Italia 2018, ¿votar para no cambiar nada?

Opinion CIDOB 517
Fecha de publicación: 02/2018
Autor:
Andrea Noferini, profesor, Universidad Pompeu Fabra y Universidad Autónoma de Barcelona
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Después de cuatro años y de tres gobiernos, el próximo 4 de marzo Italia vuelve a votar para decidir la legislatura número dieciocho de la era republicana. La última consulta terminó en un empate a tres, entre el centroizquierda, los conservadores y la entonces novedad política del Movimiento 5 Stelle (M5S). De allí surgió una peculiar mayoría transversal entre el Partido Democrático (PD) y el centroderecha; la misma extraña mayoría que, a pesar de varias remodelaciones y de la salida de Silvio Berlusconi siete meses después del cierre del acuerdo, ha de facto gobernado el país en estos años. 

En virtud de la perversa lógica parlamentaria á la italiana (64 gobiernos en 70 años de República), desde aquellas elecciones de 2013, se han sucedido tres jefes del ejecutivo diferentes: Enrico Letta (abril 2013- febrero 2014), Matteo Renzi (febrero 2014- diciembre 2016) y Paolo Gentiloni (desde diciembre de 2016). El primero cayó víctima de una de tantas pugnas fratricidas internas en el PD. Renzi, en cambio, al perder el referéndum sobre la reforma de la Constitución en 2016, provocó él mismo su propia  dimisión. Llegó así finalmente Paolo Gentiloni que, aprovechando algo de crecimiento económico inducido por el final de la crisis, ha ido ganándose, en estos pocos meses, la confianza de los italianos. Hay de hecho quien sostiene que, en ausencia de una mayoría parlamentaria estable, el Presidente de la República, Sergio Mattarella, no vería mal un Gentiloni bis para abrir la nueva legislatura. 

En estos años, la economía italiana y las condiciones de vida de los ciudadanos parecen no haber mejorado. El desempleo sigue siendo entre los más elevados de los estados miembros (10,8% frente al 7,3% del promedio de la UE). En menos de una década, la productividad se ha reducido de 100 a 97,9 puntos, siendo oficialmente Italia el país, de entre los grandes de la UE, con el peor resultado en términos de crecimiento de la productividad; por debajo de Alemania, Francia, Reino Unido y España. La creación de puestos de trabajo ocurre a un ritmo muy lento, empujando así a los jóvenes a dejar el país en busca de alternativas ocupacionales en el extranjero. En los últimos diez años, el número de italianos que emigra se ha triplicado. En temas sociales, una comparación entre el 20 por ciento más rico y el 20 por ciento más pobre de la población muestra que el primer grupo es 6.7 veces más próspero que el segundo; una concentración de la riqueza peor que Grecia. 

En este escenario desalentador, no es sorprendente que el descontento y la desilusión entre las generaciones más jóvenes y los grupos sociales más afectados haya crecido notablemente, alimentando así el auge de las opciones xenófobas, populistas y nacionalistas. La posverdad y las fake-news imperan hasta el punto que, según el último Informe Eurispes, solo el 28.9% de los ciudadanos italianos saben que la incidencia de extranjeros en la población es apenas del 8%; mientras que más de la mitad de la muestra, por el contrario, sobreestima la presencia de inmigrantes en el país, llegando a situarla entre el 16% y el 24%. Algunos datos preocupan también en Europa, visto que los tradicionales eurófilos italianos se han vuelto más escépticos y críticos hacia la UE. En otoño de 2017, solo el 36 por ciento de los italianos consideraban positivo ser miembro de la UE, es decir, 21 puntos porcentuales por debajo de la media europea (Informe Delors). 

¿Qué hay, por tanto, en juego en estas próximas elecciones? ¿Y por quién apostarán los italianos? Varios analistas apuntan a que se tratará de unas elecciones de transición porque, probablemente, serán incapaces de ofrecer un vencedor claro e incontestable. La nueva ley electoral (el Rosatellum bis), reintroduciendo un fuerte componente proporcional, incentiva, por un lado, a los partidos a formar amplias coaliciones pero, por el otro, refuerza las lógicas de los acuerdos post-electorales, diseñados en frío en las sedes de las diferentes secretarías de los partidos políticos. La situación es ciertamente confusa hasta el punto de levantar una aura de misterio sobre quién podría ser el próximo Presidente del Consiglio.  

Favorito en las encuestas, el M5S es de los pocos que ofrece, de entrada, al electorado el nombre de su candidato a primer ministro. Se trata del joven Luigi di Maio (1986), que en pocos años ha pasado de trabajar en las instalaciones del estadio de fútbol San Paolo de Nápoles a ser la tercera autoridad del Estado (Di Maio es el presidente saliente de la Cámara). En la coalición de centroderecha, capitaneada nuevamente por el inmarcesible Silvio Berlusconi (1936), no queda claro quién podría ser el candidato a presidente. Berlusconi, seguramente no. En virtud de una condena firme por fraude fiscal, il Cavaliere es, hasta 2019, técnicamente inelegible. Por sus salidas de tono y sus posiciones extremas, tampoco el líder de la  Lega, Matteo Salvini (1973), aparece entre los papables. Ante tanta incertidumbre, en ciertos círculos políticos resuena con insistencia el nombre del actual Presidente del Parlamento Europeo, el conservador Antonio Tajani, que por amor a la patria podría, en caso de necesidad, dejar Bruselas por la más soleada Roma. 

Para el centroizquierda, más fragmentado que nunca, las perspectivas no son prometedoras. Lacerado por la enésima escisión que ha visto la salida de algunos personajes históricos (Massimo D’Alema y Pierluigi Bersani) en favor de una nueva formación a la izquierda de Renzi, el PD es el partido que más arriesga en estos comicios. Una brusca caída del apoyo electoral podría consumir de manera irreversible el capital político de Renzi (1975), que en estos años ha intentado –con poca suerte y varios errores– emular las gestas de Emmanuel Macron en Francia, cabalgando sobre la ola del pragmatismo y del centrismo. Finalmente, queda aún por ver cuál será el papel de la minúscula formación +Europa de la excomisaria europea Emma Bonino (1948), un activo siempre valioso en el pobre teatro de la política italiana de estos últimos años. 

Si el 5 de Marzo, día después de las urnas, las tres principales fuerzas políticas se acaban repartiendo de nuevo, de manera parecida, los votos de los italianos, éstas no habrán sido unas elecciones de transición sino más bien unas elecciones poco útiles. Vista la poca simpatía que aún encuentra el M5S entre las élites nacionales y europeas (en parte por su ambigüedad y escasa experiencia de gobierno), el escenario más probable podría contemplar, bajo la atenta supervisión del jefe del Estado, la reedición de la amplia alianza entre centroizquierda y centroderecha. De nuevo, Renzi y Berlusconi. Una solución con escasas posibilidades de plasmar una narrativa atractiva, realista y consistente sobre el futuro del Bel Paese.

Palabras clave: Italia; elecciones; 2018; economía; condiciones de vida; ciudadanos; desempleo; Enrico Letta;Matteo Renzi; Paolo Gentiloni;Luigi di Maio; Berlusconi

 

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012