Al-Qaeda, Al-Zawahiri, y la herencia envenenada de Bin Laden

Opinion CIDOB 122
Fecha de publicación: 06/2011
Autor:
Francesc Badia i Dalmases, Gerente de CIDOB
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Francesc Badia i Dalmases,
Gerente de CIDOB

27 de junio de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 122

En vísperas de su 60 aniversario, el cirujano egipcio Sheik Ayman al-Zawahiri ha sido nombrado, desde una web islamista, sucesor de Osaba bin Laden al frente de al-Qaeda. Las agencias de noticias han recogido la noticia, y la han dado por buena. Se había generado una cierta expectativa sobre si podría emerger algún nuevo líder, y el hecho de que se tardara tanto en decidir levantaba especulaciones sobre una hipotética batalla interna por la sucesión. Más bien parece que se confirma la disolución irremediable de al-Qaeda, de la cual sólo quedaría una sombra de lo que fue durante estos últimos 15 años: una organización con capacidad operativa y de liderazgo propagandístico, capaz de masacrar inocentes y de provocar al poder establecido.

Para el doctor al-Zawahiri, este nombramiento sería más bien un regalo envenenado, pues recibe –aunque no se sabe muy bien de manos de quién- el mando de una organización que vive su peor momento desde que ambos personajes se conocieran en la ciudad afgana de Jalalabad en 1997. Allí fusionaron sus respectivas organizaciones y, el 7 de Agosto de 1998, hicieron saltar por los aires las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar-es-Salaam. Este médico egipcio está procesado en EE.UU. por su participación en este crimen (no por el 11-S), y el Departamento de Estado ofrece hasta 25 millones de dólares por información que pudiera conducir a su detención y procesamiento, según consta en la página del FBI dedicada a anunciar los “terroristas más buscados”. Ser el siguiente en la lista, cuando el primero acaba de caer, no debe ser nada reconfortante.

El debate de fondo no es si al-Zawahiri es o no el líder que al-Qaeda necesita, sino cuál sea su futuro y el de las operaciones en Afganistán. Una serie de factores juegan en contra de un resurgir de una “Jihad global”. Osama bin Laden ha muerto; hoy es más complicado ocultarse en Pakistán, sea bajo cobertura de miembros de las tribus, del ejército y o de la inteligencia. Además, en poco más de un año, 20 de los 30 activistas más buscados han sido eliminados en ataques con aviones no pilotados en las provincias del Norte.

El objetivo de al-Zawahiri al fundar la Jihad Islámica Egipcia, no era otro que derrocar al Gobierno egipcio, secular y corrupto. Este objetivo ya se ha alcanzado, pero no por medios violentos, ni para instalar una república islámica, sino por medios pacíficos y para instalar una democracia. Y lo han conseguido los jóvenes y la sociedad civil, movilizándose, y no una organización terrorista mediante magnicidios y bombas indiscriminadas. Este es el factor determinante, y que puede significar el golpe de gracia a al-Qaeda.

La guerra de Afganistán ha pasado de ser una “guerra necesaria” a ser una “guerra de elección”. Su justificación inicial, el derrocamiento del régimen Talibán que servía de base a “La Base” (que esto es lo que significa “al-Qaeda”), hace tiempo que se consiguió. La ruinosa distracción de Irak no permitió terminar la tarea, sino que echó gasolina a las brasas de al-Qaeda. Pero, estabilizado Bagdad, no se podía salir de Kabul sin haber conseguido el trofeo simbólico de la cabeza de bin-Laden. Y aunque ésta se haya obtenido en el vecino Pakistán, ha llegado la hora de volver a casa. Ahora se trata de iniciar la retirada de las tropas de Afganistán, y ello pasa por concentrar los ataques contra lo que queda de al-Qaeda en Pakistán, estabilizar las difíciles relaciones con la cúpula dirigente civil y militar en Islamabad, y negociar con los Talibanes a ambos lados de la frontera.

Durante casi 10 años, el esfuerzo bélico en Afganistán ha sido enorme y los resultados, por decirlo suavemente, más bien pobres. Pero Europa (y los Estados Unidos) necesitan dedicar los cada vez más escasos recursos disponibles a otras cuestiones como por ejemplo a revitalizar sus propias economías y a resolver rápidamente la operación iniciada en Libia, objetivo fundamental para demostrar la seriedad del apoyo occidental al cambio democrático en los países árabes. Esta transformación representa un cambio geopolítico de gran envergadura, y no se justifica que se escatimen recursos en el Mediterráneo o en Oriente Medio y se sigan invirtiendo sine die en las lejanas montañas de Tora Bora (no puede durar, como dijo recientemente el alcalde de Los Ángeles, que no se construyan puentes en Baltimore y sí en Kandahar).

Desde el Nilo hasta el Atlántico, desde Sinaí hasta el estrecho de Ormuz, se acabó el mantenimiento del statu quo como doctrina. El panorama árabe y del mundo islámico que hereda al-Zawahiri no tiene ya mucho que ver con la posibilidad de un quimérico Gran Califato Suní, soñado junto a bin-Laden en los años 90. En Afganistán, guste o no a los militares, se está de salida, y la Guerra Global contra el terror ha culminado en el golpe, sobre todo psicológico, de Abbottabad. Habrá que continuar luchando quirúrgicamente contra lo que representa al-Zawahiri y las distintas “organizaciones violentas extremistas” (VEOs, en su denominación inglesa) como ya prefieren denominar los especialistas a los antiguos grupos terroristas. Pero ya nada justifica el despliegue masivo de millares de tropas de combate en tierras afganas, y el gasto de 2.000 millones de dólares a la semana en una larguísima guerra que ha sido financiada con deuda pública y no a través de los impuestos.

Francesc Badia i Dalmases,
Gerente de CIDOB