La ofensiva contra los talibán y las Personas Internamente Desplazadas de Pakistán (PID): nuevo reto para la región
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Barcelona, 10 de junio de 2009 / Opinión CIDOB, n.º 38
La próxima cumbre bilateral Unión Europea / Pakistán del 17 de junio tiene un nuevo y difícil tema que añadir a la ya muy complicada agenda: la catástrofe humanitaria que se está originando a partir de los recientes acontecimientos en la región del noroeste y el valle de Swat que se ha traducido en un desbordante número de desplazados.
El 13 de abril 2009, se aprobaba el Nizam-e Adl en el Parlamento pakistaní, tras la insistencia del presidente Zardari y con el apoyo de todos los partidos, excepto del MQM. Se implantaba la Sharía en el distrito de Swat y se cerraban los juzgados civiles, pasando todos los casos a los qazis (jueces con formación islámica), nombrados por el Tehrik-e Nifaz-e Shariat—e Mohammadi (Movimiento para la Implantación de la Sharía de Mahoma, TNSM). Su septuagenario líder, Sufi Mohammad, fue excarcelado en un intento de los gobiernos central y de la Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP) de apaciguar a la insurgencia en Swat. Los talibán pakistaníes bajo la bandera del grupo Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP) y su líder, Baitullah Mehsud, habían adquirido una seguridad y fortaleza que hacían temer por el futuro de las zonas asentadas del país. Sufi fue liberado para que mediara entre el gobierno y su yerno, Fazlullah, que se había convertido en comandante de un grupo militante más violento de lo que era el TNSM. En el valle de Swat, los insurgentes habían establecido un alto el fuego a cambio del Nizam-e Adl como resultado de las negociaciones con el gobierno provincial de la NWFP, el Partido Nacional Popular (ANP). La impaciencia de estos les llevó a reanudar sus ataques, poniendo en evidencia al gobierno del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) y a su aliado, ANP, que habían defendido el diálogo con los insurgentes y el Nizam como resolución del conflicto. Pero esta estrategia era un fracaso anunciado. Los talibán no se quedaron conformes con la Sharía en Swat, y empezaron a pasearse y extorsionar a la población en el vecino distrito de Buner, a 100 Km. de Islamabad.
Con una población desesperada por los abusos de los talibán y una opinión pública cada vez más a favor de una operación militar, el gobierno ordenó un ataque en los distritos afectados. Un vídeo de los talibán flagelando a una joven en el valle de Swat horrorizó a la opinión pública, favoreciendo el ataque. Las ofensivas se lanzaron el 26 de abril en el Bajo Dir, el 28 en Buner y durante la primera semana de mayo, en Swat. Era previsible que para minimizar las bajas civiles, se permitiera una vía de escape a la población local. La operación militar en agosto 2008 en el distrito de Bayaur ya había provocado un éxodo de unas 600.000 personas.
La primera semana se registró el traslado de más de medio millón sin que se pusieran los medios necesarios. En un mes desde el inicio de la ofensiva, las cifras sobre el número de refugiados no son claras. Según la Autoridad Nacional de Base de Datos y Registro (NADRA) son 1,73 millones; el Grupo Especial de Apoyo (SSG, grupo formado por el gobierno pakistaní el 11 de mayo para ayudar en las labores de gestión de los desplazados) son aproximadamente 2 millones; el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) los cifra en 2,9 millones; el Secretario General de Naciones Unidas declaró que son 2,4 millones; y la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán cree que son 1,783 millones. Es el mayor éxodo interno que ha vivido el país. Teniendo en cuenta la falta de coordinación entre agencias, la multiplicidad de éstas y lo acuciante de la situación, es necesaria una buena gestión de las PIDs. No solo porque no se quiere que surja entre ellos simpatía hacia los talibán (que en principio no tienen en su gran mayoría) por la violencia derivada de las operaciones militares, sino porque las condiciones en dichos campos pueden favorecer la extensión de epidemias. Según el lema que se aplica a Afganistán, es necesario que el gobierno pakistaní “gane corazones y mentes” para que no exista entre los millones de desplazados la sensación de haber sido abandonados.
El mayor problema es la mala gestión de las PIDs. Al menos, 200.000 están en campos del gobierno, y el resto, parece ser que se aloja en casas de familiares, amigos u otros lugares. Es fundamental que la ayuda llegue a éstos, pero no es una tarea fácil. No está habiendo entendimiento entre los gobiernos locales que han recibido mayor número de refugiados (en especial, los vecinos Mardan, Malakand, Swabi, Charsadda, Peshawar y Nowshera), los de distrito y los provinciales, así como el gobierno central. La mayoría de los fondos van a los campos del gobierno, mientras que la mayoría de las PIDs están fuera de ellos. También hace falta coordinación de las agencias internacionales que actúan en esta crisis.
Es asimismo fundamental una estrategia post-conflicto, para la reconstrucción de las aldeas y ciudades en las que el ejército está luchando y que están siendo arrasadas por las dos partes. La comunidad internacional debe implicarse para garantizar el apoyo al gobierno pakistaní en esta ofensiva, para que se subalterne el ejército a éste y se concedan fondos para gestionar las PIDs, su retorno a sus localidades y la reconstrucción de los distritos en conflicto.
Por eso es fundamental que esta operación militar acabe con éxito y cubra la mayor área posible. Ahora, no se puede parar y negociar. Ya se ha visto que perjudicaría al gobierno y solo sirve para que se reorganicen los insurgentes y ganen tiempo. Hay que acabar con la sensación de impunidad de la que gozan los talibán pakistaníes. Ese tiempo corre en contra de la región, ya que no se puede saber hasta qué momento puede el ejército pakistaní mantener su operación y cómo esta ofensiva puede afectar al vecino Afganistán. Mientras siga alguna duda respecto al convencimiento de los mandos militares en cuanto a la necesidad de la ofensiva, y a que los partidos políticos no utilicen los errores en su propio beneficio, la estabilidad del país estará en peligro. Se desconoce cuál puede ser la reacción de los terroristas, si movilizarán a las células durmientes en las distintas ciudades pakistaníes para cometer atentados y poner a prueba la resistencia de la población, o si tienen capacidad real para resistir una ofensiva prolongada del ejército pakistaní.
De momento, el hotel Pearl Continental de Peshawar, lugar de reunión de élites locales y funcionarios internacionales operando en la región, acaba de ser volado por un coche bomba dejando una estela de 11 muertos y numerosos heridos. La situación se deteriora pues a todos los niveles y la urgencia de actuar se hace patente.