Shinzo Abe: Abe desencadenado

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Fecha de publicación: 07/2024
Autor:
Oriol Farrés, gestor de proyectos, CIDOB y Xavier Peytibi, consultor, Ideograma
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La democracia japonesa, engendrada durante la ocupación militar por parte de los Estados Unidos que siguió a la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial, fue inicialmente una imposición foránea. Sin embargo, arraigó rápidamente en una sociedad agotada por el esfuerzo bélico –tras cinco décadas de guerras en el extranjero– y deseosa de reemprender la senda del progreso económico.

Si volvemos la vista atrás, veremos cuatro grandes dinámicas que aún condicionan la agenda actual del primer ministro Abe: en el pasado más distante, observamos el panorama de posguerra y la controvertida relación de amistad con la potencia que ocupó militarmente el país y lo orientó claramente en la senda por la que discurre actualmente, lo que es un sustrato emocional muy activo para el nacionalismo. En segundo lugar, observamos el auge de «milagro japonés» de los años cincuenta, sesenta y principios de los setenta, y brutal estallido de la burbuja financiera que a principios de los noventa, puso fin de manera tajante al sueño embriagador del crecimiento dorado y dio lugar a un período de estancamiento somnoliento, del que Japón aún no ha sido capaz de resarcirse y que afronta un horizonte sombrío debido al envejecimiento de la población.
En tercer lugar, hallamos la globalización económica y la reemergencia de China, que augura un reordenamiento de las jerarquías y las alianzas de seguridad en Asia Oriental y el Sureste Asiático. Y finalmente, vemos la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, que multiplica la incertidumbre sobre la confiabilidad de la cobertura de seguridad de Washington como potencia en declive que, aparentemente, cada vez discierne menos entre aliados y rivales.

Todo ello acrecenta una sensación de emergencia percibida en Japón. Y como en un castillo de naipes, una tras otra, han caído muchas de las ideas fuerza que han conducido la política exterior y de seguridad del país, como el aislacionismo –otorgado por su insularidad y que la globalización vuelve irrelevante–; la construcción de una sociedad internacional más pacífica y basada en normas e instituciones multilaterales; la fiabilidad de su alianza militar con Estados Unidos; su rol preeminente en la economía internacional y en Asia Oriental en términos de desarrollo. Todos estos temas son cuestionados en el contexto actual.

Algunas claves de interpretación

Uno de los rasgos más llamativos de la democracia japonesa es que, si bien formalmente se trata de un sistema pluripartidista plenamente libre y competitivo, desde 1955 y salvo dos breves paréntesis (1993-1994 y 2009-2012) el ejecutivo ha estado siempre en manos del conservador Partido Liberal Democrático (PLD), al que pertenece el actual primer ministro, Shinzo Abe. Ello, a pesar de que en diversas ocasiones se han implementado cambios relevantes para intentar avanzar hacia el bipartidismo y dotar de mayor poder a la oposición.

Otro de los atributos de Abe y de la política japonesa –anterior al período democrático–, y que en nada le es exclusivo, es su componente elitista –cuasiaristocrático– de la representación política, que se intensifica en el caso japonés debido al elevado sentido de la jerarquización social. Es habitual que los nuevos políticos tengan antepasados que ya ejercieron responsabilidades, como es el caso de Abe: basta decir que de los 30 primeros ministros de la democracia, solo tres no provenían de una familia con precedentes de altos cargos políticos (1).

Finalmente, otro de los secretos de la longevidad del actual primer ministro ha sido su resiliencia, gracias en parte a un equipo sólido y creciente de colaboradores fieles (con su jefe de gabinete Yoshihide Suga a la cabeza),capaz de hacer frente al mastodonte burocrático. A ello ha contribuido muy significativamente la creación en 2014 de una nueva Oficina de Asuntos de Personal del Gabinete, con la potestad de nombrar directamente a 600 altos funcionarios y colocar a más cargos políticos de su confianza dentro de los ministerios. Al mantener más tiempo a los ministros, también los ha dotado de mayor poder sobre sus subordinados, acostumbrados a ver desfilar un carrusel de políticos ante los que era perfectamente factible adoptar una resistencia pasajera. En paralelo, Abe ha creado también una pléyade de consejos asesores a su alrededor, dando lugar a lo que algunos han denominado el «nuevo triángulo de hierro» formado por el gabinete, las grandes empresas y un selecto grupo de expertos de alto nivel (Winter, 2016), un modelo clave para el desarrollo de su Abenomics. Reforzado por su núcleo de  colaboradores fieles, Abe no ha dudado de forzar los límites de la política, de un modo inusual para los primeros ministros japoneses. Un ejemplo reciente se produjo en diciembre de 2018, cuando aprovechando su mayoría en las cámaras, el Gobierno reformó en un tiempo récord la Ley de Control de la Inmigración y el Refugio, haciendo oídos sordos a las proclamas de la oposición y en contra de gran parte de la opinión pública.

Los orígenes de abe y su versión 1.0

Ahora que Shinzo Abe se postula como el primer ministro que habrá ostentado el cargo durante más tiempo en el actual régimen, es pertinente señalar que no todas las claves de su éxito obedecen únicamente a su habilidad política; residen también en la audacia de su primer predecesor y mentor, Junichiro Koizumi, primer ministro entre 2001 y 2006, un animal político alejado de los cánones que sentó las bases para reforzar la figura del primer ministro.

Hasta entonces, una característica del cargo era la fugacidad (Japón vio desfilar cinco primeros ministros en los cinco años anteriores al retorno de Abe, y 17 en los 24 años que van de 1988 a 2012); así como la preocupación permanente del primer ministro por la cohesión entre las poderosas facciones del partido, que se anteponían a la adhesión personal de los electores.

Koizumi actuó como revulsivo de todo ello. Fue rompedor en cuanto al tono –provocador y directo para los estándares japoneses–, el contenido –liberal convencido, apostó por la reforma económica y la privatización de servicios esenciales, como el de correos– y su propia imagen, haciendo bandera de su parecido con el actor Richard Gere (2) y su pasión por Elvis Presley.

Fue Koizumi quien ganó poder para la figura del primer ministro frente a las facciones del PLD y quien explotó el carácter simbólico –y explosivo para la región– de las visitas del primer ministro al santuario sintoísta de Yasukuni (3), que en el plano doméstico conectan con las bases conservadoras y más nacionalistas del electorado. Y es directamente a ellas a las que Abe se dirige con rancio abolengo, ya que su abuelo, Nobusuke Kishi, fue una figura relevante del régimen imperial –como viceministro de la Manchuria ocupada a China y dos veces ministro del gabinete– que estuvo encarcelado como criminal de clase A4 por la autoridad norteamericana, para posteriormente convertirse en su principal valedor y primer ministro entre 1957 y 1960. Y fue precisamente Kishi quien negoció y firmó el Tratado Mutuo de Seguridad entre Estados Unidos y Japón. Abe no esconde el estigma que dicho pasado causó en su infancia y cómo su abuelo devino en un modelo a imitar y reivindicar (Yoshida, 2012). Y es la fuente de la que bebe su nacionalismo de cariz nostálgico, que no esconde sus vínculos con la extrema derecha.

A diferencia de Koizumi, cuya prioridad fue siempre la liberalización de la economía y la privatización del sistema de correos (dos objetivos alineados con la preocupación por la economía de los electores), la agenda primigenia de Abe estuvo más ligada a dos temas mucho más divisivos y polémicos: en primer lugar, la normalización de la defensa de Japón, con vistas a reformar la constitución pacifista y dotar al país de un ejército convencional y, en segundo lugar, reformar la ley de educación poniendo de relieve el patriotismo y la primacía del espíritu colectivo sobre lo individual. Ambas medidas fueron prioritarias en su primer mandato y logró la aprobación de una nueva Ley de Educación en 2005. Sin embargo, afrontó ya las elecciones legislativas parciales de 2007 con su popularidad en caída libre y, afectado por la debacle electoral, Abe dimitió tan solo un año después de su nombramiento aduciendo motivos de salud.

Abe 2.0: la comunicación que concilia el viejo y el nuevo Japón

La reelección le llegó al cabo de tres años de gobierno de la oposición, durante los que su entonces principal rival, el Partido Democrático de Japón, se fundió rápidamente el crédito. Tras una evidente reflexión individual y de partido,Shinzo Abe reordenó su agenda política y antepuso la economía al resto de reformas, propugnando la política de revitalización de la economía en tres fases –Abenomics–, que si bien escierto que ha generado resultados moderados –por debajo de sus objetivos– estos han sido de signo positivo. No hay duda que la Abenomics fue un éxito de comunicación desde el principio,ya que se convirtió en el referente internacional de todo lo que sucedía en Japón. Para obrar el milagro de hacer seductor un paquete de reformas estructurales, Abe y su equipo se sirvieron de la popular Fábula de las tres flechas, según la cual Mori Motonari, líder de un clan de guerreros, entregó una flecha a cada uno de sus hijos y les pidió que la rompieran. Estos lo hicieron fácilmente, sin ninguna dificultad. Pero tras lograrlo, Motonari les suministró tres flechas a cada uno, preguntándoles si podían romper ahora las tres a la vez. Cuando ninguno de los hijos pudo romperlas, Motonari les dijo: «Tres flechas pueden quebrarse fácilmente por separado, pero no juntas».

Dicha leyenda le sirvió al Gobierno Abe para explicar su política de tres fases de un modo sencillo, gráfico y comprensible para la ciudadanía, simplificando su mensaje. Tras años de reformas frustradas –por parciales–, la idea subyacente era que el éxito provendría de la agregación de las tres reformas: la de la política fiscal (primera flecha), la monetaria (segunda flecha) y una reforma estructural (tercera flecha); lo que conseguiría devolver a Japón a la senda del crecimiento económico en el siglo XXI (Gil y Camacho, 2015). Tres ideas, lanzadas una tras otra, iban a ser –y son– su forma de enfrentarse a la crisis que Japón padecía. Una crisis no solo económica, sino también anímica.

Uno de los aciertos comunicativos de emplear la fábula para transmitir el mensaje es, en primer lugar, conciliar las ideas modernas de la reforma y lainnovación con el tradicionalismo y la esencia de lo japonés. Así, la reforma no se ve como una adopción de algo ajeno, o incluso una imposición, sino el fruto de una sabiduría autóctona. Y en segundo lugar, y de cara al exterior, se viste a la política con un relato prácticamente universal, que sin entrar en el contenido técnico, permite comprender la intención básica del Gobierno. Asícomunican Abe y su equipo. Este éxito se replica en otras reformas, como por ejemplo, la promoción de la incorporación de la mujer al mercado laboral, que recibirá el nombre de Womenomics.

Pero lo que hace que sus mensajes sean interesantes es la utilización de dos discursos diferentes, dependiendo de si está en Japón o en el extranjero, y cómo enlaza ambas comunicaciones. En el plano doméstico, Abe es conocido por su nacionalismo. Su libro de 2006, Utsukushii Kuni he (Hacia un país hermoso), fue un éxito de ventas y trasluce mucho de su pensamiento y de sus políticas (incluyendo las comunicativas), que se han mantenido de manera sostenida a lo largo del tiempo. Lo que ha variado es esencialmente su sentido de la oportunidad – ligada al contexto político– y fundamentalmen la forma de comunicar esas ideas: el primer ministro, renacido en 2012, domina ahora cómo impactar con lo que dice y con lo que hace, cómo jugar con las imágenes, cómo ser recordado por la ciudadanía, jugando hábilmente con los símbolos que tienen importancia en el Japón actual.

A nivel interno, el discurso toma distintos matices: habla de volver a ser una potencia y de recuperar el orgullo nacional, en un país anímicamente decaídodurante décadas. Habla de volver a poder defenderse si se es atacado, con unejército fuerte. Habla de héroes japoneses que habían sido silenciados y vilipendiadosdesde 1945. Habla de un Japón vigoroso y renacido, que respetasus tradiciones y sus propios valores y mitos. Que tiene un lugar destinado en Asia y en el mundo. Y todo ello teñido de cierta urgencia. Abe comunica cierta voluntad de trascendencia, como si fuera la única persona, en un momentode zozobra, que puede dotar a Japón de esperanza en el futuro. Esta idea de excepcionalidad temporal recorre toda su comunicación y sus iniciativas. Japón necesitaba un cambio y un líder, y él personifica ese cambio.

Abe se mueve además hábilmente en el nexo entre política exterior y doméstica, consciente de los beneficios que le otorga, en casa, un perfil de estadista. En el transcurso de su segundo mandato, ha visitado 66 países, lo que no tiene precedente entre sus predecesores. Ha presentado a Japón como baluarte de la apertura económica y de la democracia en Asia, con una comunicación internacional «orientada a los valores, que enfatiza la democracia, la libertad, los derechos humanos, el estado de derecho y la economía de mercado» (Dobson, 2017), como contraposición a China. Ejemplos de su dinamismo fueron la rapidez con la que se reunió con Donald Trump tras su elección, siendo el primer mandatario internacional en visitarle, o sus 16 reuniones con Vladímir Putin. Con mayor impacto que sus predecesores, Shinzo Abe ha puesto a Japón de nuevo en el mapa con su visibilidad pública
mundial. Con su comunicación personalista también ha conseguido que esos éxitos para el país sean vistos como éxitos solo atribuibles al primer ministro. Ejemplosrecientes son su discurso ante una sesiónconjunta del Congreso de los Estados Unidos (en noviembre de 2015) y como ponente principal del Foro de Davos5 (enero de 2019), un año después de que lo precediera en el atril el líderchino, Xi Jinping.

En todo ello, juega un papel importante el «poder blando» japonés, ligado a la influencia que mediante productos culturales y mediáticos el país ejerce en el exterior. Bajo la noción de Cool Japan, se agrupan todos los elementos que configuran la marca país japonesa, de la que Abe es embajador, como quedó reflejado en su aparición en la clausura de los Juegos Olímpicos de Río (2016) –para recoger el testigo de Tokio–, disfrazado del popular personaje de Nintendo, Super Mario (Chandran, 2016). Como es de imaginar, poco tardó en originarse en las redes la versión con su apellido, el Super Abe. Anteriormente, en 2013, The Economist lo había sacado en portada vestido de Superman: «¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡No... es Japón!», identificando de nuevo y de una manera directa su figura con el futuro del país. La diplomacia lleva a cabo también una campaña activa de relaciones públicas, que incluye un trato de favor a periodistas extranjeros, dando múltiples entrevistas, invitando aTokio a enviados especiales de renombre y modulando rápidamente cualquier información negativa sobre los excesos nacionalistas de su líder, por parte de un muy bien preparado Ministerio de Asuntos Exteriores.

Esta comunicación, con constantes conexiones entre el pasado y presente, entre Japón como potencia y lo que puede volver a ser, junto a la recuperación económica bajo su mandato, enlaza perfectamente con la búsqueda del renacimiento del orgullo nacional, eclipsado por la emergencia de China –y su avance en más instancias del sistema internacional– y la búsqueda del papel que Japón juega en el mundo (Green, 2003), tras su frustración social por las oportunidades perdidas (Hughes, 2015) después del final de la Guerra Fría.

Uno de los objetivos de su política comunicativa es convertir el pesimismo en optimismo, y a eso dedica sus mensajes: busca comunicar que existe un nuevo Japón que reacciona positivamente a los estímulos del Gobierno.
Y a diferencia de otras democracias altamente desarrolladas –como las europeas– el mensaje tiene impacto gracias, en parte, a que el Gobierno japonés aún mantiene un grado elevado de control sobre la prensa, ejerciendo presión sobre los directivos de los medios (que se autocensuran y en ocasiones son despedidos, según un informe de Reporteros Sin Fronteras )(6) y los denominados «clubes de prensa» (kisha clubs) (Okumura, 2016), que controlan el acceso a la información del Gobierno central, las administraciones locales, la policía y las plataformas de empresarios, y discriminan –admitiendo o excluyendo– a periodistas que no sean de esos medios conciliadores o de medios extranjeros no acreditados. Otro factor esencial para que este control tenga efecto, y que explica mucho del caso japonés, es que la opinión pública aún está conectada a los medios del mainstream y de ellos se sirve incluso el Gobierno para modular la opinión pública (Solís, 2019). Por todo ello, Japón ocupó en 2018 el lugar 67 de 180 países en el ranking de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras.

Conclusiones

Tras su dimisión en 2009, Abe y el PLD tuvieron tiempo para reflexionar sobre su estrategia y el resultado fue un segundo mandato con una reordenación de las prioridades que anteponía la dinamización de la economía (a través de Abenomics) y una alineación clara con el libre comercio (mediante el maltrecho Tratado Trans-Pacífico o TTP), posponiendo las reformas más abiertamente ideológicas o de defensa. Y el resultado ha sido positivo para Abe ya que, aun sin alcanzar los objetivos más ambiciosos, ha garantizado un período de estabilidad y crecimiento modesto pero sostenido, por encima del 1% del PIB, en la línea de las economías de la OCDE.

Como en otras democracias, ha caído la participación en las elecciones, que en 2017 se situó en torno al 53% del electorado (20 puntos menos que en 2009). Existe pues una porción significativa de los electores que se muestran preocupados, a la vez que desmoralizados por el proceso político, en el que no se vislumbran alternativas políticas creíbles. Lo que sí es distinto es que, por lo menos de momento, el país no ha visto un repunte de un discurso abiertamente populista que sí avanza imparable en el resto de democracias liberales. Es más, Abe promete acometer reformas que son de todo menos populares. Ello no significa que no exista cierto margen para este discurso: en su momento, Koizumi alcanzó su popularidad gracias a su «oposición a las vacas sagradas de su propio partido» y la promesa de no plegarse ante el poder para llevar a cabo sus reformas antiestablishment.

Abe ha construido un núcleo fuerte a su alrededor y ha sido capaz de mantenerse más que nadie en el cargo, beneficiándose de las reformas de sus predecesores y de gestos audaces para ganar poder sobre la burocracia. Ha luchado una guerra feroz con los medios percibidos como hostiles –como por ejemplo el Asahi Shinbun– y no ha dudado en situar a personas de su confianza al frente de los medios mainstream. Sin embargo, y precisamente por ello, se ha granjeado enemigos poderosos, que ya dieron señales de vida durante la crisis de reputación de mediados de 2018 –ligada a los escándalos de corrupción– y que posiblemente esperan agazapados el momento idóneo para plantarle batalla de nuevo.

En cuanto a la importancia del contexto político, cabe reseñar que la figura de Abe se agranda si consideramos que el sistema político japonés –a diferencia por ejemplo de los sistemas presidencialistas– está diseñado para contener el poder del primer ministro. Abe es más hiperlíder, también, por la débil oposición que le hace frente. El partido que le arrebató el poder en 2012 hoy está fragmentado en diversas formaciones y en la memoria de los japoneses acarrea la pésima gestión de la catástrofe de Fukushima.

La sensación de emergencia que rodea a algunos de los hiperlíderes es doble en el caso de Abe: por un lado, debido a la emergencia de China y su actitud cada vez más asertiva en sus disputas marítimas, alimentada por un nuevo nacionalismo chino, que no en pocas ocasiones ha tenido a Japón en su punto de mira. Esto coincide con que el país no dispone de una fuerza convencional para su defensa, y que Tokio mantiene una relación ambigua con Estados Unidos, su principal valedor, de quién depende al tiempo que desconfía. La percepción de emergencia aumenta cuando la ventana de oportunidad para aplicar la solución que él diagnóstica para dicha dolencia en el largo plazo –la reforma de la constitución– se cierra rápidamente. El crédito que ha ganado por el moderado éxito de Abenomics es finito, y la opinión pública japonesa ha dado muestras permanentes de una gran volatilidad. Si bien en 2020 Tokio acogerá los Juegos Olímpicos, un trance que elevará la autoestima de la sociedad y el orgullo nacional, es posible que sea ese un horizonte demasiado lejano para Abe. Y será en comparación con sus sucesores cuando podremos aislar realmente su valor individual como político. No son pocos los observadores (Sieg, 2018) que prevén que el país, tras su paso por el Gobierno, podría regresar a la dinámica de primeros ministros breves.

Notas:

1. Y no parece que la tendencia vaya a la baja: tres de los mejor posicionados para suceder a Abe cuentan con antepasados en el Gobierno y las cinco grandes promesas de la próxima generación (Abe Yuko Obuchi, Shinjiro Koizumi, Tatsuo Fukuda, Gaku Hashimoto y Yasutaka Nakasone) son hija, hijos y un nieto de primeros ministros.

2. Por ejemplo en marzo de 2005, cuando Richard Gere estaba en Japón promocionando el remake hollywoodiense de la cinta japonesa Shall we dance y el entonces primer ministro Koizumi no solo se entrevistó públicamente con él, sino que lo invitó a bailar frente a la prensa.

3. En el santuario sintoísta de Yasukini se rinde homenaje a los cerca de 2,5 millones de caídos en las diversas guerras en las que Japón ha intervenido desde la restauración Meiji (1868-1912) y que, desde 1978, incluye también a 14 soldados clasificados como criminales de clase A. El santuario mantiene, además, un museo anexo en el que se presenta una visión alternativa de la historia oficial, alineada con los postulados del ultranacionalismo japonés.
Todas y cada una de las visitas de los primeros ministros han levantado ampollas en China y Corea del Sur, quienes perciben en ellas una rememoración del imperialismo japonés.

4. Aun cuando la primacía de la letra A pueda conducir a pensar que se trata de la tipificación más grave de delitos, en el contexto de los Juicios de Tokio dicha categoría se asignó a los «crímenes contra la paz» y, por tanto, conducentes a la planificación y la consecución de la guerra. Crímenes masivos como el de genocidio quedaron encuadrados en la clase C.

5. Su discurso en Davos comenzaba del siguiente modo: «El 26 de diciembre de 2012, fuí elegido de nuevo para el cargo de primer ministro. En ese momento, mi país estaba frente a un muro insalvable que muchos veían como una sentencia de que Japón estaba condenado », y seguía más adelante «(…) Japón no podía crecer… o ese era su argumento (…) [Sin embargo], la esperanza es un importante factor para el crecimiento. Un país que envejece
puede a pesar de ello, seguir creciendo en tanto que “economía movida por la esperanza”. Me permiten que lo declare solemnemente? El derrotismo sobre Japón ha sido ya derrotado ». La traducción es de los autores. Véase, Discurso de Shinzo Abe en el Foro de Davos, 23 de enero de 2019. Canal Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=HlE8oc_CIbM

6. Véase, «Tradiciones e intereses económicos limitan el papel de contrapoder de la prensa». Blog de Reporteros Sin Fronteras, Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, 2019 (en línea) https://rsf.org/es/japon

Referencias bibliográficas

Chandran, Nyshka. «Super Abe was a taste of Tokyo’s 2020 Olympic campaign». CNBC (22 de agosto de 2016) (en línea) https://www.cnbc.com/2016/08/22/super-abe-was-a-taste-of-tokyos-2020-olympic-campaign.html

Dobson, Hugo. «Is Japan Really Back? The “Abe Doctrine” and Global Governance ». Journal of Contemporary Asia, vol. 47, nº 2, 2017.

Gil, Antonio y Camacho, Alejandra. «Análisis y perspectiva del Abenomics, la propuesta económica de Shinzo Abe». México y la Cuenca del Pacífico, vol. 4, n.º 10 (enero/abril), 2015.

Green, M. Japan’s Reluctant Realism: Foreign Policy Challenges in an Era of Uncertain Power. Basingstoke: Palgrave, 2003.

Hughes, C. Japan’s Foreign and Security Policy Under the «Abe Doctrine». Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2015.

Okumura, Nobuyuki. «Algunas verdades incómodas sobre los medios informativos japoneses». Nippon.com (10 de mayo de 2016) (en línea) https://
www.nippon.com/es/currents/d00215/

Sieg, Linda. «Japan Political Longevity Likely Elusive in a Post-Abe World». Reuters (14 de marzo de 2018) (en línea) https://www.reuters.com/article/us-japan-politics-stability/japan-political-longevity-likely-elusive-in-a-postabe-world-idUSKCN1GQ0H1

Solís, Mireya. «Japan’s consolidated democracy in an era of populist turbulence ». Democracy & Disorder Series, Policy Brief, Brookings Institution, 2019 (en línea) https://www.brookings.edu/research/japans-consolidated-democracy-in-an-era-of-populist-turbulence/

Winter, Marcus. «Abe and the Bureacracy: Tightening the Reins». The Diplomat (junio de 2016) (en línea) https://thediplomat.com/2016/06/abe-andthe-bureacracy-tightening-the-reins/

Yoshida, Reiji. «Formed in childhood, roots of Abe’s conservatism go deep». Japan Times (26 de diciembre de 2012) (en línea) https://www.japantimes.co.jp/news/2012/12/26/national/formed-in-childhood-roots-of-abes-conservatism-go-deep/#.XN0Aro4zaUk