Los números de Italia: referéndum número 71, gobierno número 64

Opinion CIDOB 451
Fecha de publicación: 12/2016
Autor:
Andrea Noferini, investigador sénior Universitat Autònoma de Barcelona y profesor de la Universitat Pompeu Fabra
Descargar PDF

Los números y la política suelen acompañarse. En democracia: quien más escaños (o votos) obtiene gobierna. El poder es aritmética y, para Italia, la aritmética del poder es tan impresionante como alarmante. En sus setenta años de vida republicana, el Bel Paese ha sido testigo de 64 gobiernos, 27 jefes de ejecutivo y 71 referéndums. Desde 1977, en cambio, en la España democrática se han alternado apenas seis presidentes de gobierno y se ha recurrido al referéndum en contadas veces (4). Detrás de los números se esconden las razones de la crónica ingobernabilidad de Italia, una joven república parlamentaria incapaz de aguantar gobiernos que duren, de promedio, más de un año y un mes. ¡Y pensar que Silvio Berlusconi presume de gobierno más longevo con el récord de 1.435 días!  

Con el referéndum número 71 ha caído el gobierno número 63. Sin tener que explicar cómo un referéndum puede provocar las dimisiones de un gobierno entero (Brexit docet), los resultados del 4 de diciembre han embarrancado una ambiciosa reforma que, interviniendo la Constitución posfascista de 1948, pretendía baratear representatividad democrática por estabilidad política. Como el frente del No ha ganado, todo sigue igual. Y no es una buena noticia visto que el status quo no es nada prometedor. En primer lugar, falta un acuerdo sobre las reglas de juego: las leyes electorales para Cámara y Senado. Así que esto trasforma la solución más sensata (nuevas elecciones) en el escenario más improbable. De hecho, el presidente de la República, Sergio Mattarella, ha tardado menos de una semana en conferir el encargo de formar gobierno (el n.64) a un experimentado político como Paolo Gentiloni, cofundador con Francesco Rutelli de la Margherita y saliente ministro del gobierno de Renzi.

Aún siendo continuista -no altera la mayoría que apoyaba el gobierno-, la solución podría ser temporal visto que el actual parlamento -y el mismo Partido Democrático, más fragmentado que nunca– está dividido sobre si y cuando convocar elecciones (¿Antes o después del verano, o bien esperar el fin natural de la legislatura en 2018?). El tiempo juega en contra porque, en lo económico, los asuntos pendientes son serios cuando no dramáticos. Bruselas pide cumplir con las obligaciones de reducción de la deuda pública y los mercados sobrevuelan ya ávidos la bolsa italiana, oliendo la urgencia de la recapitalización del sistema bancario, verdadera espada de Damocles sobre el futuro de los próximos gobernantes.   

Con respecto a los resultados del referéndum, y en aras a mejorar la toma de decisión y los equilibrios institucionales del sistema, es verdad que existían razones válidas (pero no suficientes) para apoyar la reforma constitucional. Entre estas, la urgencia de remodelar aquel bicameralismo perfecto tanto querido por De Gasperi y Togliatti pero, quizás, obsoleto en tiempos de gobernanza multinivel. Pues, el control sobre la actividad legislativa de las cámaras estaría asegurado hoy por la presencia de los parlamentos regionales y del Parlamento Europeo. En segundo lugar, también la transformación del Senado en una verdadera cámara territorial podría haber mejorado la negociación de los intereses regionales en la arena estatal. Sin embargo, no ha encantado en absoluto la solución de reducir el Senado a una asamblea de apenas cien representantes. Todo ellos escogidos de manera indirecta entre los consejeros regionales y los alcaldes, justamente entre los perfiles de la “casta” más salpicados por la corrupción en Italia. Si ya es difícil cumplir honradamente y eficazmente con las funciones de un solo cargo, ¡imagínense   siendo al mismo tiempo consejero regional y senador de la república!  

Más allá de la valoración sobre los contenidos de la reforma, el pasado 4 de diciembre seis italianos sobre diez (un envidiable y saludable 65% de participación en un referéndum) han querido enviar un claro mensaje a su tan odiado primer ministro (el adjetivo es del mismo Renzi el día después de los resultados). Básicamente, se trata de un voto de castigo justificado en las condiciones de vida de las familias, que no han mejorado en estos últimos años. Las promesas y las reformas de Renzi, más allá de los anuncios y de mucho marketing político, no han surtido los efectos esperados. La reforma laboral –una de las medidas estrella- ha conseguido precarizar aún más el mercado de trabajo introduciendo elementos neoliberales en defensa más de los intereses de los empresarios que de los trabajadores. Una cuestión difícil de explicar por parte de quien, en la genealogía política italiana, sería el sucesor de Palmiro Togliatti en el cargo de secretario general (de lo que queda) de uno de los partidos comunistas más influyentes de Europa. Los datos socioeconómicos confirman este escenario de agravio. Lejos de alcanzar los objetivos de la Estrategia 2020, casi el 29% de la población –unos 17,5 millones de italianos– sigue en riesgo de pobreza o exclusión social. Y en término de desigualdades, el 20% más rico de las familias italianas percibe casi el 40% de la renta agregada. Seis veces más de lo que percibe el 20% de las familias más pobres.   

¿Y ahora qué? ¿Qué les pasará a los italianos? ¿Y cuáles pueden ser las consecuencias en Europa de una nueva crisis política en Italia? A juzgar por el recién avance del presidente de la República, los primeros ya pronostican que las élites políticas, en nombre de la gobernabilidad del país, harán todo lo posible para alejar el espectro de elecciones anticipadas. Renzi quizás preferiría votar en primavera pero ya es minoría en el Partido Democrático. Lo más probable es que, mientras el establishment institucional y económico siga siendo abiertamente hostil al Movimento 5 Stelle como alternativa real para el gobierno de la nación, los intentos de reanimar esta extraña coalición entre centroizquierda y centroderecha dominarán el corto plazo. 

En Europa, la caída de Matteo Renzi representa una pérdida significativa por dos razones. A la sombra de la canciller alemana, Angela Merkel, con quien tenía una sintonía personal, Renzi había conseguido posicionar a Italia entre los países más progresistas y avanzados en el debate sobre la crisis humanitaria y las presiones migratorias. En segundo lugar, a los ojos de los mandatarios extranjeros, Renzi encarnaba la imagen de un líder políticamente sólido, pragmático y con cierta capacidad para gobernar el futuro de los italianos. En definitiva, un perfil algo más digerible que Silvio Berlusconi y algo más consistente que los frágiles presidentes técnicos de turno (véase Mario Monti y Gianni Letta). Queda aún por aclarar si la ruptura de la pareja Renzi-Merkel permitirá finalmente a la España de Mariano Rajoy volver a ganarse su tradicional rol de fiel aliado de Berlín.

 

 

 

 

 

 

  

D.L.: B-8439-2012