El ejército y el ejercicio del poder en Burkina Faso: lecciones de la insurrección popular del 30-31 de octubre de 2014

Nota Internacional CIDOB 106
Fecha de publicación: 01/2015
Autor:
Boureïma N. Ouedraogo*, Doctor of Sociology, Université de Ouagadougou, Burkina Faso
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Notes internacionals CIDOB, núm. 106

En Burkina Faso se da un vínculo inextricable entre el Ejército y el ejercicio del poder. En el contexto actual, el papel del Ejército constituye un elemento esencial para entender las causas y los retos de la caída del régimen, seguida por la huida del país el 31 de octubre de 2014 del entonces presidente Blaise Compaoré.

El presente análisis aspira a arrojar luz sobre el proceso, explicando cómo el Ejército ha conseguido establecer un vínculo estrecho con el pueblo al encontrar cierto equilibrio en el período anterior a Compaoré, él mismo un militar. La deriva autocrática que marcó ese período está a la base del debilitamiento del régimen: fracasos de sus programas políticos, codicia del clan presidencial, creciente sentimiento de indignación y exasperación entre la población, ambivalencia del Ejército y disensión dentro del partido presidencial. La dominación del Ejército, en el contexto del ejercicio casi ininterrumpido del poder en Burkina Faso desde la independencia, plantea serios interrogantes en el momento en que se pone en marcha un período de transición democrática.

Desde este punto de vista, el levantamiento popular del 30 y 31 de octubre 2014 que derrocó el régimen de Blaise Compaoré encierra muchas lecciones. Ilustra de manera notable la ambivalencia del Ejército, capaz de ser a la vez una fuerza ciegamente coercitiva y una fuerza liberadora. Fuertemente vinculado al Estado, hasta identificarse con él, el Ejército puede encarnar, para citar Bourdieu, un "funcionalismo de lo mejor" o "funcionalismo de lo peor" al presentar las dos interpretaciones habituales y antagonistas del Estado: la del "Estado divino", una suerte de lugar neutral, institución benevolente por excelencia, responsable de cumplir con el interés general, o la del "Estado diabólico", al servicio de los dominantes, instrumento de avasallamiento por excelencia de los débiles por los poderosos. Al igual que el Estado, la identidad del Ejército no es inmune a este tipo de ambivalencia entre lo divino y lo diabólico. La insurrección popular del 30 y 31 de octubre es reveladora de las especificidades del Ejército, como la organización militar, los cambios que la afectan y las disfunciones resultantes.

El Ejército y el ejercicio del poder en Burkina Faso: un vínculo inextricable

Desde la independencia en 1960 hasta la fecha, el poder de Estado en Burkina Faso siempre ha sido dirigido, con dos únicas excepciones, por un militar. De las cuatro repúblicas que el país ha conocido y del número igualmente importante sino mayor de regímenes de excepción, sólo un civil ostentó el poder de Estado: Maurice Yaméogo, entre 1960 y 1966 (la primera República). El segundo civil que lo ejerce, desde el 21 de noviembre de 2014, es el actual presidente de la transición, Michel Kafando.

Desde 1966 hasta ahora, seis militares se han sucedido a la cabeza del Estado burkinés: el general Sangoulé Lamizana (1966-1980), el Coronel Saye-Zerbo (1980-1982), el comandante Juan-bautista Ouédraogo (1982-1983), el capitán Thomas Sankara (1983-1987), el capitán Blaise Compaoré (1987-2014) y el teniente-coronel Isaac Yacouba Zida (31 de octubre - 21 de noviembre de 2014). De ahí que se plantee la acuciante pregunta siguiente: ¿cómo se puede explicar la perpetuación de las élites militares a la cabeza del Estado en el país de los “hombres íntegros”?

Un proceso de rutinización del carisma en el seno del Ejército burkinés

La perpetuación del Ejército a la cabeza del Estado en Burkina Faso no es el producto de una dominación directa, de un modo de “funcionamiento por coerción” (Benchemane, 1978), sino más bien el resultado de un proceso de rutinización del carisma en el Ejército. Así fue al menos hasta el golpe de Estado de 1987 que se saldó con el asesinato de Thomas Sankara y la llegada de Blaise Compaoré a la cabeza del Estado. La noción de rutinización del carisma en el Ejército debe interpretarse aquí como un carisma capaz de crear un vínculo no tanto con la persona, a saber el militar (el oficial en este caso), como con la función o la institución militar misma.

Examinemos ahora los procedimientos de rutinización del carisma en Ejército burkinés:

- Bajo los jefes militares anteriores a Compaoré, el Ejército no funcionó de manera autoritaria;

- El Ejército a menudo intervino apoyándose en la descalificación de las élites civiles que encarnan a la nación y su unidad;

- Antes de Compaoré, los jefes militares no favorecieron su región de origen como hará éste impulsando un desarrollo local sin precedentes en su región natal de Ziniaré (a una cuarentena de kilómetros en el nordeste de la capital);

- El Ejército burkinés se hizo famoso por sus hazañas durante dos conflictos fronterizos con Mali (1974 y 1985).

Del 1966 al 1982, bajo jefes militares como el general Sangoulé Lamizana o el general Saye-Zerbo, el Ejército consiguió mejor que los civiles identificarse con la nación. A pesar de las insuficiencias de estos regímenes militares, los males asociados al Estado depredador no habían llegado al nivel de alarma que alcanzarán con Blaise Compaoré, incluyendo en particular: corrupción, “política del vientre”, nepotismo y asesinatos de opositores políticos. El período 1966 - 1978 ha sido cualificado de "democracia militar" por Jean Audibert (1978), el cual evoca la administración del país por el general Lamizana como la de un “buen padre de familia”.

A modo de ejemplo, el golpe de Estado militar del Coronel Saye-Zerbo en 1980 no empañó, ni la imagen del general Lamizana, ni la del Ejército, todavía menos la de su autor. Cabe decir que este golpe iba dirigido menos contra Lamizana que contra las élites políticas civiles cuyas disputas ponían en peligro la cohesión nacional, hasta el punto de que un prelado, el cardenal Paul Zoungrana, saludó el golpe de Estado como una bendición de Dios (Somé, 2006). En definitiva, dichos jefes militares pudieron gozar de un cierto carisma que repercutió sobre la institución militar en su conjunto a través de lo que llamamos, con Weber (1971), el proceso de rutinización.

Los años sankaristas marcan un giro en la rutinización del carisma militar. El propio Thomas Sankara gozaba de cierto carisma, pero el sistema político instaurado tras el golpe de Estado del 4 de agosto de 1983 era más bien una dictadura militaro-civil encarnada por los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) que se hicieron famosos por las destituciones a veces abusivas de funcionarios, la imposición del deporte de masa a los ciudadanos y la obligación de consumir burkinés. Aunque los revolucionarios de la época sankariste tuvieran empeño en formar al militar en el plan político e ideológico -su eslogan era “un militar sin formación política es un criminal potencial”-, es bajo el régimen sankariste cuando empezaron los primeros asesinatos políticos, en particular en el seno del Ejército.

Con todo, las derivas autoritarias, los crímenes políticos y la mala gobernanza imputables a los regímenes anteriores a Blaise Compaoré alcanzarán con éste niveles sin precedentes.

 

El régimen de Blaise Compaoré: una autocracia militar más o menos normalizada

El golpe de Estado del capitán Compaoré contra el capitán Thomas Sankara cambia la imagen del Ejército. La era Compaoré marca el final de la rutinización del carisma militar. El Estado va a empezar a poner en práctica un sistema de dominación directa, basada en la coerción, utilizando el Ejército, y más específicamente una parte de éste, el Regimiento de seguridad presidencial (RSP).

Se abre entonces la era de los incesantes asesinatos políticos: primero durante el período llamado de rectificación (1987-1990), luego durante las décadas infames de la era pseudodemocrática (1991-2014). En el seno del Ejército, el inicio queda señalado por el acto fundador del asesinato del presidente en ejercicio, Thomas Sankara - un hecho sin precedente en la historia del país. Luego seguirán otros asesinatos de militares. Fuera del Ejército, los intelectuales y las élites políticas tampoco se salvan: estudiantes, profesores de universidad, sindicalistas, jefes de partidos políticos, etc. La personalidad más célebre de las víctimas civiles es el periodista Norbert Zongo, director de publicación del periódico El Independiente, y símbolo de la prensa libre e independiente (Bianchini, 2007), asesinado y quemado en su coche con otros pasajeros el 13 de diciembre de 1998, mientras investigaba otro asesinato: el del chófer del hermano de Compaoré. Bajo la era Blaise Compaoré son incontables los asesinatos políticos que se convierten en un método de gobierno (Kiebré, 2014).

Si bien toda dominación suele aspirar a la legitimidad, como nos recuerda Max Weber, en determinadas situaciones la búsqueda de la legitimidad ya no resulta necesaria para mantenerse en la cabeza del poder. Es el caso del régimen de Compaoré que ha utilizado el engaño, la corrupción y la coerción para perpetuarse, equiparándose a una lógica de fuerza, de terror y de impunidad. La fórmula consagrada, a menudo repetida por los partidarios del régimen en forma de amenaza enviada a todo opositor, es “si haces, te hacemos y no pasa nada”, dando a entender que el ajuste de cuentas contra un opositor quedaría impune.

Tiene fundamento prestar al régimen de Compaoré la naturaleza de los gobiernos militares conocidos en América del Sur en los años setenta-ochenta bajo la doctrina de la seguridad nacional. Este régimen presenta todas sus características: desarrollo de un Estado policial, creación del Regimiento de Seguridad Presidencial, terror, primacía de los servicios de inteligencia sobre todos los demás departamentos del Ejército, alteración de la jerarquía militar, inseguridad generalizada para toda persona, sea militar o civil.

El contexto de la lucha internacional contra el terrorismo ha dado a el Ejército burkinés una oportunidad valiosa para confirmar su lugar central en el ejercicio del poder. Objetiva, o tácticamente, el terrorismo va a servir de coartada para la instalación de bases militares occidentales en África y, en particular, en Burkina Faso. La situación se hace eco de la tesis de la doctrina del choque: el terrorismo que justifica una suerte de imperialismo militar. También encuentra una analogía con las tesis de Naomi Klein (2008) según las cuales otros tipos de desastres justificaron la organización de políticas ultraliberales.

Blaise Compaoré ha sabido sacar provecho de ello, convirtiéndose en un aliado preciado de Francia en el ámbito de la lucha contra el terrorismo en la región subsahariana. Necesitado de una base de intervención rápida y tras recibir las negativas de los jefes de Estado de Mali y de Níger, Compaoré acepta en 2010 la presencia de una base militar a condición de que quedara discreta, al amparo de las miradas (a una decena de kilómetros de la capital) y de que el Ejército francés formara la unidad antiterrorista burkinés (Carayol, 2014).

Finalmente, el papel del Ejército burkinés en la escena internacional se ha consolidado a través de su apoyo a las operaciones de mantenimiento de la paz con el envío de soldados a los distintos teatros de operaciones en África, de manera oficial, privada o "mercenarial" (Henry, 2011).

Comprender la caída del régimen de Blaise Compaoré

El fracaso de su programa político “Para una sociedad de esperanza y de progreso”

Blaise Compaoré ha dejado pasar la oportunidad histórica de conciliar dos temperamentos del ciudadano burkinés: el amor de la libertad y el amor de la justicia. El amor de la justicia remite al concepto de “estima de uno mismo” (burkindlum) que late en el ciudadano burkinés y hace que su reputación de "hombre íntegro" no sea usurpada.

Para esquematizar, se puede decir que la revolución sankarista aportó un poco de justicia y no bastante libertad: al final del régimen de Thomas Sankara, la opinión empezaba a alzarse en contra de la “dictadura militaro-civil” de los Comités de Defensa de la Revolución. La “sociedad de esperanza y de progreso” prometida por Compaoré no alcanzó sus objetivos. El régimen no consiguió dar esperanza a una juventud desocupada y desesperada que, con razón o sin ella, nunca dejó de ver en la muerte de Thomas Sankara, “la esperanza asesinada”. Tampoco aportó el progreso, excepto el de la tasa de crecimiento económica, empañada por la persistencia de la pobreza de la población (Ouédraogo, 2014). Los ataques permanentes a los derechos humanos, los asesinatos políticos, la profundización de las desigualdades sociales, muestran que el régimen de Compaoré no ha aportado al ciudadano burkinés, ni el sentimiento de libertad, ni el sentimiento de justicia.

La exasperación de los ciudadanos, su indignación y la erosión del sentimiento de miedo

Este régimen ha instrumentalizado el sentimiento del miedo para gobernar. Pero con el transcurso del tiempo, el miedo a la muerte comenzó a resquebrajarse entre todos los actores, tanto militares como civiles. Entre los estudiantes, la inseguridad acabó por vencer el miedo, de ahí su famoso grito de guerra: “cabrito muerto ya no teme el cuchillo”. El retroceso del sentimiento de miedo ante la represión se ha vuelto a comprobar durante la insurrección popular del 30 y 31 de octubre de 2014, que se saldó con mártires. Al cristalizar la exasperación de los ciudadanos, la obstinación acerca del proyecto de revisión constitucional que debía permitir al presidente presentarse a un nuevo mandato en 2015 acabó dando alas a las ganas de acabar con la era Compaoré.

El auge de la sociedad civil

Tras el golpe de Estado de 1966 contra Maurice Yaméogo, en el cual los sindicatos desempeñaron un papel importante, la sociedad civil burkinesa no ha dejado de consolidarse con la llegada ininterrumpida de nuevas oleadas de organizaciones. Así, a finales de los noventa, en respuesta al asesinato del periodista Norbert Zongo, aparecieron: el “Colectivo de las organizaciones democráticas de masa y de los partidos políticos”, el movimiento “Trop c’est trop” (“Demasiado es demasiado”), la coordinación de los intelectuales de Burkina. Estas organizaciones se sumaron para reforzar a las ya existentes: el MBDHP (Movimiento Burkinabés de los Derechos Humanos y del Pueblo) y la oposición política radical cuya figura de proa era Joseph Ki-Zerbo. Quince años después del asesinato del periodista Norbert Zongo, la sociedad civil no se ha debilitado, todo lo contrario, se ha visto reforzada por la llegada de otras organizaciones más recientes, tales como le Balai citoyen (“la Escoba Ciudadana”) y el Colectivo de la Coalición contra la Vida Cara (CCVC).

La codicia cegadora del clan presidencial

Respecto a la voluntad de Compaoré de modificar la Constitución para poder presentarse a un nuevo mandato en 2015, el presidente de la transición ha hablado de miopía; la palabra no es lo bastante fuerte, conviene más bien hablar de ceguera. Blaise Compaoré y su entorno no veían nada más allá de sus propias ilusiones. Y sin embargo, los hechos estaban allí, sólidos, innegables: un estado de ánimo antiinstitucional soterrado y creciente, mítines que llenaban estadios municipales, marchas que congregaban a miles de manifestantes. El comportamiento de Compaoré y su régimen nos enseña que las ideas pueden ser más obstinadas que los hechos. Tan sólo la lógica del Estado depredador, es decir, la codicia de dirigentes únicamente pendientes de llenar sus bolsillos, puede explicar tal ceguera. En cuanto al propio Blaise Compaoré, el miedo a ser llevado ante la justicia nacional e internacional al término de su mandato alimentaba más aún esta ceguera.

La disidencia en el seno del partido mayoritario

Una parte de los dirigentes decidió abandonar el barco del campo presidencial en enero de 2014, tras 26 años de leales servicios. Las razones de su salida del partido mayoritario CDP (Congreso para la Democracia y el Progreso) para formar el MPP (Movimiento del Pueblo para el Progreso) se han prestado a diversas interpretaciones. Para algunos, se trata de una expulsión vinculada a las luchas internas por los cargos dentro del antiguo partido mayoritario. En la opinión pública, mucha gente duda de su sinceridad y les considera responsables del régimen de Compaoré gracias al cual se han enriquecido alegremente. La gente recuerda que ayer todavía estos mismos estaban entre los primeros partidarios de la revisión de la Constitución. Para otros, en cambio, se trata de una lucidez recobrada y de una postura justificada por su afecto al bien del pueblo. La disidencia en el seno del partido mayoritario debilitó el régimen de Compaoré porque, por una parte, numerosos militantes partidarios de su causa han seguidos a los dimitidos y, por otra, estos han sido bien acogidos en el seno de la oposición política que ha visto así reforzadas sus filas.

La ambivalencia del Ejército

El Ejército, en tanto que fuerza política, es una espada de doble filo. Si bien el Ejército que nunca es neutro suele ser el brazo armado de una minoría de gobernantes, también puede, al calor de determinados acontecimientos, convertirse en el brazo armado de la mayoría. Esto último es lo que explica cómo el Ejército desempeñó un papel primordial durante la insurrección popular del 30 y 31 de octubre de 2014. Pierre Dabezies (1978) subraya que “toda misión represiva tiene a su vez como efecto la de politizar al Ejército, negativamente por la hostilidad que su acción suscita… positivamente por la toma de partido que se abre paso en sus filas”. La posición del Ejército a favor del pueblo en el momento de la insurrección ha resultado fatal para el régimen de Blaise Compaoré.

Los retos de la transición democrática

La gestión del estado de ánimo del ciudadano burkinés

La cólera de indignación del ciudadano burkinés surgida tras 27 años de régimen de Compaoré todavía no ha aflojado, como lo demuestra el estado de ánimo antiinstitucional palpable en el país. El ciudadano quiere en lo sucesivo participar efectiva y directamente en la gestión del poder y en la toma de decisiones. Desde el inicio de la transición, son innumerables los Directores generales que han sido destituidos bajo la presión de la calle así como ministros que han sido excluidos. A menudo se trata de personas con dudosa reputación que el público conoce por haber cometido impunemente abusos bajo el régimen de Blaise Compaoré.

La restauration de la confianza entre militares y civiles

El Ejército burkinés se encuentra hoy en una encrucijada: la ruptura provocada por Compaoré de un proceso largo de rutinización de la función militar ha llevado a un sentimiento de temor y de desconfianza hacia el Ejército. El hecho que el teniente coronel Zida aceptara ceder el cargo de presidente de la transición a un civil, apenas un mes después de la insurrección popular que derribó a Blaise Compaoré, es interpretada por algunos como el resultado de la presión de la comunidad internacional, particularmente por parte de la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental).

Buena parte de la opinión pública considera que, a pesar de la presencia de un civil a la cabeza del Estado y de otro a la cabeza del Consejo Nacional de la Transición (CNT), el régimen sigue siendo militar. Los cargos principales permanecen en manos de militares: primer ministro, ministro de la Defensa, ministro de la Administración Territorial, ministro de la Agricultura y ministro de Minas. Según algunos comentaristas, los militares dan la impresión de haber otorgado el poder a un Gobierno civil, pero éste queda bajo su control. Insidiosamente, los militares abocan al éxito a este Gobierno llamado civil porque su fracaso significaría su descalificación y pondría en tela de juicio la legitimidad del civil para asumir el poder de Estado.

En su artículo contra la recuperación de la insurrección y el acaparamiento de los cargos ministeriales por el Ejército, A.K. Sango (2014) escribe lo siguiente: “Por desgracia, lo que vivimos hoy ha sido posible con la bendición de actores civiles -líderes de los partidos políticos y de la sociedad civil- debido a su incapacidad por anteponer el interés general por encima de las ambiciones personales». Con la transición actual, varias décadas después de los acontecimientos de 1966, de 1974 y de 1980, es la cuarta vez que la incapacidad, el incumplimiento, la inmadurez o las disputas entre las élites civiles hacen el juego al Ejército. El año 2015 con sus citas electorales se presenta como un período bisagra para marcar una inflexión histórica y poner en tela de juicio el carácter inextricable del Ejército y del ejercicio del poder en Burkina Faso.

 

*Boureïma N. Ouedraogo es antropólogo y sociólogo de Burkina Faso, titular de una habilitación para dirigir trabajos de investigación de la Universidad de Pau y de los Países del Adour. Es profesor de la Universidad de Ouagadougou, donde se desempeñó como jefe del Departamento de Sociología, Director del Programa de Formación de Adultos (DEDA). Su último libro -Droit, démocratie et développement en Afrique. Un parfum de jasmin souffle sur le Burkina Faso, publicado por L'Harmattan en marzo 2014- aborda la espinosa cuestión de la transición democrática en África, más concretamente en Burkina Faso. Este libro ha sido recibido por el público de burkinés como un libro profético, ya que seis meses después de su lanzamiento, un levantamiento popular provocó la caída del régimen autoritario Compaoré, en el poder durante 27 años.