Amplia victoria de Erdogan, pero sin carta blanca

Opinion CIDOB 120
Fecha de publicación: 06/2011
Autor:
Eduard Soler i Lecha, Investigador principal, CIDOB
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Eduard Soler i Lecha,
Investigador principal, CIDOB

17 de junio de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 120

Los resultados de elecciones turcas del 12 de junio han resuelto la incógnita que centró la campaña electoral: el AKP de Recep Tayyip Erdogan no contará con la súper-mayoría de dos tercios que buscaba y que le hubiera permitido aprobar una constitución sin celebrar un referéndum. Tampoco alcanza los 330 diputados (se queda en 326, 15 menos que en 2007), cifra que le hubiera permitido pasar el trámite parlamentario previo a la convocatoria del referéndum. Hay un amplio consenso entre las fuerzas políticas sobre la necesidad de sustituir la constitución actual, aprobada bajo un régimen militar en 1982. Donde no hay acuerdo es en las formas y la orientación. Los ciudadanos turcos han lanzado un mensaje claro: siguen confiando en el AKP para que lleve las riendas del país durante los próximos cuatro años, pero no hasta el punto de darle carta blanca en un tema tan trascendente para el futuro del país.

Los ciudadanos han premiado el liderazgo carismático de Erdogan, un gobierno estable, fuerte y cohesionado, una política exterior que ha realzado el papel de Turquía en la escena internacional, un dinamismo económico que ha llevado Turquía a crecer un 6% de media desde el 2002, y un visible desarrollo en ciudades de Anatolia como Kayseri o Gaziantep. Pero han rechazado que la constitución, y por extensión el Estado, se conviertan en patrimonio de un único grupo ideológico, social o religioso. Algo especialmente importante en una sociedad como la turca, atravesada por profundas líneas de fractura política e identitaria, que no ha cerrado las heridas del pasado y donde persiste la preocupación por las conductas intolerantes y las restricciones a la libertad de prensa.

El AKP tendrá que labrar consensos si quiere aprobar una Carta Magna que rompa con el enfrentamiento entre las “dos Turquías”: la laica y la religiosa, la de las prósperas provincias occidentales y la del interior del país, la que apoya unas fuerzas armadas fuertes y la que ha sido víctima de la represión. Y para alcanzar esos consensos tendrá que ser especialmente sensible a las inquietudes de quienes no comparten el proyecto de Erdogan. El AKP deberá ser comprensivo con quienes temen un giro tradicionalista y religioso que coarte sus libertades individuales, atento con quienes desconfían de la acumulación de poder y de la deriva autoritaria que podría suponer la imposición de un sistema presidencialista, sensibles también a la cuestión kurda y al subdesarrollo de las provincias del sur-este.

Y es que, para comprender el mensaje de los ciudadanos turcos, no basta con leer los resultados del partido vencedor. La altísima tasa de participación del 87% indica un alto nivel de movilización política ante los retos transcendentales de la próxima legislatura, y hay que tener en cuenta la pluralidad del otro 50% de electores que no han dado su voto al AKP.

Con el 26 % los sufragios y 135 diputados (5 puntos arriba y 23 diputados más que en el 2007), el CHP, el Partido Republicano del Pueblo, se consolida como principal referente de la oposición. Bajo el nuevo liderazgo de Kemal Kiliçdaroglu, que en un año al frente del partido ha conseguido dejar atrás el talante más autoritario de su antecesor, Deniz Baykal, y proclamarse como alternativa socialdemócrata, combinando su tradicional defensa de la modernidad y del secularismo con la defensa de un modelo económico más social e inclusivo.

Con casi un 13% de los votos y 53 diputados (18 menos que en 2007), el Partido de la Acción Nacionalista (MHP) continúa siendo la tercera fuerza política. Unos resultados que indican que la difusión de escándalos sexuales de sus líderes y las dimisiones que se produjeron poco antes de los comicios no han hecho mella del todo entre un electorado fiel, articulado entorno a un discurso más radical que le ha valido calificaciones como “ultra-nacionalista” y “de derecha extrema”.

En el otro extremo se sitúa el Partido Paz y Democracia (BDP), representante del nacionalismo kurdo y que, presentando candidatos con fuerte implantación territorial, ha conseguido pasar de 22 a 36 diputados (6 de ellos en la cárcel) al presentarse como independientes para evitar la barrera del 10% de votos que exige a los partidos la ley electoral turca. Su éxito nos indica, sobre todo, que las reformas que durante la última década han ampliando derechos en lengua y cultura han sido claramente insuficientes para la población kurda y que a pesar de un discurso más abierto por parte del AKP, el nacionalismo kurdo sigue gozando de un amplio respaldo popular.

Erdogan no necesitará pactos de legislatura con ninguna de estas fuerzas para poder gobernar el país pero sí para llevar a cabo reformas de gran calado que requieran algo más de una mayoría absoluta en el parlamento. Lo más sencillo sería pactar con el MHP, pero esta es una opción que entraña el riesgo de articular un proyecto conservador y nacionalista que excluya a una parte importante de la sociedad. Imaginemos, por ejemplo, la tensión que provocaría una constitución que, sometida a referéndum, fuera ampliamente rechazada en las provincias de mayoría kurda o en la región del Egeo. En cambio, un gran pacto de Estado en materia constitucional con el CHP, combinada con una política de mano tendida mostrando generosidad hacia las reivindicaciones del nacionalismo kurdo, representa una vía políticamente más compleja, ciertamente, pero que supondría un claro signo de madurez y de consolidación democrática. El mundo, especialmente en Europa y en un Oriente Medio en plena ebullición, estará atento a lo que pase en Turquía para comprobar si la nueva constitución, sometida a referéndum, responde a un proyecto compartido o al triunfo de unos sobre otros, lo que sería un desastre no sólo para la democracia turca sino para el futuro democrático de toda la región.

Eduard Soler i Lecha,
Investigador principal, CIDOB