Muerte de bin Laden y agonía de Al Qaeda

Opinion CIDOB 115
Fecha de publicación: 05/2011
Autor:
Francesc Badia i Dalmases, Gerente de CIDOB
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Francesc Badia i Dalmases,
Gerente de CIDOB

4 de mayo de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 115

La muerte física de Osama bin Laden el 2 de mayo del 2011 ha venido a poner la guinda al final de la “Guerra Global contra el Terror”, tal como fue concebida por la administración Bush y sus estrategas neocon, como Richard Perle y Donald Rumsfeld. El final de esa guerra fue anticipado por Obama poco tiempo después de llegar a la Casa Blanca, y escenificado en el discurso de conciliación con el Islam pronunciado en el Cairo en junio de 2009. Este cambio de orientación de la estrategia norteamericana fue consagrado luego en la Estrategia Nacional de Seguridad publicada por la Casa Blanca hace un año, donde se circunscribe la lucha contra el terror a combatir específicamente la red Al Qaeda, mientras se exonera al Islam de la violencia terrorista y del asesinato de inocentes. “No son líderes religiosos, son asesinos –dice explícitamente el documento-, y ni el Islam ni ninguna otra religión condona el sacrificio de inocentes”. La nueva estrategia de la administración americana cambia el foco y apoya claramente las aspiraciones de los pueblos musulmanes de vivir con dignidad y, al amparo de los derechos universales, buscar oportunidades de una vida mejor y más libre.

Osama bin Laden vivió lo suficiente para ver cómo su estrategia de confrontación violenta para imponer la utopía salafista de un gran Califato bajo la ley coránica fracasaba estrepitosamente. También vivió para ver cómo poderosos movimientos populares a favor de una mayor libertad y oportunidades de futuro ganaban la calle árabe y conseguían tumbar, o poner contra las cuerdas, a cruentos y longevos dictadores. Incluso pudo escuchar las mentiras de algunos que, como el propio Gadafi, atribuyen a una conspiración de Al Qaeda las revueltas populares que los han puesto en jaque. Sorprende que algunos comentaristas aún den crédito a tan burdas manipulaciones.

Tras casi una década de hostigamiento, finalmente el ejército norteamericano ha podido depositar el cadáver de bin Laden en el mar arábigo, inhumándolo antes de la segunda puesta del sol. Pero el mito de este guerrillero iluminado que se quiso salvador de las huestes de Mahoma hace tiempo que se había venido abajo, sobretodo a partir de que, ante su oportunidad de oro en Irak, Al Qaeda mostrara su verdadera cara sectaria y asesina al hacer saltar por los aires no sólo unos cuantos Humvees norteamericanos, sino a peregrinos en mezquitas o mercados repletos de comerciantes, de mujeres y de niños. Incapaces de organizar una campaña de grandes atentados en Occidente, fue finalmente en Irak donde oleadas de jóvenes llegados de todo el mundo islámico, inspirados por el ideal jihadista de luchar contra el infiel imperialista, se vieron envueltos en masacres inútiles de civiles musulmanes cuyo único pecado sería ser chiítas. La narrativa de la Jihad wahhabista sufrió un durísimo golpe en Irak y, por más que continúe la violencia indiscriminada y la radicalización talibán en Afganistán y Pakistán (donde es sabido que comprar un suicida no cuesta más que 12.000 dólares) el glamour heroico de bin Laden y su red hace tiempo que se había debilitado.

En el Mundo Árabe muchos jóvenes, luchando por su futuro, han apostado por jugarse la vida manifestándose a pecho descubierto ante los fusiles e incluso los tanques de sus propios gobernantes. El éxito de su lucha valiente serviría también para dar la razón al cambio en la estrategia occidental que pasó, no sin dificultades, de asimilar de modo implícito al Islam con terrorismo e intolerancia a reconocer que no es incompatible con la libertad, el ideal de progreso, la oportunidad de un futuro mejor.

La lucha contra el terrorismo internacional de corte islamista no se termina con la muerte de Bin Laden. Pero aquél que llegó a ser un componente esencial de su fuerza simbólica, el héroe que consiguió derribar, con las torres gemelas, el símbolo de la arrogancia pecadora del gran Satán, acabó tiroteado en su escondrijo, sin provocar ninguna gran manifestación pública de ira contra Occidente ni, previsiblemente, venganzas de gran alcance. El mito de un bin Laden espiritual, místico y anacoreta, protegido por las tribus, manejando desde las montañas nevadas los hilos de una red mundial de jihadistas entregados a la causa, también se ha desvanecido. Resultó finalmente que vivía parapetado en una magnífica residencia de hormigón, fortificada, a no muchos kilómetros de Islamabad, acaso protegido por la inteligencia pakistaní, rodeado de alambre de espino y quemando su propia basura.

Como siempre en terrorismo, se impone la prudencia. Sus partidarios podrán emitir algún video póstumo, poner alguna bomba para recuperar la moral. Pero este golpe puede resultar letal, definitivo. El fin de una campaña terrorista puede venir por distintos motivos: eliminación de la cúpula, negociaciones, éxito en el objetivo declarado por los terroristas, fracaso político e implosión del movimiento, represión continuada y lucha policial o, finalmente, reorientación o transición hacia otro modus operandi. Normalmente se produce por una combinación de estas acciones. Haber obtenido una cabeza tan simbólica como la de bin Laden representará un golpe psicológico y de comunicación importante y cierra sin duda un capítulo de la historia.

En la lucha contra el terrorismo, la semiótica de los símbolos es clave para el éxito o el fracaso de una campaña. La muerte de bin Laden no ha sido nada heroica y, aunque el mito de Al Qaeda le sobreviva algún tiempo, y muchos sigan utilizando ese nombre para darse cobertura o para tipificar acciones terroristas cuyas motivaciones pueden ser diversas y bien distintas, habría que empezar a tomarse en serio el mundo post-Al Qaeda que se dibuja. Habrá que empezar por romper esa tendencia de muchos líderes políticos, medios de comunicación y algunos analistas a atribuir a la supuesta gran red del jihadismo global cualquier bomba que estalle. En este caso no podrá aplicarse del todo aquello de “muerto el perro, muerta la rabia”, pero haríamos bien en empezar a considerar finiquitado el paradigma bin Ladeny concentrar la lucha en otros frentes donde algunos dictadores, que medraron bajo la coartada de ser útiles a la Guerra Global contra el Terror, continúan disparando contra su propio pueblo, causando más muertos inocentes y bastante menos alarma que la supuesta gran conspiración de Al Qaeda, hoy más debilitada que nunca.

Francesc Badia i Dalmases,
Gerente de CIDOB