Desmontando la receta de las ciudades globales

Opinion CIDOB 557
Fecha de publicación: 11/2018
Autor:
Eva Garcia Chueca, investigadora sénior y coordinadora científica del programa Ciudades Globales de CIDOB
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*Este artículo se publico previamente en  Crític

 

Conectadas, competitivas, cosmopolitas, creativas. Dotadas de un moderno (e inteligente) sistema de infraestructuras de transporte y comunicación. Capaces de atraer capital, inversiones y talento internacional. Epicentros de actividades de creación, conocimiento y tecnología.

La receta de las ciudades globales está lista para ser usada y, a su servicio, una amplia gama de profesionales: arquitectos, urbanistas, ingenieros, economistas, inversores. Todos ellos preparados para ayudar a moldear una ciudad de vanguardia. Y, a esta vanguardia quieren situar algunos actores Barcelona. De hecho, la urbe ya cuenta con varios elementos que la sitúan en  el escaparate de las ciudades globales: es uno de los primeros destinos turísticos de Europa, acoge múltiples ferias y eventos internacionales, dispone del cuarto sistema de innovación del territorio estatal. Y ahora, incluso su alcaldía se ha convertido en un objeto de deseo transnacional.

Lo que podríamos denominar como “la receta de las cuatro c” (conectividad, competitividad, cosmopolitismo y creatividad) vende bien. Lo que a menudo no resulta tan visible ni se sitúa de manera suficientemente intensa en el centro del debate público es el precio que pagan determinados colectivos por ella. Sólo hay que ver de qué forma el turismo de masas devora los centros históricos de ciudades como Venecia o Barcelona – y expulsa a sus vecinos y vecinas-. O cómo el capital financiero transnacional engulle edificios enteros en lugares emblemáticos de Nueva York o Londres – y gentrifica barrios donde ya no era fácil tener acceso a la vivienda-.

A ello se añaden otros problemas, como la brecha existente entre los habitantes de las grandes ciudades, ya ni tan siquiera respecto a los que viven en entornos rurales, sino respecto a sus homólogos de ciudades intermedias, pequeñas o periféricas, como tan bien ha ilustrado el Brexit. O la exclusión socio-espacial que experimentan las clases populares, los migrantes o los afrodescendientes en ciudades como São Paulo (entre tantas otras), piezas indispensables para que funcione el engranaje de las ciudades globales (como mano de obra para los servicios o los cuidados domésticos), pero privados de los mismos derechos y reconocimiento político.

Más allá de definiciones atractivas, el debate sobre las ciudades globales debe prestar atención a esta otra cara de la moneda y recuperar una “c” más incómoda para algunos sectores: la de civitas, la que reivindica la ciudad como construcción social, como catalizador de la diversidad y de la mixtura, como espacio de intercambio y de apertura hacia el otro. La que se preocupa por los valores cívicos y pone el foco en los derechos de ciudadanía. La que permite la expresión de la diferencia y se convierte en la dimensión tangible de identidades y memorias colectivas diversas. Porque las ciudades se conjugan, necesariamente, en plural.

Moldear las ciudades globales a partir de la idea de civitas está, sin embargo, repleto de desafíos. Se necesitan políticas valientes y movimientos incansables que permitan hacer avanzar el derecho a la ciudad, como se ha puesto de manifiesto recientemente en Barcelona con la aprobación histórica de una regulación que obliga a destinar el 30% de las nuevas promociones a vivienda asequible. Se requiere una vigilancia constante ante retrocesos de corte fascista, como el que se está produciendo en Brasil a través de la figura de Bolsonaro y cuya contestación está teniendo lugar en múltiples calles de dentro y de fuera del país de la mano de colectivos feministas (entre otros). Se requiere ciudades que se atrevan a abrir sus puertos a la vida, como han hecho Nápoles o Palermo. Porque el derecho a la ciudad es también el derecho a ser acogido.

Además del impacto sobre su territorio más inmediato a través de este tipo de acciones locales, moldear ciudades globales con la “c” de civitas también pasa por articular alianzas a nivel mundial con ciudades comprometidas a trabajar para ampliar el estatuto de ciudadanía a través de la configuración de nuevos consensos políticos. Existen numerosos ejemplos de este municipalismo internacional transformador: desde el movimiento de ciudades por los derechos humanos que empezó a proliferar a finales de los años 90 y que cuenta con representantes de las diferentes regiones del mundo (Montreal, San Francisco, Ciudad de México, Núremberg, Tombuctú o Seúl, entre muchas otras) hasta la más reciente iniciativa que se concretó ante Naciones Unidas en la presentación de un manifiesto por el derecho a la vivienda, con Barcelona, Berlín, Montevideo o Nueva York a la cabeza.

Los nuevos retos de las ciudades globales pasan, pues, en gran medida por situar el diálogo, la diversidad y los derechos en el centro de la acción política. Tanto respecto a los actores del territorio, como respecto a los actores que se mueven en la escena internacional. Asegurando, en particular, que los colectivos en situación de vulnerabilidad o los situados en los márgenes de los centros de poder participan en la co-construcción de la ciudad.  

Porque las ciudades se conjugan en plural: haciendo posible la construcción de “un mundo donde quepan muchos mundos”, como nos enseñó el zapatismo.

Porque sólo así puede avanzarse hacia la configuración de ciudades que, en vez de muros, tengan como elementos vertebradores redes de colaboración, de reconocimiento mutuo y de solidaridad.

 

Palabras clave: Ciudades globales, derecho a la ciudad, gentrificación, turismo, civitas, Barcelona, ciudadanía, diversidad, redes

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012