideas de la “invasión china”. Lo cierto es que según las encuestas, un 82% de los australianos ven más a China como un socio económico, y no como una amenaza militar. Aún más importante: el 81% de los encuestados creen que su país podía mantener al mismo tiempo buenas relaciones con Beijing y con Washington, tradicional aliado en materia de seguridad. Parece pues que la sociedad sigue abierta a esta opción, y de cerrarse, será importante analizar las causas y los objetivos reales de quienes promuevan el cambio. De un modo similar, países como Vietnam o Filipinas son también esenciales, ya que ven conpreocupacióncomo tras dos años de calma los buques pesqueros chinos vuelven a las aguas en disputa, como las islas Spratly o el arrecife Scarborough, y lo hacen en algunos casos acompañados por la marina china. En particular, llama la atención los más de 600 avistamientos de buques chinos en torno a las isla Tithu, la mayor de las Spratly, que se encuentra bajo control filipino.

Estos movimientos han elevado la presión popular sobre el presidente filipino, Rodrigo Duterte, quien intentó abrir la puerta a una nueva relación con China y a jugar a delicados equilibrios entre los dos poderes, para, en los resquicios, aumentar su margen de autonomía en política exterior. La cuestión china es un tema delicado en Filipinas y es un resorte para el nacionalismo y el orgullo patrio. En abril del 2019, y en la línea de sus comentarios estridentes, al presidente Duterte anunció que había dado indicaciones a sus militares a lanzar operaciones suicidas en caso de una posible interferencia china en las Spratly.

Sin embargo, el principal actor emergente en la región es una potencia vecina, India, que se ve cada vez más impelida por las dinámicas de Asia Oriental y del Sudeste en el marco de una concepción, promovida por los EEUU y sus aliados, de la integración del teatro Indo-Pacífico. En cierto modo, la visión estadounidense es un reverso acotado de la BRI que tiene en su núcleo la seguridad, pero que puede ampliarse a otras áreas.

Tras décadas de política exterior ambigua, oscilante, bajo el liderazgo del primer ministro Modi, EEUU ha lanzado una invitación abierta a Nueva Delhi para formar una alianza fuerte que pueda contener el auge chino hacia al oeste. A pesar de que China e India son socios en el marco de los BRICS (las entonces aún denominadas “economías emergentes”), la relación es tensa en materia de seguridad y en la actualidad los dos países mantienen disputas fronterizas abiertas (en lugares como Arunachal Pradesh o Aksai Chin) que, lejos de ser aisladas, han llevado ya a enfrentamientos armados en el pasado. Naturalmente, la India se siente inquieta con la toma de posiciones en su inmediato patio trasero (Sri Lanka, Bangladesh o Pakistán) que podrían hacer peligrar su influencia en la región. Es de prever, por tanto, que con la reelección de Modi para un nuevo mandato, el vínculo alcance un nivel superior de la mano, además, del crecimiento económico que está experimentando el país y del nuevo nacionalismo hindú, cada vez más henchido de confianza y a la búsqueda de oportunidades de afianzarse.

Otro asunto en el que la relaciónbilateral ha tenido implicaciones regionales es el conflicto con Corea del Norte y sus aspiraciones por dotarse de armamento nuclear. Con Trump, las negociaciones llegaron a rozar lo esotérico, fiando décadas de conflicto yfrustracióndiplomática a la magia de un encaje de manos. Se llevaron a cabo gestos tremendamente importantes, como la poderosa imagen de la reunión entre el aún joven Kim Jong Un y el hombre más poderoso del mundo, y todo ello, con unos resultados nimios.

¿Fue eso un error de cálculo? Existen segundas lecturas, naturalmente. Por ejemplo,ydenuevoen relación a la rivalidad sino-americana, el acercamiento directo de Trump podría interpretarse como una salva de advertencia a Beijing, que sigue siendo el principal valedordelrégimendePyongyang y que podría sentirse excluida del diálogo con Corea del Norte. Cabe recordar que Corea del Norte es de importancia estratégica para Beijing, ya que actúa como unasuerte de zona franca que mantiene a distancia de su propia frontera a las tropas de EEUU que se asientan en Corea del Sur.

Apuntes finales

La dinámica de rivalidad entre EEUU y China ocupa cada vez más un lugar central en las relaciones internacionales, y dependerá de terceras potencias, principalmente de la Unión Euro pea o de India, que no se intensifique hasta llegar a un sistema internacional que recuerde al modelo bipolar de la Guerra Fría. Las instituciones internacionales deberían recuperar su liderazgo para forzar el entendimiento y la coordinación en la provisión de “bienes globales” y de un marco de gobernanza basado en normas comunes o, de lo contrario, corremos el riesgo de fragmentación física de las comunicaciones.

Dos visiones de un mismo espacio geográfico compiten por la construcción de un relato que conforme sus alianzas. El BRI y el Indo-Pacífico presentan su candidatura a vertebrar inversiones en infraestructuras y alianzas de seguridad en Asia, situando a India y Pakistán como aliados clave de Washington y Beijing. Es posible que un número creciente de estados se vean atrapados en medio de las dos potencias, y, que en un escenario poco deseable, reciban presiones para tomar partido por uno de los dos. Unas presiones que los estados más grandes, como India o Japón quizá puedan capear, pero que pueden doblegar a otros estados más pequeños.

La actual guerra comercial de aranceles y barreras puede ser vista como una antesala de la guerra tecnológica en ciernes, que tomará su potencia dela convergencia de diversas tecnologías actualmente en desarrollo y que, en el marco de la cuarta revolución industrial, impactarán de un modo sin precedentes en las sociedades. De ahí surgirá una posible realineación de las potencias internacionales.

Australia en el Pacífico y Brasil en América Latina, pueden ser dos estados a seguir para adelantar la deriva de los acontecimientos: Canberra tiene intereses en ambos y cuenta con una opinión pública conciliadora con China, aunque sometida al discurso de la amenaza china; Brasil cultivó buenas relaciones con Beijing (en el marco de los BRICS) pero ahora, con la elección de Jair Bolsonaro, alineado con los postulados de Trump, puede verse presionado a decantarse hacia las posiciones de Washington.

Y, como siempre, dos focos calientes pueden entrar en la partida de manera inesperada, como inoportunos jugadores de última hora: Corea del Norte y Taiwan. Será bueno no perderlos de vista. Por lo que pudiera venir.

 NOTAS

  1. Véase por ejemplo un artículo reciente de James Griffiths: “The US won a trade war against Japan. But China is a whole new ball game”, CNN Bussiness, 25 de mayo de 2019.“https://edition.cnn.com/2019/05/24/business/us-china-trade-war-japan-intl/index.html
  2. Véase por ejemplo el clásico de McNeill, D. (1982): The book The Pursuit of Power:Technology, Armed Force, and Society since A.D. 1000, University of Chicago Press; 1982)
  3. Para más información al respecto, véase el último número de la revista Global Asia, titulado “Battle Lines, Techonolgy Rivalry and the Rise of Nationalism” dedicado específicamente al tema y publicado por la East Asia Foundation.Vol. 14, marzo de 2019. http://www.globalasia.org/
  4. VV. AA: China’s Belt and Road: The New Geopolitics of Global Infrastructure Development. A Brookings Interview. Abril de 2019. Accesible en línea: en https://www.brookings.edu/research/chinas-belt-and-road-the-new-geopolitics-of-global-infrastructure-development/
  5. Borrás Arumí, Javier: “¿Cómo responderá Occidente ante la influencia de China? Australia nos da pistas”, Esglobal, Mayo de 2019. Accesible en línea: https://www.esglobal.org/como-respondera-occidente-ante-la-influencia-de-china-australia-nos-da-pistas/