La batalla de Estambul

Opinion CIDOB 576
Fecha de publicación: 05/2019
Autor:
Eduard Soler i Lecha, investigador senior, CIDOB y Agustí Fernández de Losada, investigador senior y director del programa Ciudades Globales, CIDOB
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No es habitual que unas elecciones locales despierten tanta atención internacional. El 31 de marzo Turquía tenía cita con las urnas para elegir a sus alcaldes pero en juego había mucho más que el liderazgo municipal. La controvertida decisión de la Comisión Electoral de repetir la votación en Estambul lo ha dejado todavía más claro. Lo menos que puede decirse es que estamos ante una situación excepcional. El analista turco Sinan Ulgen lo ha calificado como la prueba del algodón de la democracia turca. Tras un recuento que confirmó la victoria del candidato opositor, Ekrem İmamoğlu, por unos miles de votos y después de tres semanas ejerciendo como alcalde, la decisión de la Comisión Electoral nos ha devuelto a la casilla de salida. La tensión es máxima.

Es habitual escuchar aquello de que “quién gana en Estambul gana en Turquía”. No obstante, aquí no se trata de quién gana sino de quién pierde. La obsesión por no ceder el control de la primera ciudad del país obedece a motivos muy distintos pero todos ellos tienen un punto en común: el sentimiento de vulnerabilidad.

Las elecciones presidenciales de 2023 quedan todavía muy lejos. Además, Recep Tayyip Erdoğan podría haber optado por decir que la derrota en Estambul no era su derrota sino la del candidato local. Podría haber presumido de que, en clave nacional, su coalición había ganado las elecciones. Podría haber optado por esperar a que el ejercicio del poder desgastase a İmamoğlu y a otros alcaldes de la oposición. Al fin y al cabo, es probable que las ciudades también tengan que apretarse el cinturón si vienen turbulencias económicas. Y si el desgaste no era suficiente, el control del aparato estatal tendría que haber bastado para mantener a las voces críticas a raya. Sin embargo, parece que éste no ha sido el cálculo. Una prueba, pues, de que el sentimiento de vulnerabilidad es todavía mayor de lo que pensábamos.

Preocupan las corrientes de fondo de la opinión pública y su traducción política. Hasta ahora Erdoğan ha construido su liderazgo aludiendo al apoyo popular y a su capacidad para ganar elecciones. No obstante, en Estambul y en otras grandes ciudades que han pasado a manos de la oposición se ha manifestado el malestar y la disconformidad con la manera en que se está gobernando el país, con las actitudes autoritarias y el abuso de poder. A ello cabe añadir el mal momento de la economía, con inflación disparada, moderación salarial, desempleo juvenil y desigualdad creciente —Turquía es el tercer país más desigual de la OCDE—. Pero en estas elecciones no sólo hubo un voto a la contra sino también a favor de un nuevo estilo de hacer política. İmamoğlu se ha presentado como alguien cercano, transparente, conciliador y apegado a la diversidad de esta gran metrópolis de 16 millones de habitantes de orígenes, creencias y modos de vida bien distintos. A nadie ha pasado desapercibido que entre los muchos que le han votado se cuentan también quienes en otras ocasiones lo hicieron por el pro-kurdo HDP (siglas en turco del Partido Democrático de los Pueblos).

Erdoğan es un político con un gran olfato político. Y también con buena memoria. Él más que nadie es consciente de que gobernar una ciudad – y más aún si se trata de Estambul, de la que fue alcalde de 1994 a 1998 – puede ser un trampolín hacia la política nacional. İmamoğlu, hasta hace unos meses una figura poco conocida de la política turca, ha sabido capitalizar su trayectoria como buen administrador, construida en su exitosa gestión como alcalde del distrito de clase media de Beylikdüzü. Pero, sobre todo, ha destacado como un excelente orador, que ha bajado a la arena y ha hecho campaña en los barrios, hablando con la gente de problemas locales, mientras su rival, el ex primer ministro Binali Yildirim, siempre acompañado del Presidente, seguía señalando a los enemigos de la patria e invocando el discurso del miedo.

Perder Estambul también podría representar un golpe para el gubernamental AKP (siglas turcas del Partido Justicia y Desarrollo) en términos económicos y de reputación. El presupuesto de la alcaldía  (7.300 millones de dólares) es mayor que el de algunos ministerios. Una parte muy importante de este presupuesto se dedica a sufragar la construcción de infraestructuras o la provisión de servicios. Y es bien sabido que muchas de las empresas de construcción y servicios urbanos están vinculadas con el entramado empresarial cercano al AKP. Uno de los muchos ejemplos es el del holding familiar Albayrak que lleva décadas ejecutando los mayores proyectos de infraestructuras en Estambul. El temor a que tras la llegada de la oposición a la alcaldía empezasen a destaparse casos de corrupción y nepotismo ha pesado mucho a la hora de resistirse a perder la ciudad.

En los momentos más difíciles Erdoğan ha optado por proyectar fortaleza, lo que le ha permitido controlar su partido, el Estado y el país. Uno de los principales temores era que una derrota en las municipales, y especialmente si se perdía Estambul, hiciese aflorar las críticas de aquellos miembros del propio partido que se han sentido arrinconados pero no habían osado confrontar directamente al Presidente por miedo a represalias.  La decisión de repetir las elecciones también ha abierto fisuras dentro del AKP. Figuras como Abdullah Gül, cofundador del AKP y anterior Presidente, y Ahmet Davutoglu, conocido como el arquitecto de la nueva política exterior turca y antiguo primer ministro, han criticado abiertamente la gestión del Gobierno y se han posicionado en contra de la repetición electoral. En este punto, Erdoğan y sus asesores tenían que escoger entre dos malas opciones y, ante la disyuntiva, se decantaron por ignorar a las viejas glorias del partido. 

En clave global conviene añadir otro punto. Turquía parece sumarse a una tendencia que se observa en otros lugares del mundo, desde Estados Unidos a Italia, en que las ciudades y sus representantes políticos actúan como baluarte de resistencia ante las tendencias autoritarias y de repliegue de sus líderes nacionales. Ésta es la tendencia que apuntaban los resultados del 31 de marzo y es algo que una parte importante del poder en Turquía no parece dispuesto a tolerar.

La del 23 de junio será una batalla desigual. Cuando un año antes Turquía celebró las elecciones presidenciales, Özgür Ünlühisarcıklı las describió como injustas pero reales y competitivas. Lo mismo sucedió el 31 de marzo y de ahí el altísimo nivel de participación. Una vez que la oposición ha descartado la opción del boicot, sólo puede confiar en sus propias fuerzas y en movilizar a los suyos y también a algunos votantes del AKP que no aprueban esta deriva. No pueden permitirse perder la esperanza porque esa batalla marcará el futuro político del país y ya no se trata sólo de quién gane sino de cómo lo hace. A estas alturas, parece que Erdoğan está dispuesto a todo para retener Estambul, incluso si el precio a pagar es una enorme pérdida de reputación, desconfianza en las instituciones y seguir profundizando la división del país. Si lo hace, la derrota de sus rivales sería heroica y su victoria vergonzante.

Palabras clave: Turquía, Estambul, Erdoğan, İmamoğlu, AKP, elecciones

 

 

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012