Los obstáculos de una paz entre Israel y Palestina

Opinion CIDOB 790
Fecha de publicación: 02/2024
Autor:
Pol Bargués, investigador sénior, CIDOB y Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB
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Tras cuatro meses de guerra en Gaza, la Unión Europea, de la mano del Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell, parece determinada a hablar de paz, incluso a «imponerla desde la comunidad internacional». ¿Pero cómo imaginar una paz ante un conflicto tan asimétrico? 

Los ataques del 7 de octubre liderados por Hamás, con más de 1.100 israelíes muertos, la mayoría civiles, y el cautiverio de cerca de 240 rehenes, ha desatado una guerra de destrucción con un impacto directo en la estabilidad regional. La respuesta israelí ha causado la muerte de más de 27.000 palestinos, la mayoría de ellos mujeres y menores de edad, y el desplazamiento forzoso de más de un millón y medio de palestinos en condiciones infrahumanas, sin techo, sin apenas alimentos o agua, todavía amenazados por los bombardeos del ejército israelí.

Mientras crece la presión internacional para lograr un alto el fuego en Gaza, el gobierno de Benjamín Netanyahu persiste en la campaña militar para alcanzar sus objetivos: la erradicación de Hamás, la liberación de los rehenes, y garantizar que Gaza no vuelva nunca a representar una amenaza para Israel. Aun así, son cada vez más los actores internacionales y regionales que empiezan a hablar de paz. Una paz que, para la Unión Europea y para la comunidad internacional, pasa por la creación de dos Estados, retomando la fórmula originaria sugerida por Naciones Unidas en 1947.

La defensa de la solución de dos Estados por parte de la UE no es nueva. Lo que es innovador es que, desde principios de año, las instituciones comunitarias han intentado retomar una cierta equidistancia en el conflicto y empiezan a hablar de paz con osadía. Primero fue en Lisboa, donde el Alto Representante, Josep Borrell, aseguró: «la paz solamente se podrá alcanzar de forma duradera si la comunidad internacional se involucra dramáticamente en conseguirlo e impone una solución». Después, en la Universidad de Valladolid, en su discurso de investidura como doctor honoris causa, el jefe de la diplomacia europea apuntó que Israel ha financiado a Hamás con el objetivo de debilitar a la Autoridad Nacional Palestina.

Más ambicioso todavía, a finales de enero, Borrell presentó un plan de 12 puntos para la creación de dos Estados ante los ministros de Exteriores de los veintisiete y representantes de Israel y de los países árabes. El plan prevé una conferencia preparatoria de paz y conversaciones hasta que sea posible que los interlocutores acuerden una resolución. Tan reacio al idealismo como acostumbra, Borrell no habló de paz sino de soluciones: «tenemos que dejar de hablar del proceso de paz y comenzar a hablar más concretamente sobre el proceso de solución de dos Estados».

A pesar del consenso internacional acerca de la fórmula sugerida por Naciones Unidas, y de la determinación de Borrell para acercarnos al horizonte inevitable de una paz, existen obstáculos difícilmente superables.

En primer lugar, ¿cómo podría «imponerse» una paz que implica la creación de un Estado palestino con el desacuerdo frontal de Israel? Como señaló recientemente el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu: «debo aclarar que en cualquier acuerdo de futuro, el estado de Israel debe tener el control total del área, desde el río hasta el mar». Para convencer al gobierno de Tel Aviv, sería necesaria una fuerte presión externa que parece imposible a tenor del apoyo incondicional a Netanyahu que ha mantenido – y sigue manteniendo – Washington, incluso ante los crímenes de guerra que el ejército israelí está cometiendo. Hasta el momento, no hay indicación de que Moscú o Beijing tengan la intención de involucrarse en cualquier iniciativa de paz. Los actores regionales clave como Egipto, Turquía y los países del Golfo están centrando todos sus esfuerzos diplomáticos en conseguir un alto el fuego en Gaza. Mientras los bombardeos persistan en la Franja y la regionalización del conflicto continúe, los países árabes consideran poco realista cualquier intento de paz que no comience con la consecución  del fin de la guerra y que no incluya el reconocimiento oficial del Estado palestino.

A pesar de su poder económico, la Unión Europea ―principal socio comercial de Israel y mayor proveedor de ayuda exterior a los palestinos― ha sido incapaz de impulsar la paz entre unos y otros. La renuncia inicial de Bruselas, como Washington, a presionar a Israel para que detenga su campaña militar, ha deslegitimado a la UE en Palestina y en buena parte de Oriente Próximo. Sin embargo, para revertir esta dinámica, Bruselas podría impulsar el reconocimiento del Estado palestino a nivel de la UE en línea con la declaración de Berlín (1999), en la que prometía hacerlo «a su debido tiempo».

El segundo obstáculo obliga a definir ¿quién firmaría la paz? Aunque pudiera imponerse una paz desde fuera, los interlocutores israelíes y palestinos tienen visiones diametralmente opuestas. El gobierno israelí quiere el control total de los territorios palestinos que ocupa, incluyendo Gaza, y no tiene intención de detener la colonización sino de seguir fomentándola. Por su parte, la Autoridad Palestina (ANP) se opone a cualquier tipo de solución que no contemple el fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino con las fronteras de 1967. A pesar de la crisis de legitimidad de la ANP, los palestinos comparten que el fin de la ocupación israelí es el primer paso hacia la creación del Estado palestino.

Se calcula que más de 700.000 colonos judíos viven ilegalmente en los territorios palestinos ocupados. Además, desde el 7 de octubre se ha acelerado la expulsión de palestinos de sus casas y la colonización de Cisjordania y Jerusalén Este con el apoyo del gobierno y la protección del ejército israelí, puesto que la expansión de los asentamientos ilegales ya era una prioridad para el gobierno de Netanyahu. Es una estrategia gradual pero implacable: un día una caravana, el siguiente unas casas, y después un núcleo urbano, como explica la BBC. Bajo estas condiciones, cualquier propuesta de negociación que no contemple el fin de la ocupación estará inevitablemente condenada al fracaso.

Más espinosa todavía es la cuestión del rol de Hamás en las futuras negociaciones entre israelíes y palestinos. El grupo militante palestino responsable de las atrocidades del 7-O es un actor que Israel quiere erradicar, y que Estados Unidos y la Unión Europea han calificado de grupo terrorista. El dilema por lo tanto es el siguiente: por un lado, cualquier intento de negociación que incluya a Hamás será un argumento para que Israel no se involucre; por otro, excluir a Hamás, que mantiene el apoyo de parte de la población en Gaza y un creciente respaldo en Cisjordania, aumentará  la división en el seno del liderazgo palestino.

Hablar de paz es tan necesario como fácil es intuir un infinito de obstáculos. Imponer la paz parece inviable sin una Europa con más legitimad y poder, sin unos Estados Unidos más equidistantes y sin otros interlocutores legítimos que puedan acercar las posiciones entre israelíes y palestinos. En un conflicto tan asimétrico, el escenario más probable es que Israel siga rechazando cualquier solución que implique la creación de un Estado palestino, que Hamás sobreviva a la guerra en curso, mientras que la comunidad internacional seguirá apostando por la solución de los dos Estados sin tomar medidas concretas para poner fin a la ocupación.

Palabras clave: Israel, Palestina, negociación, paz, Gaza, UE, EE.UU, Netanyahu, ANP, Hamás, Oriente Próximo 

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