Palestina: Un año de guerra, más de cincuenta de ocupación y un siglo de conflicto

Opinion 819
Opinión CIDOB nº 819
Fecha de publicación: 12/2024
Autor:
Antoni Segura i Mas, presidente de CIDOB y catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona
Descargar PDF

Con la victoria de Donald Trump, Netanyahu sabe que tiene las manos libres para «remodelar» Oriente Próximo a sangre y fuego. La extensión de la guerra al Líbano y los intentos de implicar a Irán son una amenaza directa a la estabilidad mundial, cuando no la puerta de entrada a la Tercera Guerra Mundial. De fondo, la tragedia del pueblo palestino. Recorremos la historia que nos ha llevado hasta aquí.

*Una versión extensa de este artículo se publicó previamente en el diario Catalunya Plural 

El 7 de octubre de 2023, unos dos mil milicianos de Hamás penetraron en territorio israelí asaltando la base militar desde donde se gestiona la valla perimetral de Gaza e inutilizando las torres de control con la ayuda de drones, para luego atacar localidades, kibutzs y un festival de música que se celebraba a pocos kilómetros de la frontera. En pocos momentos, con precisión y conocimiento del terreno, Hamás había dejado ciego e incomunicado a uno de los ejércitos tecnológicamente más preparados del mundo.

La operación no tenía nada de improvisada y se llevó a cabo justamente al día siguiente de que una parte importante de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) destinadas en la zona de Gaza fueran desplazadas hacia Cisjordania para proteger de posibles represalias a los colonos que estaban acosando familias palestinas para expulsarlas de sus tierras.

«En pocas horas, los milicianos se apoderaron de ocho bases militares y quince poblaciones, varios kibutzs incluidos». Las FDI tardaron horas en aparecer y «cuatro días para recuperar el control de la zona». No sospechaban que Hamás pudiera llevar a cabo una operación militar de esta envergadura en Israel. Tampoco los servicios secretos israelíes supieron prever un ataque que hacía como mínimo un año que preparaba Hamás. 

El grave error político de Hamás

El ataque fue un éxito militar para Hamás, pero también un grave error político. La acometida por sorpresa dentro del territorio israelí significó, sin duda, una buena dosis de autoestima para una población palestina que hacía tiempo que se veía abandonada a su suerte por la mayoría de los países árabes a raíz de lo que Donald Trump denominó «el acuerdo del siglo para Oriente Medio». El pacto dejaba todo el valle del Jordán en manos de Israel, mientras los palestinos recibirían 50.000 millones de dólares en diez años –fondos de Arabia Saudí– para construir un pseudo-estado sobre Gaza y una disminuida Cisjordania, y ayudar a los refugiados a cambio de que renuncien al retorno y a sus tierras.

La firma de los Acuerdos de Abraham suponía el reconocimiento del estado de Israel por Bahréin y los Emiratos Árabes, decisión detrás de la cual estaba Riad. Más tarde se añadían Marruecos, a cambio de que Tel Aviv admitiera la marroquinidad del Sáhara Occidental, y Sudán. En septiembre de 2023, Netanyahu anunciaba un acuerdo inminente de paz con Arabia Saudi.  

Pero matar a 1.200 personas, la mayoría civiles, y secuestrar a más de 250, lo que constituye, sin duda, crímenes de guerra y no prever la brutal respuesta del gobierno israelí fue un error político de terribles consecuencias para la imagen de la causa palestina, para la población de Gaza, y para Cisjordania, donde los colonos hace tiempo que acosan a las familias palestinas. Los habitantes de Gaza hace años que sufre el bloqueo de Israel, con el silencio de gran parte de los gobiernos árabes y la connivencia del régimen egipcio, que controla, según los dictados de Tel Aviv, el único paso fronterizo que no limita con Israel.

La guerra que necesitaba Netanyahu

El ataque de Hamás ha proporcionado a Netanyahu la guerra que precisaba para enmudecer una creciente contestación interna y protestas masivas por su decisión de impulsar una reforma jurídica que suponía poner al Tribunal Supremo al servicio del gobierno y escapar así a los tres procesos por corrupción que pesan sobre él. La popularidad de Netanyahu y de su gobierno de extrema derecha hacía meses que iba a la baja. El ataque de Hamás del 7-O revirtió la situación y ha permitido a Netanyahu ligar su futuro político a la guerra de Gaza, al Líbano y a una posible guerra regional con Irán. Con la reciente victoria de Donald Trump, Netanyahu sabe que tiene las manos libres para «remodelar» Oriente Próximo a sangre y fuego.

El gobierno israelí ha calificado de antisemita a la ONU y declarado «persona non grata» a su secretario general António Guterres, quien criticó la desproporcionada respuesta militar de Israel y recordó –también a Hamás– que «incluso las guerras tienen reglas». La prepotencia del primer ministro israelí, en este sentido, no tiene límites. Después de que Israel atacara deliberadamente las posiciones de Naciones Unidas en el Líbano, Netanyahu instó a Guterres a que retirara las tropas de paz de la ONU bajo el pretexto de que eran utilizadas como «escudos humanos» por Hezbolá. Como en Gaza, donde está prohibida la presencia de prensa extranjera e israelí, Netanyahu no quiere testigos de sus crímenes en el Líbano.

En los países occidentales, hace unas semanas se conmemoraba «el inicio de la guerra» a raíz del ataque de Hamás de hace un año. Pero los hechos del 7-O tienen detrás una larga historia de ocupación y limpieza étnica. Esto no justifica el ataque de Hamás, pero el ataque tampoco justifica la bárbara respuesta de un Estado miembro de Naciones Unidas y que pretende ser una democracia, lo que es cada vez menos creíble.

A la barbarie nunca se le puede responder con barbarie. El asesinato de 43.000 civiles, incluidos 224 trabajadores de la UNRWA, mediante bombardeos masivos de infraestructuras críticas (entre el 70 y el 80% de las de la franja han sido destruidas), la falta de alimentos, de agua potable y de asistencia médica por el seísmo impuesto por el gobierno israelí, los desplazamientos forzados de entre el 90 y el 100% de la población, no se puede denominar guerra, sino que sería más correcto llamarle barbarie asesina, conculcación del derecho internacional humanitario y políticas genocidas.

El conflicto más antiguo del mundo

A mediados del siglo XIX vivían en Palestina, que formaba parte del Imperio Otomano, unos 13.000 judíos. A finales de siglo, sin embargo, comienzan las primeras adquisiciones de tierras y migraciones hacia Palestina. Cuando empieza la Primera Guerra Mundial, hay 85.000 judíos (12% de la población), 580.000 árabes musulmanes (79%), 60.000 árabes cristianos (8,0%), y 5.000 personas de otras comunidades. El primer mito del sionismo, «una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra», es una gran falacia.

Acabada la guerra, los Acuerdos de Sykes-Picot reparten las provincias del sur del Imperio Otomano en mandatos británicos (Irak, Palestina y Transjordania) y franceses (Siria y Líbano). Londres, para hacer frente a la promesa de establecer un hogar judío en Palestina (Declaración Balfour), favorece la inmigración judía, lo que pronto deriva en enfrentamientos entre árabes y judíos.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, el descubrimiento del Holocausto favorece nuevas emigraciones de judíos europeos hacia Palestina. Al mismo tiempo, los sectores sionistas más radicales emprenden acciones armadas contra el colonialismo británico. Londres declara la situación insostenible y en 1947 las Naciones Unidas aprueban la resolución 181 que dividía Palestina en un Estado árabe, donde vivirían unos 10.000 judíos y 725.000 árabes, en total el 45% del territorio; y un Estado judío, donde residirían 498.000 judíos y 407.000 árabes. Ninguno de los dos estados tendría continuidad territorial. Jerusalén y su hinterland, con 100.000 judíos y 105.000 árabes, quedaría bajo jurisdicción internacional. Los estados árabes votaron en contra, porque se oponían a la partición de Palestina y a la creación de un Estado judío. 

El Plan nunca llegó a aplicarse. Londres anunció que se retiraba de Palestina y el 14 de mayo de 1948 David Ben-Gurion declaraba la independencia de Israel, rápidamente reconocida por Estados Unidos y la Unión Soviética. Comenzaba así lo que Avi Shlaim denomina la fase oficial e internacional de la primera guerra árabe-israelí, con la implicación de varios ejércitos árabes. La no oficial, con características de guerra civil, había comenzado mucho antes y se había cobrado más de 2.000 víctimas.

La Nakba

Entre mayo de 1948 y julio de 1949, la guerra oficial provocó unos 18.000 muertos, de los cuales 6.000 eran israelíes, 8.000 árabes de Palestina y 4.000 de los ejércitos árabes. Según Naciones Unidas, unos 800.000 refugiados palestinos tuvieron que marchar hacia Gaza y Cisjordania. Hasta esos momentos, la desposesión había sido anónima, individualizada. Ahora la desposesión se convenía en colectiva, de todo un pueblo que no sólo perdía su medio de trabajo, sino también la tierra que durante incontables generaciones había sido su casa. Era 1948, el año de la Nakba (el desastre), cuando los palestinos fueron expulsados por las bombas de la artillería, primero, y a tiros de fusil, después, hasta que tuvieron que huir a campos de refugiados de Cisjordania. 

Entre 1948 y 1967, Gaza será administrada por Egipto, Cisjordania será anexionada por Jordania y los árabes palestinos expulsados de estos territorios malvivirán en campos de refugiados con la esperanza del retorno. Los que no habían sido expulsados, hoy el 20% de la población de Israel, se convertirán en ciudadanos de segunda del nuevo estado, que se consolida sobre el 78% de la superficie del antiguo mandato británico de Palestina con fronteras que aún hoy reconoce la comunidad internacional.

Con la tercera guerra árabe-israelí de 1967, denominada Guerra de los Seis Días, Israel invade Gaza, Cisjordania y la totalidad de Jerusalén. El sueño sionista de ocupar toda Palestina se había cumplido. Sólo había que expulsar a los palestinos, ahora de los territorios ocupados, y que la comunidad internacional reconociera como parte de Israel los nuevos territorios conquistados, cosa que, afortunadamente, no ha hecho todavía a día de hoy.

Hasta el momento presente, los palestinos han vivido sometidos a un régimen de apartheid. Se niegan a abandonar sus tierras, porque saben que el exilio es un camino sin retorno. Los israelíes recién llegados han ido ocupando Cisjordania pedazo a pedazo con nuevos asentamientos. Hay 750.000 colonos que acosan a las familias palestinas, Check Points para visualizar la ocupación, carreteras de uso exclusivo para los israelíes y un muro de dimensiones descomunales. El objetivo último, cosa que no esconden los líderes israelíes de ultraderecha, es acabar con los palestinos u obligarlos a marcharse al Sinaí o a Jordania.

Un conflicto sin solución militar

A pesar de la masacre que está perpetrando en Gaza, Netanyahu no ha podido liberar a los rehenes. Ni acabar con Hamás: éste es fruto de la violencia de la ocupación y de la desposesión, humillación y frustración de un pueblo que se siente abandonado por la comunidad internacional, incluidos los gobiernos de los países árabes y musulmanes. Los descendientes de aquellos primeros refugiados de 1948 se agrupan hoy en 27 campos regidos por la UNRWA en Gaza y Cisjordania, donde viven 2.876.665 personas. En otros 31 campos de refugiados de la UNRWA situados en Líbano, Siria y Jordania viven 3.710.840 refugiados más, especialmente en Jordania. 

El conflicto no tiene solución militar y la solución de los dos estados no es la más idónea. Sería mejor un solo estado plenamente democrático, donde todos los ciudadanos gozaran de los mismos derechos. Hoy en día, sin embargo, dado que la violencia y el odio impregnan el conflicto hasta extremos impensables, la solución de los dos estados con supervisión internacional para garantizar la seguridad parece la única posible. El actual gobierno de Israel –ni la mayoría de gobiernos de Israel–, sin embargo, no lo aceptará nunca y la elección de Trump lo aplaza una vez más. Al mismo tiempo, los movimientos de paz, a menudo integrados por palestinos e israelíes, cada vez tienen más dificultades para subsistir y algunos han desaparecido. 

En este contexto, Netanyahu ha colocado la etiqueta de antisemita a todos aquellos que se atreven a criticar a su gobierno. Pero si alguien está poniendo en peligro la imagen y el futuro de Israel, y está malgastando la herencia del Holocausto –y, por tanto, peca de antisemitismo– es el propio primer ministro israelí.

La extensión de la guerra al Líbano y los intentos de implicar a Irán amenazan con desbordar el conflicto. En un mundo dominado por la testosterona de los principales dirigentes (Trump, Putin, Netanyhau, Hamás, Hezbolá...) y por la doble vara de medir de Occidente a la hora de juzgar las acciones de los diferentes actores, existe una amenaza directa a la paz y la estabilidad mundial que abre la puerta a una Tercera Guerra Mundial.

Palabras clave: Palestina, Israel, Gaza, Líbano, Hamás, Netanyahu, Acuerdos de Abraham, Nakba, ONU, UNRWA

Todas las publicaciones expresan las opiniones de sus autores/as y no reflejan necesariamente los puntos de vista de CIDOB como institución