Honduras: impactos del golpe de Estado y las elecciones
Raúl Benítez Manaut
Investigador del Centro de Investigaciones sobre América del Norte. Universidad Nacional Autónoma de México.
Barcelona, 14 de diciembre de 2009 / Opinión CIDOB, n.º 54
La crisis de Honduras hay que analizarla en varios tiempos políticos. En primer lugar, hay que tomar en cuenta los desencadenantes de la crisis. El presidente Manuel Zelaya, a mediados de su gobierno, en 2007, dio un viraje magistral como empresario y miembro de la clase tradicional oligárquica hondureña y líder del Partido Liberal, se volvió amigo de Hugo Chávez e ingresó a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Hecho aún no clarificado es, si lo hizo por convicción o por necesidad, para tener petróleo y gasolina barata, ante la estrepitosa subida del precio de los energéticos a mediados de 2007. Zelaya le dio la vuelta a sus correligionarios, al Congreso de su país, a la Suprema Corte de Justicia, e inició un muy rápido proceso de polarización política, que incluyó gran cantidad de demandas judiciales en su contra. A fines de junio de 2009, al intentar cambiar la Constitución para que se pudiera incluir la reelección no inmediata (primer paso que todos los presidentes de la ALBA han logrado), se organiza una oposición política casi total. El día que iba a realizarse el referéndum, el 28 de junio de 2009, es depuesto y expulsado a Costa Rica. La irregularidad de este suceso y el hecho de que el protagonista final fueran las fuerzas armadas, clasificó el acontecimiento como un golpe de Estado.
Inicia la segunda etapa de la crisis. Con el golpe de Estado del 28 de junio, debido a que no se logró destituir a Zelaya de forma legal a través procedimientos políticos, legislativos y judiciales, sino mediante la manu militari, asciende a presidente Roberto Micheletti, viejo correligionario y amigo de Zelaya, hasta ese momento presidente del Congreso. El gobierno de facto enfrenta uno de los aislamientos internacionales más impresionantes que ha vivido un país de América Latina. Logra resistir, y las elecciones convocadas antes del golpe, se realizan con gran éxito el pasado 29 de noviembre. Las elecciones no legitiman al gobierno de facto, pero el vencedor, Porfirio Lobo, candidato de la derecha y líder del Partido Nacional, rápidamente consolida su éxito por varias razones: el vencido, Elvin Santos, del partido de Zelaya, reconoce el triunfo de Lobo; las elecciones se realizaron en una normalidad electoral bastante aceptable, a pesar de actos de represión previos a la elección que incluyeron gran hostigamiento a dirigentes zelayistas y medios de comunicación no oficiales; la convocatoria a abstenerse hecha por Zelaya hacia la población fue un rotundo fracaso; y la comunidad internacional poco a poco reconoce el proceso electoral y por ende a su triunfador, Porfirio Lobo.
La tercera etapa de esta crisis se da del 29 de noviembre al 27 de enero de 2010, fecha en que Lobo asumirá el cargo de Presidente Constitucional. Se caracteriza por lo que se ve un exitoso proceso de reconocimiento de las elecciones por la comunidad internacional y la figura de Lobo como presidente. Poco a poco, primero en América Latina, después en Europa y el resto del mundo, los gobiernos irán reconociendo este proceso como la forma más viable para el regreso a la normalidad y la superación del impasse abierto por el golpe de Estado. La parte complementaria de esta fase se caracterizará por la voluntad de Lobo por impulsar un proceso de diálogo y reconciliación nacional: como resolver la crisis del factor Zelaya, debido a su refugio en la embajada de Brasil. Se habla de algún tipo de amnistía o asilo temporal en algún país (las versiones diplomáticas se inclinan por Brasil o España, o quizás un país más cercano a Honduras como Costa Rica o El Salvador). Y, lo principal: superar la polarización política existente. Aunque no mostró fuerza, la llamada Resistencia contra el golpe de Estado y los zelayistas evidentemente se han debilitado. Se impone una reconciliación para que la herida no quede abierta y para que Lobo, quien en la elección hace cuatro años se había mostrado partidario de la mano dura contra la delincuencia, no quiera emplear la fuerza pública y militar contra opositores políticos si estos llegan a actuar en las calles o fuera del sistema. Seguramente Lobo va a ascender a la presidencia con gran legitimidad interna y externa el 27 de enero próximo, pero quedará pendiente el desajuste político interno y la restauración de las relaciones externas de Honduras.
Cabe un comentario sobre el impacto de la crisis en el continente americano. El fantasma de los militares y su acción política regresa al imaginario (y miedo) político. En América Latina no existen mecanismos efectivos de deposición de presidentes por la vía legal, política y judicial, cuando mal gobiernan o polarizan sus países. Es lo que se llama en el lenguaje de la política sajona impeachment, y es una efectiva forma de superar profundas crisis políticas. Honduras ha sentado un muy grave precedente, cuando ya se pensaba que los militares eran cosa del pasado como actores políticos. Dejó invalida en la práctica la Carta Democrática Interamericana y mostró que aun ante presiones extremas, embargos comerciales de facto, la condena de organismos internacionales como la OEA, y la oposición activa de países con gran influencia como Brasil y Argentina, e incluso los Estados Unidos –a pesar de todas sus ambigüedades-, un gobierno, si se lo propone, puede sobrevivir al aislamiento casi total. En términos de la diplomacia alternativa de la ALBA, y principalmente el activismo de Hugo Chávez al meter las manos en gran cantidad de procesos políticos ofreciendo los espejitos del presente, el oro negro, parece que tiene límites. Aunque seguirá la influencia de Chávez en algunos países, Honduras también fue y es un trago amargo, pues la ALBA fue duramente golpeada y se quedó sin uno de sus aliados en Centroamérica, el otro es Daniel Ortega. Chávez sufrió un duro revés a su política expansiva. En esta crisis casi todos los países quedaron atrapados en sus diplomacias, tanto los que se mostraron activos, como los que trataron de ser pasivos. México fue un actor marginal, lo que no corresponde a su estatura estratégica potencial. Cuba guarda un silencio casi absoluto. Guatemala y El Salvador evidenciaron gran habilidad diplomática, y casi no han realizado ningún pronunciamiento y evidentemente el fantasma del activismo militar potencial contra presidentes progresistas se acerca mucho a sus fronteras. Ello a pesar del enojo del partido ARENA de El Salvador, con algo de razón, por la forma como fue ingresado Zelaya por el aeropuerto de El Salvador y trasladado a Honduras casi en la total clandestinidad, como una operación casi guerrillera propia de la guerra civil que había protagonizado el FMLN hace 20 años. Por ello, lo pertinente es abrir un proceso de profunda reflexión sobre el rol de la OEA y de las diplomacias de cada país. Estos retos definitivamente prueban que las instituciones del pasado, las diplomacias de muchos países y potencias, como Estados Unidos, e incluso España –que de forma rara no reconoce el proceso electoral hondureño de forma abierta, en contra de los principios de su diplomacia desde 1978, cuando logró la restauración democrática- han sido rebasadas por la realidad.