Paradojas del legado del mayo del 68
Mito e historia
Todos los franceses somos hijos del Mayo del 68, por el simple hecho de ser seres históricos. Pero ya sabemos que los hijos no eligen a sus padres, ni son siempre leales a su legado; y cuando lo evocan, lo hacen en un mundo que es muy distinto al que alumbró el acontecimiento. Existen también quiénes reniegan del legado, y los que lo reinventan, sin preocuparse en absoluto por conocer su contenido histórico. Es por ello que debemos tener en mente que cuando hablamos del Mayo del 68, no todos hablamos de lo mismo.
Para algunos, consistió en un movimiento estudiantil libertario que logró romper las cadenas de las costumbres y dar visibilidad a las luchas denominadas específicas: la de las mujeres, la de los negros, la de los homosexuales o la de los inmigrantes. La invención de una contracultura alimentó un ideal de sociedad basada precisamente en el arte y el conocimiento compartidos. Si todo el mundo puede crear, todo el mundo debe acceder al conocimiento y a las creaciones; es a través de este prisma que la escuela superior de Bellas Artes, la universidad de Vincennes y los teatros, el Odéon de París, el teatro de Villeurbanne, Aviñón y su festival son también lugares de contestación.
Para otros, el mayo del 68 fue una de las mayores huelgas obreras del s. XX, más allá de las huelgas de 1936, a caballo entre la tradición comunista y las aspiraciones libertarias. Hay también quién lo considera el momento por excelencia en el que el izquierdismo, en lugar de optar por la vía libertaria, cayó preso de un teoricismo que creía apasionadamente que podía liberar a la humanidad de su alienación. Finalmente, para otros fue más bien una victoria de la “segunda izquierda” (1) (anunciada ya por la creación la Confederación Francesa Democrática del Trabajo, CFDT, y el Partido Socialista Unificado, PSU, nacidas antes del Mayo del 68). Para enfrentarse al estalinismo que dominaba el comunismo, este nuevo izquierdismo protagonizado por movimientos como Revolution, el Comité Comunista para la Autogestión (CCA), la nebulosa libertaria y trotskista o los estudiantes de secundaria, tejió una alianza con los izquierdistas libertarios o dogmáticos, que estuvo en pie mientras se mantuvo activo el flujo movimientista. Esta alianza se forjó en el seno de los movimientos estudiantiles universitarios y de los institutos, en particular en las coordinaciones y los comités de lucha. Actualmente, en este reflujo nuestro, la segunda izquierda agoniza y busca reconfortarse reverenciando la forma vertical más tradicional del presidencialismo. Un conocimiento más profundo de la historia permite deconstruir el mito y revela que si el legado es tan complejo es porque el hecho en sí mismo estaba impregnado de luchas. Sin embargo, también es necesario comprender de qué manera el Mayo del 68, o “los años del 68”, como les gusta decir a quienes dan forma a su historia, produjo también formas paradójicas de un pasado indisoluble en el presente.
Primer mito: ¿una sexualidad emancipada?
El epicentro de la historia mitificada se encuentra en Nanterre, donde se prendió la mecha de la protestas por la cuestión de las residencias de estudiantes mixtas. Existía el precedente de la ocupación de la residencia de las chicas, que había tenido lugar un año antes, en marzo de 1967. Sin embargo, el movimiento del 22 de marzo del 68 no ocupó el pabellón administrativo por ese motivo, sino como repulsa a la detención de estudiantes durante las protestas contra la guerra de Vietnam.
No obstante, la liberación sexual estaba en el corazón del Mayo del 68. No solo porque se reivindicó el derecho a la información y a la práctica sexual, sino también porque la píldora permitía, por fin (desde 1967, con la ley Neuwirth que la legalizaba), no correr el riesgo de una paternidad o una maternidad no deseada. Se adquirió un nuevo nivel de decisión: “un hijo/a si quiero, y cuando quiera”. El movimiento a favor de la planificación familiar hizo posible esta afirmación para todas las mujeres.(2) La liberación sexual fue una liberación del disfrute “sin trabas”, lejos de las restricciones y de los poderes de dominación.
Siguiendo esta estela, llegó también el reconocimiento de los derechos y las libertades homosexuales, que culminaría en 1981, con la ley de despenalización de la homosexualidad. La lucha sin embargo, no contemplaba ningún componente familiarista, dado que el matrimonio y la familia eran considerados en aquél contexto como formas burguesas de la alienación capitalista.
Esta voluntad de desalienación pasó también por el psicoanálisis, que se implantó contra la psicología a través de la ortodoxia lacaniana que se establecía en la Universidad de Vincennes (actual París VIII) y que hizo caso omiso de las demás teorías defendidas entonces por Jacques Derrida.
¿Entonces, atendiendo a estos precedentes, en qué punto nos encontramos? Digamos pues que los jóvenes de hoy en día se enfrentan a problemas nuevos: las enfermedades de trasmisión sexual han impuesto a esa sexualidad liberada nuevos límites que, de no respetarse, amenazan con la muerte. La píldora ya no es el recurso crucial y primordial; es decir, para protegerse del VIH/ sida hay que utilizar preservativos. Se redistribuyen entonces las responsabilidades entre parejas heterosexuales u homosexuales. Hay que imponer o aceptar el uso de preservativos, negarse a mantener relaciones sin protección, y explicar en todos lados porqué. De esa necesidad preventiva y de la que cuidarse sea prioritario surge un nuevo activismo que remite al repertorio de las asambleas y las sentadas de los campus estadounidenses y las de los institutos en los años setenta, pero renovando el espíritu y la forma. Se trata de mantener la posibilidad de disfrute, se trata sobre todo del goce de la vida como tal, porque la muerte acecha.
También se produjo un segundo factor nuevo: el ámbito digital. Los tabúes sexuales saltaron por los aires cuando la revolución digital generó un acceso libre a la producción y al consumo de pornografía, amplificando lo que las cintas de vídeo ya habían iniciado. Este consumo comienza muy pronto y perturba los inicios en la sexualidad, imponiendo imágenes normativas mucho más limitadas que lo que el deseo dejaba a la imaginación. La disociación de lo familiar y del deseo sexual se había conquistado con un espíritu de inventiva infinita, lejos del único objetivo procreador religioso, lejos del miedo. Sin embargo, ahora, la pornografía se consume en pareja, bien para exhibirse, bien para mirar, según normas muy restringidas. Una clínica terapéutica recibe a cada vez más jóvenes que, ante esa doble exposición a la muerte y a la pornografía, tienen dificultades en encontrar, al margen de lo virtual, ese “disfrute sin trabas”. De hecho, en este punto la alienación puede ser importante. En cuanto a las mujeres, que habían conquistado una imagen del cuerpo femenino liberado, se ven de nuevo atrapadas en las redes de esta normatividad expuesta. Darle la vuelta como un guante genera otras normas opresivas. Todavía debe (re)encontrarse la libertad de invención de sexualidades singulares. No obstante, en este caso la búsqueda consciente del proyecto emancipador es valiente. La dominación masculina no había desaparecido con el Mayo del 68, sino todo lo contrario, debido al virilismo de la estética revolucionaria y a los malos hábitos anclados en todos los ámbitos. Hoy en día, eso ya no se consiente. La batalla es firme, aunque menos que en España, donde el 8 de marzo de 2018 ha desplegado una fuerza viva; en Francia sigue siendo mucho más comedida y está dividida.
En cuanto a los actores de los grupos sexuales minoritarios, sin estar plenamente organizados, disponen de un buen repertorio de luchas LGBT. Los debates internos aumentan, las categorizaciones se multiplican en la encrucijada de las cuestiones de género, pero dejando más de lado que en el 68 el componente de la lucha de clases. Sin duda, esta última lucha había aplastado durante mucho tiempo la legibilidad y la legitimidad de todas las demás, pero ahora, es la pariente pobre de la interseccionalidad. Se han logrado valientes avances de derechos, como el del matrimonio para todos que logró promulgar la entonces ministra de Justicia francesa Christiane Taubira, que divergía de la reivindicación de los años del 68 que carecía de cualquier imaginario familiar. Un hito que por cierto, provocó una violencia y un sobresalto inéditos de las potencias integristas religiosas, en particular las católicas. El legado es por tanto fuerte pero increíblemente controvertido. La “generación identitaria” (3) y los corrientes derechistas critican a la vez la pornografía y las sexualidades minoritarias en nombre de la moral y no del disfrute perdido, en nombre, de hecho, de la naturaleza y de la tradición. Combaten una concepción de la libertad anti naturalista y, en este sentido, son tradicionalistas, cercanas a Vichy y a su eterno femenino. Los grupos sexuales minoritarios han conquistado no obstante un derecho a la palabra y, para ellos también, la lucha continúa enérgicamente.
Por último, el combate vuelve a plantearse entre psicoanálisis y psicología, esta vez a favor de la psicología y de las neurociencias. El psicoanálisis, en guerra consigo mismo, debe ahora reinventar sus alianzas, sus preguntas y sus ambiciones: ¿emancipadoras?, ¿curativas?, ¿normativas? La forma de pensar en la articulación de estos retos tal vez nunca haya sido tan crucial.
Segundo mito: la violencia y la dinámica del movimiento
El imaginario difundido de un Mayo del 68 sin violencia física, como simple psicodrama, ha sido muy potente y ha tenido una larga vida, y, sin embargo, la dinámica del propio movimiento se basa en parte en la reacción de la población a la violencia, la que se despliega en Vietnam, y la que se inflige a los jóvenes indignados ante la guerra de Vietnam. El 22 de marzo de 1968 las cuestiones que movieron a los estudiantes fueron las del imperialismo estadounidense, las del porvenir de los países denominados del Este, con una reflexión anti totalitaria, y la idea de que la Universidad debe ser crítica.
El conflicto entre extrema derecha y extrema izquierda fue entonces particularmente violento, los enfrentamientos fueron cotidianos, los militantes se veían a sí mismos como héroes militares viriles, mientras que las militantes, aún sin beneficiarse de ello, les seguían.
Todo ello es lo que llevó a cerrar la facultad de Nanterre el 2 de mayo de 1968. Los maoístas, advertidos de una posible reacción anti revolucionaria del Grupo de Unión Defensa (GUD) y del movimiento Occident, habían empezado a cavar trincheras como Giáp (4) en Vietnam.
Al día siguiente, el mitin se celebró en el patio de la Sorbona. Esta vez, la violencia la ejerció la policía, que realizó más de 600 detenciones y se enfrentó sin freno ni discernimiento a la masa estudiantil: supuso la revuelta. Barricadas, coches volcados; llovieron entrelazados palos y porras. La represión alcanzó a todo el mundo, militante o no. Esta violencia represiva llevó muy rápidamente a los docentes a condenar la violencia policial y a hacer un llamamiento a la huelga.
Hoy, este tipo de dinámica no se produce exactamente igual; la situación internacional, por muy grave que sea, no lleva a la juventud a organizarse a favor de Siria, por ejemplo. El impulso estudiantil puede ser fuerte, como en el movimiento contra el Contrato de Primera Contratación (CPE, en francés) o incluso cuando se inició la lucha contra la reforma laboral en 2016, pero el verdadero riesgo es el de una extraña expectativa respecto a la juventud por parte de quienes son mayores, docentes o no, como si a esta le correspondiera siempre estar en la vanguardia, sin tener en cuenta que los ciudadanos en esa franja de edad sufren como nunca la opresión; en el mercado de trabajo, en el acceso a la vivienda, por no hablar del acceso a las responsabilidades. No cabe duda de que la etiqueta “#valemos más que eso” describía la explotación en las prácticas no remuneradas; por otra parte, la asociación Jeudi Noir requisa viviendas para los más jóvenes, pero esta juventud en movimiento es más minoritaria que en 1968 y, en Francia, cuenta con poco apoyo real de la población. Esta situación contrasta, por ejemplo, con lo que ocurrió en Quebec con el movimiento del recuadro rojo (carré rouge) o del printemps érable contra la subida de las tasas de escolaridad, donde un 70% de la población sí que apoyaba a los más jóvenes.
En 1968, la violencia de la represión sobre los estudiantes resultó insoportable para una generación adulta que acababa de conocer la guerra de Argelia, las incursiones violentas y la represión a veces mortal de los oponentes, como en Charonne. En el lento discurrir de los años setenta, la muerte de los jóvenes beurs por los atropellos de la policía en los barrios de la periferia desembocó en la marcha por la igualdad de 1983. Después, la violencia física cayó sensiblemente, aunque regresa más puntual pero vertiginosamente, a menudo con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, en un contexto de estado de emergencia. Ya se trate de la muerte de Rémi Fraisse en 2014, de las numerosas muertes raciales de jóvenes registradas recientemente, o de los actos de violencia extrema vividos en el movimiento contra la reforma laboral en 2016, nada parece arrancar a los ciudadanos de la apatía o la renuncia. Así, el 26 de mayo de 1968, en París, Romain Dussaux, un periodista independiente, sufrió un traumatismo craneal provocado por la tapa metálica de una granada de mano –en teoría, prohibida–, lanzada por un policía del grupo de intervención de la prefectura de la policía de París. Dussaux terminó en reanimación y permaneció en coma hasta el 6 de junio de ese año, con secuelas graves. Pero, de manera más general, los street medics (médicos voluntarios que asisten a los manifestantes) hicieron un recuento más amplio de víctimas en la manifestación del 14 de junio en París: centenares de heridos, incluidas unas 50 personas con quemaduras en la cara, en ocasiones a quemarropa, como consecuencia de disparos de granadas lacrimógenas, más de un centenar de crisis de pánico acompañadas de numerosas afecciones respiratorias y malestar, a veces con pérdida de conocimiento.
Para entender este contraste, la hipótesis de la desinformación puede tenerse en cuenta, porque, en efecto, en Mayo del 68, la información a través de la radio y de la televisión se difundió muy rápidamente y los mensajes se concentraron debido a una centralización, la de la ORTF (Oficina de Radiodifusión y Televisión Francesa). Pero el poder no la dominó hasta pasadas varias semanas. Hoy las redes sociales, incluso en funcionamiento viral, no pueden ir tan deprisa porque la red, a pesar de todo, segmenta, mientras que la televisión agrupaba. Pero esta explicación no resulta suficiente, es necesario analizar la apatía. Y, en este sentido, el espectáculo de la guerra ininterrumpida, o los atentados terroristas de enero y noviembre de 2015 parecen haber mitigado o transformado la sensibilidad a la violencia. El pavor sigue presente pero más en un modo “sálvese quien pueda” que en el de la solidaridad y de la indignación. El diagnóstico de una esfera global política cuya única promesa es la supervivencia conduce a convertir a cada individuo, incluso comprometido, en un ser que piensa de forma atávica y en primer lugar, en su supervivencia. La generación de un inquietante ambiente de cuasi guerra civil alimenta este pensamiento reflejo.
Pero hay otras hipótesis que también merecen atención. Como hemos recordado anteriormente, la violencia de las calles en Mayo del 68 estuvo vinculada a la que se desplegaba en Vietnam, encubierta como teoría política. Cobró sentido por ese reparto de las interpretaciones gracias a una base teórica. Actualmente, esa teoría ha desaparecido, lo descriptivo y lo pragmático la han borrado del relato y, efectivamente, está ausente incluso en la Universidad. Porque tener un punto de vista teórico sobre el ejercicio de la violencia, su origen, su legitimidad o no, confiere fuerzas tanto para actuar como para defenderse. La cabecera de la comitiva manifestante daba fe en 2016 de una cierta fascinación por la violencia, pero sobre todo prefería la confrontación, en una escena similar a una cacería de focas cuando los manifestantes caen en la trampa de los gases lacrimógenos sin poder avanzar, ni retroceder, ni escapar. Frente a una actuación policial inmediatamente punitiva que afirma que manifestarse equivale ya a estar incriminado, para esa cabecera se trataba de atacar la materialidad encarnada por el Estado, el poder financiero y bancario. Su eslogan no era, sin embargo, “acabemos con el Estado policial”, sino “todo el mundo aborrece a la policía”. Y, sin embargo, este aborrecimiento puede venir de lejos porque en el 68 la policía ya era aborrecible. El 10 de mayo del 68, la “noche de las barricadas” se salda con 367 heridos, 460 detenciones y 188 coches dañados. El carácter arbitrario de las acciones de la policía, los golpes e insultos, las humillaciones a las mujeres que sufrieron gestos obscenos y acabaron con la ropa arrancada por la policía alarmaron a los vecinos. En las comisarías, la jerarquía debió interrumpir tentativas de violación, pero aun así de manera ostensible se cortó el pelo o incluso se rapó a los detenidos. El racismo, la xenofobia y el sexismo no agrandaron moralmente a esta policía.
Por el contrario, la dimensión Peace and Love, Flower Power surgida del imaginario, no del Mayo del 68 francés, sino en Estados Unidos, además de la memoria de la violencia de los debates teóricos, ha producido un efecto paradójico: un gusto desmesurado por el consenso en lugar del que consiste en profundizar en las contradicciones para resolverlas. Este escollo de rechazar la división, el conflicto, es sin duda el más temible que al que tuvo que enfrentarse el movimiento Nuit debout en 2016. El conflicto se identifica con la violencia, con la falta de respeto. El procedimiento de ecualización de las posiciones presentes se convierte en la única materia política. Una concepción inclusiva de la política conduce entonces a su ausencia. La violencia y su dinámica siguen siendo, más que nunca, objetos para la reflexión actual.
Tercer mito: la unión en las luchas
Uno de los mitos importantes heredados de Mayo del 68 es el de una verdadera unión en las luchas. Todo radica en el término “verdadera”, pero, de entrada, la propia expresión no es de Mayo del 68 sino de finales de los años setenta. Cuando el movimiento sindical reconoció que la violencia policial suscitó la emoción de los trabajadores e hizo un llamamiento por una reforma democrática de la Universidad, algunos movimientos de estudiantes de extrema izquierda instaron a “no permanecer aislados de las masas”, a proceder a “la unión del movimiento de estudiantes y los trabajadores”. Georges Séguy en la CGT tomó sin embargo distancia de inmediato con los “grupúsculos izquierdistas”. La unión en las luchas, cuando existió, se realizó fuera de los aparatos sindicales, en comités de lucha, en coordinaciones.
Los sindicatos, sin embargo, llamaron a la huelga para el 13 de mayo; los porcentajes de huelguistas por entonces eran con frecuencia impresionantes, en ocasiones se había llegado al 60% en algunas empresas. Las marchas eran muy numerosas, 220.000 manifestantes en París cuando el prefecto hablaba de 80.000. Y así ocurría en casi todos los lugares porque el movimiento, de hecho, ya se había popularizado. ¿Estaba el detonador de esa masiva movilización verdaderamente asociado a la democratización necesaria de la universidad, a la violencia policial? De hecho, había mil razones para ir a la huelga y el espíritu de Mayo estaba ya presente en un deseo de dejar de depender de la mezquindad de la jerarquía, de su desprecio, de la violencia cotidiana del fordismo biempensante. Una ocasión que, por tanto, no se desaprovechó. El movimiento de ocupación de fábricas y de universidades se convirtió en la forma común de acción. Ya el 15 de mayo, en la empresa Sud Aviation de Nantes, donde había que mantener la fábrica ocupada, se habitó la instalación de un modo nuevo: asambleas generales, elaboraciones de proyectos, múltiples intervenciones, reconquista de una vida colectiva vibrante que se desarrolló hasta junio. Sin consignas de las organizaciones sindicales, la huelga se declaró indefinida o general. Mientras que la CGT intentaba encabezar las acciones y desconfiaba de los estudiantes, la CFDT hablaba de autogestión necesaria y de revuelta legítima de una generación a la que no se le permitía tener responsabilidades. Se trataba de siete millones de huelguistas, que lograron efectivamente dar la impresión de una verdadera ruptura histórica, cuando en realidad, seguían siendo minoritarios.
Cuando se retomó la agitación violenta el 24 de mayo, con la retirada del permiso de residencia a Cohn Bendit, la división se hizo manifiesta. No existió manifestación unitaria. La prefectura autorizó las marchas sindicales, pero la marcha estudiantil de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF) y del movimiento “22 mars” no se autorizaron.
El 25 de mayo se llevaron a cabo las negociaciones de Grenelle entre el gobierno y las organizaciones sindicales. Estas últimas obtuvieron una clara mejora del Salario Mínimo Interprofesional (SMIC) y una subida de los salarios, pero partiendo de una concepción en la que, para el gobierno, los sindicatos debían dirigir a los obreros porque Pompidou consideraba su influencia “útil para el correcto funcionamiento de una empresa”. El sindicalismo sería así otro dominio que pesaba sobre los obreros. Los huelguistas, que esperaban otra cosa que un simple aumento del poder adquisitivo, acogieron muy mal estos acuerdos; no se veían a sí mismos como meros consumidores, sino como actores de su vida y eso es algo que los sindicatos no alcanzaron a comprender. Los comités de lucha no pudieron estar satisfechos. La huelga continuó.
La división entre lógicas de dirección y lógicas autogestionarias, que hoy se denominarían “ciudadanas”, al margen de las estructuras sindicales o partidistas lastró sin duda la unión en las luchas. Pero cabe subrayar que, entonces, la CFDT apoyó las huelgas de los inmigrantes que se hicieron con los comités de lucha, sensibles a la demanda de dignidad y de igualdad.
Hoy en día, la cuestión de la unión es un asunto recurrente, y parece haberse complicado más, porque no se trata de unir diferentes concepciones de los procedimientos de lucha, diferentes sensibilidades políticas, sino también de unir diferentes causas, fragmentos de lo universal estallado en mil pedazos donde cada uno busca obtener sus réditos: en la lucha de los parados, de los sinpapeles, de los refugiados, de las mujeres, de los LGBT, de los obreros, de los universitarios, de los estudiantes de instituto, de los profesores, de los ecologistas, de los veganos, etc.
Dicha fragmentación se repitió en 2016 en el seno del movimiento contra la reforma laboral, una desunión que aún no se ha resuelto en absoluto. El 9 de marzo de 2016, se registraron en Francia las primeras manifestaciones contra el proyecto de ley, que congregaron entre 224.000 y 500.000 personas. Se trataba en su gran mayoría de protestas de carácter ciudadano, dejando entrever que el movimiento sindical no parecía dispuesto a avivar la oposición a la reforma laboral, ni tampoco organizarse con estos movimientos ciudadanos, que a su vez, tampoco los buscaban. Existía una desconfianza recíproca entre esta ciudadanía —próxima a la corriente autogestionaria y autoemancipadora pacífica de los años del 68— y un colectivo sindical que era acusado con frecuencia de no radicalizar los movimientos y llegado el momento de las negociaciones traicionar a sus bases. De hecho, la llamada a la huelga llegó muy tarde: transportistas, trabajadores ferroviarios, trabajadores de refinerías, de los aeropuertos y de los puertos, se pusieron en huelga el 19 de mayo. Antes se habían llevado a cabo jornadas de acción. Algunos esperaban entonces bloquear efectivamente el país. La desinformación fue importante por parte del gobierno, que hablaba de sofocación inmediata. Pero no, la huelga seguía dando aliento, porque sigue siendo un momento de aprendizaje acelerado de lo político, de la alegría de lo colectivo y de momentos vitales que marcaron a los individuos de un modo irreversible. Sin embargo, salía cara en una época en la que el paro era estructural y el poder adquisitivo estaba en caída libre. No era ni es fácil hacer huelga.
¿Está vinculada la recusación actual del sindicalismo a una memoria del 68? Entre Mayo de 1968 y hoy en día se produjeron las huelgas de noviembre-diciembre de 1995, los movimientos a favor de la acogida de los inmigrantes, contra la reforma de las pensiones, contra las transformaciones del sistema educativo, contra el Contrato de Inserción Profesional (CIP) y el Contrato de Primer Empleo (CPE), que han dejado profundas huellas mal cicatrizadas. Con estas experiencias reiteradas de derrotas o de victorias mal negociadas desde 1995, se ha abierto una brecha entre las grandes centrales y la población francesa, no pudiéndose ya considerar que son las corrientes izquierdistas las que alimentan esta desconfianza. El sindicalismo atrapado en rutinas gestoras no puede contar con el crédito de quienes lo esperarían como organizador de las luchas. En cuanto a los que hacen de ello un uso corporativista, rara vez se les pide que se afilien a un sindicato para ser defendidos en las comisiones paritarias. Lo importante parece hoy en día ocupar el puesto de representante y no de sindicalizar a las plantillas. La desindicalización es importante. Esta desaprobación afecta a todos los procesos de representación, lo que no contribuye a organizar una lucha sólida. Mientras que el movimiento Nuit debout supuso la culminación, el 31 de marzo de 2016, de la primera gran manifestación sindical y ciudadana contra la reforma laboral, la actividad se autonomizó muy rápidamente. Hasta el punto de que el movimiento sindical y los actores de Nuit debout ya no se dirigen la palabra. Cuando, el 20 de abril, se intenta una recuperación estratégica de unión en el centro del sindicalismo de París Bourse du travail, a los sindicatos no se les ocurre otra cosa que un 1 de mayo con final de fiesta en la Place de la République, con un mitin sindical. Enfrente, los actores de Nuit debout no calibran la dimensión del reto de la lucha contra la reforma laboral. Como no creen en una victoria, su objetivo consiste en experimentar lo que denominan “democracia real”, no en ganar. El hecho es que, cuando es necesario sostener y acoger las luchas tanto de los sectores públicos como de las empresas privadas, la asamblea de Nuit debout no consigue aceptar darles más de los tres minutos de intervención reglamentarios. Al poner por delante la equidad de procedimiento a la elaboración del conflicto político, Nuit debout acaba por apartarse de la lucha inicial en lugar de profundizar en ella. Siendo un importante momento de experimentación, no ha podido ejercer su peso en la relación de fuerzas contra el gobierno sino como otro frente de lucha y no como una convergencia.
En cambio, Nuit debout ha sido un portaaviones capaz de acoger y de poner en marcha una infinidad de pequeños fragmentos volantes de luchas específicas, ecológicas, de las mujeres, de los inmigrantes, sobre las libertades públicas, por otra constitución, con vistas a otra concepción de las jerarquías entre lo político y lo económico, etc. El número de comisiones siempre ha sido importante, en una proliferación magnífica pero no realmente vinculada por el espacio que se suponía que debía hacerlo: la Asamblea. Esta miríada remite a un verdadero legado de las luchas de emancipación y de movimiento de invención de cambio de formas y de normas de vida en los años de 1968, y ahí está sin duda el legado más importante, pero, con frecuencia, no verdaderamente consciente de la deuda, porque el pragmatismo de las prácticas y lo que se denominan ahora utopías concretas se impone al proyecto utópico idealista. Las agrupaciones anarquistas Zones À Défendre (ZAD), al igual que las redes de iniciativas solidarias mutuas y ecológicas, persiguen un proyecto emancipador alejado del productivismo, de la contaminación nuclear, organizan tiendas de alimentación cooperativas, cafés asociativos, universidades populares, intercambios no comerciales, alternativas agroculturales. Un repertorio asociativo y zadista da cuerpo a un legado fuerte. “Solo se lucha bien por las causas que uno mismo modela y con las que uno se inflama al identificarse”, afirmaba René Char en el poema “Las hojas de hipnos” (estrofa 63). Las experiencias se hacen entonces a la vez que se escriben en nombre de un pensamiento en acción, pero la acción innegablemente se impone casi siempre al pensamiento. Aquí también, el rechazo de la teoría conduce a dejar de lado los retos estratégicos, con la convicción de que lo local permitirá desplazar a lo global por capilaridad.
Cuarto mito: el voto triunfa sobre el Mayo del 68, epílogo
La desautorización del Mayo del 68 habría llegado con el voto favorable al general de Gaulle en las elecciones de final de junio. Pero la opinión hay que trabajársela y, de hecho, a finales de Mayo del 68, el discurso del gobierno denunciaba un “inicio de guerra civil organizada por un hampa aliada con los anarquistas”. La opinión desfavorable, incluso hostil, al movimiento se impone: veteranos de Argelia, el grupo Occident o los gaullistas. Los Comités de Defensa de la República, el Servicio de Acción Cívica y grupos de acción cívica quieren recuperar el orden. Si se habían constituido mucho antes, salen entonces a la luz, se hacen visibles y legibles. Pero el discurso mantenido entonces es xenófobo, se acusa a extranjeros y apátridas de ser los causantes del desorden. Es a esa xenofobia a lo que responde el eslogan “todos somos judíos”… “y alemanes”, después de que Georges Marchais haya hablado también del judío alemán.
Esta oposición no nació en junio, pero de entrada estuvo expuesta a los ideales del 68. Actuó como supletorio del Estado para una vuelta al orden que se hace en nombre de una mayoría silenciosa. Pero, de hecho, el mundo cambió después del Mayo de 1968, y esa mutación no terminó en junio. Los deseos de cambiar la vida siguieron alimentando los años setenta.
Actualmente, el poder no puede reivindicar una “mayoría silenciosa” porque los sondeos de opinión actúan como ventrílocuo. Así, según un sondeo realizado por Odoxa y publicado por BFM TV el 3 de marzo de 2016, el 67% de los encuestados se oponía al proyecto de ley El Khomri relativa al trabajo. El 16 de junio de 2016, un sondeo de Tilder/LCI/OpinionWay indicaba que el 64% de los franceses apoyaba la retirada del proyecto de ley. Pero, por mucho que se pueda oír a la mayoría, no se la escucha y no se retiró dicho proyecto. Y el esfuerzo cesó. No quiere decir que falte lucidez, sino que el deseo de luchar ha decaído, que ha sido necesario optar entre la peste y el cólera, para no permitir que esa extrema derecha se tome la revancha más absoluta frente al 68. Pero, para eso, ¿es verdaderamente necesario que los franceses confundan liberalismo, neoliberalismo y movimientos de emancipación? No hay nada menos seguro si se acepta entender que quienes “hicieron” el 68 se han preocupado casi siempre de proseguir la lucha y se la han legado a sus hijos. El legado del Mayo del 68 consiste en saber que tuvo lugar y que, si nuestros antecesores intentaron ser libres, otros lo intentarán de nuevo, que confiere valor y que las mujeres, en este momento, lo manifiestan.
Sin duda, están también los abandonos a campo abierto neoliberal, los fingimientos de la segunda izquierda y los escollos de los legados de paradojas. Pero nada es en vano cuando se trata de la emancipación. Cada cual sabe si es o no libre, y no todos optan por la servidumbre voluntaria. A veces, la asumen, momentáneamente.
Notas:
1. N. del E.: El término “Segunda izquierda” fue acuñado por Michel Rocard en 1977 para designar a los colectivos izquierdistas que, con un fuerte apoyo de los sindicatos, se desmarcaban de la corriente marxista francesa dominante hasta entonces, y de la herencia de la revolución francesa. A diferencia de los comunistas o los socialistas, la segunda izquierda criticaba sin ambages el totalitarismo (como el de la URSS) y el colonialismo (de Francia en Argelia), siendo más pragmática y menos ideológica.
2. Esto no evitó que también surgieran críticos con la propia planificación como espacio de poder médico.
3. N. del E.: el movimiento Generación identitaria nace en 2012 como la rama juvenil del Movimiento Identitario, identificado con la extrema derecha francesa y conocido por su militancia contra el Islam.
4. N. del E.: Võ Nguyên Giáp fue comandante en jefe de las fuerzas armadas de Vietnam en la primea Guerra de Indochina contra Francia (1946-1954) y en la posterior Guerra de Vietnam (1960-1975) contra EEUU.
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