La cultura: ¿el camino hacia un futuro más sostenible?

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Fecha de publicación: 09/2020
Autor:
Hannah Abdullah, investigadora principal, CIDOB
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 ¿En qué medida le importa la cultura a las Naciones Unidas (ONU) en el siglo XXI? ¿Qué papel desempeña ésta a la hora de crear un futuro más sostenible, reforzar el sistema de la ONU y renovar el compromiso colectivo con el multilateralismo? Con el fin de equipar a la ONU para abordar mejor los retos globales que se exponen en la Agenda 2030 y mejorar su integración, el secretario general António Guterres ha lanzado reformas en tres ámbitos: paz y seguridad, desarrollo, y gestión. La cultura apenas se menciona en los planes de reforma, pero puede contribuir a innovaciones efectivas en todos estos ámbitos. Las transformaciones históricas a las que se enfrenta la ONU hoy en día exigen una inversión renovada en políticas y programas en los campos del patrimonio cultural y el diálogo intercultural, particularmente cuando se relacionan con las agendas de desarrollo sostenible y paz.

La paz: gestionar la diversidad cultural en un mundo interconectado

La contribución de los programas y las políticas culturales a la consolidación de la paz ha alcanzado mayor relevancia desde que el secretario general Guterres restableció la búsqueda de la paz como el objetivo primordial de la organización. Esto se aplica especialmente a la reforma actual del pilar de la seguridad y la paz de la ONU, que sitúa la acción y la diplomacia preventiva en primera fila en la consolidación de la paz. Para superar la limitación del foco de atención de la consolidación de la paz en la intervención posconflicto, se adoptó un nuevo concepto rector de “paz sostenible” en 2016, que profundiza y amplía la agenda de la paz de la ONU para adoptar la prevención, las causas de raíz, la mediación, la reconciliación, la reconstrucción y el desarrollo (Resolución 70/262). Este enfoque polifacético establece vínculos más fuertes entre la paz, el desarrollo sostenible y los derechos humanos y potencia nuevas asociaciones entre los esfuerzos por la paz de diferentes entidades y oficinas de la ONU (véase Bargués en este volumen).

La reformulación del alcance y la metodología de la consolidación de la paz de la ONU y el énfasis en la prevención han creado múltiples puntos de partida para la cultura. Desde una perspectiva más a largo plazo, la visión holística de la paz sostenible concuerda profundamente con el concepto anterior de “cultura de la paz” introducido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) en 1989, que aborda las raíces profundas del conflicto basándose en el compromiso fundacional de la UNESCO de alimentar la defensa de la paz por parte de la gente a través de una educación, ciencia y cultura transformadoras. El enfoque de la cultura de la paz ganó terreno en el sistema más amplio de la ONU a partir de finales de la década de 1990 a través del Año Internacional de la Cultura de la Paz (2000) y el Decenio Internacional de una Cultura de Paz y No Violencia (2001-2010). Definida como “valores, actitudes y comportamientos que […] rechaza[n] la violencia y se esfuerzan en prevenir los conflictos abordando sus raíces para resolver los problemas a través del diálogo y la negociación” entre los individuos, los grupos y las naciones (Resolución 52/13), la cultura de la paz sitúa el diálogo intercultural y el respeto hacia la diversidad cultural en el centro de la consolidación de la paz, junto con los imperativos de los derechos humanos, la participación democrática y el desarrollo sostenible. En el mundo interconectado actual, un enfoque con sensibilidad cultural de este tipo es fundamental para la paz sostenible.

La reciente agenda de la ONU de la paz sostenible ha allanado el camino a un mayor reconocimiento de las contribuciones en los ámbitos del diálogo intercultural y el patrimonio cultural (tangible e intangible). La Resolución 2347 sobre la protección del patrimonio cultural en caso de conflicto armado adoptada por el Consejo de Seguridad en 2017 es un ejemplo que reconoce los esfuerzos de la ONU por proteger el patrimonio cultural como parte esencial de la seguridad internacional y la consolidación de la paz. Otra iniciativa destacada es “Revivir el espíritu de Mosul”,1 el proyecto insignia de la UNESCO lanzado en 2018 para contribuir a la reconstrucción de Irak y a la reconciliación entre comunidades que se basa en la protección del patrimonio cultural y en la revitalización de instituciones educativas y culturales. Mosul, una de las ciudades más antiguas del mundo y crisol de culturas, ha sido un foco de conflicto militarizado desde 2003, sufrió la ocupación por parte del Estado islámico/grupo Daesh y fue la capital entre 2014 y 2017. Años de guerra y terrorismo extremista han dejado en ruinas la ciudad y su antiguo patrimonio cultural y religioso, y sumieron a la población a la violencia y el trauma más atroces. La iniciativa de la UNESCO es el primer intento a gran escala de reconstruir y proteger el patrimonio de la ciudad, empoderar a su población y promover una sociedad inclusiva y cohesiva.

Sin embargo, iniciativas como estas siguen siendo una excepción. Todavía queda mucho camino por recorrer hasta que los programas y las acciones culturales se integren adecuadamente en la consolidación de la paz de la ONU. A grandes rasgos, la contribución de la cultura a la paz todavía es un campo poco explorado e infrafinanciado en la ONU. Si la reforma del pilar de la paz y la seguridad de la ONU aspira a ser exhaustiva debe abordar esta interrelación, especialmente en los dos campos siguientes:

El primero se refiere al papel que pueden realizar las estrategias y acciones culturales en la minimización de los riesgos de conflicto o en resolución de los conflictos una vez estallan. En el siglo XXI han proliferado los conflictos originados por discursos étnicos, religiosos y culturales, que abarcan desde las “guerras culturales” intelectuales hasta la limpieza étnica, así como otras amenazas menos tradicionales motivadas por políticas identitarias (véase Bourekba en este volumen). Estas son especialmente modificables con intervenciones culturales que pretenden sentar las bases para el diálogo local y mejorar las relaciones de los grupos y las instituciones. Ejemplos y recomendaciones para ello pueden encontrarse en el informe de la UNESCO The Long Walk of Peace. Towards a Culture ofPrevention (2018), que analiza el trabajo de la organización en el campo de la educación y la cultura en el contexto de la agenda más amplia de la paz sostenible. Un campo de especial relevancia para la resolución de conflictos locales que destaca el informe es cómo el enfoque de la cultura de la paz de la UNESCO puede contribuir a fomentar la responsabilidad local en varios ámbitos, es decir, en el seno de las instituciones y los gobiernos nacionales, así como en la sociedad civil. Las metodologías educativas y creativas para la capacitación cultural y el diálogo pueden ayudar a implicar a partes interesadas de diferentes grupos sociales y políticos, identificando sus necesidades, valores, identidades e imperativos culturales divergentes y mediando entre estos. Las metodologías culturales como estas son fundamentales para sostener la paz a largo plazo, implicando a los diferentes sectores y grupos de la sociedad, que deberían convertirse en parte esencial de los esfuerzos diplomáticos preventivos de la ONU.

Otro campo importante en el que el diálogo intercultural puede contribuir a la consolidación de la paz de la ONU es en la gobernanza global por la paz a un nivel macro. Tal como enfatizan las revisiones previstas del pilar de seguridad de la ONU, uno de los retos más importantes para la paz sostenible en el mundo actual son las crecientes divisiones geopolíticas que impiden la resolución de conflictos y guerras (UN, 2020). Estas divisiones ya no se refieren a las líneas divisorias de “Occidente versus el resto” y “el Norte global versus el Sur global”. Ahora incluyen numerosas divergencias entre Estados a lo largo de líneas identitarias (religiosas, culturales y étnicas) que se ven avivadas por discursos populistas y aislacionistas que consideran que el comercio mundial y la ciudadanía global son incompatibles con las identidades nacionales y perjudican los valores democráticos. En consecuencia, se produce una disminución del compromiso de los países con la cooperación estratégica y con un orden mundial basado en reglas. En su discurso a la Asamblea General el 25 de septiembre de 2018, Guterres describió la situación como “un caso grave de trastorno por déficit de confianza” que plantea un arduo reto a la capacidad colectiva de gestionar el riesgo.

La inversión en un diálogo intercultural, sistemático y bien seleccionado entre representantes de los Estados en el seno de la ONU podría contribuir a reducir los déficits de confianza y a mejorar las relaciones interestatales. Los dos últimos años del Decenio Internacional de Acercamiento de las Culturas (2013–2022)2 podrían servir como plataforma para abordar abiertamente la cuestión y potenciar una cultura del diálogo y la colaboración multilateral. Mientras que ya se dedicaron esfuerzos similares en el Año del Diálogo entre Civilizaciones (2001) y durante la creación de la Alianza de Civilizaciones (2005), estos se centraban en líneas divisorias más antiguas, como las diferencias culturales y religiosas entre Occidente y el islam. Hoy en día, tenemos que reflexionar y abordar divisiones más complejas que se sitúan en la intersección de la cultura y la política, y que cuestionan los cimientos del multilateralismo.

Desarrollo: potenciar las culturas de la transformación

La ONU ha estado al frente de debates y políticas que vinculan la cultura y el desarrollo desde la década de 1980 (Arzipe, 2019). Las entidades de la ONU como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que tuvieron que afrontar las contradicciones y los fracasos de muchos programas de desarrollo económico, fueron de las primeras organizaciones internacionales en dar mayor importancia a las variables culturales en la planificación del desarrollo. Al mismo tiempo, la UNESCO hizo una gran inversión en vincular la política cultural con las teorías emergentes del desarrollo humano y sostenible a través de iniciativas como el Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural (1987-1997) y la creación de la Comisión Mundial de la Cultura y el Desarrollo (WCCD, por sus siglas en inglés) en 1992. Estos esfuerzos culminaron en la publicación del informe de la WCCD Nuestra diversidad creativa (1995), que inició una conversación mundial sobre la cultura y el desarrollo que llevó a otras agencias de la ONU y actores internacionales como el Banco Mundial y el Foro Económico Mundial de Davos a retomar el asunto.

Desde el cambio de siglo, el papel de la cultura como posibilitador e impulsor del desarrollo socioeconómico sostenible ha sido ampliamente aceptado en la ONU. Sin embargo, aparte de algunos informes de la UNESCO, apenas ha habido seguimiento sobre el trabajo innovador de la ONU en dicha área en la década de 1990. Por el contrario, la desvinculación de la cultura es obvia en las principales políticas de desarrollo de la ONU (sobre esto último véase Ayuso en este volumen). Los Objetivos de Desarrollo del Milenio no prestaron atención a la dimensión cultural del desarrollo. De un modo similar, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) solo hacen laxas referencias a la cultura sin apenas consecuencias políticas. En vísperas de la adopción de la Agenda 2030, una campaña mundial de múltiples partes interesadas aportó una amplia investigación que demostraba la importancia de la cultura en los procesos de desarrollo, pero los Estados miembros de la ONU decidieron no incluir un objetivo cultural específico. A grandes rasgos, la cultura parece tener un futuro pobre en el contexto de los ODS en la próxima década. Con solo un objetivo que menciona la cultura explícitamente (ODS 11.4 sobre la salvaguarda del patrimonio cultural), pocos programas operativos destinarán fondos a acciones y proyectos culturales. Es más, las menciones transversales a la cultura en algunos objetivos (sobre educación, crecimiento económico, consumo y producción y ciudades sostenibles) suponen escasos incentivos para la acción decisiva, puesto que la redacción a menudo es vaga en relación con la manera en que la cultura puede contribuir a alcanzar estas metas.

Si el futuro concebido en la Agenda 2030 tiene que hacerse realidad, la cultura debe incluirse en modelos de sostenibilidad más generales cuyas preocupaciones sean principalmente de naturaleza medioambiental, económica y social (Duxbury et al., 2017). La mayoría de los retos medioambientales y socioeconómicos a los que se enfrenta el mundo actual tienen prácticas y valores culturales en su raíz. La débil posición de la cultura en las políticas de desarrollo sostenible de la ONU ha provocado que iniciativas de la sociedad civil y otros actores conceptualicen y operacionalicen un lugar para la cultura en la sostenibilidad. La reforma del pilar de desarrollo de la ONU debería implicarse con estas iniciativas y aprender de ellas. Un ejemplo importante de un enfoque prometedor para la conceptualización de la interrelación entre la cultura y el desarrollo sostenible es el tan citado programa COST Action, financiado con fondos europeos, “Investigating Cultural Sustainability” (2011-2015) (Dessin et al., 2015). Una limitación particular que aborda esta iniciativa es la eterna tensión entre dos visiones contrapuestas de la cultura: el concepto humanístico de cultura como expresión artística y patrimonio y el concepto antropológico de cultura como modo de vida distintivo de una sociedad. La confusión entre las dos visiones ha obstaculizado la integración de la cultura en la planificación y la política del desarrollo. Al definir tres enfoques diferentes para el nexo cultura-sostenibilidad, el programa COST Action ha arrojado algo de luz al debate y ha facilitado la incorporación de la cultura en el diseño de políticas para el desarrollo. El programa distingue entre (1) la “cultura en la sostenibilidad”, que considera la cultura en el sentido humanístico como una cuarta dimensión autónoma del desarrollo sostenible y se centra en la contribución de la actividad artística o cultural a las sendas de la sostenibilidad; (2) la “cultura para la sostenibilidad”, que destaca el papel mediador de la cultura en el sentido humanístico amplio (incluyendo las industrias culturales) como vía para impulsar y permitir la sostenibilidad socioeconómica y ecológica, y (3) la “cultura como sostenibilidad”, que interpreta a la cultura en sentido antropológico, como los valores e ideales a través de los cuales una sociedad imagina su futuro. Esta última conceptualización abarca todas las otras dimensiones de la sostenibilidad y es la clave para conseguir el cambio de paradigma en el desarrollo (está en línea con el enfoque de las capacidades de Amartya Sen (2004), quien considera que la cultura es constitutiva del desarrollo y no solo un medio para alcanzar un fin). Desde que se publicó, este modelo tripartito progresivamente ha influenciado las políticas culturales y relativas al desarrollo en la UE, donde ha ayudado a comunicar y formular mejor la contribución de las acciones culturales. Es probable que la ONU también se beneficie de este marco conceptual para sus políticas.

Otro ejemplo es el abanico de iniciativas impulsadas localmente que han hecho avances en la operacionalización de la cultura en la planificación del desarrollo sostenible. Las ciudades y sus gobiernos locales se han puesto al frente de estos esfuerzos (UNESCO, 2016). La Comisión de Cultura de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU), la red mundial de gobiernos locales y regionales, se ha convertido en el máximo defensor de la cultura como cuarta dimensión del desarrollo sostenible y como facilitador de la sostenibilidad en otros sectores. Como complemento de la Agenda 21 de la ONU por el Desarrollo Sostenible de 1992, lanzó la Agenda 21 por la Cultura en 2004 y el documento de seguimiento “Cultura 21: Acciones” en 2015, tras la campaña fallida para incluir un objetivo cultural en la Agenda 2030. Muchas ciudades miembros de CGLU han establecido estrategias y políticas para implementar la Agenda 21 por la Cultura. La ONU puede aprender mucho de las experiencias y los resultados de estos proyectos piloto locales, especialmente de los esfuerzos para restringir los ODS a través de políticas culturales y la creación de indicadores relacionados con la cultura.

Sin embargo, todavía queda mucho por hacer. Por ejemplo, ante la crisis climática, “cultura como sostenibilidad” sigue siendo un concepto poco explotado, a pesar de poder contribuir en su mitigación. De nuevo, la UNESCO es una de las pocas organizaciones internacionales que trabaja en esta dirección, en este caso bajo el lema “Cambiemos las mentalidades, no el clima”. Pero hasta ahora, los programas y las acciones por el clima relacionados con la cultura de la UNESCO se centran en gran medida en la protección del patrimonio. Sería muy beneficioso incluir actividades artísticas y culturales en los programas educativos de la organización y en la concienciación pública sobre el cambio climático. El arte podría iluminar poderosamente la cuestión y transformar actitudes, comportamientos y prácticas en relación con ello (sobre la necesidad de políticas por el clima para potenciar el cambio de comportamiento, véase Vandendriessche en este volumen). De un modo similar, prácticas creativas pueden apoyar nuestra aceptación a la “nueva normalidad” a la que ha dado lugar la COVID-19, reinventando nuestras vidas de manera que respondan a los nuevos requisitos sanitarios, pero también para que expriman las oportunidades para la innovación social.

La gestión: hacia una ONU más inclusiva

La iniciativa ONU2020, una red creciente de la sociedad civil, ha hecho campaña para que el 75º aniversario de la ONU sirva como oportunidad para que la organización sea más inclusiva y se centre más en las personas. Este objetivo también forma parte de los planes de reforma de Guterres en el área de gestión. Sorprendentemente, la cultura ha estado ausente en los debates de la ONU y en los de la sociedad civil sobre las reformas para hacer de la ONU una organización más inclusiva con la sociedad civil, y los programas y las políticas culturales pueden ser vehículos efectivos para democratizar la ONU.

Las políticas culturales de la ONU son de las más conocidas y exitosas de la organización. La Convención de la UNESCO de 1972 sobre la Protección del Patrimonio Mundial Natural y Cultural es la convención más adoptada de la historia de la ONU. La Convención de la UNESCO de 2003 para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial generó tanto entusiasmo que se convirtió en la convención internacional que más rápido se ratificó. La popularidad de estas y otras convenciones y políticas de la ONU relacionadas con la cultura también ayudaron en sus ambiciosos objetivos de implicar a la sociedad civil. La Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial prescribe que la salvaguarda debe realizarse con el permiso, la colaboración y la implicación sustancial en la toma de decisiones de las comunidades y los profesionales pertinentes. De un modo similar, la última Convención de la UNESCO sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales (2005) reconoce formalmente la colaboración con la sociedad civil como parte esencial para su implementación. Podría sacarse el máximo partido de las prácticas adecuadas para la implicación de la sociedad civil generadas por la UNESCO y transferirse a otras entidades de la ONU.

Sin embargo, la propia UNESCO también podría intentar establecer nuevos patrones de apertura e implicación. En particular, debería intentar cambiar el modo en que se lleva a cabo actualmente la diplomacia cultural dentro y a través de la organización. En la actualidad, la UNESCO sigue siendo un espacio principalmente para la diplomacia cultural tradicional multilateral entre los Estados. Así pues, mantiene la primacía de los Estados en las relaciones culturales internacionales y refuerza los conceptos unificados o estáticos de “cultura nacional” que los Estados movilizan persiguiendo el poder blando (Figueira, 2015). Este modus operandi no concuerda en lo fundamental con los valores de diversidad cultural y derechos culturales que promueve la organización. Pero su defecto más grave es que ignora la realidad de las relaciones culturales internacionales contemporáneas, en las que un conjunto diverso de actores externos a los gobiernos centrales –desde actores y organizaciones culturales independientes hasta autoridades locales– son los verdaderos líderes de opinión. La UNESCO tiene que abrirse a estos actores iniciando un cambio de paradigma en su definición y práctica de la diplomacia cultural. De nuevo, la política cultural de la UE podría servir de modelo para estas reformas. En el año 2016, la UE adoptó una nueva estrategia conjunta de relaciones culturales internacionales europeas que iba más allá de las visiones tradicionales de la diplomacia cultural como poder blando nacional y avanzaba hacia un enfoque más de arriba abajo que busca limitar la intervención del gobierno en favor de la colaboración de persona a persona (Isar, 2015; Abdullah y Molho, 2020). Mientras la propia UE se enfrenta a la implementación de esta ambiciosa estrategia, la UNESCO debería seguir de cerca sus fracasos y éxitos.

Conclusión

La cultura ocupa un lugar central en muchas de las transformaciones y disrupciones actuales que están marcando una época. Aun así, a menudo se ignora como posible solución a estos cambios. La crisis de la COVID-19 nos ha recordado la importancia de la cultura y la creatividad para la sociedad. Durante el confinamiento, el acceso digital a contenidos y espectáculos culturales permitió la participación social y contribuyó a la salud mental y al bienestar de las personas. En la fase de reanudación y recuperación, la inversión en industrias, instituciones y prácticas culturales será clave para restablecer la cohesión social y acelerar la recuperación económica, especialmente en las grandes ciudades con industrias turísticas y culturales importantes.

En la UNESCO la ONU tiene una agencia designada para asuntos culturales, pero sigue habiendo necesidad de defender la cultura en el sistema más amplio de la ONU. La transición de la ONU hacia una política pública holística, a través del concepto universal de sostenibilidad, debería impulsar a la organización a reconocer que la cultura va más allá del terreno estrictamente definido de la política cultural. Esta debería conformar e integrar todas las políticas medioambientales, económicas y sociales. En las líneas precedentes, he sugerido por qué y cómo la cultura debería incluirse más sistemáticamente en los ámbitos políticos de la paz y el desarrollo. Para facilitar un enfoque más transversal a la cultura entre los tres pilares de la ONU, la organización también puede tomar medidas más generales. Sería especialmente importante la promoción de alianzas estratégicas entre la UNESCO y las agencias centrales de la ONU por la paz, el desarrollo y los derechos humanos. Además, es sumamente necesaria la financiación para la producción de investigación y datos rigurosos sobre cómo los programas y las políticas culturales contribuyen a los tres pilares de la ONU para facilitar el diseño de políticas bien fundamentadas, evaluar el progreso y promover compromisos más amplios con la cultura.

Referencias bibliográficas

Abdullah, H. y Molho, J. «Towards a multi-level strategy for EU external cultural relations: Bringing cities on board». Robert Schuman Centre Policy Brief, 2020/03, Global Governance Programme, European University Institute. [Accedido el 23.04.2020]: https://cadmus.eui.eu//handle/1814/65897

Arzipe, L. Culture, International Transactions and the Anthropocene. Berlin: Springer, 2019.

Dessin, J., Soini, K., Fairclough, G., y Horlings, L. (Eds.) Culture in, for and as Sustainable Development. Conclusion from the COST Action IS1007 Investigating Cultural Sustainability.

Jyväskylä: University of Jyväskylä, 2015 (en línea). [Accedido el 23.04.2020]: http://www.culturalsustainability.eu/conclusions.pdf

Duxbury, N., Kangas, A., y De Beukelaer, C. «Cultural Policies for Sustainable Development: Four Strategic Paths». International Journal of Cultural Policy, 23(2), 214-230, 2017.

Figueira, C. «Cultural Diplomacy and the 2005 UNESCO Convention». In C. De Beukelaer, M. Pyykkönnen, J.P. Singh (Eds.) The UNESCO Convention on Cultural Diversity (pp.163-181). Basingstoke, Hampshire: Palgrave Macmillan.

Isar, Y.R. «Culture in EU External Relations: An Idea Whose Time has Come?». International Journal of Cultural Policy, 21(4), 494-508, 2015.

Sen, A. «How does Culture Matter?». En V. Rao and M. Walton (Eds.) Culture and Public Action (pp. 37-58). Stanford, California: Stanford University Press. 

United Nations (UN). Vision of the UN Peace and Security Pillar. New York, NY: United Nations, 2020 (en línea). [Accedido el 23.04.2020]: https://reform.un.org/sites/reform.un.org/files/vision_of_the_un_peace_and_security_pillar.pdf

United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO). The Long Walk of Peace: Towards a Culture of Prevention. París: UNESCO, 2018.

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World Commission on Culture and Development (WCCD). Our creative diversity: Report of the World Commission on Culture and Development. París: UNESCO, 1995.

Notas:

1- https://en.unesco.org/fieldoffice/baghdad/revivemosul

2- https://en.unesco.org/internationaldecaderapprochementofcultures