La nueva cara de China en Oriente Medio y Norte de África: ¿de gigante económico a actor político de peso?

CIDOB Report 11
Fecha de publicación: 11/2023
Autor:
Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB
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La región de Oriente Medio y Norte de África es estratégica para China debido a sus abundantes recursos energéticos y a su posición central en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En este contexto, además de una presencia económica considerable, Beijing aparece como un poder regional capaz de competir con Estados Unidos en esta parte del mundo. Sin embargo, aún queda por determinar hasta qué punto el país asiático está dispuesto a asumir las implicaciones y responsabilidades que este nuevo estatus conlleva. 

La firma del histórico acuerdo de reconciliación entre Arabia Saudí e Irán en marzo de 2023 ha evidenciado que China no solo es un gigante económico en la región, sino que también desempeña un rol regional cada vez más estratégico. Aunque Beijing no tuviera un papel central en las negociaciones, su considerable influencia económica sobre Teherán y Riad, junto con su política de «cero enemigos», han posicionado a la potencia asiática como el actor más idóneo para garantizar el cumplimiento de dicho acuerdo. Este éxito diplomático, lejos de ser anecdótico, consolida una tendencia ya observable en la región de Oriente Medio y el Norte de África (MENA por sus siglas en inglés): el ascenso de China como poder regional.

En este sentido, ¿cómo ha influido la presencia económica china en su proyección como actor estratégico en esta región? Como veremos, la región MENA es de vital importancia para China, tanto en términos energéticos como comerciales, aunque existen claras divergencias entre los países de Oriente Medio y los del Norte de África. En un contexto marcado por el declive estadounidense y el deseo de los líderes árabes de diversificar sus alianzas, el gigante asiático busca establecerse como poder regional alternativo. La gran cuestión es hasta qué punto el liderazgo chino está dispuesto a asumir las implicaciones que este nuevo estatus conlleva. 

La región MENA: bisagra entre Asia, África y Europa

Desde la presentación de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas in inglés) en 2013, China ha incrementado considerablemente su presencia en la región MENA con dos finalidades: por una parte, garantizarse el suministro de gas natural y petróleo y, por la otra, desarrollar un corredor comercial conectando el país asiático con África y Europa.

En términos energéticos, cerca de la mitad del petróleo que importa China procede de cinco países de Oriente Medio: Arabia Saudí (16%), Irak (11%), Omán (7,3%), los Emiratos Árabes Unidos (EAU) (5,5%) y Kuwait (5,1%). Tras convertirse en importador neto de petróleo en 1993, Beijing empezó a profundizar sus vínculos diplomáticos, económicos y comerciales con los países del Golfo a fin de garantizar su creciente demanda interna de energía. Al ser una región marcada por diversos conflictos y por la inestabilidad política, su estrategia consistió en firmar acuerdos de suministro a largo plazo con algunos países (p. ej.  Arabia Saudí, Irán, Qatar); invertir en proyectos energéticos a través de las compañías estatales chinas, como la China National Petroleum Company (CNPC) y Sinopec (p. ej. en Iraq y los EAU); y construir infraestructuras que facilitasen el transporte de energía hasta China.

Asimismo, el Gobierno chino cuenta con el BRI para profundizar los lazos económicos con sus socios en la región y así transformar una relación de dependencia en interdependencia. Esta estrategia se refleja en la «Política Árabe de China» que promueve un enfoque de cooperación «1+2+3» en la región. La energía es el eje central de esta cooperación, mientras que el comercio y la inversión junto con la construcción de infraestructuras conforman las dos «alas» que sustentan esta colaboración. Además, también se identifican tres ámbitos en los cuales la colaboración entre China y los países de la región será clave en el futuro: energía nuclear, tecnologías espaciales y energías renovables (Ministerio de Asuntos Exteriores de China, 2016).

Aunque este documento no menciona ningún país en particular, en la práctica, Beijing da la prioridad a los países de Oriente Medio debido a su doble importancia estratégica en términos de energía y por su posición geográfica. El gigante asiático se ha convertido en el primer país inversor en Oriente Medio; en el Norte de África, las inversiones son menores y se concentran principalmente en Argelia (casi el 50% de las inversiones en el Norte de África) y Egipto (36%) (Pairault, 2023). Asimismo, también se ha establecido como el principal socio comercial de países como Arabia Saudí, Argelia e Irán. Esta presencia económica ya no se limita a la venta de productos manufacturados, sino que abarca sectores como la construcción, energía, transportes y tecnología1.

Concretamente, China ha tenido una presencia muy visible en la región con la construcción de infraestructuras tras la obtención de contratos públicos. Múltiples empresas chinas y decenas de miles de trabajadores migrantes chinos han participado en la construcción de infraestructuras destacadas como el megapuerto de El Hamdania en Argelia, el proyecto del « Nuevo Cairo» y el metro de la Meca en Arabia Saudí. En países como Egipto, Israel, Turquía y Yemen, compañías estatales como la China Ocean Shipping Corporation (COSCO), han obtenido concesiones para operar puertos. Gracias a la iniciativa de la Ruta de la Seda Digital (2015), grandes compañías tecnológicas como Huawei también han incrementado su presencia con el suministro de sistemas de comunicación y tecnologías de ciberseguridad a diversos países para mejorar la conectividad digital de la zona.

Por otro lado, como quedó evidenciado en la primera Cumbre China-Estados Árabes en diciembre de 2022, las élites chinas buscan incluir nuevas dimensiones en la cooperación China-MENA. A través de acuerdos bilaterales y multilaterales como el Foro de Cooperación Chino-Árabe y el Foro de Cooperación China-África, las relaciones entre el país asiático y los países árabes contemplan cada vez más otros ámbitos, como la educación, la cultura –con la apertura de 17 Institutos Confucio en la región– y la salud, por ejemplo, a través de la diplomacia de las vacunas durante la pandemia de la COVID-19. A este respecto, China dispone de una ventaja que le permite consolidar esta estrategia: tiene una imagen muy distinta a la de Estados Unidos y Europa. Según el Arab Barometer en 2022, el país asiático era preferido frente a Estados Unidos en siete de los nueve países encuestados (Argelia, Irak, Palestina, Túnez, Libia, Líbano y Sudan). Como veremos en la siguiente sección, Beijing aprovecha esta ventaja para presentarse como alternativa a Occidente en la región MENA. 

Antiimperialismo, no interferencia y autoritarismo: el potente «modelo chino» en la región MENA

Convencidos de que el giro hacia Asia (pivot to Asia) de Washington implica una presencia menor estadounidense en la región MENA, los líderes de esta área han emprendido diversas estrategias para diversificar sus alianzas geopolíticas, fortalecer su liderazgo y reducir su dependencia respecto de las potencias occidentales. En este contexto, las élites chinas se presentan como una alternativa viable mediante un discurso que enfatiza la necesidad de instaurar un orden mundial alternativo más justo y equitativo, basado en el respeto estricto de la soberanía de los estados.

Aunque no define claramente qué entiende por «nuevo orden alternativo», el liderazgo chino recurre a la retórica anticolonial para denunciar la «hipocresía occidental» que resuena en países como Argelia, Egipto y Libia, donde Beijing apoyó los procesos de descolonización. Para una gran parte de las élites chinas, los discursos sobre los valores universales desde Occidente están en total contradicción con la actitud (neo)colonial que, a sus ojos, tienen los estadounidenses y sus aliados europeos en la región. En la práctica, China se distingue de las potencias occidentales al aplicar una política exterior regida por tres principios fundamentales: la no intervención, el respeto mutuo y la cooperación mutuamente beneficiosa (Sun, 2017).

El principio de no intervención, basado en el respeto a la soberanía y la no interferencia en los asuntos internos, parte de que cada país tiene que elegir su propio camino hacia el desarrollo. Según Beijing, es primordial mejorar las condiciones de vida de la población para lograr la paz y la estabilidad. Así, las cuestiones relacionadas con el estado de derecho, la democracia o el respeto de los derechos humanos quedan fuera de las discusiones entre el presidente chino y sus homólogos árabes. Incluirlas equivaldría a interferir en la política doméstica.

Esa aproximación resulta atractiva para los autócratas de la región MENA, ya que ven en China un contrapeso a las presiones occidentales para promover –al menos discursivamente– los valores liberales, incluyendo la democracia y los derechos humanos. Además, posiciona a Beijing como un actor neutral, que se resiste a tomar partido en los conflictos y está dispuesto a entablar diálogos con todos los líderes de la región, independientemente de su ideología o sistema político. Es más, los episodios de tensión con Occidente constituyen oportunidades para diferenciarse de otros actores. En este sentido, las élites chinas negociaron la reconstrucción de Siria con Bachar el Assad a pesar de su responsabilidad en la guerra civil; profundizaron los lazos con el príncipe saudí Mohamed Bin Salman en los meses posteriores al asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi; y consolidaron la relación con Irán en un momento de impasse diplomático entre Teherán, Washington y Bruselas. Asimismo, los principios de no intervención y respeto mutuo también protegen a Beijing de cualquier crítica respecto a sus políticas hacía Xinjiang, Tíbet y Taiwán. Salvo Turquía, que hasta el 2021 denunciaba abiertamente la represión china en Xinjiang, el silencio cómplice de los líderes musulmanes sobre la tragedia uigur demuestra que el principio de no intervención es más que compartido. 

La autocracia constituye otra ventaja innegable en favor de China. A los ojos de líderes autoritarios como el saudí Mohamed Bin Salman, el egipcio Abdel Fattah al-Sisi o el turco Recep Tayyip Erdogan, Xi Jinping personifica el líder providencial que ha conseguido una extraordinaria concentración del poder y elevar su país al estatus de potencia global. En las palabras del sinólogo Jean Pierre Cabestan, China es un verdadero modelo de «modernización autoritaria» que se basa en la idea de que el desarrollo económico –y no la democracia– es el camino más efectivo para lograr la estabilidad y, por lo tanto, garantizar la supervivencia del autoritarismo.

Así, Beijing aprovecha estas tres ventajas –la identificación histórica con el Sur Global, la denuncia de un orden mundial occidental y el autoritarismo – para consolidar su presencia en la región MENA. Sin embargo, por muy ventajosa que sea esta posición, también conlleva un coste significativo: mantener la estabilidad en una región altamente inestable. Por lo tanto, la pregunta clave es hasta qué punto el país asiático está dispuesto a asumir esta responsabilidad y en qué medida. 

¿Hacía un liderazgo regional?

Tanto en China como en la región MENA, se está debatiendo si el país asiático asumirá un papel más destacado como poder regional o si se limitará a su rol de gigante económico. Convertirse en poder regional conlleva implicaciones considerables. En primer lugar, que la potencia asiática asuma una mayor responsabilidad en la arquitectura de seguridad regional, rompiendo con la percepción de que se aprovecha de la contribución de otros países sin aportar por sí mismo. En segundo lugar, si Beijing logra desempeñar un papel efectivo en la resolución de conflictos, podría consolidar su estatus como rival de Washington. Siguiendo el ejemplo del grupo P5+1 para las negociaciones nucleares con Irán, China podría ser percibida como un actor constructivo en la mediación de conflictos y jugar el papel de contrapeso frente a otros actores clave como Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia. Por lo tanto, la región MENA es un verdadero laboratorio donde Beijing necesita demostrar que su aproximación a las relaciones internacionales, caracterizada por la no intervención, la no injerencia y el respeto mutuo, puede sustentar la instauración de un orden mundial alternativo.

En virtud del sagrado principio de no interferencia, los diplomáticos chinos han sido reacios a desempeñar un papel clave en la resolución de conflictos. Históricamente, su implicación en los conflictos se ha limitado a tres formas de gobernanza: a) la gobernanza política, mediante la participación en misiones de mantenimiento de la paz de la ONU en Jerusalén, Líbano, Sáhara Occidental y Sudán; b) la gobernanza de conflictos, de forma indirecta a través del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con su participación en resoluciones a favor del diálogo y de la paz en Yemen y Siria, y de la lucha contra Estado Islámico; y c) la gobernanza social con la asistencia humanitaria a refugiados iraquíes, palestinos, y sirios, entre otros (Sun 2017: 360).

Desde la adopción de la «Política Árabe de China», se han dado varias señales de que China aspira a convertirse en poder regional. Hay al menos dos explicaciones a esta tendencia: por una parte, las rivalidades regionales contribuyen a la inestabilidad y al conflicto, lo cual amenaza directamente los intereses económicos chinos (energía, inversiones, infraestructuras del BRI). Un punto de inflexión en este sentido fue lo acontecido en Libia en 2011, cuando la potencia asiática perdió más de 18.000 millones de dólares en inversiones y tuvo que evacuar más de 35.000 nacionales chinos (Zoubir, 2023).

Por otra parte, el declive estadounidense puede traducirse en una implicación menor de Washington en materia de seguridad, lo cual, a su vez, obligaría a China a proteger sus propios intereses. Por eso, este país inauguró su primera base militar en el extranjero en Djibouti (2017), entre el Golfo de Adén y el canal de Suez; abrió nuevos consulados en Arabia Saudí y Egipto; e incrementó las ventas de armas, drones y equipos antiterroristas chinos a sus socios en el Golfo. En materia de defensa, aunque las exportaciones chinas son todavía modestas en comparación con las de Estados Unidos, Francia y Rusia, la presencia china está en alza. De hecho, durante la cumbre China-Estados Árabes (2022), Xi Jinping afirmó su voluntad de profundizar la cooperación entre los ministerios de defensa chino y árabes. Esto incluye la realización de ejercicios militares conjuntos, la cooperación antiterrorista e incluso la formación del personal militar árabe por el Ejército Popular de Liberación. Además, en línea con la Iniciativa Global de Seguridad (2022), Beijing tiene la intención de implementar un «nuevo concepto de seguridad» en la región. El objetivo es fomentar un diálogo multilateral sobre la seguridad regional en el que los países árabes desempeñen un papel primordial. En materia de diálogo y mediación, los diplomáticos chinos han identificado tres ámbitos en los que podrían contribuir para rebajar las tensiones regionales. En concreto, China cree que podría ser un buen interlocutor entre Irán y los países del Golfo; entre el presidente sirio y sus homólogos en la región; y entre Israel y Palestina.

No obstante, su participación política en la región sigue siendo selectiva y modesta en comparación con su peso económico. Según Sun Degang y Yahia Zoubir (2018), China aplica una «diplomacia de casi mediación», es decir, una estrategia cuya prioridad no es establecer la seguridad regional sino defender sus propios intereses económicos y estratégicos. Esto permite evitar las posibles contradicciones entre los principios de neutralidad, soberanía e integridad territorial –que caracterizan la política exterior de Beijing–, y la necesidad de una mayor involucración en la resolución de los conflictos. Por ello, China es extremadamente prudente y suele jugar un papel secundario en los conflictos que implican a poderes regionales y extrarregionales: su rol se limita a reclamar más multilateralismo (Libia), hacer declaraciones genéricas de apoyo a la paz (Sáhara Occidental o Yemen), intentar facilitar un diálogo entre las partes (Siria) e, incluso, hacer propuestas poco realistas (Israel y Palestina). Sin embargo, la reciente firma del acuerdo para reanudar las relaciones entre Arabia Saudí e Irán en Beijing, así como las declaraciones de jugar un papel importante en un diálogo intra-Palestino en 2023 podría indicar un cambio significativo respecto a la voluntad china de asumir el rol de poder regional. 

Referencias bibliográficas

Arab Barometer. «Taking Arabs’ Pulse: US and China Competition in MENA» [Infografía]. Arab Barometer (17 de enero de 2023)  (en línea) https://www.arabbarometer.org/2023/01/12352/

Ministerio de Asuntos Exteriores de China. «China’s Arab Policy paper». Web oficial del Gobierno Chino (13 de enero de 2016) (en línea) http://english.www.gov.cn/archive/publications/2016/01/13/content_281475271412746.htm

Pairault, Thierry. Les présences chinoises dans la Méditerranée nordafricaine [Conferencia]. Barcelona: Aula mediterránea IEMED (20 de abril de 2023).

Sun, Degang. «China and the Middle East Security Governance in the New Era». Contemporary Arab Affairs, vol. 10, n.º 3 (2017), p. 354–71.

Sun, Degang. «China’s approach to the Middle East: Development before Democracy», en: Lons, Camille. China’s Great Game in the Middle East. European Council on Foreign Relations, 2019, p. 16-25.

Sun, Degang y Yahia Zoubir. «China’s Participation in Conflict Resolution in the Middle East and North Africa: A Case of Quasi-Mediation Diplomacy?». Journal of Contemporary China, vol. 27, n.º 110 (2018), p. 224–243.

Zoubir, Yahia H. Routledge Companion to China and the Middle East and North Africa. 1st ed. London: Routledge, 2023.