¿Reconstruir Haití? no todo vale

Opinion CIDOB 58
Fecha de publicación: 02/2010
Autor:
Iñigo Macías-Aymar
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Iñigo Macías-Aymar
Investigador Principal - Desarrollo

Barcelona, 9 de febrero de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 58

Al igual que ya sucedió en respuesta al tremendo tsunami que afectó a algunos países ribereños del océano índico en diciembre de 2004, es más que previsible que durante las próximas semanas alcancemos cifras récord de recaudación mundial para aliviar y reconstruir Haití. Esta oleada de solidaridad internacional resulta muy loable y ciertamente son recursos necesarios para sacar adelante un país tan paupérrimo, donde llueve sobre mojado. Pero no es suficiente. Conviene recordar que aunque Puerto Príncipe y el resto de infraestructuras haitianas (carreteras, hospitales, canalizaciones de agua y saneamiento, etc.) necesitarán de grandes cantidades de dinero para su reconstrucción, arreglar y colocar a un país como Haití en la senda del desarrollo y el crecimiento requiere de mucho más que fondos. Una adecuada estrategia para conseguir este fin sólo tendrá éxito si los países ricos amplían su abanico de modalidades de ayuda, más allá de la transferencia de recursos financieros; y si los propios haitianos pilotan este proceso, que de llegar a producirse, podría durar —nos guste o no— dos o tres generaciones.

De acuerdo con el seguimiento realizado por centros especializados, anualmente se producen, en promedio, una docena de terremotos de magnitud similar al de Haití. En algunos países apenas causan víctimas mortales mientras que en otros, el número de éstas es simplemente terrorífico. Así, por ejemplo, y sólo con previsiones en la mano, es difícil imaginar un impacto similar en las vecinas República Dominicana o Bahamas. La tremenda factura que en vidas humanas, en términos materiales, pero sobre todo, en esperanzas de futuro, va a tener el movimiento de tierras del pasado 12 de enero en la mitad occidental de la isla de la Hispaniola es, sobre todo, fruto de décadas de desgobierno, corrupción, injerencia de terceros países, violencia, etc. En definitiva, fruto de décadas de subdesarrollo. Ahora resulta imperativo atender las emergencias humanitarias más urgentes, pero la recuperación de un país como Haití requiere de estrategias al medio y largo plazo. Sólo desde esta lógica, alejada del “cortoplacismo”, conseguiremos evitar que se repitan imágenes como las de Haití en otros muchos países del mundo con condiciones muy similares y con la misma exposición a los desastres naturales.

En lo que se refiere a las acciones de cooperación más inmediatas, la coordinación supone un elemento esencial para evitar, en la medida de lo posible, la aparición de cuellos de botella en la provisión de esta asistencia. En este apartado, acciones complementarias en materia de logística juegan un papel crucial (acceso de la ayuda a través de puertos, aeropuertos y carreteras), pues amplía la capacidad de actuación en un tiempo que realmente resulta muy limitado durante los primeros días. En ocasiones, además, hay que reconocer que la excepcionalidad de esta situación motiva que se tengan que sacrificar ciertas actuaciones o decisiones que hoy parecen apremiantes, pero que hipotecan acciones de futuro con un gran impacto en términos de vidas salvadas. No conviene precipitarse —algo realmente difícil en una situación como ésta—, sino tratar de satisfacer las necesidades de la población (tratamiento médico, acceso a agua y alimentación, cobijo, por mencionar sólo algunos) frente a la tendencia imperante a aceptar todo lo que se envía desde el exterior. No todo sirve.

Así por ejemplo, los medios de comunicación, a menudo sin intencionalidad alguna, parecen establecer una agenda, una lista de prioridades aun cuando su acceso a la realidad sobre el terreno se compone de pequeños retazos y no de una imagen completa. Periódicos y televisiones tienen un gran impacto en la opinión pública internacional y pueden determinar el nivel de recursos recaudados para uno u otro fin. Deben ser los especialistas en asistencia humanitaria, y en especial, aquellas organizaciones (ya sean no gubernamentales o internacionales) con implantación en la sociedad haitiana y larga experiencia en el país las que determinen las necesidades a suplir y, por tanto, la agenda.

Finalmente, y dadas las débiles capacidades institucionales y administrativas de un país como Haití, muchas de ellas propias de un Estado fallido, resulta importante contar con el trabajo de fuerzas militares. Sus capacidades en materias relacionadas con la logística y la seguridad son indiscutibles en este tipo de situaciones. No obstante, estas cualidades no serán de gran utilidad si no están estrechamente coordinadas y lideradas por expertos de organismos civiles.

Y en el medio plazo, ¿qué podemos hacer nosotros, como ciudadanos? Primero, conviene dosificar nuestra generosidad. Resulta difícil gestionar adecuadamente la gran cantidad de recursos económicos que se está recibiendo. Además, cuando la atención mediática se aleje (como ya está ocurriendo) y las penurias del día a día de los haitianos dejen de ocupar espacio en los medios, las necesidades económicas y materiales seguirán apremiando. Las aportaciones serán entonces igual o más bienvenidas, pues ya podremos disponer de una adecuada evaluación de los daños provocados, de las capacidades que han quedado en pie y de las necesidades a suplir en el corto y medio plazo.

Pero lo que ancla la ayuda en una perspectiva a más largo plazo es la política comercial. Aunque España y la UE se encuentran muy lejos de constituirse en los principales socios comerciales de Haití (lo son Estados Unidos, República Dominicana y Canadá), convendría promover nuevas líneas de intercambio y oportunidades de negocio en sectores hasta hace poco pujantes en el país como el de las prendas de vestir, las frutas, los aceites esenciales, el café y el té. Hacer efectivos, desarrollar e incluso ampliar los acuerdos preferenciales europeos en materia comercial con Haití supone casi siempre un impacto mayor y más duradero que el de la ayuda. No obstante, estas medidas de nada servirán si no se analiza el impacto que están teniendo las subvenciones públicas a nuestro sector primario a la hora de competir con los productos agrícolas procedentes de este país caribeño. Acabar de una vez por todas con esta contradictoria situación ayudaría a promocionar el sector exterior haitiano (y el de muchos otros países pobres). Otro sector de actividad reseñable es el del turismo. Sin nada que envidiar a las paradisíacas playas de sus países vecinos, el litoral haitiano ofrece importantes posibilidades para desarrollar un turismo sostenible y realmente beneficioso para la vida de muchos haitianos.

Además de la ayuda prevista por gobiernos e instituciones internacionales, otro campo de batalla es el de la deuda contraída por Haití. Avanzar en su condonación supondría una importante entrada de aire fresco. También sería conveniente desarrollar nuevos fórmulas para evitar que este esperado y masivo flujo de ayuda no derive en la perniciosa dependencia que caracteriza a muchos países en desarrollo. Y es que la experiencia demuestra que con frecuencia, los gobernantes de los países receptores de esta ayuda dan prioridad a los condicionantes y a los requisitos de los países donantes frente a las necesidades de sus propios ciudadanos. Igualmente, si no existen los mecanismos adecuados de supervisión y seguimiento, se corre el riesgo de que los recursos transferidos acaben en cuentas bancarias de opacos paraísos fiscales.

Aunque no tenemos la tecnología ni los conocimientos necesarios para evitar que se produzcan desastres naturales, sí disponemos de las capacidades para conseguir que estos sucesos no supongan destruir tantas vidas, y sobre todo, tantas esperanzas de futuro. Al igual que Haití, muchos otros países del planeta se encuentran en una situación similar: son extremadamente frágiles y por tanto, su capacidad de previsión y respuesta ante desastres naturales (sean huracanes, terremotos, maremotos, sequías o inundaciones) es prácticamente nula. Evitarlo no es únicamente tarea de las políticas de cooperación desplegadas por los países desarrollados. Si de verdad queremos apoyar a Haití en el medio plazo debemos afianzar las modalidades de cooperación existente y considerar otras formas más allá de la donación de recursos como son la política comercial, la migratoria o la económica.

Iñigo Macías-Aymar
Investigador Principal - Desarrollo