Netanyahu frente a Obama: discursos y desencuentros

Opinion CIDOB 118
Fecha de publicación: 05/2011
Autor:
Eduard Soler i Lecha, Investigador principal, CIDOB
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Eduard Soler i Lecha,
Investigador principal, CIDOB

27 de Mayo de 2011 / Opinión CIDOB, nº 118

En menos de una semana hemos asistido a dos discursos importantes en relación al conflicto árabe-israelí. El primero, pronunciado por el Presidente Obama en la Casa Blanca el 19 de Mayo, tenía como principal objetivo mostrar que Estados Unidos está al lado de quienes han combatido y siguen combatiendo por la libertad y los derechos en el mundo árabe y su apoyo a las transiciones democráticas en curso en Túnez y en Egipto. Obama, que también habló de Gadafi, de Siria, de Irán, o de iniciativas concretas en forma de fondos disponibles para la región, podría haber pasado de puntillas por el tema del conflicto árabe-israelí, pero no lo hizo. Más bien al contrario: el Presidente estadounidense dijo: “Consideramos que las fronteras entre Israel y Palestina deben basarse en las fronteras de 1967, con demarcaciones mutuamente acordadas, para que se establezcan fronteras reconocidas y seguras para ambos estados”. Además, Obama interpelaba a Israel recordando que, precisamente por la amistad que une a ambos países, “es importante que digamos la verdad: el status quo no es sostenible”. El futuro de Israel, como Estado judío y democrático, estaría en peligro si no se avanza decididamente en el reconocimiento de un Estado palestino.

Pocos días después, el 24 de Mayo, Benjamin Netanyahu se dirigió al Congreso de los Estados Unidos. La invitación había sido cursada por los líderes republicanos y tenía ante sí un público especialmente receptivo que rompió en aplausos a lo largo de su discurso. El discurso de Netanyahu también empezó con un reconocimiento hacia los ciudadanos árabes que se habían levantado en defensa de la democracia pero éste no era el objetivo de su alocución. Ante el Congreso y, más concretamente, ante la mayoría republicana, Netanyahu quería dejar claras su líneas rojas en relación a la cuestión palestina. Un tema que no hará sino adquirir mayor relevancia a medida que se acerque la sesión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Septiembre, donde se prevé que una resolución que reconozca el Estado palestino pueda alcanzar el apoyo de hasta 170 de los 192 países miembros.

Las líneas rojas mencionadas por Netanyahu en el Congreso, son numerosas: reconocimiento de Israel como un Estado judío, indivisibilidad de Jerusalén como capital del Estado, anexión de los suburbios de Jerusalén y del gran Tel Aviv, un Estado palestino desmilitarizado, mantenimiento de la presencia militar israelí a lo largo del río Jordán, renuncia al derecho de retorno de los refugiados y ruptura del acuerdo entre Fatah y un Hamas calificado como “la versión palestina de Al Qaeda”.

Aunque Netanyahu afirme estar dispuesto a concesiones dolorosas, la posición negociadora del gobierno israelí se acerca mucho al status quo. Como decía el editorial de Haaretz del 25 de Mayo, estamos “ante los mismos mensajes de siempre”. El inmovilismo de Netanyahu puede ser interpretado como una desautorización frontal de las palabras de Obama. Un cuestionamiento de la autoridad y capacidad del Presidente de los EEUU para llevar de nuevo a ambas partes a la mesa de las negociaciones que, por si fuera poco, tendrá que lidiar con una mayoría republicana y también con una parte importante del Partido Demócrata hostil a un endurecimiento de la presión sobre Israel.

A los desencuentros entre Obama y Netanyahu y entre el primero y el Congreso, se le puede sumar el escepticismo de la opinión pública en el mundo árabe sobre la capacidad de los EEUU de ejercer como mediador neutral en este conflicto. El antiamericanismo, como reflejaba un estudio del Pew Research Institute publicado el 17 de Mayo, sigue siendo muy elevado. En el caso del Egipto post-Mubarak hasta un 79% de los encuestados dicen tener una imagen negativa de los EEUU. La cálida acogida del Congreso del discurso de Netanyahu no contribuye a cambiar la percepción de Estados Unidos como un actor parcial de marcado sesgo pro-israelí. Si en los próximos días Obama no mueve ficha y responde de forma clara al planteamiento de Netanyahu estará condenando su discurso de la Casa Blanca a quedarse en poco más que papel mojado.

Se acercan meses complicados para el proceso de paz, que vendrán marcados por la consolidación o no del acuerdo entre Hamas y Fatah, la tensión que puede acompañar la llegada de una segunda flotilla a Gaza a principios de junio y, sobre todo, el probable reconocimiento del Estado palestino en la sesión de setiembre de la Asamblea General de Naciones Unidas, aunque con la previsible oposición de importantes cancillerías occidentales, con EE.UU., Canadá, Alemania y Países Bajos a la cabeza. En esta complicada ecuación hay una nueva incógnita: el impacto en el conflicto de las revueltas en el mundo árabe. El gobierno sirio podría intentar jugar con una escalada de la tensión en el Golán para desviar la atención de sus problemas internos, un Egipto en campaña electoral no puede alinearse sin coste con Israel y los ciudadanos de la región han perdido el miedo a protestar y pueden movilizarse masivamente. Consciente de estas dificultades añadidas, Obama ha pedido a Netanyahu alguna concesión que permita volver a la mesa negociadora y ganar tiempo ante la discusión sobre el reconocimiento unilateral de Palestina. El inmovilismo de Netanyahu se corresponde, por su parte, con una manera de entender Oriente Medio que consiste en interpretar cualquier concesión como un signo de debilidad que pone en peligro la supervivencia del Estado de Israel.

Eduard Soler i Lecha,
Investigador principal, CIDOB