Egipto y su política exterior: en busca del liderazgo perdido

Anuario Internacional CIDOB 2019
Data de publicació: 06/2019
Autor:
Gema Martín Muñoz, profesora de sociología del Mundo Árabe e Islámico, Universidad Autónoma de Madrid
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Cuando, entre 2010 y 2011, las revoluciones se extendieron por buena parte de la región árabe, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) tomaron una posición muy activa como punta de lanza de la contrarrevolución (1). El golpe de Estado del 3 de julio de 2013 en Egipto, que puso fin a la joven transición democrática egipcia con una brutal violencia contra los Hermanos Musulmanes, hasta entonces en el gobierno, estuvo liderado por el mariscal Abdel Fattah al-Sisi y fue llamado a ser el símbolo y ejemplo del fin de ese breve período revolucionario y prodemocrático árabe.

Desde entonces, al-Sisi ha instaurado un monopolio del poder que ha asfixiado cualquier indicio de vida política o civil. Ha reorientado toda la economía a favor de la clase militar, de la que sin duda depende el régimen, a costa de imponer planes de austeridad asfixiantes para la población (el último aplicado el 7 de noviembre de 2018). Pero ello no le ha impedido embarcarse en costosísimos megaproyectos, como la construcción de una nueva ciudad administrativa a 40 km de El Cairo con un coste de 300.000 millones de dólares, que aumentan el peso de una ingente deuda pública y atraen un capital privado del Golfo nada interesado en invertir en la industria y la agricultura, que es lo que real- mente necesita el país. Se ha llevado a cabo la ampliación del Canal de Suez (con un coste de 8.000 millones de dólares) inaugurada en agosto de 2015 al amparo del fervor nacionalista del presidente, que lo calificó de “regalo de Egipto al mundo” y lo presentó como competidor del Canal de Panamá (2). Aunque de rentabilidad económica dudosa, los réditos fueron políticos: escenificar por parte de este militar egipcio la apropiación del símbolo que representa el Canal desde su nacionalización en 1956 por Gamal Abdel Nasser, e intentar transmitir un mensaje a la comunidad internacional, en cuya inauguración estuvo presente el presidente francés François Hollande, de progreso y estabilidad de su régimen.

En el ámbito de la acción exterior, el Egipto de Ab-del Fattah al-Sisi ha restablecido la tradicional alianza con EEUU y Europa; ha estrechado vínculos con sus valedores en el golpe de Estado, Arabia Saudí y EAU; se ha alejado de Turquía y se ha aproximado al régimen sirio; se ha sumado al boicot a Qatar; ha estrechado relaciones con Israel y Rusia; y ha mejorado las relaciones con países del este africano, donde quiere abrir mercado a sus exportaciones, si bien no logra imponerse ante el desafío que Etiopía ha planteado con la construcción de la gran presa del Renacimiento sobre las aguas del Nilo, que pone en riesgo la fuente anual de agua para Egipto.

La  aquiescencia occidental

La democracia no ha sido un componente en la política exterior de EEUU y de la UE a la hora de estrechar lazos con el régimen militar de Abdel Fattah al-Sisi. Aunque Barack Obama se mostró reticente a aceptar el golpe de Estado –que nunca ha sido oficialmente reconocido con este término– y la radical represión que trajo consigo, saldó la cuestión del apoyo económico norteamericano con 83 votos contra 13 a favor de continuar con la ayuda (3).  El episodio incluyó las presiones de destacados miembros militares y políticos de su administración, así como del activismo del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), que dirigió una carta a todos los senadores estadounidenses afirmando que retiraría la ayuda económica a Egipto –dejada inicialmente en suspenso: “podría aumentar la inestabilidad de Egipto, minar importantes intereses americanos y tener un impacto negativo sobre nuestro aliado israelí”. A partir de entonces, en pro de la estabilidad y la lucha contra el terrorismo –los dos postulados que sirven para justificar las alianzas externas occidentales con el despotismo árabe– se normalizaron las relaciones con el nuevo régimen egipcio, y con renovado ímpetu tras la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, quien en su particular estilo ha calificado a al-Sisi de “great boy”.

Un importante valor añadido en la relación con la Administración Trump ha sido la intensidad de las relaciones que Egipto ha establecido con Israel. En enero de 2019, en una entrevista a CBS News, Abdel Fattah al-Sisi afirmó que la cooperación con Israel era más estrecha que nunca (4). Con respecto a la Franja de Gaza, El Cairo volvió a cerrar el paso de Rafah y a coordinarse con la política de aislamiento y seguridad de Israel en lo relativo a este territorio palestino. Incluso un viejo plan americano-israelí ha acabado siendo realizado por El Cairo: la creación de un no man’s land en el Sinaí. Una zona tampón en la frontera egipcia de Rafah con Gaza, que ha supuesto la demolición sin previo aviso de más de 800 casas y el desplazamiento forzado y sin ninguna compensación de 1.150 familias palestinas y la práctica desaparición de la localidad de Rafah (5).

Presentado como una necesidad para garantizar la seguridad de Egipto frente al terrorismo, lo cierto es que los ataques del grupo Ansar Beit el-Maqdis no han hecho sino recrudecerse como nunca antes, mientras al-Sisi se erige como garante de la estabilidad del país y como protector de los egipcios ante el terrorismo. Es en el Sinaí, donde la cooperación militar y de inteligencia entre Egipto e Israel se han estrechado notablemente, pero cabe preguntarse si esas acciones antiterroristas, depredadoras para las ya muy castigadas poblaciones civiles del Sinaí, no provocan que contraterrorismo y terrorismo se alimenten mutuamente (6).

Por su parte, Europa ha dejado de lado la política de cooperación “más por más”, según la cual la UE ofrecería más ventajas a medida que los principios democráticos fuesen avanzando, erigiéndose por el contrario en uno de los principales proveedores de ayuda financiera y armamentística del régimen egipcio. El ejército egipcio ha invertido un inmenso capital en la importación de armas, cuyas compras han aumentado un 215% entre 2013 y 2018 en relación al período anterior de 2008-2012, convirtiendo a Egipto en el tercer gran importador mundial de armas después de la India y Arabia Saudí (7). Enorme negocio que apuntala las alianzas exteriores con las naciones grandes productoras de armamento de Europa, como es el caso de Francia. (8)

Desde que Abdel Fattah al-Sisi realizó una visita oficial a Alemania el 3 de junio de 2015 (y otra en octubre de 2018) hasta la visita oficial de tres días de Emmanuel Macron a El Cairo el 27 de enero de 2019, no han dejado de reforzarse las relaciones comerciales y en materia de seguridad con los líderes europeos. Una semana después de participar en la Conferencia de Seguridad de Munich (16-18 de febrero 2019), donde el presidente egipcio se presentó como el líder de la región árabe y del islam tolerante, la UE organizó con la Liga de los Estados Árabes la primera cumbre de jefes de Estado de ambas organizaciones (9). Celebrada en Sharm al-Sheyj el 24-25 de febrero de 2019 bajo el lema/mantra “Invirtiendo en estabilidad”, el encuentro fue una valiosa ocasión para el anfitrión de la cumbre, Abdel Fattah al-Sisi, de obtener legitimidad internacional en un momento en el que en Egipto se acababan de ejecutar 15 penas de muerte tras juicios sin garantías, y el parlamento acababa de aprobar varias enmiendas constitucionales que sitúan al ejército por encima de la Constitución y permiten al presidente nombrar a buena parte del aparato judicial y prorrogar su propia presidencia hasta 2034.Todo ello presentado por el mariscal como una necesidad para la estabilidad del país (10). Los europeos, poco preocupados por el hecho de que la cumbre coincidiese con esta nueva embestida autocrática, deseaban aprovechar el hueco que el repliegue estadounidense va dejando, afianzarse frente a la entrada con fuerza de China y Rusia en la región, y avanzar en la cooperación con respecto a las dos cuestiones que les preocupan: la emigración irregular y el terrorismo (11).

Cambiando una vez más democracia por “estabilidad”, en el erróneo pensamiento de que un Egipto estable no puede ser un Egipto democrático, la UE debería entender que, por el contrario, un presidente elegido mientras hay en torno a 60.000 presos políticos (12) y una situación económica inmanejable no tiene capacidad para asegurar la estabilidad y afrontar los muy serios desafíos sociales, económicos y de seguridad que afronta el país.

Egipto y su política en Oriente Medio

Cuando en junio de 2012 Muhammad Mursi fue elegido el primer presidente civil de la República de Egipto (13), en el corto año que duró su gobierno no se operó un giro radical en la política exterior del país por el deseo expreso de sus nuevos gobernantes de no provocar reacciones con- traproducentes, pero sí se introdujeron ciertas matizaciones que indicaban una moderada intención de remodelar algunos ángulos de dicha acción exterior. Frente al estrecho vínculo que unía a Arabia Saudí con el régimen de Hosni Mubarak, fueron Qatar y Turquía, que se habían distinguido por su apoyo a la revolución y las transiciones políticas posteriores, los que se convirtieron en aliados preferentes, con una ayuda económica de 8.000 millones de dólares aportada por Doha. Pero a su vez  Mursi y el gobierno  de los Hermanos Musulmanes quisieron mostrar con gran diligencia su buena voluntad de desempeñar un papel responsable en materia internacional, manteniendo los acuerdos de paz con Israel para tranquilidad de Washington y asegurar así su ayuda anual de 1.500 millones de dólares a Egipto. Mursi fue el primer presidente egipcio que viajó a Teherán en agosto de 2012, tras 33 años, para participar en la 16ª Cumbre de Países No Alineados, lo que indicaba un intento moderado de equilibrar la relación con Irán. Por otro lado, una de sus primeras medidas fue abrir la frontera egipcia con Gaza para aliviar a sus habitantes, a la vez que mostraba la utilidad de su buena comunicación con Hamas en Gaza, a diferencia del régimen de Mubarak, para ayudar a EEUU a lograr un cese el fuego entre Hamas e Israel en noviembre de 2012.

Con el nuevo régimen encabezado por Abdel Fattah al-Sisi, el vínculo con Arabia Saudí no solo se va a restablecer, sino que se va a convertir en una enorme dependencia política y económica. Desde el minuto uno del golpe de Estado, Riad, junto a EAU y Kuwait, aportó a El Cairo una ingente ayuda económica de 12.000 millones de dólares, incrementándose hasta 42.000 en los años sucesivos. Compartían el interés común de poner fin a las “primaveras árabes” y luchar contra los Hermanos Musulmanes (declarados por Riad, Abu Dhabi y El Cairo como un movimiento terrorista haciendo una falaz amalgama entre estos, al-Qaeda y cualquier movimiento yihadista). La visita “histórica” realizada por el rey Salman ben Abdu- laziz Al-Saud a Egipto en abril de 2016, de una semana de duración, escenificaba la luna de miel entre ambos países. Pero la Arabia Saudí dirigida de facto por el príncipe heredero Muhammad ben Salman va a exigir al nuevo jefe del Estado egipcio un seguidismo firme del liderazgo saudí y sus objetivos regionales.

El Egipto de al-Sisi ha mostrado su lealtad a Riad sumándose sin matices al boicot contra Qatar iniciado en junio de 2017 por Arabia Saudí y EAU, devolviendo incluso en un acto grandilocuente la ayuda económica aportada por Qatar a Egipto durante la presidencia de Muhammad Mursi, y ha acabado transfiriendo la soberanía de las islas de Tiran y Sanafir a Arabia Saudí –no sin una firme resistencia de algunas instancias judiciales egipcias y múltiples manifestaciones en contra. Asimismo, en el importante dosier sobre Libia, Egipto en una alianza firme con EAU, es uno de los principales valedores del general Khalifa Haftar instalado en un autoproclamado gobierno en Tobruk (este de Libia) en contra del gobierno de Trípoli, apoyado por Qatar, que integra a los Hermanos Musulmanes libios. Para El Cairo, junto a EAU, la eliminación de los Hermanos Musulmanes es un objetivo prioritario que rige su política interior y exterior.

Pero ese vínculo con Arabia Saudí acabará entrando en contradicción con el discurso nacionalista, incluso chovinista, que cultiva al-Sisi como elemento aglutinador ante su desafecta población. Nacionalismo que aspira a enlazar con la memoria histórica de un Egipto líder del mundo árabe durante largos períodos de la era contemporánea. En esa búsqueda por ejercer un liderazgo lejos de alcanzar, El Cairo va a  proponer  la  creación de una fuerza militar común árabe (14). Presentado por al-Sisi como “una de las herramientas más importantes de integración para defender los intereses de las naciones árabes”, tal y como reproducía Al-Ahram en esa fecha, el objetivo de ese ejército árabe unido ya no sería afrontar como antaño al enemigo israelí, cada vez considerado menos enemigo, sino a Irán. Aunque Donald Trump verá con cierta empatía esta propuesta, Riad, cuyo objetivo sustancial es reunificar un eje sunní versus Irán bajo su exclusivo liderazgo, la verá con recelo y por el momento la iniciativa ha acabado pospuesta sine die.

No obstante, va a ser en la cuestión del Yemen donde Egipto va a exponer las turbulencias de su política exterior: concretamente la tensión entre su deseo de autonomía y su dependencia de los saudíes. La decisión de Muhammad ben Salman de involucrar a Arabia Saudí militarmente en la guerra yemení desde marzo de 2015, va a forzar a El Cairo a apoyar dicha intervención pero de manera ambigua. Egipto se ha limitado a enviar algunos navíos al estrecho de Bab al-Mandeb, pero ha rechazado enviar tropas terrestres. Su posición oscila entre la necesidad de compromiso con Riad y  la  posición  de todo ciudadano egipcio, incluido los militares, en contra de implicarse en otra guerra del Yemen, estando muy viva la memoria del fracaso y los 26.000 soldados egipcios muertos entre 1962 y 1970 en la guerra que Gamal Abdel Nasser llevó a cabo en este país, apoyando al bando republicano. Arabia Saudí, que ha convertido su lucha contra Irán en el eje que rige toda su acción exterior y a través de lo cual conceptualiza todo lo que ocurre en la región (15), considerará que Egipto subestima la “amenaza iraní” con su insuficiente implicación en el Yemen.

En el fondo de estas turbulencias entre El Cairo y Riad reposa una diferencia progresiva de prioridades: para El Cairo es imponer su visión de una confrontación global contra los Hermanos Musulmanes en todo el espacio árabe (convertidos en su principal enemigo); para Arabia Saudí es dirigir un eje sunní contra Irán (erigido como su principal enemigo). Es por ello que, para inquietud de El Cairo, en los últimos tiempos el liderazgo saudí ha restablecido la comunicación con Turquía –que no cesa de recordar la ilegitimidad del régimen egipcio– y se muestra dispuesta a aceptar al importante partido islamista al-Islah y a los Hermanos Musulmanes en los casos de Yemen y Siria, respectivamente. Es decir, a todo el que se opone a quienes los saudíes consideran sus verdaderos enemigos: los huzíes yemeníes y el régimen sirio de Bashar al-Asad, aliados de Irán.

El Cairo, Siria y Rusia

Egipto ha cultivado también su relación con Rusia. Vladimir Putin a través de su intervención en Siria ha resituado a Rusia en el juego de la competición de los grandes poderes y ha llevado a cabo lo que podríamos llamar “la vuelta” de Moscú al Oriente Medio, frente a un claro repliegue y pérdida de in- fluencia de EEUU (16). Sobrepasando a Washington en el frente diplomático, Putin se ha erigido en el centro de la comunicación con todos los actores políticos de la región.Y Egipto es, sin duda, uno de ellos. Moscú dio la bienvenida al ejecutivo del mariscal Abdel Fattah al-Sisi en 2013 y desde entonces las relaciones políticas, comerciales y militares entre Rusia y Egipto se han incrementado: desde el acuerdo para construir la primera central nuclear en Egipto con asesoramiento y financiación rusos, a la realización de maniobras militares conjuntas.

Pero un segundo foco de tensión con Arabia Saudí va a ser Siria. El 8 de octubre de 2016 Egipto votó a favor de una resolución (fallida por el veto de Estados Unidos, Reino Unido y Francia) de Naciones Unidas presentada por Rusia con respecto a Siria, lo que causó gran malestar a Arabia Saudí, quien a continuación, para que no cupiese duda, suspendió el con- trato por cinco años de suministro de petróleo saudí a Egipto firmado con ocasión de la mencionada visita a El Cairo del rey Salman. Kuwait, que apuesta por ser una fuerza de equilibrio, asumió dicho suministro en lugar de Riad.

Desde entonces al-Sisi ha liderado la defensa de la reincorporación de Siria a la Liga de los Estados Árabes, de donde fue expulsada en 2011, lo que aspira a conseguir en la próxima cumbre de 2019 (17). Lo cierto es que al-Sisi siente empatía hacia el régimen de Bashar al-Asad, dado que ambos comparten el radical rechazo a cualquier reivindicación prodemocrática, defienden la opción de los regímenes militares en el mundo árabe y sienten la misma aversión hacia los Hermanos Musulmanes. Para Arabia Saudí, el régimen de los Asad, primero el padre y luego el hijo, representa una vieja alianza con Irán y la posibilidad de que este país acreciente su influencia en Siria, sumándose a la que Teherán ya ha logrado expandir en el vecino Iraq tras y gracias a la ocupación estadounidense18 (18). Por supuesto que a Abdel Fattah al-Sisi no le importa ser visto como anti-iraní, pero para él los Hermanos Musulmanes representan un escenario más amenazante que Irán. Y Egipto e Irán, con Rusia, desean el éxito de Bashar al-Asad en Siria.

Gestionar las relaciones entre El Cairo y Riad no es, por  tanto,  fácil, pero es ineludible. Se imponen importantes factores: la gran dependencia que tiene el actual poder egipcio del maná financiero arábigo y la necesidad de mantener el incondicional apoyo de Donald Trump a al-Sisi, lo cual depende de su alianza y cooperación con los dos países que actualmente definen el interés estadounidense en Oriente Medio: Israel y Arabia Saudí. A ello se une la cooperación existente entre Riad y El Cairo con respecto al dosier palestino, de gran valor para Israel, así como el interés común por frenar la creciente influencia iraní en Sudán y Eritrea (consiguiendo la ruptura de relaciones diplomáticas entre Jartún y Teherán en 2016). No obstante, las aristas se multiplican. El Cairo apoya la pervivencia de Omar al-Bashir al frente de Sudán, sometido a una intensa ola de protestas que pide su destitución desde diciembre de 2018. Para al-Sisi se trata de mantener “la estabilidad” ante todo y cortar cualquier viso de sustitución del jefe del Estado por presión popular en su vecino del sur, en tanto que Arabia Saudí y EAU se plantean una salida a la crisis buscando un sucesor fiable de al-Bashir, como podría ser el jefe de la inteligencia sudanesa Salah Gosh, que permita a Riad seguir desplegando apaciblemente su influencia en el Cuerno de África.

En conclusión, el dilema de Egipto en su vacilante política exterior está en su aspiración de liderazgo y su limitada facultad para desarrollarlo. No es que Egipto haya perdido su potencial histórico de liderazgo pero sí la capacidad de iniciativa para recuperarlo, con la correspondiente frustración para el fuerte sentimiento nacionalista egipcio. El actual régimen de Abdel Fattah al-Sisi, aun tratando de aparentar un liderazgo de uso instrumental (y lograr legitimación), está aquejado de una gran debilidad y dependencia para poder influir de manera determinante en los acontecimientos de la frágil región árabe.

Notas:

1. Bruce Riedel, “Saudi Arabia Cheers the Coup in Egypt”, Brookings, 7 de Julio 2013. Alain Gresh, “En Egypte, la révolution à l’ombre des militaires”.
Le Monde Diplomatique, agosto 2013.
2. Hasta tal punto que los sellos que inicialmente se imprimieron en conmemoración de este acontecimiento reproducían por error una foto del Canal de
Panamá, en vez del Canal de Suez.
3. Citado por David D. Kirkpatrick en su muy documentado libro, Into the Hands of the Soldiers: Freedom and Chaos in Egypt and the Middle East. Nueva York, Viking
Books, 2018.
4. Después pidió sin éxito que no se transmitiese. Middle East Eye, News, 3 de enero de 2019. https://www.middleeasteye.net/countries/egypt
5. Kaamil Ahmed, “Before and after: Satellite images reveal Egypt’s Sinai bulldozed and barren after war”. Middle East Eye, 18 de febrero de 2019.
6. Ismail Alexandrani, The War in Sinai: A battle against terrorism or cultivating terrorism for the future? Arab Reform Iniciative, 2014. Chaymaa Hasabo,
“Égypte: contre-terrorisme, terrorisme, deux frères jumeaux”. Orient XXI, 2015.
7. Majed Mandour, “Égypte. Le gouffre d’une dette alimentée par l’armée”. Orient XXI, diciembre 2018.
8. En 2015 Egipto encargó a Francia una compra de material militar, que incluía 24 aviones de combate Rafale, por una suma de 5.200 millones de euros.
Joe Stork, “Avec Emmanuel Macron, la mansuétude à l’égard de la répression en Égypte se poursuit”. Orient XXI, junio 2017.
9. Hasta ahora, las reticencias de Israel y EEUU a un encuentro de esta magnitud habían frenado a los europeos. Pero dichas reticencias se han moderado ante la nueva
atmósfera de cooperación y relaciones con Israel que están desarrollando Arabia Saudí, EAU, Bahréin y Omán (todos presentes con Binyamin Netanyahu en la
Cumbre de Varsovia, como un gran montaje escenográfico contra Irán, los días 13-14 de febrero de 2019), además de las ya existentes entre Egipto y Jordania.
10. Middle East Eye, News, 14 y 21 de febrero de 2019. https://www.middleeasteye.net/countries/egypt
11. James Moran, “The EU-Arab Summit: A chance to reset relations with the Arab World?” CEPS, 14 de febrero de 2019.
12. Según las estimaciones de Human Rights Watch. Middle East Eye, News 8 enero de 2019.
https://www.middleeasteye.net/video/hrw-raises-alarm-over-human-rights-abuses-across-middle-east-2019.
13. Gema Martín Muñoz, “Democracy and Islamism in Arab Political Transitions” en Juan A. Roche (ed) Transitions. The Fragility of Democracy. Logos Verlag,
Berlin, 2016, pp. 151-174.
14. Abdel Fattah al-Sisi hará esta propuesta con ocasión de una cumbre económica en Sharm al-Sheij el 29 de marzo de 2015.
15. Si bien el conflicto del Yemen inicialmente nada tenía que ver con Irán,
aunque uno de los bandos sea de extracción shií, y de hecho el posterior
apoyo de Teherán a los huzíes es tibio y en la distancia
16. Gema Martín Muñoz, “Siria 2017: balance de una guerra poliédrica”. Anuario del Mediterráneo. Barcelona, IEMED 2018.
17. En contra de Washington, Arabia Saudí y Qatar, El Cairo cuenta como aliado en esta reivindicación con EAU, Jordania y Líbano (quienes consideran que la
mejor manera de apartar a Al-Asad de Irán es dándole un apoyo alternativo). Reuters, 18 de febrero de 2019.
18. Gema Martín Muñoz, “Cuando el mito engendra el espanto” en VV.AA., Entre el mito y el espanto. IVAM, Valencia 2016, pp. 94-111.