Alexis Tsipras: el hiperliderazgo desde la izquierda radical

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Fecha de publicación: 06/2019
Autor:
Héctor Sánchez Margalef, investigador CIDOB y Martín Szulman, consultor, Ideograma
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Alexis Tsipras no sabía que se iba a convertir en un hiperlíder. Se dio a conocer en Grecia a principios de los años noventa a través de la televisión cuando se convirtió en el rostro visible de las protestas estudiantiles contra una ley promovida por el ministro de Educación.
Cuando el Partido Comunista Griego, en el que militaba, dejó la Coalición de izquierdas Synaspismos, Tsipras cambió el Partido Comunista por la Coalición hasta convertirse en el líder de la rama juvenil. Participó en las protestas contra la globalización a principios de los 2000 y tomó parte activa en la organización del Foro Social Griego (parte del Foro Social Europeo), nacido de una alianza informal de grupos, partidos y personalidades de izquierda llamada Espacio de Diálogo por la Unidad y la Acción Común de la Izquierda.
En este marco se gestó la alianza de izquierdas Syriza y fue él quien unificó la sopa de siglas que convivían en el espacio de la izquierda griega no socialdemócrata.

Syriza se concibió como una alianza electoral entre varios partidos de izquierda para las elecciones generales de 2004. Ese mismo año, Tsipras entró en el comité central de Synaspismos (en griego «coalición»), la principal fuerza de la alianza, y en 2006 fue el candidato de Syriza a la alcaldía de Atenas. La tercera posición le valió para auparse como el líder de Synaspismos dos años más tarde. Todo un mérito si tenemos en cuenta que con 33 años se convirtió en el líder más joven de un partido griego desde 1931. Sin embargo, no fue hasta las elecciones de 2012 cuando se convirtió en el líder de la oposición, relegando al PASOK, socialdemócratas, hasta la tercera posición por primera vez desde 1977.

Ya embarrada del todo en la crisis económica desde 2008, Syriza fue el altavoz de todos los indignados griegos y, con Grecia llevándose la peor parte de la crisis del euro, Tsipras se convirtió en el baluarte de la izquierda europea y el rostro visible de los que reclamaban el fin de las políticas de austeridad. Fue escogido como Spitzenkandidaten del Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica e, incluso, su nombre encabezó una lista de izquierdas en Italia llamada L’Altra Europa en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2014. Su candidatura no prosperó, pero el resultado en Grecia dejó claro que iba a ganar las siguientes elecciones.

Tsipras ejerce de primer ministro de Grecia habiendo ganado dos elecciones (enero y septiembre de 2015) y un referéndum en el que acabó implementando lo contrario de lo que defendió (julio de 2015). Es un mandato corto (2015-2019, de momento), pero ha sido intenso. En este capítulo dedicado a su hiperliderazgo, se analiza esta condición según tres acontecimientos: el primero será la campaña electoral que le condujo a su primera victoria, la escenificación de la misma y su confrontación con los acreedores; el segundo, la decisión de ir en contra del resultado que arrojó el referéndum de julio de 2015, aun habiendo hecho campaña por la opción ganadora y, el tercero, el acuerdo por el nombre de la antigua FYROM que pasará a llamarse República de Macedonia del Norte, firmado en junio de 2018.

¿Qué hace el hiperlíder?

Alexis Tsipras ha tenido un mandato muy difícil porque se presentó a sí mismo como adalid de la izquierda y baluarte de la antiausteridad. Le dijo a Europa que ganaría porque tenía el mandato del pueblo. Se presentó como el (hiper)líder que acabaría con las imposiciones de la Europa alemana hasta el punto de ser elegido Spitzenkandidaten de GUE/NGL sin presentarse a eurodiputado. Eso sí, ningún partido considerado de izquierda radical había gobernado en un país de la UE hasta las elecciones de enero de 2015 en Grecia y Syriza, liderado por él, lo consiguió.

La campaña electoral que precedió a las elecciones de enero de 2015 giró alrededor de un solo tema: la austeridad. Desde un primer momento se insistió en que Grecia no pagaría la deuda a sus acreedores por considerarla ilegítima, y uno de sus argumentos fue que en 1953 se había perdonado a Alemania la deuda de las reparaciones tras la Segunda Guerra Mundial. La escenificación el día de la celebración de la victoria dejaba claro que se constituían dos bloques en Europa: los liderados por Tsipras clamando por una Europa más justa, solidaria y democrática; y los partidarios de mantener el statu quo, incluso si ello significaba más ajustes y más rescates para los griegos. En algún momento, dentro de Grecia, esta línea también dividió a los partidarios de abandonar el euro (y quién sabía si también la UE), por un lado, y a los de seguir en Europa a toda costa, por otro.

El nombramiento de sus ministros más importantes, especialmente el viceprimer ministro y el de Finanzas, presentó al menos tres de las cuatro características que definen a un hiperlíder: unipersonalismo intelectual, desprecio al pluralismo y la centralidad de la comunicación.
El nombramiento de Yannis Varoufakis como ministro de Finanzas, un marxista experto en teoría de juegos, fue su decisión personal. Estas designaciones fueron acompañadas de otros nombramientos con perfiles izquierdistas bastante heterodoxos. Muchos pecaron de inexpertos en los momentos iniciales, pero contaban con la confianza de Tsipras. Suya fue también la decisión de apoyarse en ANEL, un partido conservador y nacionalista con tintes euroescépticos. Una decisión que no entendió la izquierda del resto del continente, pero le sirvió a Tsipras para afrontar su objetivo principal: renegociar con los socios europeos. Cerró la puerta a cualquier intento de aproximación a otros partidos más naturales por proximidad ideológica, como el PASOK, partidarios de cumplir con los compromisos adquiridos. Con estas designaciones, Tsipras mandó tres mensajes: yo decido (unipersonalismo); lo haré solamente con quienes me son fieles y comparten mis objetivos (desprecio al pluralismo); y aviso que voy a pelear (centralidad de la comunicación). La gestión de las negociaciones responde tanto al unipersonalismo del hiperlíder, quien optó por el enfrentamiento con los socios comunitarios como apuesta personal; y la colocación de él mismo en el centro del tablero político e institucional impidiéndole considerar otras opciones manejadas por la oposición, no así de su propio partido, que estaba completamente alineado con Tsipras.

El escenario excepcional en el que se encontraba Grecia en aquel momento arrojaba las condiciones perfectas para que un hiperlíder tomara el mando de la situación. Tsipras entendió esa excepcionalidad y se adueñó de ella: los momentos críticos requieres un líder a la altura que pueda responder a esa situación límite. Él negociaría con los acreedores y les haría ver que sus argumentos, ideas y propuestas eran los únicos válidos tras la cantidad de rescates fallidos desde que había empezado la crisis.

La estrategia no funcionó. Los acreedores no solo no cedieron a ninguna de las reclamaciones hechas por Grecia, sino que las condiciones del rescate que ofrecieron a los helenos eran totalmente opuestas a lo que Tsipras había dicho que conseguiría. Llegados a este punto, decidió convocar un referéndum para preguntar a los griegos si aceptaban las condiciones del rescate que ofrecía la UE o no. Syriza con Tsipras a la cabeza hizo campaña por el «No», como hicieron todos los partidos de izquierda del continente y los griegos, hartos de las condiciones de vida a las que se habían visto sometidos desde que empezó la crisis, votaron «No» (61,3% y 62,5% de participación).

En un sorprendente giro de los acontecimientos, Tsipras aceptó un tercer rescate, cuyas condiciones eran aún más duras que las que le proponían inicialmente. Esta decisión le enfrentó con Varoufakis (otro hiperlíder en sí mismo) y quienes eran de la opinión que había que respetar el mandato de los griegos, independientemente de las consecuencias. Otra vez, Tsipras lo apostó todo a su persona y convocó elecciones anticipadas. En esa decisión se ve también el unipersonalismo y la gestión de la excepcionalidad del hiperlíder. Convocar unas elecciones nueve meses después de ser elegido, con la losa de tener que apoyar la decisión más importante del mandato cuando unos meses antes habías defendido lo contrario, no se puede entender sin tener en cuenta que Tsipras se presentó como el único capaz de poder gestionar, otra vez, esa situación excepcional. Solamente él, que había negociado con los acreedores, sería capaz de aliviar las medidas más dolorosas, que no quería tomar, pero que la situación le obligaba. Mejor él, que al menos había dado batalla y propuesto alternativas a la Troika y tenía cierta sensibilidad con la sociedad griega, que los antiguos partidos, que siempre habían obedecido los dictados que venían de Alemania y de Bruselas.

Imperó también una lógica de responsabilidad combinada con la de excepcionalidad. Tsipras no quiso ser el líder que sacara a Grecia de la moneda común y, aunque la situación excepcional le conducía a implementar ese nuevo acuerdo con los acreedores, la responsabilidad con los griegos y la historia le obligaba a no salir del euro. Pensando en el largo plazo, el sentido de Estado, querer hacer de Syriza un partido con tradición de Gobierno y ser reconocido como socio fiable en el exterior, hizo que se impusiera la lógica de la responsabilidad. Para evitar cualquier tipo de cuestionamiento interno y poder desarrollar su agenda, se deshizo del ala izquierda de su partido. Liderada por Varoufakis (muy desgastado por sus negociaciones con el Eurogrupo), esa escisión no logró representación parlamentaria y su influencia quedó totalmente diluida. Tsipras reeditó la coalición de Gobierno con ANEL, consolidó su poder interno (fue reelegido como líder en 2016 con el 92,39% frente al 74% que obtuvo en 2013) y, con el partido a su medida, se ha dedicado a gestionar la situación interna de Grecia. Ha moderado su posición respecto a sus compromisos con los acreedores y gestionado el tercer rescate, y ha rehabilitado su figura frente a sus pares en la que seguramente haya sido la última gran decisión de su mandato.

Tsipras ha puesto fin al contencioso por el nombre de Macedonia respaldado por todos los actores internacionales relevantes. Firmó el acuerdo de Prespa en junio de 2018 en el que reconocía a FYROM (por sus siglas en inglés) como Macedonia del Norte permitiendo al país balcánico usar ese nombre para todo y desbloqueando las negociaciones de entrada en la UE y la OTAN. El pacto se alcanzó pese a una moción de censura, vencida gracias al apoyo de ANEL al Gobierno aunque, paradójicamente, estaban radicalmente en contra del acuerdo; pese a múltiples protestas y pese a tener entre el 60% y el 70% de la población griega en contra. Macedonia del Norte ratificó el acuerdo y en enero de 2019 se votó y aprobó en el Parlamento heleno.

En cualquier caso, Tsipras ha mantenido la condición de hiperlíder en Grecia, pues no hay nadie que discuta su liderazgo al frente de Syriza; además ha rehabilitado su figura como estadista frente sus socios comunitarios e internacionales al mantener sus compromisos con Europa y superar con éxito el tercer rescate (el PIB está creciendo tímidamente por primera vez  desde 2008, ha mantenido un superávit primario y ha reducido el paro); y, a la vez, forjar un acuerdo con el que nadie contaba al principio de su mandato para regocijo de la comunidad internacional.

En definitiva, la toma de decisiones respecto al perfil de sus ministros cuando ganó las primeras elecciones y su socio de Gobierno lo caracterizaban como hiperlíder. Unipersonalismo porque fue su decisión, incluso frente a los que aconsejaban un camino distinto; y desprecio al pluralismo porque emprendió el camino con quien estaba completamente alineado con sus postulados, sin una sola voz disidente en su entorno. La situación excepcional y la capacidad del hiperlíder para actuar en ellas, solo dejaban abierto ese escenario. Al no poder llegar al acuerdo, recurrió de nuevo al unipersonalismo: convocó un referéndum irritando a los acreedores y lo ganó para después desdecirse apelando a la lógica de la responsabilidad.
Además, despreciando al pluralismo, invitó a marcharse del partido a los colaboradores que no estuvieran de acuerdo con su decisión. La misma lógica imperó con los acuerdos Prespa: unipersonalismo en tanto que su decisión para encarar unas negociaciones que ningún líder griego se había atrevido hasta ahora y desprecio al pluralismo al no contar con ningún partido de la oposición. La lógica de la excepcionalidad porque Grecia iba a salir del mecanismo de rescate y ya era hora de terminar con ese conflicto; y la de la responsabilidad en tanto que Tsipras era un hombre de Estado y Grecia un socio fiable de la comunidad internacional enmarcaron su hiperliderazgo en este asunto.

¿Qué dice el hiperlíder?

«A partir del lunes acabamos con la humillación nacional y con las órdenes del extranjero» fue la frase con la que Alexis Tsipras cerró el mitin del 22 de enero de 2015, tres días antes de las elecciones generales que finalmente lo convertirían, tras tres intentos fallidos (2009 y dos veces en 2012), en primer ministro de Grecia. Si la política de las emociones es la vía más válida y preferida por los hiperlíderes para llegar a los ciudadanos, la campaña de Syriza del 2015 buscó movilizar plenamente las emociones de los electores. En medio de un clima fuertes movilizaciones que atravesaba a la sociedad griega, Tsipras y Syriza entendieron que debían modificar la dinámica y la relación de fuerzas si querían lograr la mayoría absoluta en el Parlamento heleno.

Para (y por) ello, invirtieron el viejo axioma de la izquierda, según el cual esta desiste de las emociones para apelar exclusivamente a la racionalidad como herramienta de garantía y llave de confianza de su capacidad de gestión. Es decir, la racionalidad de sus argumentos y hechos históricos se enfrenta al vacío emocional que ofrece la derecha. Tsipras se dedicó a reforzar su liderazgo y la conexión de Syriza con la sociedad griega desde 2009 en general y desde 2012 en particular; una conexión fuertemente correlacionada con el aumento de la crisis económica y la presión de la Troika.

Con lógica gramsciana, apuntaló su diagnóstico y, en consecuencia, su discurso frente a la crisis y las exigencias de Bruselas y Berlín. A partir del estallido de la crisis y de su salto electoral en 2012, se comunicó con los griegos con un lenguaje moderno y novedoso que empatizaba con las grandes mayorías. Y si bien continuó hablando de «austeridad» –un marco mental equívoco para la izquierda, según George Lakoff–, logró unirlo a conceptos más amplios y menos ligados a los viejos dogmas de la izquierda tradicional, por ejemplo: «contra la austeridad que destroza nuestro futuro común». Tsipras consiguió vincular el estado de ánimo y la conversación política con las condiciones sociales, políticas, económicas y materiales cotidianas de los propios griegos, reenmarcando el debate público.

A diferencia del Partido Comunista de Grecia (KKE por sus siglas en griego),el partido de Tsipras apostó por una estética moderna que rompe con la tradición de la izquierda ortodoxa monocromática: en su eslogan, por ejemplo, se muestra un fondo blanco que contiene tres banderas ondeando: roja (por la izquierda), verde (ecologismo) y violeta (feminismo). También está la estrella amarilla marxista de cinco puntas, pero menos rígida. Es decir, multiplicidad de colores y mayor dinamismo, frente a la hoz y el martillo sobre fondo rojo del KKE, su competidor por izquierda. Su tono pausado y alejado de los clichés y lugares comunes de la izquierda postsoviética marcaron también una notable diferencia con los comunistas.

En ese contexto de acumulación de consensos y adhesiones en el seno de la sociedad griega, direccionó y ubicó al enemigo de los griegos, en lógica antiestablishment, fuera de casa —la Troika—, y hacia dentro, señaló a las fuerzas aliadas como sus cómplices locales. No obstante, aunque populista en sus inicios, Syriza acabó por mantener un discurso crítico, pero no rupturista o antisistémico de cara al orden predominante en Europa.

Con un contexto europeo favorable, Tsipras encontró empatía en las demandas ciudadanas de otros países como Italia, Portugal y España y la izquierda europea vio una oportunidad. No fue casual que el cierre de campaña de las elecciones de enero de 2015 lo realizará junto a Pablo Iglesias, líder de Podemos, otra experiencia de izquierda no tradicional, también con un mensaje, lenguaje y comunicación modernos, que vivía su momento de éxito.

Los primeros días de Gobierno de Tsipras estuvieron marcados por fuertes gestos desde lo simbólico y lo estético. Gestos contra la austeridad: salario mínimo a 751 euros, luz gratis para 300.000 personas, freno al proceso de privatizaciones en puertos y aeropuertos, recuperación de la televisión pública, auditoría sobre la deuda, entre otras. Y gestos para con la historia: en su primer acto público visitó un memorial para honrar a los griegos que murieron luchando contra la ocupación nazi y exigió reparaciones económicas para las víctimas de la ocupación.

Siendo el primer Gobierno de izquierda radical de Europa, lo estético también tuvo su protagonismo. Decidió no utilizar corbata, tanto durante la campaña como en su jura como primer ministro; ni en el encuentro que mantuvo con el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz. Entendiendo la corbata como símbolo de «la casta», su nuevo gabinete tampoco hizo uso de esta prenda. La enorme carga simbólica que ello conllevaba le llevó a afirmar que desistiría de ella «hasta que Grecia salga de la crisis». Algo que cumplió en junio de 2018 tras el acuerdo del Eurogrupo que puso fin a ocho años de rescates.

La radicalidad del discurso de Tsipras y Syriza encontró su punto más alto durante la escalada de tensión simbólica y financiera con la Troika, en junio de 2015, poco después de los primeros cien días de Gobierno. El 27 de ese mes, Tsipras anunció que plebiscitaría la continuación del plan de rescate propuesto por la Comisión Europea (CE), el BCE y el FMI. El 5 de julio, con el 62,5% del apoyo a la negativa del Gobierno, sostuvo: «La democracia ganará al miedo».

Sin embargo, al poco tiempo, desistió del no de los griegos y aceptó el tercer memorándum. La retórica radical de Tsipras se convertía en moderación; de enfrentar a las instituciones europeas a cooperar con ellas. Ser Gobierno, sostuvo, implicaba una responsabilidad sobre sus actos: «Te tapas la nariz y lo asumes. Sabes que no hay alternativa, porque ya has hecho todo lo posible por sobrevivir, por mantenerte con vida». No obstante, el giro en lo estratégico no se limitó solo a las negociaciones por el rescate, sino también en lo discursivo: Tsipras abandonó el término «Troika» para referirse al BCE, FMI y CE, y pasó a llamarlas «las instituciones», en un claro gesto de moderación y abandono de la épica belicista.

A la hora de comunicar el acuerdo de Prespa, optó por menos profesionalidad y más espontaneidad, subiendo selfies a su cuenta de Instagram.  «Nuestra propia cita con la historia» y «estabilidad» fueron algunas de las palabras, con tono moderado, que utilizó en la firma y ratificación del acuerdo.

Conclusiones

¿Es Alexis Tsipras un hiperlíder? Rotundamente sí. Durante su mandato ha hecho gala del unipersonalismo a la hora de tomar decisiones asumiéndolas como propias, pero no ha dudado en depurar responsabilidades cuando esas decisiones no han funcionado. Se ha visto maniatado por los compromisos adquiridos con los acreedores, aunque al mismo tiempo esto ha garantizado que pudiera presentarse como el único líder capaz de gestionar esa situación de excepción. Lo mismo con la situación macedonia; donde ha asumido los costes sobreponiéndose a los límites de la democracia representativa.

¿Se cumplen las características de hiperlíder en cuanto centralidad de la comunicación en la agenda de Gobierno e importancia de la política esteticista? Sí. Desde un comienzo Tsipras ha puesto el acento de su comunicación en los gestos, en lo simbólico. Desde la estética personal, pasando por el simbolismo y la liturgia de sus actos públicos y el lenguaje, hasta las redes sociales, donde exhibe un liderazgo en su figura pública —fuerte y unipersonal—, menos visible en su faceta privada, aunque ganando protagonismo en el último tiempo.

Esta diferenciación desde lo estético y el lenguaje tuvo que convivir, también, con la aparición de otras fuerzas críticas, o incluso rupturistas del orden y el statu quo: su camisa blanca como símbolo de pulcritud, frente al negro y al oscurantismo de Amanecer Dorado, es un buen ejemplo en tal sentido. Es decir, la estética se dibujó en base a tres rasgos: «descontracturada », al no querer usar corbata como símbolo de «la casta»; «moderna», para alejarse las rígidas y monocromáticas formas de la izquierda; y «soft», como oposición a la dureza y el oscurantismo de los neonazis rupturistas.

¿Entonces, puede la izquierda tener hiperlíderes? Tsipras construye un hiperliderazgo que le sirve para legitimarse con los griegos frente al exterior, pero también para presentarse como un hombre de Estado, basado en el eje pueblo frente a establishment; y fortalecerse a nivel interno en Syriza, donde expulsó a los más radicales y privilegió a los moderados. El hiperliderazgo de izquierdas le ha servido para hacer un viraje de la izquierda radical a la moderada; pasando de la apelación a lo emocional a lo racional vinculado a la responsabilidad de Gobierno (tradicionalmente asociado a la derecha). Precisamente en esta transición a Tsipras le toca, como sostiene Álvaro García Linera, «cabalgar contradicciones».