Yves Leterme

Yves Leterme, antiguo ministro-presidente del Gobierno regional de Flandes y dirigente de los Cristianos Demócratas y Flamencos (CD&V), estuvo al frente del Gobierno belga de coalición –cinco partidos neerlandófonos y francófonos- durante nueve meses en 2008, el mismo tiempo que necesitó para formarlo a raíz de las elecciones de 2007. La asunción de las demandas de un partido nacionalista flamenco con el que estaba aliado y sus salidas de tono verbales, que irritaron a los valones del sur y a los bruselenses bilingües, contribuyeron a enmarañar las negociaciones sobre una reforma descentralizadora del Estado federal antes de verse obligado a dimitir, en su cuarta renuncia en relación con el cargo, por las ramificaciones de la venta del quebrado banco Fortis. Un año después, en noviembre de 2009, Leterme ha vuelto a ser primer ministro de Bélgica de resultas de la elección como presidente del Consejo Europeo de su sucesor Herman Van Rompuy, en cuyo breve Gobierno ha servido de ministro de Exteriores.

(Texto actualizado hasta noviembre 2009)

1. Trayectoria en el partido de los democristianos flamencos
2. El laberinto de la formación del Gobierno de un Estado en la encrucijada
3. Un efímero primer ministro de Bélgica: del bloqueo de las negociaciones constitucionales a la tormenta bancaria
4. Nuevo mandato en Bruselas tras la marcha de Van Rompuy a la UE


1. Trayectoria en el partido de los democristianos flamencos

Oriundo de la pequeña población de Wervik, en la zona occidental de Flandes lindera con Francia, e hijo de padre valón y madre flamenca –un tipo de matrimonio mixto raro en la región-, tras aprobar el Bachillerato en Humanidades en el Colegio Sint-Vincentius de Ypres recibió una formación multidisciplinar en el Campus de Kortrijk (Courtrai) de la Universidad Católica de Leuven (Lovaina), por la que se diplomó en Derecho en 1981, y en la Universidad de Gent (Gante), donde entre 1983 y 1985 se sacó sucesivamente otra diplomatura en Ciencias Sociales, la licenciatura en Derecho y una segunda licenciatura en Ciencias de la Administración. En añadidura, en 1984, realizó un estudio de posgrado en el Centro Internacional de Formación Europea (CIFE) de Niza, una entidad especializada en la docencia de estudios europeos desde una perspectiva federalista.

Su meta, concebida desde el primer año en la universidad, era hacerse un hueco en la política profesional en las filas del centroderechista Partido Popular Cristiano (CVP), principal agrupación de Flandes y dominante también en el ámbito estatal, donde venía aportando casi todos los primeros ministros habidos desde finales de la década de los cuarenta, incluido el gobernante ahora mismo, Wilfried Martens, figura que señoreó la escena política belga entre 1979 y 1992.

En 1985, con su rico currículum académico bajo el brazo, Leterme empezó a adiestrarse en las complejidades de la política belga como asistente parlamentario del diputado Paul Breyne y como secretario de la sección del CVP en Ypres, cuyas Juventudes locales venía encabezando. En 1986 fue admitido en el Buró Nacional de las Juventudes del partido y de paso fue reclutado para el gabinete del ministro de Política Exterior de la Región y la Comunidad flamencas, Paul Deprez. Un año más tarde empezó a ejercer de auditor en la Cámara de Cuentas (Rekenhof en neerlandés, Cour des comptes en francés) de Bélgica y en 1988 fue elegido vicepresidente nacional de las Juventudes popularcristianas y presidente del partido en Ypres.

En enero de 1989 dejó su trabajo en la contabilidad del Estado para ocuparse de un importante puesto partidista que requería dedicación completa, la vicesecretaría nacional del CVP, ostentando la presidencia orgánica Herman Van Rompuy. En febrero de 1991 ascendió a secretario nacional, pero en diciembre de 1992 abandonó tal función para integrarse en la plantilla de funcionarios adjunta al Parlamento Europeo, iniciando un paréntesis en su actividad política que se prolongó hasta 1995. En enero de ese año, como resultado de las elecciones comunales (municipales) celebradas en octubre de 1994, y ocupando la jefatura del Gobierno belga su conmilitón Jean-Luc Dehaene, Leterme debutó en la política representativa desde el puesto de concejal del Ayuntamiento de Ypres.

El escaño de diputado en la Cámara de Representantes del Parlamento central cayó en sus manos el 4 de junio de 1997, cuando tomó el relevo a su mentor político, Paul Breyne, dado de baja en el hemiciclo para fungir de gobernador de la provincia de Flandes Occidental. Dos años después, el 13 de junio de 1999, el legislador debutante fue reelegido en los comicios que acarrearon la pérdida de siete escaños al CVP –toda una sangría en una Cámara baja de 150 miembros y fragmentada a conciencia en una pléyade de grupos de implantación regional- y que dieron lugar a un Gobierno de amplia coalición presidido por Guy Verhofstadt, líder del Partido Ciudadano-Liberales y Demócratas Flamencos (VLD), ahora mismo principales rivales de los popularcristianos por la captación del voto en Flandes.

Para el CVP, desacreditado por la avalancha de escándalos de corrupción, las elecciones de 1999 fueron todo un trauma, ya que no sólo perdió la condición de primer partido de Bélgica y el derecho a reclamar el puesto de primer ministro, que había portado sus colores desde 1974, sino que fue excluido por Verhofstadt de las negociaciones multipartitas y mandado a la oposición, lo que no le sucedía desde 1958.

En enero de 2001 Leterme cesó como concejal en Ypres para ponerse al frente del grupo parlamentario del CVP, con 22 diputados, el segundo de la Cámara tras el del VLD, que tenía un escaño más. Sin embargo, siguió vinculado a la política local como miembro del Consejo Comunal de la ciudad flamenca. Meses más tarde, el 29 de septiembre de 2001, dentro del proceso de renovación de siglas en que estaban embarcados los principales partidos flamencos y valones, el CVP adoptó el nombre de Cristianos Demócratas y Flamencos (CD&V) y confirmó en su presidencia a Stefaan De Clerck, antiguo ministro de Justicia que en 1998 había tenido que abandonar el Gobierno Dehaene ante la conmoción provocada por la fuga durante unas horas del pederasta y asesino Marc Dutroux.

La carrera política de Leterme, hasta entonces no especialmente descollante, experimentó un importante salto como resultado de las elecciones legislativas del 18 de mayo de 2003, en las que el CD&V retrocedió ligeramente en votos, pasando del 14,1% al 13,3%, y perdió un escaño, quedándose en 21. El berrinche en las filas cristianodemócratas fue considerable, por múltiples razones: fracasaron de nuevo en el duelo por la primacía con el VLD, fueron superados por los socialistas flamencos de Patrick Janssens, que habían acudido a las elecciones aliados con el micropartido social liberal Spirit, y, por si era poco, vieron sus talones pisados por el Bloque Flamenco (Vlaams Blok), el pujante partido de la derecha nacionalista flamenca más radical, abiertamente independentista y xenófobo, y conducido por Frank Vanhecke desde 1996, cuando se jubiló su líder histórico, el ultra Karel Dillen.

En cuanto a Verhofstadt, el líder liberal siguió gobernando en alianza centroizquierdista con los socialistas flamencos (SP.A), los socialistas valones (PS), y los liberales valones y bruselenses francófonos (PRL/FDF). El descarte de los partidos ecologistas de las respectivas regiones, Agalev y Ecolo, convirtió la coalición arco iris en una disminuida coalición violeta, pero Verhofstadt conservó una cómoda mayoría absoluta.

El presidente De Clerck, siguiendo los pasos de su predecesor Marc Van Peel cuando la debacle electoral 1999, arrojó la toalla y el 28 de junio una conferencia del partido decidió, con una mayoría abrumadora del 93% de los votos, que su sucesor fuera Leterme, el cual, según los comentaristas del momento, podía convertir en virtud su escaso conocimiento por el público al no estar manchado por los escándalos de corrupción que habían vapuleado a la vieja guardia cristianodemócrata.

Leterme se marcó el objetivo de devolver al CD&V la condición de primer partido de Flandes, que era como decir de Bélgica, ya que los seis millones de habitantes de esa región emparentada lingüísticamente con los Países Bajos suponían el 60% de la población del Estado. Para ello, estableció un inédito entendimiento con la Nueva Alianza Flamenca (N-VA) de Geert Bourgeois. Se trataba éste del principal grupo surgido de la fragmentación en 2001 de la Unión Popular (Volksunie), fuerza nacionalista flamenca que desde principios de los años noventa había experimentado un franco declive en paralelo al ascenso, lento pero imparable, de su competidor programático desde posturas maximalistas, el Vlaams Blok.

Para Leterme, se trataba de pisarle electorado flamenco a un partido independentista que amenazaba, a fuerza de ganar escaños, con generar tensiones insoportables con la Región Valona y la casi idéntica Comunidad Francesa, arriesgando la continuidad del Estado, llamado a veces binacional, nacido en 1830. Dicho sea de paso, desde la reforma constitucional de 1993 Bélgica funciona como un Estado federal estructurado en tres regiones territoriales, Flandes, Valonia y Bruselas-Capital, y tres comunidades lingüísticas, Flamenca, Francesa y Alemana, cada una dotada de instituciones autónomas con gran número de competencias transferidas, si bien la Región y la Comunidad flamencas comparten mismos Gobierno y Parlamento.

El sistema resulta particularmente enrevesado en Bruselas-Capital, entendida como área metropolitana o Gran Bruselas, de la que la Ciudad de Bruselas es un municipio más. Así, Bruselas es a la vez: una región territorial de distrito único, un área bilingüe (otra figura constitucional, pero sin traducción institucional en este caso), la capital de la Comunidad Francesa, la capital de la Comunidad Flamenca, la capital de la Región Flamenca o Flandes (mientras que Namur lo es de la Región Valona) y la capital del Estado, amén de la sede de las principales instituciones de la UE y la OTAN. Aunque Bruselas-Capital es oficialmente un territorio bilingüe, la gran mayoría de sus habitantes se expresa cotidianamente en francés.

Ahora bien, el pacto electoral de 2004 entre Leterme y Bourgeois entrañaba la asunción por el CD&V de los propios planteamientos nacionalistas de la N-VA, que en el fondo no diferían mucho de los del Bloque, siendo las formas, más democráticas y dialogantes en el caso de los aliancistas, lo que les distinguían con claridad. La N-VA aspiraba a la configuración de Bélgica como un Estado de tipo confederal, lo que supondría convertir a Flandes y Valonia en dos repúblicas con soberanía casi plena, que delegarían ciertas competencias a unas débiles instituciones supranacionales de mutuo acuerdo y que se reservarían el derecho a autodeterminarse como estados independientes. La N-VA no ocultaba su vocación separatista y vislumbraba una república flamenca integrada en una "Europa confederal y democrática", siendo mucho menores sus referencias a la pertenencia a una Bélgica cuya camisa federal se le quedaba pequeña.

El golpe de timón dado por Leterme generó una fuerte polémica por lo que suponía de mudanza histórica en los planteamientos de un partido que hasta ahora había estado totalmente identificado con la unidad y la solidez del Estado belga, y que había dado personajes de la talla de Gaston Eyskens, Léo Tindemans y Wilfried Martens, todos ellos estadistas involucrados en la construcción europea y portavoces preclaros de Bélgica. Pero los réditos electorales de la nueva estrategia resultaron innegables: el 13 de junio de 2004 se celebraron simultáneamente los comicios al Parlamento Europeo y a los parlamentos regional-comunitarios, y en Flandes la lista conjunta del CD&V y la N-VA derrotó ampliamente al VLD con el 17,4% de los votos en el primer caso y con el 26,1% en el segundo, lo que se tradujo en 4 y 35 escaños, respectivamente. El gran triunfador de la jornada fue Leterme, que como cabeza de lista ganó el derecho a presidir el nuevo Gobierno flamenco.

El 22 de julio de 2004, tras renunciar a su escaño en la Cámara de Representantes (el 5 de julio) y a la presidencia del partido (el 20 de julio), en la que fue suplido por el hasta entonces secretario general, Jo Vandeurzen, Leterme tomó posesión como ministro-presidente del Gobierno flamenco en coalición con la N-VA de Bourgeois, el VLD de Bart Somers –el ministro-presidente saliente-, el SP.A de Steve Stevaert y el Spirit de Els Van Weert. Se trataba de un bloque de mayoría cuyos miembros, superando lo que les separaba a nivel federal, donde unos estaban en el poder y otros en la oposición, aceptaban extender una especie de cordón sanitario para mantener a raya al Vlaams Blok, que en noviembre iba a tener que autodisolverse tras ser condenado judicialmente por incitación al odio racial; entonces, el Vlaams Blok se refundó con el nombre de Vlaams Belang (Interés Flamenco).


2. El laberinto de la formación del Gobierno de un Estado en la encrucijada

En diciembre de 2005 Leterme, que fungía también de ministro flamenco de Reformas Institucionales, de Agricultura y Pesca y de Política Rural, desveló su ambición de convertirse en el jefe del Gobierno del Estado tras las elecciones generales de 2007. Pero hasta entonces, el bilingüe ministro-presidente de Flandes se granjeó la hostilidad de los políticos valones más suspicaces a raíz de una serie de pronunciamientos y declaraciones en materia lingüística que aquellos consideraron despreciativos con la Bélgica francófona.

Así, a lo largo de 2005, el político democristiano, haciendo su particular aportación a una acerba disputa política arrastrada desde hacía décadas y que últimamente había requerido la intervención del Tribunal Constitucional, propuso convertir en circunscripción electoral flamenca el distrito de Halle-Vilvoorde (HV), oficialmente neerlandófono (aunque en seis de sus 35 comunas existían "facilidades lingüísticas" para los residentes francófonos) y administrativamente parte de la provincia del Brabante Flamenco, lo que supondría desgajarlo de la circunscripción electoral bilingüe de Bruselas-Halle-Vilvoorde (BHV). La intención era impedir que en HV unos 150.000 francófonos pero jurisdiccionalmente flamencos pudieran votar a candidatos y partidos francófonos activos en Bruselas y Valonia, como el Movimiento Reformador (MR, constituido por el PRL y el FDF), el Ecolo y el FN (extrema derecha).

En agosto de 2006 Leterme desató la caja de los truenos al criticar, en una entrevista al periódico francés Libération, la escasa disposición de los habitantes francófonos de Flandes y la Región de Bruselas a aprender el idioma neerlandés, habilidad para la que "en apariencia" no estaban "capacitados intelectualmente". El mismo concepto de belgitud suscitaba su escepticismo, ya que, a su entender, lo único que compartían flamencos y valones eran "el rey, la selección nacional de fútbol y algunas marcas de cerveza". Es más, la propia Bélgica le parecía "un accidente de la historia sin valor intrínseco".

Las reacciones políticas más duras al discurso de Leterme procedieron del PS, con la viceprimera ministra y ministra de Justicia Laurette Onkelinx llamándole "separatista" y "hombre peligroso", y el presidente del partido y ministro-presidente de la Región Valona, Elio Di Rupo, bramando por el "honor insultado" de los francófonos. Desde la prensa francófona, el diario Le Soir calificó las declaraciones del dirigente flamenco de "arrogantes" y "vejatorias". Pero en su región, Leterme, cuyas punzantes palabras a Libération no hacían justicia a su estilo más bien frío y reservado, sí gustaba. La gestión de su Gobierno, que combinaba el rigor presupuestario para recortar déficit y liquidar deudas con un programa de inversiones sociales y en infraestructuras, resultaba mucho menos controvertida que su osadía declarativa.

La alianza de cristianodemócratas y nacionalistas, estos últimos liderados ahora por Bart De Wever, ganó las elecciones provinciales del 8 de octubre de 2006 con el 30,6% de los votos, disparando las expectativas de un excelente resultado en las legislativas nacionales del 10 de junio de 2007, como así fue: el dúo flamenco se adjudicó el primer puesto con el 18,5% de los votos, cuota que era dos puntos superior a la suma de los porcentajes obtenidos por los partidos por separado en 2003 (pero inferior al 25% de votos sacado por el CVP en sus mejores tiempos, en los años setenta), y 30 diputados, lo que suponía una ganancia de ocho actas.

Se trataba, con todo, de una victoria por mayoría más que simple, ya que los comicios produjeron el clásico Parlamento fragmentado. Atendiendo al número de escaños, segundos fueron los liberales francófonos del MR con 23 puestos, uno menos que en 2003; en tercer lugar quedó el también gobernante PS con 20 escaños, cinco menos; los liberales flamencos de Verhofstadt, llamados ahora Open-VLD, cayeron a los 18 diputados y quedaron cuartos, cosechando una derrota en toda regla; y sus paisanos socialistas del SP.A, formando lista conjunta con el Spirit, sufrieron el castigo más rudo de la jornada al retroceder hasta los 14 escaños en común, perdiendo los nueve puestos ganados hacía cuatro años.

En conjunto, los partidos del Gobierno vieron esfumarse 9,2 puntos de voto y 22 escaños, quedándose con 75 diputados, exactamente la mitad de la Cámara, convirtiendo en poco menos que imposible la renovación del Ejecutivo pentapartito. El Vlaams Belang recibió 17 actas y la lista de formaciones con representación la completaban los socialcristianos valones del Centro Democrático Humanista (CDH, el antiguo Partido Social Cristiano, PSC), el Ecolo valón, la liberalconservadora flamenca Lista Dedecker (LD, escindida recientemente del Open-VLD por considerarlo demasiado belgicista y escorado a la izquierda), los Verdes! flamencos (ex Agalev) y el FN valón, que obtuvieron, diez, ocho, cinco, cuatro y un escaños, respectivamente. El 11 de junio el primer ministro Verhofstadt cumplió el formalismo de presentar la dimisión al rey Alberto II.

Correspondía a Leterme, pese a haberse presentado como cabeza de lista, no a la Cámara de Representantes, sino al Senado, donde el CD&V y la N-VA se hicieron con nueve de los 40 puestos, liderar el primer intento de formar el nuevo gobierno, tarea que se presentaba harto complicada. Las negociaciones –de las que de entrada estaba excluido el Vlaams Belang, boicoteado por todos los partidos- se auguraban procelosas porque el dirigente flamenco, obligado por su pacto con De Wever, había elevado durante la campaña la bandera de una reforma del Estado que pasaba por transferir a las regiones más competencias en las materias de sanidad, justicia, empleo y fiscalidad, ente otras.

El despojamiento de competencias económicas a las autoridades federales era un escenario que sólo podía entusiasmar al próspero, tecnificado y tercerizado norte flamenco, a la vez que inquietar al sur valón, que seguía padeciendo los efectos de una dolorosa reconversión minera e industrial, y que no terminaba de deshacerse de una importante corrupción política y funcionarial. Estaba por ver que el MR, el CDH –su pariente ideológico, que no coterráneo- y el PS quisieran gobernar con un partido que propugnaba profundizar la autonomía flamenca y achicar la jurisdicción del Estado, pero su incorporación era imprescindible para conformar la mayoría parlamentaria de dos tercios que la reforma constitucional precisaba. El líder democristiano no podía contar desde ya con el SP.A, puesto que el disminuido partido socialista flamenco, según anunció su dimitido presidente, Johan Vande Lanotte, veía su lugar en la oposición en la nueva legislatura.

El 26 junio de 2007 Leterme dimitió como ministro-presidente de Flandes, dos días después transmitió la titularidad a un diputado electo de su partido, Kris Peeters, el 28 de junio estrenó el mandato de senador con la constitución de la Cámara y el 15 julio el rey Alberto II le designó formateur del Ejecutivo, luego del sondeo de las posibilidades de forjar coaliciones realizado por el informateur -figura peculiar del sistema político belga, también de nombramiento real- Didier Reynders, a la sazón ministro de Finanzas saliente y presidente del MR.

El 21 de julio el primer ministro designado causó la estupefacción general y no pocas reacciones sarcásticas cuando, en plena celebración de la fiesta nacional e inquirido por un equipo de la Radio Televisión Belga de la Comunidad Francesa (RTBF) que le abordó en las escalinatas de la catedral bruselense de Santa Gúdula, demostró desconocer qué se conmemoraba exactamente ese día al responder que la proclamación de la Constitución –en realidad, el juramento de Leopoldo I tras la proclamación del Reino de Bélgica en 1831- y de paso confundió La Marsellesa francesa, poniéndose a cantarla ante el micrófono y la cámara de los periodistas, con el himno nacional belga, La Brabançonne, otra canción revolucionaria.

Los titubeos y errores –inaudito el del himno nacional, a menos que se tratara de una ironía deliberada- de un jovial Leterme en este test básico sobre símbolos patrios no ayudó lo más mínimo a la tarea formativa del Gobierno. Las negociaciones, limitadas al Open-VLD, el MR y el CDH con vistas a constituir un gabinete de centroderecha mínimamente operativo sobre la base de una mayoría absoluta de 81 escaños, encallaron por la resistencia de valones y bruselenses a ampliar la autonomía de Flandes en puntos tan sensibles como la normatividad fiscal y la protección del desempleo. La negativa fue tajante en el caso de la líder del CDH, Joëlle Milquet, conocida por la profunda antipatía que le inspiraban la N-VA y sus demandas confederalistas. Así las cosas, el 23 de agosto Leterme comunicaba al rey su renuncia al intento de sellar "un programa de gobierno ambicioso", tarea que resultaba "imposible por el momento".

Ante el fracaso de Leterme, el monarca encomendó a su colega de partido Herman Van Rompuy, nuevo presidente de la Cámara de Representantes, la tarea de "explorar" (de ahí el nombre de "explorateur" que oficiosamente se le atribuyó) qué posibilidades había de desbloquear la situación. El 29 de septiembre, a la luz de los informes posibilistas remitidos por Van Rompuy, el jefe del Estado belga volvió a encargar al presidente del partido más votado la formación del gobierno poselectoral, misión que ya acumulaba cerca de cuatro meses de retraso, un lapso no insólito para los estándares belgas, en un país acostumbrado a interminables cabildeos partidistas; por ejemplo, Martens invirtió 107 días en formar su primer gobierno en 1979 y nada menos que 148 para constituir el octavo en 1988, mientras que Dehaene necesitó 104 días para tomarle el relevo en 1992.

El 9 de octubre, transcurridos 111 días desde las elecciones, Leterme anunció acuerdos pentapartitos en torno a las políticas de inmigración y ciudadanía, que en lo sucesivo serían más restrictivas. Pero el consenso más básico se agotó en torno a la incorporación al área electoral y judicial flamenca de los cantones de Halle-Vilvoorde, que el CD&V y la N-VA insistían en segregar. Las negociaciones se empantanaron de nuevo, tal que el 6 de noviembre el país entró en el 149º día sin Gobierno, batiéndose el récord histórico de 1988.

Ni los apremios del rey, comprensiblemente preocupado por el curso de los acontecimientos, ni la "marcha por la unidad", efectuada en Bruselas por 35.000 ciudadanos que expresaron sus temores por la desintegración de Bélgica y su rechazo a los regateos de los políticos, consiguieron hacer encarrilar las negociaciones de los cinco partidos. Leterme se mostró más dúctil al dejar de plantear la resolución del conflicto de BHV como la precondición para la formación del Gobierno, pero su socio De Wever se mantuvo inflexible. Puesto a elegir entre sus compromisos con la N-VA y el acuerdo con los partidos francófonos en aras de la gobernabilidad de Bélgica, el dirigente flamenco optó por los paisanos nacionalistas. Por su parte, el CDH tampoco dio su brazo a torcer en el espinoso asunto del recorte competencial del Estado federal, lo que le acarreó reproches incluso desde el MR. En consecuencia, el 1 de diciembre, por segunda vez en algo más de tres meses, Leterme presentaba al rey su dimisión como formador, elevando de grado la crisis política nacional.

Para salir de la inquietante parálisis institucional, el monarca y los cabezas partidistas convinieron en formar un gobierno de emergencia puramente temporal, a modo de ejecutivo puente facultado para gestionar ciertos "asuntos urgentes" (se pensaba sobre todo en la aprobación de los presupuestos) que estaban fuera del alcance del actual Gabinete provisional, a cuyo frente aceptó estar el propio Verhofstadt, ahora mismo el político más popular del país. Extraoficialmente, se trataba de ganar tiempo, una vez descartada la alternativa de acudir a nuevas elecciones (las cuales, según las encuestas, darían alas al Vlaams Belang y a la N-VA a costa del CD&V), para que Leterme pudiera retomar las negociaciones multipartitas, aunque muchos comentaristas de prensa hablaron de mera postergación de la confrontación política y del debate sobre los problemas de fondo.

Verhofstadt, dando cumplidas muestras de habilidad, constituyó este verdadero Gobierno interino el 21 de diciembre con la participación del Open-VLD, el CD&V, el MR, el CDH y, como novedad inesperada, el PS de Elio Di Rupo. Esta combinación sumaba en la Cámara 101 escaños, es decir, la deseada mayoría de dos tercios. Leterme, con otra polémica a cuestas por haber descrito a la RTBF como un medio propagandista de las ideas del CDH y haberla comparado con la emisora rwandesa Radio Libre des Mille Collines -infame instigadora en las ondas del genocidio de los tutsis por los hutus cometido en 1994 en el país centroafricano-, obtuvo los puestos de viceprimer ministro, ministro del Presupuesto, ministro de Movilidad y ministro de Reformas Institucionales. En su debut como miembro del Gobierno federal, renunció a la condición de senador.

El CD&V recibió otras tres carteras: Justicia, para Jo Vandeurzen –quien cedió las funciones de presidente del partido a Étienne Schouppe-, Defensa, para Pieter De Crem, y Empresas del Estado, para Inge Vervotte. El carácter "asimétrico" del equipo formado por Verhofstadt, con más partidos francófonos que flamencos, fue acogido con disparidad de opiniones entre los hacedores de opinión pública: para unos, tal composición aceleraba la partición de Bélgica; para otros, los menos, era la llave de la gobernabilidad a la que Leterme debía recurrir en su tercer intento formativo, que, si no corría la suerte de los anteriores, tendría que fructificar antes del 23 de marzo de 2008, que era el plazo de vida asumido por el ejecutivo interino.

Leterme retomó con brío las negociaciones sobre la base de la composición del presente gobierno, dejando marginada a la N-VA. Pero el 14 de febrero hubo de ser ingresado de urgencia en un hospital de Ypres y a continuación en el Hospital Universitario Gasthuisberg de Lovaina, aquejado de una hemorragia interna gastrointestinal; tras unos días en la unidad de cuidados intensivos, los médicos le dieron de alta sin más complicaciones. Leterme retornó a la mesa multipartita y el 18 de marzo, tras una última y maratoniana ronda de negociaciones, le cupo la satisfacción de anunciar a los medios que las cinco formaciones presentes en el Gabinete de Verhofstadt habían alcanzado un acuerdo final de gobierno centrado en la reforma de la política sobre inmigración, un plan de estímulo económico para relanzar la producción y generar empleo, y medidas de acción contra el cambio climático.

Para decepción de los nacionalistas flamencos y moderada satisfacción de sus detractores valones, el documento, de 40 páginas, apenas tocaba la gran reforma del Estado federal para elevar el techo competencial de las regiones, la cual sería objeto de una negociación específica con vistas a producir resultados a corto plazo, a ser posible para julio. Finalmente, Leterme iba a ser primer ministro de Bélgica al frente de un gobierno de composición muy parecida al del último equipo de Verhofstadt, con los mismos partidos y los mismos ministros clave. Numerosos analistas salieron al paso para pronosticar una corta vida al nuevo Gobierno, y el propio Leterme se encargó de alimentar el escepticismo al advertir que si para el verano no se alcanzaba un acuerdo sobre la reforma de la federación, el CD&V declararía rota la coalición.

La mudanza institucional tuvo lugar el 20 de marzo de 2008. Ese día, el rey cesó formalmente a Verhofstadt y nombró a Leterme, quien obtuvo la sanción real para su lista de gobierno antes de prestar juramento junto con los demás miembros del Gabinete. De los 14 puestos ministeriales, el CD&V se quedó con tres: Justicia y Reforma Institucional, para Vandeurzen, Defensa, para De Crem, y Servicio Civil y Empresas del Estado, para Vervotte; el Open-VLD con cuatro, inclusive Exteriores para Karel De Gucht, e Interior para el también confirmado en su puesto Patrick Dewael; el MR con tres, incluyendo Finanzas para Didier Reynders, quien compartía competencias de Reforma Institucional con Vandeurzen; el PS con tres también, entre ellos Asuntos Sociales y Salud Pública, para Laurette Onkelinx; y el CDH con uno, Empleo e Igualdad de Oportunidades, para la pugnaz Joëlle Milquet. Compartían el rango de viceprimeros ministros Vandeurzen, Dewael, Reynders, Onkelinx y Milquet.

De los cinco partidos, tres eran francófonos, pero la paridad lingüística quedó salvaguardada: siete ministerios fueron para los flamencos y siete para los francófonos; el bilingüismo de Leterme, teóricamente, compensaba su filiación flamenca. En su discurso de presentación al Parlamento del programa gubernamental, el flamante primer ministro manifestó: "Bélgica sigue siendo un país bueno para vivir y que posee muchas cosas de las que podemos estar orgullosos". Un país, añadió, "que puede esperar un futuro próspero si por lo menos está preparado para el cambio". El 22 de marzo la Cámara baja otorgó al Gobierno Leterme su confianza por 97 votos contra 48.


3. Un efímero primer ministro de Bélgica: del bloqueo de las negociaciones constitucionales a la tormenta bancaria

Leterme había precisado de 284 días, más de nueve meses, para convertirse en primer ministro de Bélgica a partir de su victoria electoral. Pues bien, su ejercicio de gobierno iba a durar casi exactamente el mismo tiempo: 285 días. En la brevedad de la ejecutoria se confabularon los interminables desacuerdos partidistas, una descomunal crisis bancaria y la propia personalidad del primer ministro, que no jugó sus cartas con habilidad y volvió a demostrar su limitada capacidad para forjar consensos.

Tras asumir, Leterme se marcó de plazo hasta el 15 de julio de 2008 para llegar a un acuerdo de principios con los partidos valones en torno a la reforma del Estado federal. Los partidos flamencos advirtieron que si no había un compromiso para entonces, retirarían su confianza al Ejecutivo. Tras varios meses de negociaciones, Leterme logró cerrar el 12 de julio un acuerdo sobre cuestiones socioeconómicas, válido para el trienio 2009-2011 y destinado a dar respuesta a la crisis económica, que venía gestándose desde hacía más de un año con el registro de tasas de crecimiento intertrimestrales apenas superiores al 1% y que adquiría más nitidez ahora con la inminencia de la recesión. Asimismo, se pactó el control presupuestario en el ejercicio de 2008.

Sin embargo, las negociaciones naufragaron, como en las ocasiones anteriores, en el hipersensible ámbito jurídico- institucional de la reforma: el ordenamiento competencial y la escisión de HV de BHV. A cambio de las transferencias desde el Estado a las regiones, los valones exigían unas compensaciones territoriales que para los flamencos eran de todo punto inaceptables: que se ampliara la Región de Bruselas-Capital, enclavada en la provincia del Brabante Flamenco, o que contara con un corredor que la uniera por el sur con la provincia del Brabante Valón. En una maniobra de última hora, Leterme intentó vincular a los presidentes de los gobiernos regionales en unas negociaciones que hasta entonces habían sido conducidas exclusivamente por los jefes partidistas. Pero el ministro-presidente de Flandes, Peeters, no estaba por la labor.

El 14 de julio, un frustrado Leterme presentaba por sorpresa la dimisión a Alberto II con la explicación de que ninguno de sus esfuerzos había conseguido superar las diferencias "irreconciliables" entre flamencos y valones. El monarca, tras una deliberación de tres días, decidió no aceptarle la renuncia y le pidió que siguiera adelante pero "promoviendo al máximo las oportunidades de diálogo". El jefe del Estado encomendó también a un trío de sabios la misión de examinar de qué manera se podían ofrecer garantías para iniciar "de forma creíble" un diálogo institucional en Bélgica. A principios de agosto, con el país sumido en una tensa incertidumbre, el líder de la N-VA, De Wever se encargó de echar más leña al fuego de la desunión al igualar a la minoría francófona de Flandes con los inmigrantes de países musulmanes que estaban obligados a aprender el neerlandés como "idioma de gestión", y al presentar a Bruselas como un ciudad originalmente flamenca que había sido "francofonizada".

En la última semana de septiembre, la crisis política entró en una fase algo más esperanzadora al aceptar el CD&V, el Open VLD y el SP.A (ex SP), siguiendo con la recomendación elevada por el trío de sabios, comenzar a discutir en octubre una reforma constitucional que no pusiera en riesgo a la caja única de la seguridad social, postergara para más adelante el asunto de BHV y no se supeditara a fechas de obligado cumplimiento. Del acuerdo de los partidos flamencos se marginó la NV-A, cuyo representante en el Gobierno Flamenco, Bourgeois, fue obligado a dimitir. El compromiso para diferir una vez más los aspectos más calientes de la reforma estatal mantuvo provisionalmente a flote a Leterme. Además, los liberales y socialistas flamencos estaban satisfechos porque la alianza entre el dirigente democristiano y el nacionalista De Wever había quedado hecha trizas.

El relativo sosiego para Leterme no duró más que unos pocos días, ya que, sin solución de continuidad, al primer ministro se le vino encima la ramificación nacional de la gran crisis financiera global, que en Bélgica arreció con particulares celeridad y virulencia. Así, el 28 de septiembre, el Estado belga, en una urgente operación conjunta con Holanda y Luxemburgo, hubo de socorrer al grupo Fortis, la primera operadora de servicios financieros y aseguradora del país, que presentaba problemas de liquidez agravados por los rumores de quiebra, adquiriendo el 49% de sus acciones, es decir, nacionalizándolo parcialmente de hecho. La operación de salvamento concertada por los tres Estados del Benelux suponía una inversión total de 11.200 millones de euros distribuidos proporcionalmente al peso del grupo bancario en cada territorio.

Así, Bélgica inyectaba 4.700 millones de euros en el Fortis Bank SA/NV, mientras que Holanda aportaba 4.000 millones para adquirir el 49% del Fortis Bank Nederland (Holding) NV y Luxemburgo hacía lo propio, con 2.500 millones, en relación con el Fortis Banque Luxembourg SA. Además, Fortis era obligado a deshacerse de su participación en el holandés ABN Amro Bank, adquirida el año anterior por 24.000 millones de euros dentro de un consorcio de bancos europeos y unánimemente considerada como la desencadenante de la crisis de liquidez del grupo y del subsiguiente hundimiento de sus cotizaciones bursátiles.

Sin respiro, el 29 de septiembre, el desplome en la bolsa del grupo franco-belga Dexia, otro grande de los servicios financieros, obligó a Bruselas a realizar una segunda operación de inyección de capital, esta vez en coordinación con París. El Gobierno federal decidió aportar a Dexia 6.400 millones de euros en un esfuerzo compartido con los gobiernos regionales y los accionistas particulares. Por si era poco, los bancos ING y KBC, muy implantados en el país, fueron alcanzados también por las turbulencias bursátiles, amenazando con convertirse en las siguientes fichas del dominó de la debacle. Leterme no tuvo ambages en diagnosticar la situación como "una avalancha, un verdadero huracán" que había alcanzado Bélgica, y explicó que el Gobierno vigilaba atentamente el curso de los acontecimientos para evitar que la totalidad del sistema bancario belga se fuera a pique.

El 5 de octubre, después de asumir el Estado holandés la práctica totalidad de los activos de Fortis en su territorio, el Gobierno de Leterme acordó con el BNP Paribas la compra por este banco francés del 75% de las actividades bancarias del Fortis Bank SA/NV, previa asunción por el Estado belga del 51% no adquirido el 28 de septiembre con el desembolso de 4.700 millones adicionales, y del 100% de sus actividades en el sector de los seguros. BNP Paribas gastaría en Bélgica y Luxemburgo (donde la adquisición afectaría al 66% de las operaciones del grupo) 14.700 millones de euros en el marco de la operación. A cambio, el Estado belga se convertía en accionista mayoritario del BNP con el 11,6% del capital.

La operación, mitad de rescate, mitad de desmantelamiento de Fortis, que de hecho daría lugar al primer banco europeo por el monto de depósitos, parecía estar encarrilada. Para Leterme, se trataba de "una solución que protegía a los accionistas". En noviembre, el primer ministro siguió dando que hablar. Primero, al reconocer que él figuraba entre los miles de afectados de todo el mundo que habían perdido dinero por la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers; en su caso, había visto evaporarse 20.000 euros depositados en el Citibank pero invertidos en productos de Lehman de alto riesgo. Segundo, en unas declaraciones inesperadas en él, al salir a defender a la Corona de las críticas de que era objeto por el crecimiento de sus asignaciones económicas del Estado. Así, Leterme elogió a Alberto II por ser "un cemento manifiesto y un factor de cohesión para este país complejo".

Un nuevo y demoledor contratiempo le aguardaba a Leterme a la vuelta de la esquina. El 12 de diciembre, el Tribunal de Apelación de Bruselas ordenó paralizar la venta de los activos de Fortis al BNP así como el mismo desmembramiento trinacional de la compañía intervenida hasta que los accionistas minoritarios, que habían impugnado la operación ante el Tribunal, no concedieran su autorización a tan drásticas medidas.

Seis días después, el primer ministro recibió un segundo y letal golpe al denunciar el presidente del Tribunal Supremo, Ghislain Londers, que el Gobierno había interferido en las funciones del poder judicial en un intento de evitar, precisamente, la sentencia del Tribunal de Apelación. La misiva de denuncia tenía por destinatario a Van Rompuy, el presidente de la Cámara de Representantes, quien no dudó en hacerla pública aun a sabiendas de que era dinamita para su colega de partido. Sin perder un minuto, Leterme salió a reconocer que, en efecto, se habían producido algunos "contactos" entre miembros de su Gabinete y funcionarios judiciales, pero negó que se hubiese pretendido presionar a los magistrados. Londers aseguraba, aunque no aportaba ninguna prueba jurídica, que el Gobierno había "hecho de todo" por obtener del Tribunal de Apelación un pronunciamiento favorable a sus intereses.

La escueta explicación de Leterme no satisfizo a la oposición, que exigió a coro su dimisión. Los socios del Gobierno no salieron a sostenerle, ni siquiera su propio partido, y la puntilla se la propinó el 19 de diciembre uno de sus hombres de confianza en el Gabinete, Jo Vandeurzen, que renunció al Ministerio de Justicia. Horas más tarde, ese mismo día, Leterme presentaba la dimisión al rey con la puntualización de que en modo alguno aceptaría un nuevo nombramiento. Era su cuarta renuncia en 16 meses, pero esta vez no había marcha atrás.

El 22 de diciembre Alberto II aceptó la dimisión de Leterme y seis días después, exploradas las opiniones de los miembros de la coalición, nombró primer ministro a Van Rompuy, quien en el tiempo récord de dos días constituyó el nuevo Gabinete pentapartito y se puso a gobernar. Era el penúltimo día de 2008 y Bélgica estaba en recesión desde hacía un semestre. Van Rompuy tendría que ejecutar las medidas que Leterme no había tenido tiempo de implementar: la aprobación del presupuesto de 2009 y el plan de estímulo económico de 2.000 millones de euros, un paquete de deducciones fiscales e inversiones en obras públicas para gastar en 2009. No menos urgente era solucionar el embrollo del Fortis Bank. En el tintero se había quedado también la gran reforma del Estado federal que el político democristiano venía preconizando desde hacía años.


4. Nuevo mandato en Bruselas tras la marcha de Van Rompuy a la UE

Leterme volvió a su escaño de senador y durante unos meses se mantuvo en un segundo plano. Ante la comisión parlamentaria creada para investigar las circunstancias de la suspendida venta del Fortis Bank al BNP Paribas y la naturaleza de los contactos entre su Gobierno y el poder judicial, el ex primer ministro testificó que ni él ni nadie de su equipo habían incurrido en irregularidad alguna. Al final, la indagación parlamentaria no detectó indicios de injerencia política por parte del entonces gobernante; a lo sumo, constató muestras del mal funcionamiento del sistema judicial belga.

En enero se comentó que Leterme podría incorporarse a la Comisión Europea y en febrero el CD&V informó que su "primer militante" apoyaría la lista del partido para las elecciones al Parlamento Europeo como miembro suplente de la misma. El 7 de junio tuvieron lugar los comicios y los democristianos, desligados de la N-VA, se impusieron en su pugna particular con el Open-VLD en el colegio electoral neerlandófono, donde sacaron el 23,7% de los votos. El mismo día se celebraron las votaciones regionales en Flandes, que, con el 22,9% de los votos, sonrieron igualmente al CD&V. Ambas victorias del partido de Leterme fueron favorecidas por el desplome sin precedentes del Vlaams Belang. Finalmente, fue el ministro de Exteriores del Gobierno Van Rompuy, el liberal Karel De Gucht, el escogido por la coalición para ocupar el puesto reservado a Bélgica en la Comisión Europea, donde el hasta ahora comisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria, Louis Michel, se daba de baja para sentarse en el Parlamento Europeo. El 17 de julio Van Rompuy realizó una remodelación gubernamental en la que Leterme fue recuperado para el Ejecutivo como sustituto de De Gucht en Exteriores.

El brioso y sorprendente retorno de Leterme al proscenio de la política nacional se vio coronado tan sólo cuatro meses más tarde con su designación como el recambio de Van Rompuy, al que el 19 de noviembre sus colegas europeos escogieron para desempeñar, a partir del 1 de diciembre, el cargo de presidente permanente del Consejo Europeo, que instituía el Tratado de Lisboa.

Los partidos del Gobierno estuvieron de acuerdo en que a Van Rompuy, para no crear interrupciones en el proceso político y facilitar una mudanza institucional lo más suave posible, tenía que sucederle, no sólo un conmilitón, sino una personalidad política fuerte y experta. Exonerado de toda sospecha por el escándalo Fortis y perfectamente al tanto de una agenda de gobierno que en parte había diseñado él, el elegido no podía ser otro sino el ministro de Exteriores. El sistema político belga se superó a si mismo en cuanto a diligencia y el 25 de noviembre, facilitadas por la labor intermediadora de Martens con mandato real, tuvieron lugar, todo seguido, la dimisión formal de Van Rompuy, el nombramiento real de Leterme y la jura del nuevo Gobierno.

En su primera alocución, Leterme, consciente de la aprensión que su figura suscitaba entre la población francófona, que no olvidaba sus destemplanzas verbales y sus coqueteos con el soberanismo flamenco, adoptó un tono apaciguador para transmitir la idea de la "continuidad" con respecto a la gestión de Van Rompuy, cuyo estilo sutil y su habilidad para el consenso habían devuelto a la política nacional un sosiego impensable hacía justamente un año. Leterme alabó la "fuerza tranquila" de su predecesor y apeló a la "moderación", la "discreción" y la "serenidad" de los debates políticos.

Pero no olvidó subrayar que el objetivo prioritario de su mandato seguía siendo una reforma institucional que redistribuyera competencias y poder económico en favor de las regiones. "Hace ya demasiado tiempo que las discusiones institucionales paralizan el funcionamiento óptimo de este país", afirmó en su declaración de intenciones. La novedad radicaba en que la profundización del federalismo y la cuestión de BHV no iban a ser manejadas personalmente por el primer ministro, que estaría más pendiente de pilotar la recuperación económica –el país ya había salido de la recesión-, sino por un factótum en la persona del ex primer ministro Dehaene. El 27 de noviembre la Cámara de Representante otorgó su confianza al nuevo Gobierno por 82 votos contra 53.

El primer ministro de Bélgica está casado, con Sofie Haesen, y es padre de tres hijos.

(Cobertura informativa hasta 1/12/2009)