La preocupante transformación de la UE

Opinion CIDOB 532
Fecha de publicación: 05/2018
Autor:
Hans Kundnani, investigador sénior, Chatham House
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Una versión más larga de este artículo se publicó en Política Exterior

  

Existe, en la actualidad, un debate acerca de la profundización de la integración de la eurozona mediante la creación de un ministerio de Finanzas y Presupuestos para la eurozona así como convertir el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) en un Fondo Monetario Europeo. Unos cambios originalmente propuestos por el presidente francés, Emmanuel Macron, que los concibe como parte de su visión de una "Europa que protege", en la que habría una mayor solidaridad entre los ciudadanos y los estados miembros. Sin embargo, llegan voces discordantes desde Alemania, incluyendo al ex ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, que ven estas propuestas como un elemento de control sobre los presupuestos de los estados miembros de la UE para reforzar así el cumplimiento de las normas fiscales de la eurozona. Seguir por esta vía, supondría un paso más en una transformación preocupante de la Unión Europea, que se remonta al comienzo de la crisis del euro.  

Un elemento central de esta transformación que parece estar teniendo lugar es el uso de la condicionalidad. Se usó originalmente en el contexto del proceso de adhesión –condicionalidad externa-. Los estados miembros de la UE que querían adherirse al euro estaban sujetos a la condicionalidad a través de los términos del Tratado de Maastricht y del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Una vez iniciada la crisis del euro, la condicionalidad interna en los países de la eurozona fue más estricta bajo Maastricht III. Sin embargo, todavía parecía menos firme que la condicionalidad externa porque las amenazas contra los estados miembros de la UE carecían de credibilidad. Todo ello cambió con la amenaza de expulsión de Grecia del euro en julio de 2015. 

Esta mayor utilización de la condicionalidad interna transformó el significado de solidaridad dentro de la UE. Desde el inicio de la crisis del euro, los países deudores exigieron solidaridad, y alzaron la voz al ver que no la recibían debido a la resistencia de los países acreedores a una mayor reciprocidad de la deuda. En cambio, los países acreedores sintieron que ya habían sido solidarios al aceptar los rescates. La verdad está en algún lugar intermedio: se dio un cierto tipo de solidaridad en la eurozona desde que comenzó la crisis, pero es el tipo de solidaridad que ofrece el Fondo Monetario Internacional (FMI), es decir, préstamos a cambio de reformas estructurales (o ajuste estructural en términos del FMI). Pero no era así como se entendía previamente el término solidaridad en la UE.  

Es como si la UE estuviera en proceso de renovación a imagen y semejanza del FMI. Cada vez más, parece ser un vehículo para imponer la disciplina de mercado a los estados miembros, algo muy diferente del proyecto que los padres fundadores tenían en mente, y también muy diferente de la visión que tienen los europeístas de la UE. De hecho, sorprende que en los debates sobre el alivio de la deuda para los países afectados por la crisis, la Comisión Europea haya sido a menudo aún más inflexible que el FMI. Como dijo Luigi Zingales en julio de 2015: "Si Europa no es otra cosa que una mala versión del FMI, ¿qué queda del proyecto de integración europea?" La transformación del MEDE en un Fondo Monetario Europeo puede ser el paso final y lógico en este proceso de renovación de la UE a imagen y semejanza del FMI.  

La figura que mejor encarna esta transformación de la UE –y que ha hecho más que nadie para abogar por ella– es Angela Merkel. Ha hablado sin cesar de hacer una Europa competitiva capaz de medirse económicamente, y quizás también geopolíticamente, con otras regiones del mundo. Pero en el proceso de llegar a ser más competitivos, se está llevando a cabo otra transformación sutil. Los europeístas creyeron que la UE era una especie de modelo para el resto del mundo. Liderados por Merkel, los europeístas están ahora abandonando esta idea y convenciéndose de que la UE ha de convertirse en un competidor más. Los partidarios de este enfoque dirán que para ser un modelo, la UE necesita ser competitiva. Pero en el camino para llegar a serlo, la Unión Europea podría estar enterrando el modelo por el cual se creó.  

La canciller Merkel está convencida que para ser "competitiva", Europa necesita recortar el generoso estado de bienestar por el cual es conocida. Le gusta decir que Europa tiene el 7 por ciento de la población mundial, el 25 por ciento de su PIB y el 50 por ciento de su gasto social, para sugerir que "no puede seguir siendo tan generosa". Esta lógica está detrás de la imposición de austeridad a los "países en crisis". Por ejemplo, el ex ministro de Finanzas de Grecia, Yannis Varoufakis, afirma que en su primera reunión con Schäuble, éste le aseguró que el modelo social europeo ya no era sostenible y había que abandonarlo para que Europa fuera competitiva. Esta Europa "competitiva" tiene poco parecido con la del imaginario "pro-europeo", que ponía el   énfasis en la "economía de mercado social".  

Tal vez la imagen más llamativa –e inquietante– de la nueva UE es la que parece estar surgiendo del libro de Mark Leonard, ¿Por qué Europa  liderará el siglo XXI?. En él evocaba el Panóptico –el tipo de prisión circular ideado por Jeremy Bentham– como metáfora de la UE. En Vigilar y Castigar, Michel Foucault vio a los panópticos como símbolos de una forma moderna de disciplina que apuntaba a crear "cuerpos dóciles". Leonard trata de aplicar el análisis de Foucault a la UE en un sentido positivo: la idea era ilustrar cómo la UE usaba el poder de una manera tan eficiente que las reglas se acaban interiorizando en última instancia. Pero la idea de la UE como panóptico puede resultar profética en un sentido algo más oscuro. Lo que parece ahora estar emergiendo no es tanto una "Europa que protege" si no una "Europa que vigila y castiga".

 

Palabras clave: Eurozone, EU, Macron, Merkel

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012