Viktor Klima

Hijo de un director de escuela con ideas socialdemócratas, comenzó sus actividades políticas en organizaciones estudiantiles y en las juventudes del Partido Socialista de Austria (SPÖ, desde 1991 llamado Partido Socialdemócrata de Austria), que le dio el carnet de militante en 1966. Tras licenciarse en Administración de Empresas y Análisis Económico por la Universidad Técnica de Viena, en 1970 entró a trabajar en la Administración Austríaca del Petróleo (ÖMV), empresa del Estado y la mayor compañía petroquímica del país. Sus dotes organizativas le promocionaron a las jefaturas de la división de grupos de trabajo en 1980 y la oficina central de recursos humanos en 1985. De ahí pasó en 1990 a la junta de directores de la compañía, donde desempeñó tareas de auditoría de cuentas y control de balances financieros. En 1991 asumió responsabilidades adicionales sobre la división de productos químicos.

Su habilidad para introducir mejoras en la producción y simultáneamente mantener las buenas relaciones con las centrales sindicales, atrajo la atención del canciller federal Franz Vranitzky, quien el 3 de abril de 1992 le confió el Ministerio de Economía Pública y Transportes. Desde este puesto, Klima jugó un papel esencial en la aplicación del acuerdo sobre tráfico de mercancías entre Austria y la Unión Europea (UE), removiendo una barrera fundamental para el ingreso del país alpino en la organización el 1 de enero de 1995. En las elecciones al Nationalrat (Consejo Nacional, la cámara baja del Parlamento federal) del 9 de octubre de 1994 Klima ganó su primera acta de diputado, pero renunció a la misma días después de renovar su ministerio en el Gobierno el 29 de noviembre.

El SPÖ ganó otra vez las elecciones generales del 17 de diciembre de 1995 y Vranitzky formó el 12 de marzo de 1996 un nuevo gobierno de coalición, el quinto desde que él llegara a la Cancillería en 1986 y el cuarto consecutivo con el Partido Popular Austríaco (ÖVP), tradicionalmente la segunda fuerza del país. En este gabinete Klima figuró como ministro de Finanzas, así que volvió a cesar en el Nationalrat tras ejercer dos meses de parlamentario. Como ministro, Klima elaboró unos presupuestos federales de austeridad que facultasen el ingreso del país en la tercera etapa de la Unión Económica y Monetaria (UEM) en enero de 1999.

El hombre que hasta 1992 fue un gestor público sin historial político de significación —ni siquiera era diputado— se convirtió en el favorito de Vranitzky para sucederle al frente de los socialdemócratas, así como el hombre idóneo para dirigir el país en un tiempo de replanteamiento general de los esquemas económicos, exteriores y de seguridad con los que Austria se había desenvuelto desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El 18 de enero de 1997 aquel dimitió como canciller y presidente federal del partido y el mismo día el Presidium del SPÖ eligió a Klima para el segundo de los puestos, que en plena legislatura le proyectó automáticamente al primero.

El 28 de enero Klima prestó juramento ante el presidente Thomas Klestil como noveno canciller federal desde 1945 y el cuarto consecutivo del SPÖ desde 1970. No alteró el reparto de cuotas de poder en el Gobierno de gran coalición que funcionaba desde 1987, aunque hizo recambios en los ministerios de su partido. El ÖVP recibió positivamente el nombramiento de Klima, cuyo talante conciliador resultaba oportuno tras las últimas tarascadas con Vranitzky por cuestiones presupuestarias. En abril siguiente Klima fue oficialmente confirmado presidente del SPÖ en su Congreso federal.

Tras su investidura, Klima recalcó el compromiso de Austria con los objetivos de la UEM, que condicionaban la adopción del euro a la dejación de la soberanía monetaria en una instancia supranacional, el Banco Central Europeo, y a la fijación de la ortodoxia financiera en la gestión gubernamental. Klima aceptó negociar con los populares el reajuste presupuestario, la privatización de empresas públicas y la reforma de la seguridad social, pero indicó que este empuje liberal y desregulador no descuidaría la reactivación económica ni la creación de empleo. Estos argumentos toparon con el escepticismo de una parte notable de la opinión pública austríaca, cuando no de la hostilidad con tintes xenófobos de una pujante minoría que capitalizaba Jörg Haider, el carismático líder del ultraderechista Partido de la Libertad de Austria (FPÖ).

Si la cuestión europea abría un foso insuperable entre Klima y Haider, con el ÖVP el debate se suscitó en torno a la conveniencia de ingresar en la OTAN. Para el canciller y su partido aún no era tiempo de clausurar el neutralismo que las superpotencias de la Guerra Fría impusieron a Austria por mutuo interés, aunque si asumían que los cambios mundiales, la desaparición del bloque soviético, obligaban a una nueva definición del estatus. El acercamiento a las estructuras de seguridad occidentales lo inauguró el propio Vranitzky con la adhesión a la Asociación para la Paz de la OTAN y la obtención, consustancial con la pertenencia a la Unión Europea, del estatuto de observador en la Unión Europea Occidental (UEO). Klima asistió a la cumbre de la OTAN en Madrid del 9 de julio de 1997 para firmar la adhesión al Consejo de Asociación Euro-Atlántica (CAEA), la nueva instancia que reforzaba la cooperación a todos los niveles entre los estados miembros y asociados de la Alianza.

Austria tuvo su primera presidencia de la UE en el segundo semestre de 1998 y Klima presidió los Consejos Europeos de Pörtschach, el 24 y 25 de octubre, y Viena, el 11 y 12 de diciembre. El primero estuvo dedicado a debatir el futuro político y económico de la UE a la luz de las nuevas realidades del euro y el Tratado de Amsterdam, tocándose una serie de temas que para Klima eran insoslayables: la legitimidad democrática de las instituciones, el principio de subsidiaridad, la dimensión social de las políticas económicas comunes y el desarrollo de la Política Exterior y de Seguridasd Común (PESC).

Para el encuentro de Viena el canciller redactó una agenda casi monográfica sobre la reforma financiera de la Comunidad, tema sumamente espinoso que pretendía zanjar cuanto antes. Austria, contribuyente neto, se alineó con Alemania, Suecia y Holanda en la defensa del recorte de las dotaciones presupuestarias y subvenciones, y por su parte solicitó corregir los que consideraba desequilibrios desfavorables creando mecanismos de compensación directos, como retornos financieros puros. Las propuestas de Klima airaron a los países pro cohesión, que, encabezados por España, las rechazaron por no ajustarse al derecho básico de la UE. Ante lo enconado de sus diferencias, los mandatarios decidieron aplazar el debate financiero al año siguiente.

Ya antes del consejo vienés varios socios comunitarios habían torcido el gesto ante una audaz propuesta de Klima: la ampliación de la UE a prácticamente todos los países de Europa, Turquía, Rusia, Ucrania y los estados ex yugoslavos incluidos. La idea era crear un vasto espacio continental, que diera más enjundia a la Conferencia Europea iniciada en 1998, en el que convergiesen los distintos grupos y alineamientos de países, los cuales, siguiendo una geometría de círculos concéntricos, se vincularían a la UE con distintos niveles de integración y pretensiones.

Los recortes en el gasto público situaron el déficit por debajo del 3% del PIB y la deuda a poco más del 60%, y sin cargarlos al desempleo, que gracias a la saludable coyuntura económica se redujo hasta el 3,5% a finales de 1999. Pero Klima tenía en su contra el cansancio acumulado por tres décadas de gobiernos socialdemócratas y el ascenso imparable de un sentimiento euroescéptico cuando no antieuropeo, hábilmente atizado en su provecho por el FPÖ y su populista presidente. Las perspectivas electorales de los socialdemócratas eran poco halagüeñas, pues constaba que el FPÖ venía reclutando a muchos votantes desencantados del partido gobernante, y precisamente entre la clase obrera, bastión tradicional ahora en crisis. Aunque la inserción en el mercado común europeo y la participación en las políticas comunitarias habían mejorado los intercambios comerciales e incentivado la producción, en la sociedad austríaca cristalizaba un miedo por la transformación de sus formas tradicionales de vida que la mundialización en ciernes pudiera deparar. Muchos ciudadanos no percibieron beneficio alguno en pertenecer a la UE, a la que percibían como una superentidad entremetida y reglamentadora.

Para Klima y el SPÖ las elecciones legislativas del 3 de octubre de 1999 supusieron un amargo varapalo, y por duplicado. El partido cayó a los 65 escaños con el 33,1% de los votos, cinco puntos menos que en 1995 y de hecho sus peores resultados en una consulta federal desde 1945. Pero además el FPÖ hizo una remontada espectacular y empató casi exactamente con el ÖVP en escaños (52) y votos (26,9%). En añadidura, la participación descendió al 76,2%, considerada "muy baja" para los parámetros austríacos. No se recordaba una victoria más pírrica en Austria, pero para Klima, que en la campaña había multiplicado las advertencias contra el voto de protesta en favor de Haider, fundamentalmente se trató de un fracaso personal.

Haider reclamó el derecho de su partido a formar parte de un gobierno de coalición, pero Klima, tras certificar lo imposible de una alianza de socialdemócratas y liberales, instó a Wolfgang Schüssel, presidente del ÖVP, a reeditar la experiencia roji-negra. Ésta si bien ya últimamente a trancas y barrancas, había durado 12 años, con innegable utilidad para la estabilidad económica y política del país. El presidente Klestil, proveniente del ÖVP y muy hostil a Haider, pidió primero a Klima que formara el Ejecutivo. La llave la tenía Schüssel, vicecanciller y ministro de Exteriores del gobierno saliente. Las negociaciones comenzaron el 9 de diciembre con buen pie, pero el 21 de enero de 2000 se notificó su fracaso. Klima aceptó la agenda de los populares: cuestionamiento a largo plazo de la neutralidad austríaca, aceleración de las privatizaciones, reformas en el sistema de pensiones por jubilación y recortes de los privilegios de los funcionarios públicos.

Sin embargo, en el último momento se plantearon diferencias insalvables sobre dos exigencias de Schüssel: el nombramiento de un "experto independiente" (escogido por los populares, se entendía) para el Ministerio de Finanzas y que en el documento programático estampara su firma el jefe del sindicato del metal, integrante del equipo negociador del SPÖ. El 27 de enero Klima comunicó a Klestil su renuncia a intentar formar gobierno, dejando expedito el camino para la alianza entre el ÖVP y el FPÖ. De esta manera, el 4 de febrero Klima hubo de ceder su despacho en la Cancillería a Schüssel.

Después de arrojar la toalla, Klima no cargó las tintas contra la "amenaza parda"; de hecho, no consideró al FPÖ un peligro para la democracia, aunque llamó a mantener bajo vigilancia su comportamiento gubernamental antes de emitir un juicio definitivo sobre la naturaleza y el liderazgo del partido. Cuando la UE aplicó sanciones a Austria por la entrada del FPÖ en el Gobierno, el ex canciller pidió al dúo Schüssel-Haider que no se escandalizara por la reacción internacional y que tomara en consideración la seria preocupación de los países aliados y amigos en Europa y el resto del mundo. Al dejar la Cancillería, Klima anunció su despedida de la actividad política. El 23 de febrero renunció, ya sin obligación institucional, a su recién ganado escaño en el Nationalrat y el 29 de abril siguiente cesó también como presidente del SPÖ en el Congreso del partido. El elegido para sucederle fue Alfred Gusenbauer, un dirigente del bundesland de Baja Austria que venía fungiendo de administrador federal del partido y que propugnaba regresar a las esencias socialdemócratas.

(Cobertura informativa hasta 20/3/2001)