Integrar a Turquía en las conversaciones nucleares: Un juego de suma positiva
Eduard Soler i Lecha, investigador principal CIDOB
Ana Almuedo, asistente de investigación.
23 de diciembre de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 97
¿Puede Turquía desempeñar un papel constructivo en relación al dossier nuclear iraní? Esta pregunta vuelve a ser de actualidad coincidiendo con la visita del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad a Estambul a finales de diciembre, para participar en la Cumbre de la Organización de Cooperación Económica. No lo será tanto por el contenido de esta cumbre, sino por la imagen de sintonía que pueda desprender entre turcos e iraníes. Para muchos, detrás del interés turco por Oriente Medio, y por Irán en particular, se encuentra el sello ideológico del AKP, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, en detrimento del compromiso occidental o europeo del país. Sin embargo, tal interpretación se corrige si analizamos la política exterior turca desde una perspectiva temporal más amplia. Observaremos que factores de índole económica y, sobre todo, de estabilidad regional, han determinado la aproximación turca a Oriente Medio y también hacia Irán.
Ni tan nueva es la política exterior turca, ni tampoco lo es su interés por Irán. A pesar de los vaivenes políticos en ambos países (golpes de estado, revoluciones, etc.), de contar con sistemas políticos antagónicos y de haber trabado alianzas internacionales contrapuestas, Teherán y Ankara han sabido mantener una relación cuanto menos cordial. Nunca se han detenido los contactos a ambos lados de una de las fronteras más antiguas de Oriente Medio. Es más, en la última década estamos asistiendo a un aumento progresivo de la cooperación política en temas como la lucha contra el PKK o la preocupación compartida por el futuro de Iraq, pero, sobre todo, a una intensificación de las relaciones comerciales y energéticas. En efecto, la política turca hacia Teherán se mueve por motivos pragmáticos, y no por un distanciamiento ideológico respecto a Occidente. Igual que sucede con otros vecinos de Turquía, la estrategia seguida por las administraciones públicas y por el sector privado ha sido abrir mercados y afianzar unas buenas relaciones con los países más cercanos.
Pero el comercio no lo explica todo. Al fin y al cabo, si tomamos cifras del año 2009 veremos que el comercio de Turquía con Suiza es superior al que tiene con Irán. Hay que ampliar el enfoque para entender que el principal interés de Turquía reside en mantener un clima de estabilidad, política y económica en Oriente Medio. Turquía conoce bien las desastrosas repercusiones para su vibrante economía de una eventual desestabilización regional, porque ya las sufrió tras la Guerra del Golfo de 1991. Por este motivo, la política del Gobierno turco se mueve a medio camino entre la lógica de la actual doctrina de ausencia de problemas con los vecinos y la tradicional preferencia por el statu quo ante el riesgo de que la alternativa sea peor. Es en este contexto en el que se debe entender la actitud conciliadora y dialogante de Erdogan con el régimen de Teherán, o la iniciativa lanzada con Brasil en mayo de 2010 para encontrar una solución diplomática al polémico programa nuclear iraní.
En 2011, el tema nuclear será muy probablemente una de las grandes prioridades de la agenda internacional. Lo será porque el régimen iraní parece poco dispuesto a hacer concesiones, porque buena parte de la comunidad internacional seguirá oponiéndose a un eventual desarrollo armamentístico del programa nuclear iraní, y porque en caso de materializarse ese riesgo, no sólo las grandes potencias sino actores regionales como Israel pueden optar por vías más directas y también más peligrosas. En este escenario parece más urgente que nunca la necesidad de reforzar los marcos negociadores a fin de evitar una crisis de consecuencias imprevisibles.
No por casualidad la próxima reunión entre dirigentes iraníes y representantes de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania (el 5+1) tendrá lugar en enero próximo en Estambul. Turquía ya ha sido escenario de este tipo de negociaciones. Sin embargo, puede haber llegado el momento de dar un paso hacia delante: ¿por qué no incorporar plenamente a Turquía en estas negociaciones? Al fin y al cabo, tampoco a ella le conviene un Irán nuclear, ni la posibilidad de que se pueda desencadenar una espiral de conflicto. Pasar del 5+1 al 5+2 aportaría dos ventajas inmediatas. Por un lado, aumentaría la legitimidad e interlocución de las negociaciones y, por otro, facilitaría una mayor coherencia y coordinación entre las posiciones de Turquía y el resto de potencias. Es más, incluso podría evitar que se repitiese la imagen de un país socio de la OTAN votando en Naciones Unidas en sentido inverso al resto de aliados. Las declaraciones del recién nombrado ministro de exteriores iraní y anterior negociador nuclear, Ali Akbar Salehi, afirmando que Turquía sería un país prioritario y el escogido para realizar su primera visita oficial como ministro, son un indicio del peso que puede tener Turquía en futuras negociaciones.
El proceso de incorporación de Turquía al foro negociador debería hacerse, además, de la mano de sus socios europeos. ¿Acaso no repite la UE que quiere un diálogo estratégico con Turquía? Y yendo todavía más lejos, la cuestión nuclear iraní debería convertirse en uno de los principales temas de agenda si se lanzara un diálogo europeo en materia de seguridad que, siguiendo el enfoque de un reciente informe del European Council on Foreign Relations, reuniese a la UE, a Turquía y a la Federación Rusa. Difícilmente encontraremos otro tema que cause tanta preocupación en los tres actores. Estamos ante un caso claro de juego de suma positiva. A través de un 5+2 y de un diálogo estratégico trilateral entre la UE, Turquía y Rusia, la presión sobre Irán sería más efectiva y cohesionada, Turquía vería reconocida su influencia regional y se conformaría de este modo un liderazgo europeo en un tema clave para la seguridad global.