Prólogo: las Naciones Unidas en su 75º aniversario
En un discurso en la segunda edición del Foro de París sobre la Paz en noviembre de 2019, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), António Guterres, alertó de “cinco riesgos mundiales, o líneas de fractura que se ensanchan”, cuyas causas subyacentes solo podrían abordarse reforzando el “multilateralismo”. En primer lugar, hizo referencia a las relaciones rotas entre las grandes potencias y a su competencia en intereses económicos, tecnológicos y geoestratégicos. En segundo lugar, mencionó el debilitamiento del contrato social, la creciente desigualdad entre las personas que ha desembocado en agitación social y protestas.
En tercer lugar, se refirió a la falta de solidaridad, motivada por el aumento de los discursos populistas, racistas y nacionalistas que hacen que las sociedades se replieguen. La cuarta línea de fractura fue la emergencia climática, que requiere mayor celeridad y determinación. Por último, Guterres se refirió a la brecha tecnológica. Las nuevas tecnologías acarrean un gran potencial para transformar las sociedades pero también para ensanchar las desigualdades y generar riesgos para los gobiernos y los ciudadanos, desde la desinformación hasta los ciberataques. A la vista de estos retos, Guterres considera indispensable el multilateralismo: “¿qué país es capaz de abordar estas líneas de fractura de forma aislada, por separado del resto del mundo?”
Estas líneas de fractura se han ensanchado en 2020. La pandemia del coronavirus (COVID-19) ha desembocado en una crisis sanitaria mundial, que ha acelerado las dinámicas actuales en las relaciones internacionales. La rivalidad entre los EE. UU. y China aumenta y la cooperación global disminuye. La tecnología ha permitido a muchos de nosotros trabajar desde casa, pero la crisis del coronavirus ha destruido millones de empleos y agrandado las desigualdades sociales entre los que pueden y los que no pueden adaptarse a cambios en su lugar de trabajo (lo que potencialmente constituirá un terreno fértil para los populistas del futuro). Para muchos, la COVID-19 es también un toque de atención de las crisis climáticas que están por venir. El mayor reto que se cierne sobre la ONU desde la II Guerra Mundial ha surgido en su 75º aniversario. La cuestión de cómo reforzar el multilateralismo y la cooperación global parece incluso más apremiante a raíz del coronavirus. Este CIDOB Report pretende reflexionar sobre los retos que afectan actualmente a la ONU y ofrece vías para reformar y reforzar el multilateralismo y la cooperación global. El informe se estructura en dos partes: la primera trata de cómo la ONU ha abordado los retos actuales; la segunda ofrece análisis y recomendaciones para el futuro.
En el próximo capítulo, Anna Ayuso examina las reformas actuales de la agenda del desarrollo, que está estrechamente relacionada con la implementación de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la intención de “No dejar a nadie atrás”. En el tercer capítulo, Pol Bargués reflexiona sobre la evolución de las operaciones de mantenimiento de la paz hacia un modelo de paz sostenible, que exige reformas en las fuerzas de la ONU –más coordinación, reflexión y agilidad–, para centrarse más en la prevención de conflictos y la paz sostenible en las sociedades afectadas por conflictos.
En el cuarto capítulo, Moussa Bourekba explora el cambio de la ONU hacia una aproximación preventiva del terrorismo y el extremismo violento, donde las estrategias de seguridad dura y medidas no coercitivas han evolucionado para abordar la radicalización de los individuos y los grupos. En el capítulo cinco, Carme Colomina analiza cómo la maquinaria de la ONU se adapta, no sin dificultades, a las nuevas interdependencias y vulnerabilidades surgidas de la transformación digital de economías y sociedades, como por ejemplo la nueva fractura digital, la evolución de los medios de comunicación o el aumento de la información y la desinformación. Héctor Sánchez Margalef, en el capítulo seis, establece paralelismos entre las críticas y las restricciones que afectan tanto a la ONU como a la Unión Europea. En un contexto de disputas cada vez mayores, ambas organizaciones deben acelerar sus reformas para ser coherentes con sus estrategias y preservar un sistema multilateral basado en normas.
La segunda parte del informe presenta propuestas y sugerencias para una ONU renovada. En el capítulo siete, Emmanuel Comte critica las estrictas medidas de control estatal sobre los flujos migratorios internacionales. El autor propone un nuevo régimen migratorio mundial organizado alrededor de una teoría liberal de la justicia que considere la desigualdad de oportunidades generada por las fronteras cerradas. En el capítulo octavo, Hannah Abdullah analiza el reto de la diversidad cultural en un mundo global interconectado. Hace un llamamiento a una nueva inversión en políticas y
programas de la ONU en los ámbitos del patrimonio cultural y el diálogo intercultural, para potenciar las agendas de paz y desarrollo sostenible de la ONU. En líneas similares, en el noveno capítulo, Eva Garcia-Chueca explica cómo los gobiernos locales, en tanto que instituciones representativas, deberían tener un papel más destacado en la agenda de gobernanza internacional.
En el capítulo 10, Eduard Soler sostiene que los impulsos unilaterales son una amenaza para el orden mundial basado en normas y para las organizaciones regionales de todo el mundo. Evalúa en qué medida la cooperación regional puede ser un salvavidas para el multilateralismo y puede ayudar a lidiar con retos mundiales como las emergencias climática y sanitaria. En el último capítulo del presente volumen, Marie Vandendriessche establece paralelismos entre las crisis climática y de la COVID-19, como por ejemplo su alcance mundial, la necesidad de cooperación internacional y los costes sociales y económicos subyacentes en los intentos de abordarlas. Según ella, la acción climática requiere respuestas rápidas, efectivas y colectivas para un problema crucial en el largo plazo.