China y la búsqueda de la gobernanza regional autónoma en América Latina

Este artículo examina si el creciente papel de China en América Latina ha tenido un impacto significativo en la construcción de la gobernanza regional autónoma. Los autores plantean que la influencia china en este sentido ha sido contradictoria: por una parte, la creciente presencia económica de China parece haber creado ventajas para que los países de la región reduzcan su dependencia de Estados Unidos; por la otra, China no se inclina a tener preferencias ideológicas o políticas en términos de quiénes son sus socios en América Latina. Multilateralmente, mantiene relaciones tanto con organizaciones interamericanas como latinoamericanas. Bilateralmente, sus socios estratégicos incluyen gobiernos liberales y antiliberales. De esta forma, existe poca evidencia de que China apoye activamente la lucha por la autonomía política regional.
Los autores agradecen los comentarios de los evaluadores anónimos, así como el apoyo brindado por Ornela Garelli, Paola Lira y Claudia León Ang en la preparación de este artículo. El financiamiento de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México hizo posible su contratación como asistentes de investigación.
La búsqueda de autonomía ha sido una de las principales características de los regionalismos que han surgido en América Latina en el nuevo milenio. Concretamente, la autonomía se ha promovido por medio de organizaciones regionales y subregionales como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Cabe destacar que el ascenso del llamado regionalismo posliberal, posneoliberal y/o poshegemónico (Riggirozzi y Tussie, 2012; Sanahuja, 2012) ha coincidido con un incremento dramático y sin precedentes de los vínculos entre América Latina y China. Algunos analistas argumentan que las crecientes relaciones entre América Latina y China son favorables para la autonomía regional, particularmente en relación con Estados Unidos (Bonilla y Milet, 2015; Chávez, 2015; Dosch y Goodman, 2012; Escudé, 2014; Farnsworth, 2011; Hogenboom, 2009; Jenkins, 2010: 831; Lo Brutto y González Gutiérrez, 2015: 7; Nolte, 2013; Tokatlian, 2007). Sin embargo, es sorprendente que existan tan pocos estudios sistemáticos sobre el impacto de China en la construcción de la gobernanza regional autónoma en América Latina.
Este artículo se propone contribuir a llenar este vacío y pone el foco en la cuestión de si las acciones de China contribuyen al fortalecimiento de la gobernanza autónoma en la región1. Encontramos que la influencia de China en la gobernanza regional de América Latina ha sido contradictoria. El declive hegemónico regional de Estados Unidos ha abierto oportunidades a China para expandir su presencia en América Latina, aparentemente creando ventajas para quienes persiguen formas autónomas de gobernanza en la región con el objetivo de reducir la dependencia de la potencia del norte. A la vez, la política del oportunismo chino y latinoamericano puede tener impactos contradictorios, e incluso negativos, sobre la gobernanza regional autónoma. Aunque la influencia china comúnmente se ha asociado a una tendencia poshegemónica, no ha sido posliberal o antiliberal; más bien al contrario, la influencia económica china ha sido decididamente liberal en su naturaleza, reforzando el llamado «consenso de las commodities» (Svampa, 2013)2 y el regionalismo abierto, así como el regionalismo posliberal. En consecuencia, la influencia de China tiene más potencial para reforzar direcciones poshegemónicas y liberales que posliberales en la gobernanza regional y subregional. Es importante subrayar que los patrones de comercio e inversión asociados al «consenso de las commodities», mediante su contribución a la tendencia de la reprimarización, proveen una débil base material para la gobernanza regional autónoma en el largo plazo. En esta línea, parece existir poca evidencia de que China apoye esfuerzos regionales de autonomía política, concentrándose en desarrollar lazos con diversas instituciones económicas regionales multilaterales y con los principales actores económicos de la región.
Este estudio se divide en tres partes: en la primera se revisa la tradición de la autonomía en la gobernanza regional latinoamericana; en la segunda se examina la literatura relevante sobre el papel de China en la gobernanza regional de América Latina y se desarrolla el argumento principal del trabajo sobre la influencia contradictoria de China en cuestiones de gobernanza regional. A este respecto, varios gobiernos latinoamericanos que han impulsado una agenda poshegemónica y autonomista en política regional han sido capaces de voltear su mirada hacia China en búsqueda de apoyos importantes; pero, al mismo tiempo, esta última ha promovido una agenda económica liberal vis a vis la región. Por ello, la influencia de China sobre la gobernanza regional ha tenido tanto un sesgo liberal como una naturaleza poshegemónica (en relación con las tendencias del regionalismo latinoamericano). Por último, en la conclusión, se explora las implicaciones de nuestro argumento para las perspectivas de la gobernanza regional autónoma en América Latina. En esta línea, se enfatiza que investigaciones futuras deberían enfocarse no sólo en la autonomía regional vis a vis los Estados Unidos sino también frente a China.
La búsqueda de la autonomía en la gobernanza regional lationamericana
Antes de entrar en mayor detalle en la relación sino-latinoamericana, primero es necesario contextualizar la búsqueda contemporánea de gobernanza regional3 autónoma por parte de muchos gobiernos latinoamericanos. Resulta importante comprender qué quieren decir los profesionales y los académicos cuando refieren a autonomía.
Varios autores han observado que la búsqueda de la autonomía ha sido un elemento narrativo clave en la construcción histórica de proyectos regionales en América Latina (Briceño-Ruiz y Simonoff, 2017; Mijares y Nolte, 2018; Rivarola Puntigliano y Briceño-Ruiz, 2013; Tickner, 2013 y 2015). Las visiones latinoamericanas de relaciones internacionales –la escuela cepalina, la teoría de la dependencia, la teoría sobre la autonomía periférica y la escuela latinoamericana de la autonomía– estudian cómo promover la autonomía nacional y regional en América Latina en favor de la consolidación de los estados nacionales y el desarrollo (Briceño-Ruiz, 2014; Tickner, 2015; Briceño-Ruiz y Simonoff, 2017). Así, los académicos que han estudiado la autonomía en América Latina generalmente han sido más implícitos que explícitos con relación a lo que quieren decir con el concepto. Sin embargo, hay una serie de temas recurrentes que, cuando se combinan, pueden llevar a una definición aproximada. De esta manera, la autonomía es percibida desde el punto de ventaja de estados relativamente débiles y periféricos frente a los estados más poderosos y el sistema capitalista global. Tickner (2015) contrasta el carácter defensivo de la autonomía entre aquellos estados latinoamericanos históricamente débiles que la buscan, con la acumulación de poder de los estados más poderosos del sistema internacional. La autonomía se vincula al deseo de un Estado de comprometerse a reducir obstáculos de acción internacional y a la vocación de construcción de nación a lo largo de América Latina, ya sea en contra de la influencia de potencias extranjeras o de las fuerzas de la globalización capitalista.
En este sentido, los trabajos de Jaguaribe (1979) y Puig (1980) abordan la cuestión de la autonomía incorporando la agencia a la estructura. Además de factores que conforman lo que Jaguaribe denomina «permisibilidad internacional» –poder neutralizar amenazas externas con base en capacidades económicas y militares–, los autores resaltan la importancia de los recursos humanos y materiales, así como el grado de cohesión sociocultural en un país. Estos recursos son lo que Jaguaribe llama «viabilidad nacional», haciendo hincapié en la autonomía tecnológica y empresarial y la fortaleza del Estado como fuentes de soberanía efectiva. Puig, por su parte, considera que la autonomía requiere recursos nacionales y, además, un compromiso explícito por parte de las élites de que la autonomía tenga un valor intrínseco. Ambos autores comparten la convicción de que, sin compromiso de los grupos dominantes de la región, la autonomía difícilmente se puede lograr. De ahí que la autonomía se encuentre también históricamente vinculada a la lucha por el desarrollo, considerando las necesidades locales y bajo un control local, y no a partir de dictados externos. Tal como asevera Briceño-Ruiz (2014), la autonomía y los regionalismos son procesos históricamente entretejidos en la región.
En el nuevo milenio, el discurso sobre la autonomía retornó con el ascenso de proyectos regionalistas poshegemónicos y posliberales en América Latina. Con una influencia estadounidense decreciente y la multipolarización en la distribución del poder en el ámbito global, gobiernos latinoamericanos y caribeños buscaron crear espacios institucionales regionales autónomos que excluyeran o limitasen la participación estadounidense y canadiense, lo que debilitó el regionalismo hemisférico, panamericano o interamericano. Los regionalismos latinoamericano y suramericano se anclaron así en la creación de nuevas instituciones regionales, como la ALBA, la CELAC y la UNASUR. Estas organizaciones han estado vinculadas con prioridades y preferencias particulares de gobernanza, tales como el fortalecimiento del Estado, la promoción del neodesarrollismo, la lucha contra la pobreza y la desigualdad, la integración política, así como el rechazo del neoliberalismo (Riggirozzi y Tussie, 2012; Sanahuja, 2012). Con ello han buscado construir una autonomía espacial dual para blindar proyectos de gobernanza; esto es, la construcción de espacios políticos regionales y nacionales que sean autónomos pero que, al mismo tiempo, estén interconectados, protegidos de interferencias capitalistas globales o provenientes de Estados Unidos (Legler, 2013).
Las acciones de China en América Latina: ¿hacia una gobernanza regional autónoma?
Diversos analistas sugieren que la profundización de los lazos con China beneficiará la gobernanza regional autónoma en América Latina (Bonilla y Milet, 2015; Chávez, 2015; Dosch y Goodman, 2012; Escudé, 2014; Farnsworth, 2011; Hogenboom, 2009; Jenkins, 2010: 831; Lo Brutto y González González, 2015: 7; Nolte, 2013; Tokatlian, 2007). De su análisis se pueden extrapolar tres supuestos en torno a la positiva influencia china a este respecto: primero, China está retando la hegemonía estadounidense en la región; segundo, China brinda un apoyo simbólico, retórico e ideológico para el proyecto regionalista poshegemónico latinoamericano, e incluye una preferencia por las instituciones latinoamericanas de gobernanza regional (ALBA, CELAC, UNASUR); finalmente, los crecientes vínculos económicos y comerciales con China proporcionan una base material propicia para sostener la autonomía nacional y regional en América Latina. Sin embargo, considerando estos planteamientos, en esta sección se argumenta que las acciones de China no han promovido necesariamente la gobernanza regional autónoma.
Varios académicos argumentan que el impacto de China en la gobernanza regional debe ser analizado desde la perspectiva de una relación triangular: América Latina, China y Estados Unidos (Arnson y Davidow, 2011; Chávez, 2015; Dussel et al., 2013; Ellis, 2012; Gallagher, 2016; León-Manríquez y Álvarez, 2014; Li, 2016; Tokatlian, 2007). Y los analistas que estudian la relación triangular pueden dividirse en dos grupos: aquellos que afirman que China representa una amenaza para los intereses y dominio estadounidenses, y los que ven la presencia del país asiático en la región como benigna para Estados Unidos.
En el primero de estos grupos, Farnsworth (2011 y 2012) advierte que Estados Unidos ha sido complaciente con respecto a las implicaciones estratégicas de una creciente presencia de China en América Latina. Este autor y Ellis (2012 y 2014) también llaman la atención sobre el potencial impacto de China en la dimensión normativa de la gobernanza regional, al erosionar normas liberales. Guilhon-Albuquerque (2014), por su parte, resalta los desafíos que la emergencia de China supone para el liderazgo global de Estados Unidos en los ámbitos comercial, militar y político. Ello hace más difícil para la potencia norteamericana atender desafíos importantes alrededor del mundo, incluida América Latina, sin tomar en consideración los intereses y prioridades políticas de China (Basu Das, 2012, citado en Guilhon-Albuquerque, 2014). El país asiático también utiliza el «latinoamericanismo» del Foro China-CELAC (que incluye a todos los países de la región excepto a Estados Unidos y Canadá) para socavar la autoridad de las instituciones de gobernanza hemisférica asociadas a la influencia y dominio de Estados Unidos. Este foro podría incluso contribuir potencialmente a la competencia regional entre China y Estados Unidos (Oviedo, 2015).
No obstante, otros analistas del triángulo sugieren que el impacto de China sobre los intereses estadounidenses en el hemisferio occidental es benigno para dichos intereses. Destacan que China reconoce a América Latina como la zona natural de influencia estadounidense y evita acciones en la región que pudiesen molestar a Washington (Bonilla y Milet, 2015; Cornejo y Navarro, 2010; Domínguez, 2006; Escudé, 2014; Farnsworth 2012; Hearn y León-Manríquez, 2011b; Jenkins, 2010; López Villafañe, 2018; Nolte 2013; Paz, 2012; Ray et al., 2015; Tokatlian, 2007). En términos geopolíticos, China acepta a América Latina como el «patio trasero» de Estados Unidos (Armony y Strauss, 2012; Paz, 2012; Jiang, 2006). Las entrevistas de Paz (2012: 23-24) con informantes clave confirman que el diálogo China-Estados Unidos sobre América Latina es un mecanismo crucial para que el Gobierno chino asegure a su contraparte estadounidense que sus actividades en la región no ponen los intereses de Estados Unidos en riesgo. León-Manríquez y Álvarez (2014; véanse también Chávez, 2015; Cornejo y Navarro, 2010) hacen notar que América Latina ha ocupado una posición marginal en las prioridades globales tanto de China como de Estados Unidos, mientras que Escudé (2014) asevera que militarmente China no representa una amenaza para Estados Unidos en la región. Además, históricamente, China también ha reducido su postura «anti- statu quo» en la región; de apoyar luchas de liberación en el pasado, este país ha minimizado la ideología en su política exterior (Connelly y Cornejo, 1992: 48-91; Hogenboom, 2009: 142).
Existe una creciente literatura sobre la política exterior de China hacia América Latina, entre la que destacan las contribuciones recogidas en el número especial del Journal of China and International Relations «China-Latin America Relations in an Era of a Changing World Order» (2016), así como los trabajos de Bernal-Meza y Quintanar (2012), Ellis (2009), Hearn y León-Manríquez (2011a), Li y Christensen (2012), y Oviedo (2005 y 2014). Además, es posible identificar líneas comunes entre documentos oficiales chinos como el «Research Report of China’s Policy towards Latin America» elaborado por el Grupo de Estudios Latinoamericanos del China Institute of Contemporary International Relations (CICIR, 2015), y los dos «China’s Policy Papers on Latin America and the Caribbean» (State Council of the People´s Republic of China, 2008 y 2016): la renuencia de China a amenazar la zona de influencia «natural» de Estados Unidos, el potencial económico y en recursos de América Latina, la cooperación con foros regionales existentes y la importancia relativamente baja de la región vis a vis los Estados Unidos (Bartesaghi, 2015; Cheng, 2006; Hearn, 2013; Lanteigne, 2009; Ríos, 2015; Villafañe, 2011; Xue, 2015; Zhao, 2014).
China actualmente se encuentra en un proceso de transición diplomática conocido como «nuevo tipo de relaciones internacionales». Este proceso se caracteriza por políticas diplomáticas, tales como el «nuevo tipo de relación entre grandes potencias», y esquemas de políticas económicas como las iniciativas «Cinturón Económico de la Ruta de la Seda» y «Ruta de la Seda Marítima del siglo xxi». En noviembre de 2017, durante el xix Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh), el presidente Xi Jinping ratificó las líneas y objetivos de la política exterior china: «una política exterior independiente y de paz, que respeta el derecho de los demás pueblos a elegir soberanamente su vía de desarrollo, defiende la equidad y la justicia internacionales, y se opone a que un país imponga su voluntad a otro, intervenga en sus asuntos internos y abuse de su condición de poderoso para atropellar a los débiles» (Xi, 2017). Es decir, China busca relacionamientos win-win (beneficiosos para ambas partes) que no sean a costa de los intereses de otros países ni de los derechos e intereses legítimos propios.
En el «nuevo tipo de relaciones internacionales», que integra aspectos universales de la dinámica internacional, América Latina representa un aspecto particular. Según Xue (2015), América Latina fue la última región con la que China alcanzó una red de cooperación global entre países en desarrollo, ello vía el Foro China-CELAC. El país asiático es consciente de la singularidad de la región, con idiosincrasias como el desarrollo lento, el endeudamiento, las diferencias culturales, la influencia económica y política estadounidense y la lucha contra el narcotráfico. Xue argumenta que la relación América Latina-China tiene gran potencial económico, pero no político o cultural; aunque ello podría cambiar en el medio plazo de acuerdo con las líneas de cooperación establecidas en el segundo «China´s Policy Paper on Latin America and the Caribbean» (State Council of the People’s Republic of China, 2016). El Gobierno chino percibe que América Latina ha incrementado su importancia en asuntos políticos y económicos mundiales debido a que sus países han estado explorando caminos de desarrollo adecuados a sus condiciones nacionales, los cuales les han permitido mantener su estabilidad política y un crecimiento económico continuo, incluso a pesar de la crisis financiera global de 2008 (State Council of the People’s Republic of China, 2008 y 2016). Además, para el Gobierno chino América Latina constituye una parte integral del sistema mundial debido a sus recursos naturales abundantes, lo cual ofrece a la región un gran potencial para el desarrollo (CICIR, 2015).
No obstante, China explícitamente niega perseguir la hegemonía. Más allá de lo retórico, no hay evidencia en América Latina de una disputa hegemónica con Washington o sobre los gobiernos latinoamericanos. Tampoco la hay para creer que China apoye o promueva la autonomía como proyecto político, estrategia diplomática o valor ideológico4. No hay base empírica para afirmar que China busca reclutar a América Latina como parte de una fuerza antihegemónica o anti-Estados Unidos en las relaciones internacionales5. Para Beijing, la relación con Estados Unidos es su prioridad en los asuntos mundiales, mientras que América Latina es una prioridad secundaria. Como enfatiza Cheng (2006: 524), «tanto China como los países de América Latina valoran las buenas relaciones con Estados Unidos y desean evitar cualquier fuerte deterioro en las mismas». Con respecto al multilateralismo en el hemisferio occidental, China tampoco ha exhibido una preferencia clara en sus relaciones por organizaciones que promueven la autonomía de América Latina. Desde 1993, la potencia asiática ha desarrollado vínculos tanto con el multilateralismo interamericano en el cual participa Estados Unidos, como con el latinoamericano, en el que este país no es un estado miembro (Oropeza, 2008; Shambaugh, 2011). Ello permite a Beijing gestionar buenas relaciones tanto con los países latinoamericanos, incluso con los más antiestadounidenses, como con Washington.
China, asimismo, debe lidiar con la «dispersión entrecruzada» y el «regionalismo abierto» que caracterizan el regionalismo latinoamericano. El primer concepto, de acuerdo con Zhao (2014), refiere a la ausencia de principios operacionales y objetivos declarados en la organización regional latinoamericana. Para China, los esfuerzos autonomistas multilaterales latinoamericanos pueden carecer de dirección o propósito. La «dispersión» se refleja en el hecho de que las cinco economías latinoamericanas más grandes (Brasil, México, Argentina, Colombia y Venezuela) participan en cinco o más mecanismos regionales de cooperación, tales como el Mercosur, la Alianza del Pacífico o la Comunidad Andina (CAN). El segundo concepto se relaciona con la significativa apertura comercial de la región, la cual China observa como un factor positivo. Sin embargo, la apertura comercial varía de una a otra organización regional, por lo que el Gobierno chino debe lidiar con realidades específicas y diversas.
La política exterior china hacia países y organizaciones regionales latinoamericanas es versátil, con énfasis en lo económico y comercial. Los vínculos económicos se han incrementado dramáticamente en los últimos años. De acuerdo con la CEPAL (2015b: 25), el comercio entre estos actores internacionales aumentó 22 veces en el período 2000-2013 (27 veces las exportaciones y 20 las importaciones). China se ha concentrado en América del Sur y el Caribe, concretamente: el 71,9% del comercio chino total con la región se centró en Brasil y Perú (CEPAL, 2015a: 36 y 62, y 2013: 7; OCDE, CEPAL y CAF, 2015; Rosales, 2015)6; Brasil concentró el 42,6% de todas las exportaciones chinas hacia la zona. En 2015, América Latina se convirtió en el segundo principal destino de las inversiones chinas: la región atrajo el 7,2% del total de las inversiones chinas en el mundo, con un incremento del 18,4% con respecto al 2014 y alcanzando 9.000 millones de dólares según el China Statistical Yearbook de 2016 (National Bureau of Statistics of China, 2016). Desde 2010, los créditos en infraestructura se han incrementado también (Gallagher y Myers, 2014; Kaplan, 2016; Ray y Gallagher, 2013: 19-20), y el financiamiento oficial para el desarrollo de China hacia los países latinoamericanos alcanzó los 119.000 millones de dólares en 2014, frente a los 156.000 millones del Banco Mundial, el CAF-Banco de Desarrollo de América Latina y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) combinados (Esteban y Pérez, 2016: 208). Las islas Vírgenes y las islas Caimán acumularon el 92% de las inversiones chinas en el área, mientras que Brasil y Venezuela suman más de la mitad de los préstamos financieros chinos a la región (Gallagher y Myers, 2014). México, por su parte, concentra la mayoría del déficit comercial en la región, casi 55.000 millones de dólares en 2013 (CEPAL, 2015b: 29).
Políticamente China brinda prioridad a sus socios económicos regionales, lo cual se refleja en las figuras de «asociación estratégica» y «asociación estratégica integral». Lo anterior incluye países antihegemónicos como Venezuela o más liberales como Chile y Perú. En la década de 1990, a Brasil le fue otorgado el estatus de «asociación estratégica» por el Gobierno chino. Mientras que la lógica de defensa y asertividad se relaciona con la figura de «asociación estratégica» en la política exterior china (Feng y Huang, 2014: 12-14), las «asociaciones estratégicas» en América Latina responden más a un enfoque de naturaleza económica. En 1993, Brasil se convirtió en el primer país latinoamericano en recibir este estatus, seguido de Venezuela (2001), México (2003), Argentina (2004), Perú (2008), Chile (2012) y Ecuador (2015). Como muestran Feng y Huang (2014: 18), estas asociaciones estratégicas han incrementado su calidad a través del tiempo conforme estos países han aumentado su importancia económica para China.

La tabla 1 sugiere que China mantiene fuertes vínculos económicos y asigna un estatus de asociación estratégica tanto a países latinoamericanos que –como Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela– han promovido una gobernanza regional autónoma mediante organizaciones como ALBA, CELAC y UNASUR, como a países como Chile, México y Perú que mantienen fuertes lazos con Estados Unidos y continúan defendiendo el regionalismo abierto mediante la Alianza del Pacífico. El estatus político que tiene México se relaciona con su cercanía al mercado estadounidense, señal del pragmatismo chino.
Por otro lado, la tabla 2 subraya que los vínculos multilaterales más cercanos que tiene China en América Latina son con organizaciones cuyos estados miembros poseen lazos económicos fuertes con el país asiático, y no necesariamente países que hayan avanzado en la gobernanza regional autónoma. Así, Beijing carece de vínculos con ALBA, la organización regional que más ha promovido la multipolaridad y la autonomía regional en América Latina, lo que sugiere que China no tiene interés en alterar las dinámicas positivas de su relación con Estados Unidos. Al mismo tiempo, China ha mantenido su presencia en la Organización de Estados Americanos (OEA) y el BID, partes del Sistema Interamericano y foros regionales como la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Banco de Desarrollo del Caribe o la Alianza del Pacífico. El Foro China-CELAC reproduce una diplomacia de foros diseñada y empleada por Beijing para acciones en otras regiones del globo, como es el caso del Foro para la Cooperación entre China y África (FOCAC, por sus siglas en inglés).

Por último, cabe destacar que China se encuentra vinculada a organizaciones liberales en el hemisferio occidental. Su vínculo con la OEA y el BID demuestra su permeabilidad a una arquitectura institucional que posee una historia de promoción política y económica del liberalismo en América del Norte, Central y del Sur: el Sistema Interamericano. China es observador permanente en la Alianza del Pacífico –defensora del regionalismo abierto– y ha firmado tratados de libre comercio (TLC) con dos estados miembros: Chile y Perú. Con México, la potencia asiática ha declarado sus intenciones de negociar un TLC. Si bien durante la administración de Peña Nieto el Gobierno no se mostró favorable a ello, la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador al ganar las elecciones de julio de 2018, sumada a la inestabilidad en torno a la renegociación del TLCAN (NAFTA), podría modificar el escenario. pez Obrador sumado a a al poder de Andrtudio as hasta el unilateralismo internacional del presidente Trump. Aunque tanto a nivelChina también ha propuesto la creación de un grupo de estudio para analizar la viabilidad de un TLC con el Mercosur, el cual, de lograrse, abarcaría a todos los principales socios latinoamericanos de China en la región. En definitiva, todos los arreglos comerciales mencionados subrayan la distintiva inclinación económica liberal de China en sus relaciones con América Latina, ya que participa tanto en organizaciones interamericanas como en organizaciones latinoamericanas más autónomas.
Conclusiones
El principal objetivo de este artículo ha sido evaluar si la creciente presencia de China ha sido una variable en el fortalecimiento de una gobernanza regional autónoma en América Latina, en particular de un regionalismo poshegemónico. China oficialmente ha dado la bienvenida al cada vez mayor papel político y económico de América Latina en los asuntos globales, no solo porque sea un proveedor de materias primas o un mercado para los productos e inversiones chinas, sino también porque los países latinoamericanos han explorado rutas de desarrollo afines a sus condiciones nacionales.
No obstante, esta investigación indica que los crecientes lazos de China con América Latina no han necesariamente promovido la gobernanza regional autónoma. Se han respondido a los tres supuestos anteriormente presentados respecto a la influencia china. En primer lugar, el debate acerca del desafío de China a la hegemonía estadounidense es inconcluso y no hay indicaciones claras de que esto traiga beneficios a la autonomía latinoamericana. En segundo lugar, los crecientes lazos de China con la región no muestran una clara preferencia política en favor de las instituciones y proyectos regionalistas poshegemónicos. Este país ha respetado e interactuado con diversos esquemas multilaterales en la región: los interamericanos y los latinoamericanos, así como los liberales y los posliberales. Este país no actúa por coincidencia ideológica o política con países u organizaciones latinoamericanos, sino más bien por ventajas comparativas y complementariedad. Finalmente, y en tercer lugar, las relaciones económicas y comerciales de China con sus socios en la región son pluralistas y muestran incluso un sesgo liberal, más que antiliberal o posliberal. No existe evidencia convincente que indique que la región o subregiones hayan fortalecido su autonomía gracias a sus lazos con China.
Por otro lado, este estudio pretende inaugurar una interesante agenda de investigación y política pública. En términos académicos, el análisis de China como una variable a ser incorporada en el estudio de la gobernanza regional en América Latina exhibe la creciente complejidad de las relaciones internacionales en los ámbitos global, regional y subregional. Además, esta investigación también indica cómo la competencia entre las grandes potencias se manifiesta en una región que –si bien no ha sido explorada en los principales estudios de relaciones internacionales y política global– es el área de influencia geopolítica más inmediata del hegemón mundial.
Este artículo se ha enfocado, así, en evaluar cómo las relaciones de China con América Latina pudieron o no haber contribuido al fortalecimiento de las gobernanza regional autónoma vis a vis los Estados Unidos. Sin embargo, bien podría ser que, como parte de una nueva agenda de investigación, se necesite redireccionar el análisis de las perspectivas para la autonomía regional latinoamericana no sólo en relación con Estados Unidos, sino también con China. Aunque China no tiene un interés o intención aparente en exportar su propio modelo político a la región (Grabendorff, 2018), y su énfasis en diplomacia económica parece benigno, sí promueve sus formas preferidas de gobernanza para gestionar su creciente relación con los países latinoamericanos (Wise, 2018), tales como los arreglos institucionales bilaterales e interregionales que se han identificado en este análisis. Además, incluso si el Gobierno chino no está interesado en una contienda estratégica con Estados Unidos por la dominación en América Latina y el Caribe, su peso económico en expansión incrementa su apalancamiento sobre la elaboración de políticas públicas entre los gobiernos de la región. Como observan Avendano et al. (2017: 1-2) «hay beneficios estratégicos para el país inversor (...) los efectos de poder suave de la inversión extranjera directa para el país inversor pueden ser sustanciales e incluir la mejora de su imagen en el exterior, persuadir a otros a alinearse a este en organizaciones internacionales, y forjar políticas amistosas en otros países». Desarrollos y tendencias emergentes, tales como el anuncio oficial de China de su intención de extender la Iniciativa del Cinturón y la Nueva Ruta de la Seda a América Latina (véase Myers, 2018), la posibilidad de una guerra comercial entre China y Estados Unidos, así como la emergencia de un nuevo orden mundial bipolar centrado en los dos países (Actis y Creus, 2018), puede, llevar la cuestión de la autonomía regional a nuevas direcciones.
En términos de política pública, resulta urgente que los líderes y decisores políticos latinoamericanos comprendan e incorporen el «factor China» en sus cálculos de interés y juicios de valor con respecto a la construcción del regionalismo. En cualquier caso, para aquellos que busquen diseñar un futuro más autónomo para América Latina, la lección es clara: los lazos con China no son necesariamente la respuesta para alcanzar este propósito.
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Notas:
1- Reconocemos que los determinantes de la gobernanza regional autónoma en América Latina obedecen a múltiples causas, tanto exógenas como endógenas; sin embargo, el propósito de este artículo es únicamente evaluar el potencial aporte favorable de China en este sentido.
2- De acuerdo con Svampa (2013), el «consenso de las commodities» es un proceso que marca un nuevo orden económico y político-ideológico en América Latina, sostenido por el boom de los precios internacionales de materias primas y por la demanda de bienes de consumo. Esto, a su vez, produce ventajas comparativas, incremento de reservas monetarias, nuevas asimetrías y profundización de las desigualdades.
3- Por gobernanza regional entendemos la construcción social de esferas regionales de autoridad relacionadas con áreas temáticas específicas en las cuales conjuntos de actores diseñan sus correspondientes arquitecturas institucionales regionales.
4- Es importante mencionar que el chino zizhu (自主), «autonomía», también significa «independencia» y «actuar por sí mismo». No obstante, este término no tiene un significativo desarrollo teórico como en América Latina y puede ser traducido a cualquiera de las tres palabras ya mencionadas, dependiendo del contexto.
5- La «batalla diplomática» China-Taiwán es otro tema recurrente en la literatura sobre las relaciones entre China y América Latina. La disputa diplomática entre ambos países en la región se debe en parte al hecho de que 9 de los 17 países que en el mundo todavía reconocen diplomáticamente a Taiwán se encuentran en América Central y el Caribe. Sin embargo, el «factor Taiwán» no es una prioridad para China en la mejora de sus relaciones con América Latina, como muestran la ausencia de esta cuestión en los dos policy papers de China citados, la lenta evolución de los mecanismos de consulta política bilateral y la disposición china de aproximarse a la CELAC, cuya membresía incluye a los 33 países de la región, entre ellos los países que aún reconocen a Taipéi. Esta situación podría cambiar con el nombramiento de Tsai Ing-wen como presidente de Taiwán y el reciente reconocimiento diplomático de la República Popular China por parte de Panamá y El Salvador.
6- De acuerdo con cifras del Gobierno chino, en 2015 los principales socios comerciales suramericanos dieron cuenta del 65,83% del comercio total chino con la región latinoamericana (National Bureau of Statistics of China, 2016). Esta afirmación contrasta con algunos estudios ya mencionados y refleja las dificultades de trazar los datos relativos al comercio.
Palabras clave: América Latina, China, Estados Unidos, autonomía, gobernanza regional, regionalismo
DOI: doi.org/10.24241/rcai.2018.119.1.245