El juego de las percepciones en Asia: jerarquía, credibilidad, conectividad y gestión del riesgo
Midiendo el coste de la oportunidad
En 2018 se cumple una década de dos eventos tremendamente influyentes en la deriva del actual orden regional en Asia: por una parte, el tropiezo de la crisis financiera, que afectó principalmente a Europa y EEUU, y que ha desatado toda suerte de fantasmas del pasado, como el auge del proteccionismo y el repliegue identitario hacia posiciones excluyentes y, en algunos casos, xenófobas. Por otro lado, se cumplen diez años de los exitosos Juegos Olímpicos de Beijing, que pusieron broche de oro a cuatro décadas de crecimiento sostenido de la economía china y de la autoconfianza del régimen y los ciudadanos.
Buena parte de las sensaciones, prejuicios y ambiciones que encarnan ambos momentos cruciales se condensan en la emergencia de dos líderes personalistas, que al frente de China y de Estados Unidos respectivamente, actúan de altavoz de sentimientos de fondo: la ira, en Donald Trump, es la voz de los que se sienten marginados por las rentas de la globalización y olvidados por sus propias élites sociales y políticas; la ambición, que encarna Xi Jinping, es la de una China que ha logrado transformarse espectacular –aunque desigualmente– y que en un ambiente de confianza persigue alcanzar su propio “sueño chino”, que en su vertiente más nacionalista implica que China regrese al lugar central que históricamente, y por su magnitud, merece.
A pesar de que ambos personalismos coinciden en el tiempo y en el papel preeminente dentro del escenario político, lo cierto es que responden a fenómenos profundamente distintos. Trump es una expresión de malestar contra el sistema, un suceso que puede o no alterar las dinámicas a medio y largo plazo. Por el contrario, Xi es la expresión del sistema, que parece parapetarse intelectualmente ante un posible malestar ciudadano. En este sentido, ambos convergen en un momento histórico, si bien las fuerzas y los objetivos que los mueven hacia el poder son más bien opuestos.
Por ello, debemos recordar que en todo momento histórico que queramos estudiar confluyen patrones de tipo histórico-lineal (dinámicas a largo plazo), cíclicos (iteraciones de contextos ya conocidos como las crisis económicas o el incremento de las desigualdades) y eventos de contingencia o de oportunidad (como el momento actual de Trump), y que todos ellos interactúan para dar forma a los resultados históricos y futuros. La retirada de EEUU del liderazgo internacional en cuestiones clave abre una oportunidad franca para China, que sin embargo, conlleva elevados costes en términos de poder militar, inversiones e implicación en la creación de bienes públicos globales. Este es el coste de oportunidad de la asignación de la riqueza disponible que China debe medir con atención, expresado en el modelo económico clásico del Guns vs. Butter que expondremos más adelante.
En el presente artículo, intentaremos identificar algunas dinámicas de fondo (histórico-lineales), que hemos convertido en epígrafes, dentro de las cuales describiremos los eventos más contextuales, ligados a la oportunidad o el riesgo del momento actual. Así, trabajaremos en base a cuatro grandes nociones que pueden servir para comprender Asia-Pacífico en la actualidad y quizá proyectarnos en cierta medida hacia el futuro: la jerarquía, la credibilidad, la conectividad y la gestión del riesgo.
Jerarquía: ¿quién da forma al relato de lo internacional?
En la primera de las dimensiones, la jerarquía, cada vez es más perceptible un trasvase de poder de EEUU hacia una China en auge como centro gravitacional de la región. La regionalización de la agenda económica se vio reforzada por la crisis asiática de 1997, que generó una creciente sensación de interdependencia, así como por la retirada de Washington tras el 11-S para centrarse en Oriente medio y en la guerra global contra el terrorismo. Si bien EEUU intentó recuperar el tiempo perdido mediante el denominado “pivote hacia Asia”, promovido por la primera Administración Obama. Sin embargo, la crisis financiera global de 2007 no solo coartó las inversiones económicas, sino que abrió profundos debates existenciales acerca de quienes eran los ganadores y los perdedores de la globalización, o sobre la legitimidad de las instituciones en la defensa de los intereses de los ciudadanos. La crisis avivó muchos dilemas tradicionales, como el del globalismo en EEUU –vs. los partidarios del aislacionismo– o el de las fracturas cardinales (norte-sur, este-oeste) de la Unión Europea. Tras años de prepararse para un debate dialéctico con las emergentes “economías autoritarias de mercado” (con China a la cabeza), parece que los principales retos de EEUU –como el populismo, la xenofobia o la desigualdad creciente– eran más bien domésticos y fruto de las contradicciones del modelo liberal, y su versión radicalizada, el neoliberalismo, que desató a la economía y las finanzas de un control político efectivo.
Ciertamente, el poder económico global se ha transferido en buena medida a China, así como las visiones más optimistas del relato acerca del orden internacional, que en Europa y EEUU son ahora mucho más defensivas y sombrías. Con Trump, Estados Unidos se ha replegado en áreas significativas de poder y la credibilidad de la presidencia –y de Washington como corpus regente– ha llegado a mínimos. Washington está renunciando al relato de una globalización como vía a la prosperidad, la seguridad y la democracia.
Sin embargo, no parece factible que en el corto plazo China ocupe el lugar de EEUU como narrador global, incluso cuando China haya alcanzado el estatus de primera economía mundial. Aun venciendo, China está lejos de convencer, y proponer, por ejemplo, un modelo social y político capaz de seducir a un proporción significativa del mundo. Estamos pues adentrándonos en un “interregno” en el que según una interpretación gramsciana, la crisis surge exactamente en el momento en que lo antiguo muere y lo nuevo aún no alcanza a nacer.
Beijing promoverá una visión jerárquica de la región (con China en el centro como irradiador de prosperidad), mientras que EEUU defenderá las geometrías contencionistas o de contrapeso al auge chino, promoviendo y reforzando las alianzas (cada vez más militarizadas) con sus socios asiáticos en la línea del “Peace Through Strength” (“paz mediante la fuerza”) que con Trump ha recobrado el carril central de la políti ca exterior estadounidense en Asia Oriental.
El escenario más probable, pues, será el de una bipolaridad asimétrica(1), en la que EEUU retendrá el poder militar y las mayores reservas de poder blando, que le permitirán tener la capacidad de influencia en el seno de la sociedad China, mientras que China promoverá un entramado de relaciones bilaterales que se extenderán a lo largo del gran proyecto One Belt, One Road, asignando las dosis más convenientes de “zanahorias y palos” que alineen a los diversos países con sus intereses. En este equilibrio emergente, las dos potencias compatibilizaran dinámicas de competición y de competencia, que se extenderán a sus aliados y que incluso, internamente, encontraran eco en amplios sectores del gobierno, en las entidades subestatales (como las metrópolis) o entre la sociedad civil. En este contexto, será clave mantener una elevada credibilidad que permita tejer alianzas y, para sobrevivir en arenas movedizas, ganar la máxima superficie de sustentación posible.
Credibilidad
Tras décadas de defender el Ascenso Pacífico y de “disimular la verdadera fuerza(2)”, los sectores más audaces del liderazgo chino sienten ahora la oportunidad de intervenir activamente en el contexto de crisis del orden liberal global y amoldarlo en lo posible a sus intereses nacionales. Ciertamente, como nos recuerda David Kelly, el rol global de China en el mundo obedece a condicionantes más sofisticados que la mera dicotomía entre seguir la senda del ascenso pacífico o amenazar el statu quo (3) (el autor identifica siete narrativas que dan forma a su relato internacional). Lo cierto es que China ha presentado candidatura a liderar la globalización, o a ser punta de lanza de la lucha contra el cambio climático, dos terrenos en los que, por cierto, EEUU se ha retirado por indicación de Trump. Sin embargo, la credibilidad (o no) del discurso “pacifista” chino ha sido, y sigue siendo, uno de los ejes en la región. Del mismo modo, las intermitencias y ambigüedades del compromiso estadounidense en materia de seguridad en Asia son la otra pata de este eje de confianza, que posiblemente acabará determinando la alineación de los otros actores en el tablero. Si bien el factor Trump disparó inicialmente todas las alarmas, lo cierto es que Washington, a pesar de la desbandada del departamento de Estado, ha podido desplegar una diplomacia de segundo nivel a través de los canales de defensa, que ha tranquilizado a sus tradicionales aliados como Japón y Corea del Sur. El primer ministro japonés, Shinzo Abe, ha frecuentado a su homólogo de EEUU para mostrar la solidez de la relación, que intuitivamente, parecería compleja en lo personal.
A pesar de que continúa la blitzkrieg comunicativa de Trump, lo cierto es que el tono se ha rebajado notablemente tras la llegada al despacho oval, centrándose principalmente en Corea del Norte. Lo que antes era belicosidad hacia China en twitter muta a mediados de 2017 y con asombrosa rapidez en referencias constantes a la “excelente relación con Xi Jinping”, en un nuevo ejemplo de personalización de la política.
Como un pez que se muerde la cola, la desconfianza se retroalimenta, y es precisamente la percepción –por otro lado poco discutible– de que EEUU y sus aliados buscan contener a China, lo que alimenta el sentimiento en el país debe ocupar un lugar preeminente en el mundo como único medio para garantizar su seguridad.
Conectividad
La globalización económica, combinada con la revolución tecnológica y la del transporte han transformado significativamente las relaciones internacionales. Algunos determinantes clásicos, como la geografía o las cuotas de poder estatal, rivalizan de manera creciente con aspectos que tienen que ver menos con los propios actores, y más de la naturaleza de sus relaciones, como son la centralidad, la intermediación o la influencia en las redes. Al mismo tiempo, una multitud de actores transnacionales “nuevos” han emergido por encima y por debajo de los estados, para cuestionar su antigua hegemonía, llegando incluso a la granularidad de los individuos como sujetos internacionales.
Dichas transformaciones nos recuerdan algo que, en el fondo, no es nuevo, pero quizá sí más importante que nunca: que la conectividad es un elemento clave del poder, y que las potencias deben garantizarse canales seguros y sostenibles a través de los cuales puedan gestionar el tráfico de bienes, personas y recursos.
El citado repliegue de EEUU ha abierto una oportunidad estratégica enorme para China –quién sabe si prematura– para desplegar su macroproyecto de la Iniciativa One Belt, One Road, que promete ser una arteria terrestre y marítima que se proyectará a Eurasia (con el objetivo de llegar a Europa) y que llevará a la práctica la interconexión del escenario índico y pacífico, dando lugar a uno “Indo-Pacífico” cada vez más interconectado. Las inversiones chinas en Pakistán son claves para garantizarle a Beijing el acceso alternativo al Índico. Del mismo modo, India siente el aliento chino en su espalda y se alinea en materia de seguridad con EEUU, al tiempo que lleva a cabo sus propias inversiones, como en el puerto iraní de Chabahar, creando un bypass a las pretensiones chinas.
Mucho se ha escrito acerca de las inversiones chinas en África. Sin embargo, en 2018 han empezado a escucharse voces que señalaban la progresiva influencia económica de China en el Este de Europa (4), en países como Hungría, Polonia o Serbia a través del conocido como esquema 16+1 (que reúne a China con los países del centro y el este de Europa (en inglés, CEEC) y que desde las postrimerías de la crisis financiera, ha sido señalado por algunos observadores de Bruselas como un mecanismo en manos de China para a través de las inversiones en infraestructuras, presionar en pos de una agenda prochina en Europa (y la UE). Este fenómeno, en paralelo a las derivas populistas y autoritarias de algunos de estos países, puede ser un creciente quebradero de cabeza para la Unión y alimenta el debate acerca de la gobernanza dentro de sus límites territoriales. Lo cierto es que como en tantos otros asuntos internacionales, China esencialmente ocupa una pequeña porción del espacio dejado, en este caso, por el repliegue de las inversiones directas de socios europeos occidentales (5).
Gestión del riesgo
China: cerrando filas en torno a un poder fuerte
Tras décadas de crecimiento económico, China ha entrado en una fase de madurez en la que, tras la apertura y para sostenerlo, se requerirán acciones más profundas y potencialmente desestabilizadoras. El reto coincide con la citada oportunidad estratégica de ganar posiciones frente a la retirada internacional de los EEUU, que parece una invitación envenenada a desequilibrar los empeños de gasto. El dilema al que se enfrenta el liderazgo chino no es sencillo, y podría expresarse en la dicotomía macroeconómica de las “armas o la mantequilla” (guns vs. butter) acerca de cómo asignar el gasto del Estado. En este esquema las armas (guns) representan el poder internacional (que satisfaría a los halcones y que aumenta el gasto en defensa y la inversión estratégica) mientras que la mantequilla (butter) corresponde al gasto civil o doméstico, que aumenta el bienestar de los ciudadanos.
Este balance es complicado en la China actual, y lo será más si atendemos a que la economía china se ralentiza al tiempo que la sociedad civil está cada vez más desinhibida, agrupada y plural. Como nos recuerda Tony Saich: “todo chino menor de 40 años solo ha visto crecer y mejorar a su país”.
No solo los expertos extranjeros, sino el propio liderazgo chino es consciente de que para seguir en la senda del crecimiento, deberán emprenderse una suerte distinta de reformas, destinadas a paliar las desigualdades enormes que ha generado el modelo de reforma y apertura (entre regiones, pero también dentro de la misma sociedad), al tiempo que la economía necesita reorientarse hacia el mercado interno y la innovación, que permita producir bienes de mayor calidad y valor añadido. La idea es esquivar la trampa de los ingresos medios y aumentar en lo posible la autonomía de la economía china aún demasiado dependiente de las exportaciones y del comercio internacional basados en el precio.
A nadie escapa que cambios de esta magnitud plantean también enormes retos sociales y políticos, que podrían en algún momento comprometer los fundamentos del liderazgo del Partido Comunista. Y el Partido es plenamente consciente de ello. Más que en la ideología, su legitimidad reside en el “buen gobierno”, la capacidad de seguir proporcionando orgullo, prosperidad y seguridad a los ciudadanos, y su receta (que mantiene un nítido recuerdo del caos que siguió al colapso de la URSS) es que cualquier transformación debe estar conducida por un liderazgo fuerte, en este caso del Partido como correa de transmisión del poder y la ideología –comunista en la forma y nacionalista en el fondo– que lo sustenta.
Las purgas anticorrupción mantienen a las filas prietas, y gracias a ello, y librándose de algunos rivales en el camino, el presidente chino, Xi Jinping ha logrado hacerse con unas cotas de poder sin precedentes en la China moderna desde la muerte de Mao Zedong, contraviniendo la dinámica inversa que tenía su origen en los excesos de la revolución cultural de dispersar el poder en diversas manos y huir de personificación.
El avance de Xi ha sido rápido y certero. Su entronización ha pasado por diversas etapas, desde su designación como “núcleo” del liderazgo del Partido en 2016 hasta la inclusión de su pensamiento como parte integrante de la Constitución. En marzo de 2018 Xi fue elegido unánimemente para un segundo quinquenio como secretario general del Partido Comunista Chino, con el claro mandato de fortificar el poder del Partido en torno a su liderazgo. En una nueva vuelta de tuerca, en marzo de 2018 el pleno de la Asamblea Nacional Popular eliminó la limitación de mandatos impuesta en 1986 y con lo que Xi podría mantenerse en el cargo más allá de 2023 y, sin oposición a la vista, conducir las reformas que considere necesarias. Podría decirse que en la simbiosis del Partido-Estado que gobierna China, el nuevo liderazgo designa que sea el Partido, y no el Estado o la propia sociedad, quien pilote las reformas que deben lograr la realización del “sueño chino”, que es distinto del sueño americano, ya que es más colectivo que individual y conducente al “rejuvenecimiento de la nación china (6)”.
Y lo cierto es que el liderazgo chino cuenta por el momento con un amplio crédito que no parece dispuesto a dilapidar. Detrás de la apariencia de una China monolítica encerrada tras una gran muralla, lo cierto es que el país es un laboratorio de experiencias sociales y políticas que el Partido testea en múltiples lugares. Del mismo modo, la sociedad china actual es plural y en ella, de un modo más o menos público, existen espacios para la crítica al gobierno si bien este se reserva la capacidad última de cerrar, censurar e infiltrar los debates en redes sociales y plataformas web. Lo que sí es constatable, a diferencia de períodos anteriores en los que existía una relativa tolerancia, es que el puño de la censura se está cerrando de nuevo. Lo que puede ser visto como un símbolo de fuerza es también un signo de vulnerabilidad, en el sentido que muestra una cierta inquietud de las élites acerca de la nueva fase en ciernes.
El ejemplo más llamativo –ya que presenta tintes de pesadilla distópica– es posiblemente el programa que el gobierno está testeando ya de un “sistema de crédito social”, una suerte de registro por puntos sobre la confiabilidad de los ciudadanos y las empresas, y que les calificará o privará de acceso a servicios y que podría implementarse a escala nacional en 2020. La idea de mantener un registro de los ciudadanos no es nueva en China (cabe recordar el sistema del danwei de control a partir de las unidades de trabajo en los tiempos duros del maoísmo o del hukow, que calificaba en función del lugar de residencia).Tampoco la existencia de programas piloto implica inevitablemente que sean puestos en marcha, del mismo modo que se han llevado a cabo tímidos experimentos protodemocráticos en algunas localidades. Sin embargo, y con las tecnologías actuales, nos encontramos por primera vez ante la posibilidad de monitorizar y ejercer cierto control social directa y masivamente sobre las personas, y no solo a partir de los colectivos (a partir de su afiliación a una entidad, etc.) de manera individualizada. En caso de éxito, China podría ser un primer laboratorio de pruebas de nuevas prácticas de control social para toda suerte de regímenes autoritarios –o no tanto– potencialmente interesados en importar las tecnologías de vigilancia de la ciudadanía.
¿Le llega a China su oportunidad antes de tiempo? Como en ocasiones anteriores, el éxito o el fracaso dependerán de la habilidad para gobernar la próxima década sin perder la legitimidad que propician la estabilidad y el desarrollo de una China en la que, el liberalismo ha ganado ya el debate económico, pero donde el debate político aún no ha comenzado.
Corea del Norte y EEUU: ¿paréntesis conveniente o genuina oportunidad para la paz?
De nuevo, debemos recuperar la diatriba entre patrones históricos, cíclicos y eventuales con la que abríamos este artículo para abordar un caso paradigmático, como es el conflicto de EEUU con Corea del Norte y el aparente contexto de acercamiento entre ambos países, con hiperliderazgos en cierta medida aislados, y enemistados desde hace más de sesenta años. La cumbre entre ambos líderes, anunciada para mayo de 2018 se precipita tras una escalada verbal preocupante, que llevó a Trump incluso a afirmar ante las Naciones Unidas que desataría “fuego y furia” sobre el norte de la península. La sucesión de desafíos y pruebas nucleares y el desencanto con la opción diplomática fueron pólvora en boca de dos líderes con tintes ego-maníacos, Trump y su homólogo Kim Jong Un. Más allá de la retórica, y de generar la natural alarma en Asia Oriental y en el resto mundo ante una posible conflagración nuclear, lo cierto es que, en el largo recorrido, las opciones militares quirúrgicas no existen en relación a Corea del Norte, ya que la respuesta de Pyongyang se prevé inevitable y masiva. Y un posible despliegue contenido de fuerzas llevaría inaceptablemente para Beijing a las tropas estadounidenses a su frontera. Incluso eliminando la opción nuclear de la ecuación, solo el armamento convencional que el norte mantiene cerca de la frontera podría causar ya daños enormes a Corea del Sur, que algunos análisis elevan a 300.000 las víctimas mortales en tan solo un hipotético primer día de contienda (7). A ello cabe sumar la posibilidad de utilizar armas químicas y la validación de la incógnita del armamento nuclear, que elevaría el conflicto a cotas incalculables. Sin embargo, todo ello no descarta totalmente la opción militar en Washington, como reconocen a puerta cerrada y de manera pesimista algunos expertos, muy a pesar del aparente acercamienton (8).
Todo análisis del conflicto con Corea del Norte debe contemplar que Pyongyang es clave para la pinza de EEUU a China, su aliado esencial –aunque no tan sumiso como a veces se pretende–. El régimen de Pyongyang juega con ambas potencias e intenta sacar réditos de un chantaje que mide concienzudamente cuándo y cómo realizar las pruebas nucleares, o cuándo abrir una puerta al diálogo. Y llama la atención que en el momento de máxima tensión con EEUU ambas Coreas aceptaran participar juntas en los JJOO de Invierno de Pyong Chang, en lo que fue un sorpresivo gesto diplomático en pos de la reconciliación, y un primer paso hacia un presunto acercamiento que deberá concretarse en una Cumbre intercoreana para la reconciliación. Como la horma al zapato, Trump ha aceptado reunirse con Kim Jong Un, en un gesto de autoconfianza acerca de sus capacidades personales para negociar acuerdos. Sin embargo, la complejidad de situación y sus profundas implicaciones regionales –y aquí entra en juego la dimensión histórica del conflicto– van mucho más allá de un persuasivo apretón de manos.
Como recuerda el periodista Evan Osnos (9), corresponsal de The New Yorker durante varios años en China, “debemos recordar el mito fundacional del régimen, que es esconderse entre la bruma y no perder de vista que, en realidad, sabemos poco de lo que realmente sucede en el seno del régimen”. Del mismo modo, es preciso tener siempre en mente que “los líderes de EEUU y Corea del Norte manipulan los riesgos compartidos jugando a ver quién es el más peligroso o irracional, pero que de aspirar a realmente al martirio, ninguno de los dos países estaría discutiendo”. En su coreografía esperpéntica de gestos y declaraciones ambos parecen querer abrir un canal bilateral de diálogo, que dejaría a China fuera de juego y que podría abrir un espacio de mutuo provecho para ambos en las negociaciones con Beijing.
Según Osnos, los escenarios que Washington contempla con respecto a Corea del Norte serían principalmente tres: el de la estrangulación estratégica –que simplifica en la idea de “un poco más de todo, más presión, sanciones, tropas, propaganda, operaciones encubiertas”– y que apuntaría a debilitar los cimientos del régimen; la opción del Freeze-for-freeze promovida por China y Rusia y que implicaría congelar las sanciones y acciones contra Corea del Norte, a cambio de una congelación del programa nuclear y la apertura de conversaciones, que por el momento parece que es la que toma forma en este hiato; y finalmente, la opción de la disuasión defensiva (protective deterrence) que establecería un empate de capacidades ante la amenaza de la respuesta nuclear (algo parecido a la destrucción mutua de la Guerra Fría) que, de facto, congelaría la situación confiando en que mediante la presión externa e interna el régimen norcoreano acabaría reformándose o colapsando en el futuro.
El mismo distanciamiento que debe tenerse ante los tambores de guerra, debe tenerse hacia los himnos de paz. La agenda a medio plazo de Washington y de Pyongyang no parece haberse alterado en la región, y más que una estrategia hacia la paz es posible que esta dinámica sea una táctica conveniente para dos líderes que se sienten hoy, en cierto modo, asediados.
Las próximas décadas nos permitirán ver cambios dramáticos en los sistemas políticos de todo el mundo, que romperán las fracturas tradicionales de clase, credo o nación y nos interpelarán sobre cuestiones muchos más globales, como la ausencia de instituciones efectivas de gobernanza global, capaces de incidir en el cambio climático, las crisis humanitarias, el crimen transnacional o las nuevas epidemias, por citar algunos. Estos problemas están dando lugar, aún de manera incipiente, a nuevas narrativas que serán ajenas al poder de los estados y su capacidad crecientemente limitada de gobernar el mundo en solitario. Es llamativo que al abordar la actualidad de Asia-Pacífico y del Indo-Pacífico emergente, prácticamente no hagamos referencias a la Unión Europea como un actor relevante, sino como un mediador necesario de los posibles conflictos. Resolver esta carencia es clave para un mundo más pacífico, flexible y verdaderamente multipolar.
Notas:
1-Stuenckel (2016).
2-El término hace referencia, a grandes rasgos, a la máxima acuñada por Deng Xiaping de que China debía mantener un perfil bajo y esperar el momento oportuno para mostrar su fuerza, un lema que presidió treinta años de política exterior china (1978-2008) y sobre el que se debate si sigue vigente, especialmente en el Mar del Sur de China. La noción del taoguang yanghui está ampliamente expuesta en Yang (2011).
3-Kelly (2018).
4-Kynge, J.Y Peel, M (2017).
5-Grieger (2017)
6-Golden (2015)
7-McInnis (2017)
8-Nilsson-Wright (2018)
9-Osnos, E.: Dangerous Gaps, conferencia ofrecida en el Institute for Global Leadership de la Tufts University en noviembre de 2017. Disponible online: “https://soundcloud.com/tuftsigl/dangerous-gaps-evan-osnos
Referencias bibliográficas:
Golden, S. (2015): “El sueño chino de Xi Jinping”, Anuario Internacional CIDOB, CIDOB ediciones. Disponible online
Grieger, G. (2017): China, the 16+1 cooperation format and the EU, Briefing del think tank del Parlamento Europeo. Disponible online
Kelly, D. (2018): “Seven Chinas”, Policy Framework, n. 3. Freemand Chair in China Studies, Center for Strategic & International Studies. Disponible online
Kynge, J. Y Peel, M.: “Brussels rattled as China reaches out to Eastern Europe”, The Financial Times, 28 de noviembre de 2017. Disponible online:
https://www.ft.com/content/16abbf2a-cf9b11e7-9dbb-291a884dd8c6
Mistreanu, S.: “Life Inside China’s Social Credit Laboratory”, Foreign Policy, abril de 2018. Disponible online
Nilsson-Wright, J. (2018): “Predicting Chaos: the Debate on Denuclearization Isn’t Over”, Global Asia, vol. 13, primavera de 2018, pp. 108-112.
Qin Yaqin (2012): “Cultura y pensamiento global: una teoría china de las relaciones internacionales”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n. 100, p. 67-90. Disponible online
Saich, T. (2017): What does General Secretary Xi Jinping Dream About?, Ash Center Occasional Papers, Ash Center for Democratic Governance and Innovation, Harvard Kennedy School. Disponible online
Stuenckel, O.: Post Western World, Polity, 2016.
Yang Wenchang (2011): “Diplomatic words of wisdom”, China Daily, 29 de octubre de 2011. Disponible online
Palabras clave: 2018; China; Corea del Norte; Crisis; Estados Unidos; Kim Jong Un; Orden Internacional; Sociedad; Trump