Un año de invasión rusa de Ucrania

Notes internacionals CIDOB 285
Fecha de publicación: 02/2023
Autor:
Inés Arco, Pol Bargués, Moussa Bourekba, Víctor Burguete, Carmen Claudín, Carme Colomina (coord.), Agustí Fernández de Losada, Pol Morillas y Francesco Pasetti
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La invasión rusa de Ucrania ha tenido un impacto global: en la competición estratégica entre Estados Unidos y China, en los mercados de recursos globales, así como en la propia construcción institucional de Ucrania. 

La agresión rusa ha hecho a Ucrania más fuerte. Nunca como ahora la identidad ciudadana ucraniana ha sido más asertiva y más ampliamente compartida. 

La invasión y posterior adopción de sanciones por parte de Occidente provocaron la desaceleración económica global más abrupta en casi 50 años, solo por detrás de la pandemia de COVID-19 y la crisis financiera global de 2008.

 

El 24 de febrero de 2022, el conflicto de Ucrania se convirtió en una guerra con un impacto global. La rápida entrada del ejército ruso por el este de Ucrania aceleró también la descomposición del orden posguerra fría que todavía quedaba en pie en el continente europeo. Desde entonces, los paradigmas de la arquitectura de seguridad, tanto global como europea, han cambiado drásticamente. La guerra ha impactado en la competición estratégica entre Estados Unidos y China, y en los mercados de recursos globales, pero también en la propia construcción institucional de Ucrania.

Esta Nota Internacional de CIDOB analiza el impacto geopolítico, económico, tecnológico y migratorio de un conflicto que sigue escalando sobre el terreno. Sin una vía de resolución todavía en el horizonte, la amenaza de una guerra larga o de un conflicto enquistado es el peor de los escenarios para Ucrania y para Europa. 

 

Ucrania y la geopolítica compleja

Pol Morillas, director, CIDOB 

Si la palabra permacrisis es la que mejor define el estado del mundo hoy, complejidad probablemente sea la más adecuada para describir las derivadas geopolíticas de la guerra en Ucrania.

Occidente ha coordinado su ayuda militar a Ucrania y aumentado paulatinamente el carácter ofensivo de sus envíos. La OTAN se ha revitalizado como mecanismo de defensa colectiva con las peticiones de ingreso de Suecia y Finlandia. Alemania y la Unión Europea (UE) han roto tabúes respectivos con el envío de carros de combate Leopard II y el uso de fondos comunitarios para la provisión de material bélico a un país en conflicto. Sin embargo, no todo es unidad en el bloque occidental: las divisiones estratégicas sobre la futura relación con Rusia, el alcance de la ayuda a Ucrania o las recetas de Estados Unidos bajo la forma de la Inflation Reduction Act abren grietas en la relación transatlántica, con la mirada puesta en las presidenciales americanas de 2024.

China y Rusia, pese a la declaración previa a la guerra de una «amistad sin límites», se han convertido en una extraña pareja. «Apoyo narrativo, cautela estratégica» resumen el grado de alineamiento entre ambos actores hoy. Añadiendo componentes de complejidad, potencias medias como Turquía e India prefieren aumentar su estatus regional antes que alinearse sistemáticamente con una u otra parte.

Lo mismo ocurre en el plano multilateral. La inactividad del Consejo de Seguridad contrasta con el activismo plural de la Asamblea General de Naciones Unidas. El primero, donde Rusia mantiene su derecho de veto, solo ha conseguido adoptar una declaración de la presidencia donde expresa su «profunda preocupación por el mantenimiento de la paz y la seguridad en Ucrania». Por su parte, las diversas resoluciones de la Asamblea General condenando la agresión y la anexión ilegal de territorios por parte de Rusia, suspendiendo su pertenencia al Consejo de Derechos Humanos y reclamando reparaciones de guerra son muestra de la pluralidad de puntos de vista con los que el mundo lee la guerra de Ucrania: rechazo a la invasión –a juzgar por el número de votos favorables a las resoluciones–, pero abstenciones de los países más poblados del mundo y buena parte del Sur Global. 

 

Resistencia y construcción nacional en Ucrania: la derrota de Putin

Carmen Claudín, investigadora sénior asociada, CIDOB 

La agresión rusa ha hecho a Ucrania más fuerte. Moscú quería someterla y devolverla a su condición de Estado formalmente independiente pero, en la práctica, supeditado a los intereses de Rusia. Sin embargo, ninguna de las consecuencias de la política neocolonial del régimen de Putin ha ido en el sentido del interés del Kremlin.

La sociedad ucraniana está pagando un precio altísimo por su derecho a tomar sus propias decisiones y decidir su futuro. Pero nunca la identidad ciudadana ucraniana ha sido más asertiva y más ampliamente compartida. Por tanto, la desucrainización del país que busca conseguir el Kremlin a través de la desnazificación no solo ha fracasado, sino que ha producido precisamente su contrario. Así, la resistencia colectiva ha reforzado una identidad que, inevitablemente, se está construyendo en parte en contra del agresor, es decir, por extensión, en contra de los rusos. De ahí que uno de los principales desafíos de la sociedad rusa, cuando llegue la postguerra, será convencer a los ciudadanos ucranianos, incluso a los de origen rusófono, nacidos de esta resistencia, que cierta amistad o, como mínimo, la convivencia pueda volver a darse entre ambos.

Un estudio, llevado a cabo en octubre de 2022 por un prestigioso centro ucraniano de análisis de la opinión pública, señala, por ejemplo, que la mayoría de los ciudadanos del país (56%) cree que los rusos son colectivamente responsables de la agresión militar de Rusia contra Ucrania. Incluso entre los encuestados que usan el ruso en la vida cotidiana, una mayoría relativa pero significativa (47%) también cree que la guerra es el resultado de acciones o falta de acciones por parte de los rusos de a pie. En cambio, la valoración de la UE no ha dejado de crecer: otra encuesta, de enero de 2023, muestra que un 84% de ucranianos confían en la UE más que en todas las demás organizaciones y asociaciones internacionales.

La salida de la guerra sigue incierta, pero Vladimir Putin ya se ha convertido en el más seguro arquitecto del proceso de construcción nacional e institucional de Ucrania iniciado en 2014.  

 

La guerra como catalizador de la tercera mayor desaceleración económica en 50 años

Víctor Burguete, investigador sénior, CIDOB 

La invasión rusa de Ucrania y la posterior adopción de sanciones por parte de Occidente provocaron la desaceleración económica global más abrupta en casi 50 años, solo por detrás de la pandemia de COVID-19 y la crisis financiera global de 2008. Guerra, inflación, restricción monetaria y miedo a la recesión dieron lugar al peor año de la historia en los mercados financieros y a unas previsiones que situaban 2023 como el año con el tercer crecimiento económico más débil desde la burbuja tecnológica de principios de siglo. Por suerte, los malos augurios de crecimiento parece que no se cumplirán debido, en parte, al buen tiempo, que ha evitado el escenario de racionamiento energético en Europa.

El impacto de la guerra también ha obtenido la tercera posición en términos de inflación. A escala global, el índice de precios ha experimentado el tercer repunte más rápido desde los años ochenta del siglo pasado, hasta volver a las altísimas tasas de esa década. Ello ha provocado la fuerte reacción de los bancos centrales y el fin de más de una década de dinero barato. A medida que se vaya evaporando el exceso de liquidez del sistema, gobiernos, empresas y ciudadanos comenzarán a ver las consecuencias. Las subidas de la cuota de la hipoteca es el primer y mejor ejemplo del nuevo paradigma.

En este entorno de menor margen presupuestario, los países occidentales deberán dedicar un mayor porcentaje de su renta al gasto energético y a hacer frente a sus nuevos compromisos, entre los que destacan: a) el respaldo a la política industrial para impulsar la autonomía estratégica; b) el incremento de gasto en defensa; y c) la ayuda económica y militar a Ucrania. Además, los estados europeos deberán decidir de qué manera contribuir a la gestión de las crisis de deuda que previsiblemente experimentarán algunos países emergentes o si, por el contrario, mejor dejar la iniciativa a otros actores globales.

En este contexto de menores recursos y más compromisos, los gobiernos tendrán cada vez más difícil ocultar del debate público las disyuntivas de la política económica derivadas de la guerra de Ucrania. Y en 2024 hay elecciones en Estados Unidos, lo que puede ser determinante para el futuro de esta guerra. 

 

Más defensa para la UE y para Ucrania

Pol Bargués, investigador principal, CIDOB 

Doce meses largos de guerra han catalizado la defensa de la UE. La inversión militar de los estados miembros ha aumentado hasta un nivel récord, mientras se exploran oportunidades de cooperación en armamento, munición o modernización de los ejércitos europeos. A pesar de que el rearme a Ucrania se articula mayoritariamente a través de la OTAN, la UE ha contribuido a la asistencia militar con la provisión de equipos y armas letales, o con la Misión de Asistencia Militar (EUMAM) que tiene como objetivo entrenar y reforzar las Fuerzas Armadas de Ucrania.

¿Hasta cuándo durará el apoyo militar europeo a Ucrania? «Mientras sea necesario, hasta la victoria de Ucrania», escribió el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. Pero esta determinación de la UE no es suficiente, según analistas y críticos. Las voces que predominan en el debate público sobre la implicación europea inciden menos en los peligros o agravios humanitarios de la prolongación del conflicto que en la supuesta lentitud o descoordinación de la respuesta de la UE. Y así lo aceptan también los mandatarios europeos, que apelan constantemente a hacer más, más rápido y mejor coordinados. También lo exige Borrell a los estados miembros: «No solo debemos gastar más en defensa, sino mejor. Y eso implica cooperar más. Para seguir apoyando a Ucrania; para abordar las necesidades actuales; y para empezar a prepararnos para el futuro.»

El futuro está atravesado por una guerra «europea». Para el jefe de la diplomacia europea, ante el ambiente «desafiante» de Moscú, «los aliados de Ucrania hacen bien en aumentar su ayuda militar, incluso proporcionando tanques de combate». En el horizonte europeo no parece haber, por el momento, alternativas a la escalada. Habrá más aniversarios negros. 

 

China: ¿equilibrios imposibles?

Inés Arco Escriche, investigadora, CIDOB 

Tras un año de equilibrios, China continúa en la cuerda floja. A pesar de haber evitado condenar la invasión rusa, tampoco ha reconocido la independencia y anexión ilegal de Crimea, Luhansk o Donetsk –contraria a sus intereses en Taiwán–, y ha expresado su apoyo a la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Si bien ha profundizado su relación estratégica y económica con Rusia, su aval se ha mantenido dentro de los límites de las sanciones internacionales y no ha ido acompañado de ningún tipo de apoyo militar demostrable hasta la fecha –incluso con las seis entidades chinas presuntamente involucradas en el conflicto—. Su discurso oficial ha replicado las narrativas y desinformación rusa, aprovechando la oportunidad para señalar a su rival geopolítico, Estados Unidos/OTAN, como causa de la guerra. Sin embargo, tras el revés ruso en el campo de batalla, el presidente Xi Jinping, no dudó en expresar «preguntas y preocupaciones» a su homólogo ruso, o su oposición al uso de armas nucleares.  

Las preocupaciones son múltiples y multidimensionales. La guerra en Ucrania es vista bajo el prisma de la competición geopolítica con Estados Unidos, en la que Rusia es un socio clave al que Beijing difícilmente puede abandonar; aunque es consciente de su dependencia económica y tecnológica de Occidente para su desarrollo. Esta posición ambivalente ha empeorado la imagen del gigante asiático –excepto en parte del Sur Global, que mantiene una posición similar en el conflicto–, fracturando aún más su relación con Europa, con una alianza transatlántica reforzada, y alimentando debates sobre el desacoplamiento. Además, la guerra y las sanciones han perturbado las rutas comerciales euroasiáticas de la iniciativa de la Franja y la Ruta –que atravesaban Rusia y Belarús hasta Europa– de la cual iba a formar parte Ucrania. El impacto de la guerra en las cadenas de suministro y los precios son una presión indeseada para la economía china, que se encuentra en medio de una recuperación pospandemia y en un contexto internacional hostil.

Pero si algo preocupa a China es, precisamente, la atención internacional hacia Taiwán y sus paralelismos con Ucrania. El incremento del apoyo estadounidense –con la venta de nuevos paquetes de armas a Taipéi–, las sanciones económicas y el ejemplo de la resistencia civil ucraniana muestran la dificultad de una reunificación mediante el uso de la fuerza. Indudablemente, Ucrania ha afectado a los cálculos de China y su estrategia frente a Taiwán. 

 

Frente digital: propaganda y competición tecnológica

Carme Colomina, investigadora sénior, CIDOB 

Las plataformas tecnológicas se han convertido en actores estratégicos en la guerra de Ucrania. Son el nuevo poder tecnoeconómico de un conflicto que ha vivido, en su frente digital, el impacto más directo de una transformación global. Las líneas divisorias entre la fuerza militar convencional y las capacidades tecnológicas de disrupción son cada vez más difusas. Gigantes del Silicon Valley como Microsoft o Amazon Web han facilitado servicios en la nube, apoyo tecnológico o datos de inteligencia al Gobierno ucraniano contra los ciberataques. Starlink, los terminales de internet satelital de Elon Musk, han sido «la columna vertebral de las comunicaciones en Ucrania, especialmente en la línea del frente», como reconocía el magnate en twitter. Pero ahora, Space X, responsable de poner en órbita los satélites, ha decidido imponer restricciones para evitar su uso con fines militares –por ejemplo, para el control de drones y la ubicación de tropas rusas–.

Miles de hackactivistas en todo el mundo han participado en campañas de disrupción digital para hackear medios de comunicación rusos o interferir en las estrategias de desinformación online del Kremlin, desdibujando así, también, las líneas divisorias entre actores civiles y militares.

Las redes sociales han transformado la manera cómo la guerra puede ser narrada, experimentada y comprendida. En los primeros compases de la invasión, y ante el telón de censura digital impuesto por el Kremlin, la audiencia de Telegram creció, de golpe, un 66%. Según una investigación de Forbes.ru, la red de mensajería fundada por Pavel Durov pasó de 25 millones de usuarios en enero de 2022 a 41,5 millones de personas en julio de 2022. Además, un estudio del Stanford Internet Observatory constató la conexión entre las narrativas que impulsan los medios de comunicación estatales y los pseudomedios de propaganda rusa con el contenido distribuido a través de canales de Telegram no atribuidos.

Por su parte, Ucrania y la capacidad comunicativa del presidente Zelensky parecen haber conquistado Twitter, mientras Tik Tok se ha convertido en la red social del frente, donde los vídeos de escaramuzas y combates se mezclan con coreografías de los soldados ucranianos. La exhibición de armamento y camaradería tiene un claro objetivo motivacional. Pero la viralización digital del conflicto también puede generar una enorme cantidad de datos potencialmente útiles, cuando llegue el momento, para la rendición de cuentas de los crímenes de guerra. 

 

MENA: aceleración en la reconfiguración del orden regional

Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB

La guerra en Ucrania ha afectado a la región MENA (Oriente Medio y Norte de África) tanto en términos económicos como políticos. Económicamente, el aumento en los precios de los alimentos ha sacado a la luz la dependencia de varios países de la región hacia Rusia y Ucrania respecto a recursos agrícolas y energéticos. En Sudán, Egipto, Líbano o Libia –donde el trigo ruso y ucraniano representan entre el 60% y el 90% del total de sus importaciones–, aumentó la inseguridad alimentaria. Además, la subida de precios en los combustibles ha agravado los niveles de inflación de países que ya se enfrentaban a tasas de dos dígitos (Egipto, Turquía e Irán) e incluso más (Líbano). Teniendo en cuenta la correlación entre el precio de los alimentos y los levantamientos árabes de 2011, algunos gobiernos del área temen que la coyuntura actual genere más descontento social e inestabilidad política (revueltas del hambre), especialmente en aquellos países extremadamente vulnerables como Irak, Libia, Siria o Yemen, que ya acumulan situaciones de guerra con una inestabilidad política y económica muy fuertes.

No obstante, los efectos de esta guerra no han sido negativos para todos. Los países exportadores de hidrocarburos como Argelia, Arabia Saudí, Libia o Qatar se han beneficiado de la subida de los precios de la energía para llenar las arcas del Estado y comprar la paz social. Este periodo de bonanza económica, aunque temporal, les ha permitido también erigirse como alternativas al gas y al petróleo rusos para la UE.

Por el lado político, no todos los países de la región MENA se han sumado a la condena total de Occidente ante la invasión rusa de Ucrania. Esto se debe al entramado de relaciones económicas, políticas y militares que Rusia mantiene con varios regímenes de la zona. Pero no sólo. También indica que la reconfiguración del orden regional, marcada por el declive de Estados Unidos y el auge de actores regionales y extrarregionales, lleva a algunos líderes a usar la rivalidad entre Moscú y Washington para expresar su descontento con la Casa Blanca y diversificar sus alianzas. 

 

¿Un punto de inflexión en la política migratoria y de asilo europea? 

Francesco Pasetti, investigador principal, CIDOB 

La guerra en Ucrania ha situado a la UE frente a la mayor crisis de refugiados de su historia. En un año más de 8 millones de personas provenientes de Ucrania han buscado protección en otro Estado europeo. Un reto sin precedentes ante el cual las instituciones de la Unión han reaccionado de manera extraordinaria.

El 4 de marzo de 2022 se activaba, por primera vez desde su publicación en 2001, la Directiva de protección temporal (2001/55/CE). A partir de ese día, las personas que habían huido de la invasión rusa podían contar con protección inmediata en todo el territorio de la UE; es decir, acceso automático al permiso de residencia y al conjunto de derechos y servicios básicos (trabajo, vivienda, sanidad, educación, asistencia social), y la posibilidad de «elegir» en qué Estado miembro recibir dicha protección. Este cambio normativo ha ido acompañado de avances igualmente significativos en términos de coordinación, recursos y herramientas ejecutivas, desplegados para su implementación.

En poco más de una semana se logró lo que durante años había sido imposible: una respuesta rápida, eficaz y coordinada en el ámbito del asilo y el refugio. Hasta entonces, la política migratoria europea solo se había demostrado capaz de encontrar soluciones compartidas y eficaces a la hora de securitizar las fronteras externas y reducir los flujos en entrada, pero no así en términos de protección y acogida.  

La repuesta europea a la crisis de los refugiados ucranianos ha puesto así de manifiesto que son posibles soluciones alternativas para el asilo y el refugio, solidarias y garantes de derechos para aquellos que necesitan protección. Esto lleva a cuestionarnos, por un lado, por qué dichas soluciones no sé aplicaron antes con otros colectivos de refugiados y, por el otro, si sería posible aplicarlas en el futuro a toda persona extranjera necesitada de protección. Es decir, ¿se trata de un cambio significativo, pero excepcional y limitado al contexto ucraniano, o de un punto de inflexión sustancial en la política migratoria y de asilo europea? 

Si miramos al resto de decisiones tomadas desde entonces en el marco de la UE en materia migratoria, como los recientes acuerdos para las infraestructuras de defensa de las fronteras, parece tratarse más bien de lo primero. 

 

La dimensión urbana de la guerra

Agustí Fernández de Losada, investigador sénior y director del Programa Ciudades Globales, CIDOB 

Las ciudades ucranianas se han convertido en el principal objetivo de los ataques del ejército ruso. Las calles y los edificios destrozados en Kyiv, Kherson, Mariupol, Odesa o Kharkiv, como lo fueron las de Bagdad o Alepo, son la imagen de un conflicto con una fuerte dimensión urbana. Los misiles rusos buscan destruir sedes e infraestructuras clave y paralizar la actividad económica, social y política del país. Pero también diezmar la resistencia local y minar el ánimo de la población. El empeño por cortar el suministro de agua y energía en las principales ciudades del país son una buena muestra de ello; como también lo es el secuestro de más de 50 alcaldes y líderes locales reportados hasta la fecha. Los alcaldes simbolizan la capacidad de organizarse, protegerse y liderar la resistencia. Especialmente significativo es el caso del alcalde de Kharkiv, Ihor Kolykhaiev, que fue detenido tras negarse a colaborar con la administración impuesta por el Kremlin tras la ocupación y que permanece en paradero desconocido desde hace meses, aun cuando la ciudad ha sido recuperada por el ejército ucraniano.

Frente a esta realidad, el municipalismo internacional, en especial el europeo, se ha movilizado para brindar su apoyo: denunciando la agresión, reforzando las sanciones, cortando relaciones con ciudades rusas y exigiendo una resolución pacífica e inmediata del conflicto. Pero también se ha trasladado al terreno de lo práctico mediante el envío directo de ayuda en forma de recursos financieros y materiales. El suministro de centenares de generadores eléctricos en el marco de la campaña «Generators for Hope» impulsada por Eurocities y el Parlamento Europeo, o el de ambulancias, camiones de bomberos o grúas como los facilitados por Hamburgo, Barcelona o Poznan son ejemplos de ello.

Todo este apoyo no deja de ser complementario del que ofrecen los grandes operadores nacionales e internacionales. Su valor añadido radica en que se articula en torno a las redes de relaciones tejidas a lo largo de décadas, las cuales permiten incidir de forma quirúrgica en las realidades locales. Una capacidad modesta pero que se muestra relevante y que será clave cuando se aborde la reconstrucción.

DOI: https://doi.org/10.24241/NotesInt.2023/285/es