India y Pakistán como eje de gravedad en la estrategia de China en Asia del Sur

CIDOB Report 11
Fecha de publicación: 11/2023
Autor:
Ana Ballesteros Peiró, investigadora sénior asociada, CIDOB
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Para entender el auge de China en Asia del Sur es esencial tener en cuenta las dinámicas de competición entre Beijing y Delhi, así como la relación geoestratégica entre China y Pakistán. En efecto, la creciente rivalidad entre China e India tiene repercusiones en la política doméstica y exterior del resto de países de la región, los cuales se encuentran presionados a hacer equilibrios entre sus intereses económicos y de desarrollo y las preocupaciones geoestratégicas.

En la última década, Asia del Sur –conformada por Afganistán, Bangladesh, Bután, India, las Maldivas, Nepal, Pakistán y Sri Lanka– ha pasado de ser considerada como una región periférica y de poca relevancia para Beijing, a cobrar una gran importancia en su política exterior. Hay que tener en cuenta que China comparte frontera con cinco países de esta región, en concreto, con Afganistán, Bután, India, Nepal y Pakistán. Sin embargo, el elemento principal que explica el interés de China por esta subregión asiática es su competición con India y su relación estratégica con Pakistán, cuyo apoyo es necesario para contrarrestar la posición hegemónica de Delhi en el sur asiático. La posesión de armamento nuclear de estos tres países, además, añade un elemento de inquietud a las dinámicas de competición entre ellos.

Las tendencias regionales en Asia del Sur se encuentran marcadas por la disfuncionalidad que provoca el enfrentamiento entre India y Pakistán, la falta de integración económica entre sus miembros, las limitaciones estructurales (como la inexistencia de infraestructuras de conexión o trabas al comercio), así como los cambios en la política exterior de los gobiernos surgidos en cada ciclo electoral. El Gobierno chino ha aprovechado estas debilidades para acercarse a la región; en efecto, Beijing se relaciona con Asia del Sur principalmente a través de medidas económicas y comerciales, de las que la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) es el instrumento principal. En esta aproximación, Beijing plantea mejorar las inversiones, el desarrollo comercial y la conectividad de los diferentes países con China –y no tanto entre ellos–, intentando a su vez aislar a India de sus vecinos. Asimismo, ha diversificado las vías con las que se relaciona con los países de la región en los últimos años, añadiendo una dimensión de seguridad, política y cultural a sus interacciones. Entre estos instrumentos, destacan la venta de armas y la colaboración militar con Pakistán y Bangladesh (principales compradores de armamento chino a nivel mundial), el papel de China como mediador en el Proceso de Estambul para el proceso de paz en Afganistán entre 2014 y 2022 o entre Bangladesh y Myanmar tras la crisis de los rohinyá en 2017 (Legarda, 2018); además de la apertura de Institutos Confucio en la región, que cuenta con 15 de estos centros.

Los efectos de la competición sino-india también se reflejan en las dinámicas políticas y económicas en Asia del Sur, ejerciendo China presiones sobre todos los países. Si bien la presencia de esta potencia en esta área geográfica es relativamente reciente, el papel de India, por su parte, es clave, estando obligada a hacer equilibrios por sus aspiraciones a tener mayor preponderancia global, sin alienar en exceso a China, y manteniendo sus ventajas con su vecindario, donde conserva una preeminencia política, económica y cultural en distintos grados de intensidad. No obstante, India considera que el lanzamiento de la vía marítima del BRI es como un collar de perlas con el que su rival pretende cercar o controlar su acceso marítimo a través de la construcción o control de puertos en su entorno, incluyendo los puertos de Chittagong y Payra en Bangladesh, Hambantota y Colombo en Sri Lanka y Karachi y Gwadar en Pakistán (Faridi, 2021). La preocupación de Delhi sobre el interés de dominación de China en su área de influencia mediante el uso de presiones a los países pequeños no es baladí, ya que todos los países de la zona, independientemente de su tamaño, están siendo presionados para posicionarse hacia una u otra potencia. 

Un nuevo orden regional al dictado: la percepción de India respecto a China 

Tras el cambio de foco hacia una política exterior que priorice un vecindario estable, la retórica del presidente chino Xi Jinping ha promovido la creación de una «Comunidad con un Destino Común», bajo los principios de amistad, sinceridad y beneficio mutuo, tratando de construir una imagen de China como un actor benévolo (Garver, 2012). Sin embargo, Delhi ha rechazado esta retórica, ya que ve con desconfianza la creciente presencia china en la región y es consciente de la contradicción entre los discursos y las acciones de su vecino norteño. 

Por una parte, contrariamente al discurso oficial, Beijing ha mostrado un interés limitado por definir la demarcación fronteriza de más de 3.400 km con India, el único país junto con Bután, que se encuentra en esta situación. Ambos, no casualmente, están fuera del BRI. Para Delhi, las tensiones en la frontera son reactivadas de forma periódica por parte china para mantenerla desequilibrada y para dar forma a Asia del Sur –como evidencia la crisis activa desde 2020 en el valle de Galwan, en la frontera de los Himalayas, tras la escaramuza mortal entre tropas chinas e indias–.  Desde India, consideran que el Gobierno de Beijing percibe a India como un país inferior, por lo que este no debe igualar sus capacidades según el orden jerárquico global (Menon, 2021). 

Por otra parte, China reclama a India abandonar el conflicto con Pakistán y desarrollar su potencial económico y político conjuntamente, acomodando el auge de Beijing en la región. Pero en la creciente competición en el Indopacífico, donde India está mejor posicionada, China ve en Pakistán un aliado histórico y un socio estratégico que juega un papel clave en la zona, con el que puede confiar para promover un nuevo orden. Pakistán, por su parte, trata de boicotear el liderazgo indio en el subcontinente, así como las pretensiones de Delhi de ser un actor global a través del uso de estrategias de desgaste y desestabilización a lo largo de la Línea de Control –la frontera que le separa de India– mediante el uso de actores no estatales (como los grupos extremistas Jaish-e Mohammad o Lashkar-e Taiba), para impedir la estabilidad interna de India y desviar su atención del desarrollo económico. Teniendo en cuenta la importancia de Pakistán para Beijing, este doble frente desalienta cualquier cooperación por parte de Delhi.   

Ante la creciente asertividad china, India se ha visto empujada a buscar alternativas para mantener su liderazgo en la región, incluyendo un mayor acercamiento a Washington, ya que prioriza equilibrar fuerzas junto con otras potencias, consciente aún de la asimetría de fuerzas con respecto a China. Sin cambiar su preferencia por crear partenariados en lugar de alianzas, India ha concluido que su anterior política de apaciguamiento hacia China no ha conseguido suavizar el comportamiento de su vecino. Por tanto, si Beijing pretendía alejarla de Estados Unidos, ha conseguido exactamente lo contrario. Su adhesión al Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD, por sus siglas en inglés) junto con Estados Unidos, Japón y Australia, representa el interés de Delhi de atraer y obtener una mayor implicación de otros actores en el océano Índico que contribuyan a mitigar las ambiciones chinas. Se trata, pues, de una estrategia para gestionar la presencia de China más que una oposición clara, lo que diferencia la visión india de la de Washington.   

Pakistán y el éxito del BRI como instrumento de política exterior 

Si bien la relación entre China y Pakistán ha sido definida como una «amistad férrea» desde hace décadas, esta relación se ha fortalecido en los últimos años, propulsada por el acercamiento entre India y Estados Unidos, el empeoramiento de las relaciones entre Washington e Islamabad y, especialmente, la centralidad de Pakistán en el BRI. A través del Corredor Económico China-Pakistán (CECP) presentado en 2015, Islamabad es el mayor receptor de inversión del BRI, siendo el destino de más de 65.000 millones de dólares entre 2005 y 20221. De hecho, el CECP es el proyecto insignia del BRI, y busca conectar el puerto de Gwadar –proyecto iniciado en 2006–, en la provincia de Baluchistán, con la provincia china de Xinjiang, además de desarrollar múltiples iniciativas referentes a energía y transporte. De ser concluido, se trataría de un acceso directo de China al océano Índico, lo que permitiría al gigante asiático evitar el estrecho de Malaca, por donde pasa un 70% de sus importaciones de energía. Para Beijing, del éxito de este corredor, vendido como el acuerdo del siglo, dependerá también la legitimidad del BRI. 

Sin embargo, este proyecto tampoco está exento de obstáculos: la inestabilidad política pakistaní no para de crecer y el país está al borde del colapso económico, agravado por las inundaciones del verano de 2022 que sumergieron un tercio del territorio, dañando buena parte de las infraestructuras ya construidas. Estas unas debilidades internas han estancado el progreso del CECP. Como señalaba el experto del Wilson Center Michael Kugelman, «la realidad sobre el terreno es que Pakistán ha tardado en completar los proyectos de infraestructura y China ha tardado en financiar otros nuevos». Dada la importancia de Pakistán, y a fin de evitar impagos sobre las empresas chinas ante las dificultades de pago del país, China ha realizado numerosos rescates financieros articulados a través de bancos y empresas estatales que, desde 2013, también incluyen el uso de líneas de liquidez del Banco Central de China2; por ejemplo, en 2022 China extendió un préstamo por valor de 2.183 millones de euros. En total, Pakistán acumula préstamos de rescate por valor del 9,5% de su PIB, siendo el país del mundo que más ayuda financiera ha recibido de China. Una dependencia que se acentúa a través del comercio, ya que casi la cuarta parte de las importaciones de Pakistán provienen de la potencia china. 

La fuerte presencia de China en Pakistán tiene que hacer frente, no obstante, a una creciente inseguridad debido a la existencia en este último país de grupos insurgentes fuertemente reacios a sus proyectos, especialmente en la provincia occidental de Baluchistán. Esta provincia, con una larga historia de oposición al Gobierno central, percibe la presencia china con desconfianza, tanto por el extractivismo que promueve como por la exclusión política y económica en la que se encuentran los baluchíes de la planificación e implementación de los proyectos incitados por el centralismo de Islamabad. La percepción de que la ejecución de algunas inversiones (sobre todo las de infraestructura realizadas directamente por empresas chinas) no benefician a la población local, así como la injerencia china en la política pakistaní, generan un ambiente hostil que se manifiesta en ataques y sabotajes contra obras o sobre trabajadores chinos. En abril de 2022, un atentado suicida acabó con la vida de tres profesores del Instituto Confucio de la Universidad de Karachi. Por el momento, es el estamento militar pakistaní el más interesado en mantener la buena relación con China, dado que buena parte de sus empresas se están beneficiando de los contratos del CECP.  

En cualquier caso, el aumento de ataques terroristas hacia nacionales chinos y los vínculos entre militantes islamistas en Xinjiang con grupos terroristas pakistaníes –preocupación que también se extiende a la situación de Afganistán y la posibilidad de inestabilidad regional– han incrementado las reticencias de Beijing sobre su socio. Pero ello no quita la visión estratégica que tiene China sobre Pakistan ni su voluntad por no dejar caer al país. En definitiva, en un contexto de una mayor competición en la región, Beijing apuesta por Pakistán, aunque puedan aumentar las dudas de las élites chinas y la continuación de la inversión si la inestabilidad se prolonga. 

Los ecos de la rivalidad sino-india en otros países de la región

En 2017, tras la cesión del puerto de Hambantota en Sri Lanka a China por suspensión de pagos, el analista indio Brahma Chellaney acuñó el concepto de «diplomacia de la trampa de la deuda». La descripción de este autor establece que la diplomacia china está basada en el uso de herramientas económicas geoestratégicas de forma coercitiva, en la que los países adquieren una deuda de la que no pueden hacerse cargo y Beijing se aprovecha de ello para obtener una posición ventajosa, lograr concesiones de infraestructuras estratégicas e incrementar su influencia en estos países. La idea sirve para deslegitimar las acciones de China en el vecindario, que India vive como una intromisión. Si bien el caso de Sri Lanka ha sido posteriormente desmentido3, la idea ha calado en las percepciones e imaginarios de mandatarios de todo el mundo, lo que ha deslegitimado las acciones de China a lo largo del BRI. 

A pesar de la leyenda negra que India intenta proyectar sobre los intereses económicos de sus vecinos, para estos, China acaba siendo en ocasiones la única opción disponible ante la falta de oportunidades económicas ofrecidas por India o la imposibilidad de hacer frente a las condiciones económicas impuestas por organismos internacionales. Además de Sri Lanka, destacan también los casos de Bangladesh y Nepal como principales beneficiarios de la inversión china –teniendo en cuenta que Bután no se ha unido al BRI y las Maldivas se han alejado del proyecto debido a intereses partidistas domésticos y a la influencia india–. Bangladesh, por ejemplo, es el país tras Pakistán que más se ha beneficiado del BRI en la región, con una inversión de más de 26.000 millones de dólares desde 20144. El éxito de Dhaka destaca asimismo por la capacidad de maniobrar y mantener un equilibrio, no solo entre China e India –que también ha invertido y desarrollado proyectos similares en el país–, sino con otras potencias como Estados Unidos o Japón.

Nepal, por su parte, fue uno de los primeros países a unirse al BRI en un intento de diversificar su dependencia de India y atraer proyectos de conectividad e infraestructura, especialmente tras los dos terremotos devastadores de 2015. Sin embargo, muchos proyectos vinculados con el BRI se han parado o congelado –a veces por cuestiones logísticas, como la dificultad de proyectos en los Himalayas, a veces por falta de interés de las partes–, empañando la imagen de la iniciativa en la región.

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Por otra parte, también existe el temor de que la influencia económica de Beijing influya en la política doméstica de estos países. En los últimos años, algunos partidos políticos en Bangladesh, Maldivas, Nepal o Sri Lanka han reaccionado (e instrumentalizado) las dinámicas de poder entre Beijing y Delhi para sacar rédito político.  Por ejemplo, en Maldivas, el expresidente Abdulá Yamin, quien está a favor de una mayor presencia de China, hizo campaña portando una camiseta con el logo «India fuera».Por su parte,Sri Lanka, al igual que en Maldivas, la sombra de China enfrenta al clan de los Rajapaksa, con sus promesas de desarrollo económico de la mano china, y el presidente Ranil Wickremesinghe, más partidario de mantenerse neutral, llevando a cabo un difícil equilibrio entre no oponerse a Beijing y aplicar un mayor acercamiento a Delhi, especialmente en el actual proceso de renegociación de la deuda esrilanquesa.

Por último, cabe destacar que, aunque estos países se sirven de la competición para conseguir réditos, tanto de la parte china como de la india (e incluso, de Estados Unidos), lo que les interesa es cómo los préstamos y las infraestructuras chinas afectan el funcionamiento de sus gobiernos. Los proyectos chinos, marcados por la escasa condicionalidad, contribuyen al desarrollo económico local; sin embargo, en ocasiones, otros elementos les restan atractivo, como la baja calidad, la falta de sostenibilidad, la escasa repartición de los beneficios o la presión de la deuda. Aun así, es innegable que la creciente presencia china en Asia del Sur ha contribuido a reconfigurar el orden político y económico de una región clave en el Indopacífico.  

Referencias bibliográficas 

Chellaney, Brahma. «China’s Debt-Trap Diplomacy» Project Syndicate (enero de 2017) (en línea) https://www.project-syndicate.org/commentary/china-one-belt-one-road-loans-debt-by-brahma-chellaney-2017-01   

Faridi, Saeeduddin. «China's ports in the Indian Ocean». Indian Council on Global Relations – Gateway House (2021) (en línea) https://www.gatewayhouse.in/chinas-ports-in-the-indian-ocean-region/  

Garver, John W. «The Diplomacy of a Rising China in South Asia» Orbis (verano de 2012) (en línea) https://www.chinacenter.net/wp-content/uploads/2014/09/diplomacy-of-a-rising-china-in-south-asia.pdf  

Jones, Lee y Hameiri, Shahar. «Debunking the Myth of ‘Debt-trap Diplomacy’». Chatham House – Research Paper (2020) (en línea) https://www.chathamhouse.org/sites/default/files/2020-08-25-debunking-myth-debt-trap-diplomacy-jones-hameiri.pdf   

Kugelman, Michael. «Have China and Pakistan Hit a Roadblock?» Foreign Policy – South Asia Brief (2023) (en línea)  https://foreignpolicy.com/2023/02/09/china-pakistan-cpec-infrastructure-economy/   

Legarda, Helena. «China as a conflict mediator: maintaining stability along the Belt and Road» MERICS (2018) (en línea) https://www.merics.org/en/comment/china-conflict-mediator  

Menon, Shivshankar. India and Asian Geopolitics. Washington, D.C: Brookings Institution Press, 2021.  

Notas:

1- Véase la tabla 5 en el Anexo final de este volumen.

2- Para más información, véase el capítulo de Burguete en este mismo volumen.

3- En 2016, cuando Sri Lanka cedió por 99 años a China el puerto de Hambantota, la deuda de la nación isleña se encontraba mayormente en fondos soberanos, no en manos de China. Actualmente, China representa un 20% de la deuda total del país en comparación con el 36,5% de los fondos soberanos. La situación macroeconómica del país se vio también agravada por una serie de decisiones políticas en el ámbito económico –como recortes fiscales–, junto con el impacto de la pandemia de la COVID-19, que desencadenaron una crisis económica causada por las mismas élites esrilanquesas. Véase Jones y Hameiri (2020).

4- Véase tabla 5 en el Anexo final de este volumen.