Trinidad Jiménez
Ministra de Asuntos Exteriores y Cooperación (2010-2011)
Trinidad Jiménez, ex secretaria de Estado para Iberoamérica y luego, desde 2009, ministra de Sanidad, fue nombrada en octubre de 2010 titular de Asuntos Exteriores y Cooperación por el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. Antigua secretaria de Internacional del Partido Socialista, su promoción al puesto, sustituyendo a Miguel Ángel Moratinos, se enmarca en una remodelación del Ejecutivo con la que Zapatero, seriamente erosionado desde la reválida electoral de 2008, intenta recobrar impulso en mitad de una convalecencia económica muy frágil. Jiménez, que advoca el "respeto" y el "diálogo" como ejes de la política exterior, asume un área donde la abundancia de actuaciones polémicas, las contradicciones entre las declaraciones éticas y la prevalencia de intereses comerciales y de seguridad, más la falta de consenso con el principal partido de la oposición, han arrojado dudas sobre el peso relativo de España en el escenario internacional, que parece menguar en un mundo en mutación acelerada. Cuba, Venezuela, Gibraltar, el marco euromediterráneo y el conflicto saharaui-marroquí son los capítulos que reclaman la atención prioritaria de la nueva ministra.
(Texto actualizado hasta octubre 2010)
1. Lugarteniente de Rodríguez Zapatero y responsable de Internacional del PSOE
2. Entrada en el Gobierno y ministra de Sanidad
3. Nombramiento para encabezar el Ministerio de Exteriores
1. Lugarteniente de Rodríguez Zapatero y responsable de Internacional del PSOE
Malagueña de nacimiento y tercera de nueve hermanos, sus apellidos paternos están indisolublemente unidos a la práctica del derecho procesal, en su rama penal, y al Poder Judicial del Estado en la España democrática. Así, es hija de José Jiménez Villarejo, primer titular en 1984 de la Fiscalía Especial Antidroga, ex presidente de la Asociación de Fiscales y magistrado emérito del Tribunal Supremo, de cuyas Salas Segunda (de lo Penal) y Quinta (de lo Militar) fue presidente. Y también sobrina de Carlos Jiménez Villarejo, hermano del anterior, antiguo fiscal jefe de la Audiencia de Barcelona y luego, hasta 2003, fiscal jefe Anticorrupción en el Ministerio Público. Otros dos tíos paternos también ejercieron como juristas, el uno como fiscal civil y el otro como general del Cuerpo Jurídico de la Armada. La madre, Trinidad García-Herrera, laboró como trabajadora social en el campo de las prisiones.
Al comenzar 1983, Jiménez Villarejo se trasladó a Madrid desde la jefatura de la Fiscalía de Huelva para asumir como teniente fiscal ante el Tribunal Constitucional, cargo para el que había sido nombrado por el nuevo Gobierno de Felipe González y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Su hija Trinidad marchó con él, dispuesta a realizar la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma. Las credenciales progresistas del padre, un jurista comprometido con la remoción de los aspectos corporativos del poder judicial heredados de la dictadura franquista, así como la vocación social de la madre debieron influir en la opción militante de la hija, que en 1983 ayudó a fundar en la Autónoma la Asociación de Estudiantes Socialistas y en 1984 obtuvo el carné de afiliada al PSOE. Su creciente interés por la política la indujo a abandonar sus planes iniciales de preparar oposiciones para juez en cuanto terminase la carrera.
Como representante de las Juventudes Socialistas, Jiménez ingresó en el Consejo de la Juventud de España (CJE), donde fue elegida miembro de la Comisión Permanente y presidenta del Comité de Relaciones Internacionales, funciones que desempeñó hasta 1986. En 1989, ya licenciada, tomó parte en el programa de intercambio académico NATO Youth Exchange, patrocinado por la OTAN, tres años después de ganar González el referéndum nacional sobre la permanencia de España en la organización defensiva occidental.
Las semblanzas oficiales y los informes de la prensa española son muy parcos sobre las actividades personales y profesionales de Jiménez hasta mediada la década de los noventa. Entre 1990 y 1995, cuando el matrimonio acabó en divorcio, estuvo casada con un diplomático de carrera llamado Juan Herráiz, con quien vivió sucesivamente en Guinea Ecuatorial, Israel y Camerún, destinos profesionales de él. En la ex colonia española de África occidental ejerció la docencia, como profesora de Derecho Político en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y de Geografía e Historia en el Colegio Español de Bata. Fue un lustro en el que Jiménez adquirió un conocimiento útil para quien, disipado el interés en la práctica jurídica, aspiraba a labrarse un bagaje profesional en los ámbitos de la política exterior y las relaciones internacionales, y ponerlo al servicio de su partido en el Gobierno.
Breves pinceladas del periodismo electrónico –en algún caso, con intencionalidad política- y que remiten a fuentes anónimas del Ministerio de Exteriores aseguran que Jiménez, de hecho, buscó con ahínco ingresar en el cuerpo diplomático al igual que su pareja, pero que, a diferencia de él, suspendió las exigentes oposiciones, y en dos ocasiones, convocadas anualmente por la Escuela Diplomática de Madrid.
En 1995 Jiménez regresó a España tras disolverse su relación con Herráiz y al año siguiente el PSOE, que retornaba a la oposición tras doce años de gobierno como resultado de la victoria electoral del Partido Popular (PP) de José María Aznar, le proporcionó un trabajo interno como responsable de Relaciones Políticas con América Latina dentro de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la Comisión Ejecutiva Federal del partido, cuyo titular era el dirigente socialista catalán Raimon Obiols.
En 1998, mientras realizaba su trabajo técnico en la sede socialista en la calle Ferraz de Madrid, su padre, el magistrado Jiménez Villarejo, presidió el tribunal que juzgó y condenó a los responsables de la cúpula de Interior del primer Gobierno socialista por su responsabilidad en el secuestro en 1983 del ciudadano vascofrancés Segundo Marey por los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL, organización parapolicial surgida para combatir a ETA con métodos de la guerra sucia). En 1999 asesoró a la Comisión sobre Progreso Global que, por mandato de la Internacional Socialista, encabezaba Felipe González, un bienio después de renunciar el ex presidente del Gobierno a la Secretaría General del PSOE y dejar al partido sumido en una profunda crisis de liderazgo, que tardó tres años en superar.
2000 fue un año decisivo para el devenir, últimamente muy accidentado, del PSOE y el futuro político de Jiménez. Junto con otros cuadros técnicos y diputados del partido que, como ella, eran desconocidos para el gran público, la especialista internacional se adhirió a la candidatura a secretario general -puesto vacante desde la dimisión de Joaquín Almunia la misma noche de las elecciones generales del 12 de marzo, que habían deparado una fuerte derrota a los socialistas- de José Luis Rodríguez Zapatero, diputado por León, secretario del partido en esa provincia y vocal de la Comisión Ejecutiva Federal. El proyecto de Zapatero, denominado Nueva Vía, para medirse en la elección interna que debía realizar el XXXV Congreso Federal del partido apostaba por una "nueva izquierda" y por una modernización del estilo y el programa del centenario partido, adaptándolos a los debates y preocupaciones de la sociedad del momento.
Incluso antes de perfilarse la aspiración de Zapatero, cinco días después del varapalo en las urnas que supuso la mayoría absoluta del PP, Jiménez llamó la atención con un artículo, La renovación necesaria, publicado por el diario El País, en el que instaba a los socialistas a reflexionar sobre las causas del fracaso electoral. Para ella, saltaba a la vista la incapacidad de transmitir una ilusión movilizadora a sus votantes y de conectar con las preocupaciones de la mayoría de los ciudadanos por un partido que había "dejado de estar atento a los cambios que la sociedad demandaba". Con un tono liviano que parecía apuntar a consideraciones supraideológicas, Jiménez reclamaba para el PSOE una revisión de "su modelo, su estructura y su proyecto político".
Jiménez se montó en la plataforma de Zapatero con ímpetu de promotora e hizo algo más por él: le introdujo ante González, quien no conocía personalmente al ambicioso dirigente leonés, citándolos a los dos en su domicilio madrileño para un encuentro informal el 20 de abril, día de Jueves Santo. El 22 de julio de 2000 Zapatero ganó a sus rivales José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez la Secretaría General en el XXXV Congreso y a continuación presentó la nueva Comisión Ejecutiva Federal, donde tomaron asiento sus principales colaboradores en Nueva Vía: José Blanco, Jordi Sevilla, Jesús Caldera, Juan Fernando López Aguilar y, no podía faltar, Trinidad Jiménez, nueva secretaria de Relaciones Internacionales en sustitución del hasta su ahora jefe directo, Obiols.
En febrero de 2002 Jiménez fue presentada por Zapatero como su apuesta personal, respaldada por la ejecutiva federal, para la Alcaldía de Madrid, una importante oficina que tocaba elegir en las municipales de 2003 y que desde hacía ocho años estaba en manos del PP. La designación no gustó a amplios sectores de la Federación Socialista Madrileña (FSM, rama del PSOE en la Comunidad), que reclamaron unas primarias y, tras quedar descartada esta fórmula, se dedicaron a menospreciar a quien veían como una postulante directamente arrojada por Zapatero sobre una plaza en la que no tenía ninguna experiencia política. Trini, diminutivo familiar con el que le gustaba ser llamada, concibió su primera campaña proselitista como un agotador "Trinimaratón", tal como lo describió la prensa, en el que tuvo que emplearse a fondo, multiplicando el contacto humano y derrochando sonrisas, para darse a conocer entre los militantes socialistas de la villa, cuyos distritos rojos, literalmente, zapateó de arriba a abajo. La escena más impactante de esta empresa mediática de seducción fue un cartel de propaganda, difundido en el mes de septiembre, en el que la aspirante a alcaldesa aparecía enfundada en una chaqueta de cuero negro muy favorecedora.
El retrato de Jiménez y su chupa desató todo tipo de comentarios y al cabo de unos días la FSM decidió retirarla. Los periódicos comentaron que el cartel había sido suprimido porque la candidata aparecía "demasiado guapa", "sexy" e "insinuante", y que esa imagen podría hacer perder votos entre el electorado femenino suspicaz. La interesada encajó con cierto disgusto la polémica, que en su opinión "no se habría producido" de haber sido un varón el chaqueteado de cuero. Por otro lado, en enero de 2003 Jiménez cedió la Secretaría de Relaciones Internacionales del PSOE a Manuel Marín, ex vicepresidente de la Comisión Europea y portavoz socialista de Exteriores en el Congreso de los Diputados, para concentrarse en su envite madrileño.
En las elecciones del 25 de mayo de 2003, Jiménez, cumpliendo los pronósticos, fue derrotada en la liza municipal por el popular Alberto Ruiz-Gallardón, un pariente lejano suyo (José Jiménez Villarejo había tenido como primo al abuelo de Ruiz-Gallardón, Jiménez de segundo apellido), aunque su candidatura mejoró los resultados de la FSM en los anteriores comicios y además fue instrumental para que su colega en la candidatura a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Rafael Simancas, secretario general de la FSM y portavoz del Grupo Municipal Socialista, consiguiera romper la mayoría absoluta del PP en el ámbito autonómico.
Ganadas por el PSOE con mayoría simple las generales del 14 de marzo de 2004, Zapatero diseñó un Consejo de Ministros para el que no contó con Jiménez, que aspiraba a la cartera de Asuntos Exteriores y Cooperación. En su lugar, Zapatero se decantó por Miguel Ángel Moratinos, un ducho diplomático de carrera conocido en el extranjero por su misión como representante especial de la Unión Europea en el proceso de paz de Oriente Próximo. El flamante presidente del Gobierno veía a Moratinos, identificado con el multilateralismo y el diálogo, como el profesional idóneo para, modificando la política exterior de la Administración Aznar, acusadamente proestadounidense, volver a unas relaciones trasatlánticas "más equilibradas" y aplicar una postura "más constructiva" en las negociaciones con los socios comunitarios sobre la reforma de la UE. Jiménez permaneció en la política activa como portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento de Madrid y en julio siguiente el XXXVI Congreso Federal la ratificó en la Secretaría de Relaciones Internacionales, puesto que había reasumido en el mes de abril al ser investido Marín presidente del Congreso de los Diputados.
2. Entrada en el Gobierno y ministra de Sanidad
La responsable del área de Internacional del PSOE vio demorado su esperado salto al Gobierno de España hasta el 6 de septiembre de 2006, cuando Zapatero la nombró para un puesto secundario, la Secretaría de Estado para Iberoamérica, un departamento nuevo del Ministerio de Exteriores cuya creación obedecía a la necesidad de "reforzar el papel estabilizador" de España en la región. En los siguientes dos años y medio, Jiménez viajó frecuentemente a América Latina, a veces junto con Moratinos y en otras ocasiones al frente de su propia misión. Por ejemplo, acompañó al ministro en su visita a La Habana de abril de 2007, que supuso un punto de inflexión en las relaciones hispano-cubanas al inaugurar una "nueva etapa" de diálogo tras un prolongado período de desencuentros. De hecho, en 2006 las autoridades cubanas no ocultaron su desagrado por el nombramiento de Jiménez, conocida en la isla por sus críticas al régimen comunista (a diferencia de Moratinos, cuya actitud podía considerarse condescendiente).
En noviembre de 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile, la secretaria de Estado fue testigo presencial, situada justo detrás de Zapatero y con la turbación dibujada en el rostro, del incidente que envolvió al rey Juan Carlos I y al presidente venezolano Hugo Chávez, invitado a callarse por el monarca cuando insistía en descalificar a Aznar en el turno de intervención de Zapatero.
El 27 de febrero de 2007, faltando más de un año para el próximo congreso del partido, Jiménez solicitó su relevo de la Secretaría de Política Internacional del PSOE porque sentía que era "incompatible desarrollar una labor de gobierno con una labor de partido". El 3 de marzo siguiente le tomó el testigo en la Ejecutiva la eurodiputada Elena Valenciano, si bien continuó en la dirección socialista como miembro del Comité Federal, posición que aprobó el XXXVII Congreso en julio de 2008. Poco antes, en las generales del 9 de marzo, Jiménez fue elegida diputada por Madrid, donde se presentó como la sexta de la lista encabezada por Zapatero. Su primer mandato popular, que no requirió el esfuerzo proselitista de las municipales de 2003 al tratarse de listas cerradas, lo obtuvo la secretaria de Estado en unas votaciones que volvió a ganar el PSOE por mayoría simple. Sin embargo, apenas tuvo ocasión de ocupar el escaño ya que el 22 de abril, seis días después de arrancar la novena legislatura de las Cortes, ella y los otros nueve secretarios de Estado que habían logrado el acta de diputado renunciaron a la misma en la consideración de que sus obligaciones gubernamentales les obligarían a ausentarse a menudo del hemiciclo.
Jiménez no vio alterada su posición en el organigrama de Exteriores tras formar Zapatero su nuevo Gobierno el 14 de abril de 2008. Como Leire Pajín, la secretaria de Estado de Cooperación Internacional, y Diego López Garrido, el nuevo secretario de Estado para la UE, su perfil era más político que diplomático. A diferencia del también malagueño Bernardino León, en adelante secretario general de la Presidencia y escogido por Zapatero para mejorar su proyección internacional, que como secretario de Estado de Asuntos Exteriores, entre sus múltiples tareas, había actuado en el área de Jiménez contribuyendo decisivamente al desarrollo del diálogo con los países iberoamericanos.
En la reestructuración del Gobierno efectuada por Zapatero el 7 de abril de 2009, en un momento económico particularmente negativo por el embate de la peor recesión sufrida por España en el último medio siglo, la destrucción masiva de empleo (los parados alcanzaban ya los cuatro millones, de los que 800.000 se habían unido a las estadísticas del desempleo en los tres primeros meses del año) y el evidente agotamiento del modelo de crecimiento basado en la construcción (sector hundido por el estallido de la burbuja inmobiliaria) y los servicios, Jiménez resultó afectada con una promoción que, por primera vez, la sentó en el Consejo de Ministros: recibió la cartera de Sanidad, que adquirió las competencias de Política Social, hasta ahora ejercidas por el Ministerio de Educación.
Sustituyendo a Bernat Soria, un reputado doctor en Medicina y biólogo molecular, Jiménez recibió de Zapatero el mandato de dotar de contenido político y conferir un impulso mediático a dos áreas fusionadas en las que de hecho no tenía la menor experiencia. A pesar de todo, el presidente del Gobierno explicó que Jiménez era, "por su capacidad política y sensibilidad social", la candidata adecuada para ocuparse de los asuntos sociales y sanitarios, en adelante aunados. La misión más apremiante del Ministerio era desarrollar la Ley de Dependencia de 2006, enfocada a ayudar económicamente a las personas dependientes por incapacidad física o mental y a sus familias, que topaba con los escollos de la falta de fondos por culpa de la crisis y las resistencias de algunas autonomías a aplicarla.
Sin embargo, la llegada de Jiménez al Ministerio coincidió prácticamente con la aparición en España del temido virus H1N1, la gripe A, que la obligó a poner en marcha una alerta sanitaria. Asumiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y coordinándose con las comunidades autónomas en la Comisión de Salud Pública del Consejo Interterritorial de Sistema Nacional de Salud, así como con las demás autoridades sanitarias de la UE, la ministra activó el Plan Nacional de Preparación y Respuesta ante una Pandemia de Gripe, que incidía, mediante una serie de directrices y protocolos de aplicación rápida, en la prevención del contagio y la detección precoz de casos de personas con síntomas propios de la gripe. El Ministerio preparó también una campaña de vacunaciones, potencialmente masiva, de los grupos poblacionales de riesgo, para la que el Sistema Nacional de Salud estaba preparado gracias a su acopio de tratamientos antivirales.
En los meses que duró la alerta sanitaria, Jiménez se convirtió en uno de los miembros del Gabinete más valorados por su puntual y articulada explicación a la opinión pública, con comparecencias prácticamente diarias, de las medidas que estaban adoptándose y de la evolución del brote gripal, que en España mató a 271 personas hasta el 30 de diciembre de 2009, fecha en que el Ministerio dejó de hacer recuentos de víctimas. Fue un ejercicio de transparencia y diligencia que a posteriori, sin embargo, motivó algunas críticas. Así, no pasó desapercibido que de las aproximadamente 13 millones de vacunas adquiridas a las farmacéuticas al precio de 91 millones de euros, sólo tres millones hubieran llegado a usarse; de las demás, cuatro millones habían sido donadas a la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y las seis millones restantes, con un valor de 42 millones de euros, debieron ser destruidas al agotarse su fecha de caducidad.
Jiménez arguyó que el Gobierno había obrado correctamente en esta alerta sanitaria, tomando todas las precauciones necesarias ante una epidemia de dimensiones impredecibles y siguiendo las directrices de la OMS –ella misma puesta en la picota por su supuesta connivencia comercial con la industria farmacéutica-, luego no podía hablarse de alarmismo injustificado ni de gasto excesivo. Al margen de la gestión de la gripe A, el Ministerio de Jiménez elaboró y sacó adelante en el Congreso la nueva versión endurecida de la Ley Antitabaco.
3. Nombramiento para encabezar el Ministerio de Exteriores
La notable proyección pública adquirida como ministra de Sanidad y Política Social convirtió a Jiménez, de nuevo, siete años después de su primera tentativa en esta complicada circunscripción, en la favorita de Zapatero para liderar a los socialistas en las elecciones madrileñas de 2011. Esta vez aceptó postularse a presidenta de la Comunidad, cargo que desde 2003 ocupaba con mayoría absoluta la popular Esperanza Aguirre. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en 2003, el Partido Socialista de Madrid (ex FSM), de cuya Comisión Ejecutiva Regional la ministra era vocal, impuso a la sede de Ferraz un proceso de primarias escrupulosamente controlado por él. Jiménez anunció su precandidatura el 9 de agosto de 2010, días después de lanzar la suya Tomás Gómez, ex alcalde de Parla y actualmente secretario general del PSM, quien rechazó el pedido de Zapatero de que se retirara en favor de su compañera y rival.
Respaldada públicamente por miembros del Gobierno y la Ejecutiva socialista (incluido Jaime Lissavetzky, el secretario de Estado para el Deporte, que aspiraba a la Alcaldía sin adversarios internos) y de manera tácita por Zapatero, Jiménez libró una precampaña colorista que evocó el Trinimaratón de 2003. Apoyada en unas encuestas de partida muy favorables y soltando rienda a su estilo espontáneo, jovial y risueño, la ministra pareció meterse en el bolsillo la nominación, pero el 3 de octubre Gómez, con el 51,8% de los votos de los afiliados, se proclamó vencedor por estrecho margen. Tras conocer los resultados, Jiménez comunicó su adhesión a la candidatura de Gómez y realizó gestos para desmentir que el PSM, un partido con una larga tradición de guerras internas, hubiese salido fracturado de esta competición.
Los medios de comunicación analizaron el desenlace de la primaria socialista de Madrid en clave política nacional. Una interpretación fue que parte de los militantes del PSOE de la capital que habían votado a Gómez en lugar de a Jiménez quisieron castigar a Zapatero por su gestión de la pésima situación económica y laboral, juzgada a derecha e izquierda como errática, llena de contradicciones y rectificaciones sobre la marcha, tras muchos meses de diagnósticos y predicciones ilusorios, y por la aplicación de un duro ajuste fiscal para recortar el desmedido déficit de las cuentas del Estado y aliviar la presión de los mercados sobre la deuda pública.
Los aspectos más impopulares de la respuesta del Gobierno a la crisis, la reducción del gasto público, la reforma laboral con "medidas urgentes del mercado de trabajo" y la prevista reforma del sistema de pensiones con la elevación de la edad de jubilación de los 65 a los 67 años, motivaron la convocatoria por los sindicatos mayoritarios de una huelga general que tuvo lugar el 29 de septiembre. Escasos días después del órdago sindical, la derrota de Jiménez en Madrid no podía ser vista más que como otro tropezón de Zapatero, que desde las elecciones generales de 2008 venía sufriendo un profundo desgaste, probablemente irreparable en el tiempo que le quedaba hasta los próximos comicios, en 2012, eso si la legislatura no se agotaba antes. Sondeos de intención de voto situaban al PSOE a casi 13 puntos de distancia del PP, que obtendría una resonante mayoría absoluta de celebrarse las elecciones ahora.
El momento de enflaquecimiento para el presidente era, pues, máximo. Así que Zapatero, aprovechando la marcha de Celestino Corbacho del Ministerio de Trabajo e Inmigración para integrarse en las listas socialistas de las elecciones autonómicas catalanas, decidió efectuar una profunda remodelación del Ejecutivo. El presidente colocó en la primera fila a personas de su equipo con los que las encuestas eran más clementes, colaboradores de total confianza y veteranos de renombre reclutados para la urgencia, en un intento de contraatacar políticamente cuando la oposición en pleno le lanzaba un diluvio de críticas y reproches, y para mejorar la comunicación con un público escéptico.
La mudanza de ministros fue anunciada el 20 de octubre y en ella Jiménez vio recompensada su fidelidad y su paciencia pasando a ocupar el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, relevando a un sorprendido Moratinos, que no esperaba su cese. Al día siguiente, Jiménez y los nuevos titulares de cartera, donde descollaba Alfredo Pérez Rubalcaba, nuevo vicepresidente primero además de ministro del Interior y portavoz, prestaron juramento de sus puestos. Jiménez era la segunda mujer en portar la cartera de Exteriores en la historia de España, luego de Ana de Palacio, del PP, entre 2002 y 2004.
Jiménez anunció una política exterior española basada en el "diálogo" y el "respeto", lo que debía entenderse como una "continuidad" de las acciones emprendidas por Moratinos. De su agenda heredaba cuatro retos a los que debía enfrentarse sin demora. En primer lugar figuraba el Consejo de Ministros de la UE del 25 de octubre, que estudiaría la derogación, tal como quería España, de la Posición Común sobre Cuba, es decir, la reclamación planteada en 1996 a La Habana para que avanzara hacia la democratización y el respeto de los Derechos Humanos como condición para mantener un diálogo político y una cooperación normalizados; Moratinos, en una polémica apuesta personal, había buscado con denuedo el final de esta política exigente de la UE hacia el régimen castrista, en particular tras la liberación de una cuarentena de presos políticos. Además, estaba el desencuentro con Venezuela, donde el Gobierno de Chávez se negaba a destituir de su cargo oficial al activista de ETA Arturo Cubillas, cuya extradición se disponía a reclamar Madrid para juzgarle por terrorismo.
Las otras cuestiones importantes que asomaban en el horizonte inmediato eran la celebración el 21 de noviembre en Barcelona de la cumbre de la Unión por el Mediterráneo (UPM), cuya convocatoria estaba en el alero después de una primera suspensión a causa del desacuerdo entre israelíes y palestinos, y la situación suspensiva también del Foro de Diálogo Tripartito sobre Gibraltar, que debía celebrar su reunión ministerial antes de terminar el año en Madrid.
(Cobertura informativa hasta 21/10/2010)