Tamim Al Thani

En 2022, dos acontecimientos globales de distinta naturaleza, la crisis energética y la Copa Mundial de Fútbol, han devuelto protagonismo al emir Tamim ibn Hamad Al Thani de Qatar, monarca virtualmente absoluto de un país cuyas escasas superficie y población son inversamente proporcionales a su riqueza e influencia. Desde su ascenso al trono en 2013, el dinámico emir qatarí ha mantenido una política exterior ambiciosa, incisiva y polémica; esta aúna las mediaciones pacificadoras, las injerencias tendenciosas en las guerras civiles de Oriente Medio, las autopromociones nacionales con el hub tecnológico de Doha y una autonomía regional —tratos económicos con Irán, cooperación militar con Turquía y patrocinio subterráneo de islamistas sirios en la órbita de Al Qaeda, entre otros movimientos unilaterales— que despertó las iras de Arabia Saudí.

Tras zafarse sin claudicar del bloqueo (2017-2021) al que le sometieron Riad y sus aliados árabes, Tamim se encontró con que la guerra desatada por la invasión rusa de Ucrania hizo recordar a Europa, súbitamente urgida de diversificar sus abastecimientos, que Qatar disponía de enormes reservas de gas natural y de los metaneros para exportarlo. Mientras se deja cortejar por los gobiernos de Occidente y Oriente sedientos del hidrocarburo, el creso emir del Golfo confía en que unos Mundiales exitosos apaguen las controversias futbolísticas arrastradas desde la adjudicación del campeonato por la FIFA y exhiban al mundo los progresos de la estrategia de desarrollo nacional Qatar National Vision 2030. Semanas antes del partido inaugural de la selección nacional contra Ecuador el 20 de noviembre, el monarca se quejó por la existencia de una "campaña sin precedentes" contra el Mundial que organiza su país.

Entre las metas de la QNV 2030 no figura ningún aperturismo del rígido sistema político semiconstitucional, que solo en 2021 estrenó sus primeras elecciones sin base de partidos a una Asamblea en puridad no legislativa. El Gobierno es personalista y autoritario, no existe la libertad de prensa y la situación de los derechos elementales, en particular los de la muy numerosa población inmigrante y trabajadora con diversas procedencias asiáticas, sigue en el punto de mira a pesar de las recientes reformas para mejorar sustancialmente las condiciones laborales. En Qatar, con una superficie de 11.600 km², viven cerca de tres millones de personas, pero tan solo la novena parte son qataríes autóctonos con carta de ciudadanía.



OBSTINACIÓN EN LA "INDEPENDENCIA" DIPLOMÁTICA DE LOS SAUDÍES Y BÚSQUEDA DE PRESTIGIO INTERNACIONAL Cuando en junio de 2013, con 33 años y al cabo de una década como príncipe heredero destacado en la promoción y organización de eventos deportivos, recibió las riendas del Emirato por la abdicación voluntaria de su padre Hamad, Tamim Al Thani se propuso continuar y profundizar las líneas establecidas por el emir renunciante en sus 18 años de reinado.

Se trataba de aprovechar la extraordinaria riqueza hidrocarburífera para hacer de Qatar un actor prominente en la escena global a través de una diplomacia mediadora de conflictos (Palestina, Sudán, Líbano, Yemen), el diálogo "pragmático" con todo tipo de gobiernos y organizaciones, el hospedaje de grandes citas internacionales, las emisiones de la cadena panárabe Al Jazeera e inversiones de cartera a lo largo y ancho del planeta. Todo ello, supuestamente, como correspondía al Estado que, rozando los 100.000 dólares, disputaba al banquero Luxemburgo el primer puesto en la tabla mundial de PIB por habitante a paridad de poder adquisitivo (en la actualidad, Qatar es superado en este elitista ranking por Luxemburgo, Singapur e Irlanda). Los objetivos internacionales trazados por los Thani rebosaban ambición y audacia, pero algunos de ellos se revelaron además temerarios.

El 5 de junio de 2017 el emir enfrentó una situación crítica por la decisión de Arabia Saudí, Egipto, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos y Yemen de romper las relaciones diplomáticas, cerrar las fronteras e interrumpir todas las comunicaciones, terrestres, marítimas y aéreas, con la opulenta petromonarquía del Golfo, así como expulsar a los ciudadanos qataríes de sus territorios, para "proteger la seguridad nacional de los peligros del terrorismo y el extremismo". El Gobierno de Riad se explayaba en su grave acusación: Doha venía socavando la seguridad y la estabilidad de la región por su "apoyo a varios grupos terroristas y sectarios", y su "incapacidad para cumplir con los compromisos y acuerdos internacionales". El 22 de junio los países coaligados presentaron a Qatar un tajante ultimátum de 13 puntos, a satisfacer en tan solo 10 días, a los que siguió una prórroga de 48 horas. Entre lo exigido estaba el cierre de Al Jazeera, obvia injerencia en la soberanía nacional que compartía escrito, precisamente, con la demanda a los qataríes del cese de sus "injerencias".

Esta crisis, sin precedentes en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), venía gestándose desde hacía tiempo al percibir los vecinos agraviados que Qatar, en violación del acuerdo alcanzado en noviembre de 2014 y que puso fin a un primer altercado diplomático con saudíes, bahreiníes y emiratíes de ocho meses de duración, seguía amparando a los Hermanos Musulmanes. Y de paso, dando alas a algunos grupos militantes del salafismo yihadista que combatían en la guerra civil de Siria, por más que de este patronazgo semiclandestino había sido compartido en parte con los Saud —valedores de una doctrina fundamentalista wahhabí que es también la interpretación del Islam Sunní profesada por los Thani— y otros potentados del Golfo.

Sin embargo, lo que más soliviantaba al rey Salmán ibn Abdulaziz y al poderoso príncipe heredero (y gobernante de facto de Arabia Saudí) Muhammad ibn Salmán, alias MBS, eran las relaciones de cordialidad que Qatar venía cultivando con Irán, el archienemigo ideológico y contendiente de los Saud en un auténtico proxy conflict regional. Entendimiento con Teherán que para Riad había pasado de irritante a intolerable. El anuncio de ruptura en 2017 tuvo como prolegómenos inmediatos, en apariencia detonantes, unas confusas declaraciones proiraníes hechas por Tamim y el pago por Doha de un enorme rescate por la liberación de unos notables qataríes que milicias shiíes mantenían secuestrados en Irak.

El cuarto emir del Estado de Qatar y el monarca más joven del mundo tampoco alteró el curso político interno y pospuso reiteradamente (2013, 2016, 2019) las primeras elecciones sin base de partidos a la Asamblea Consultiva instituida por la Constitución de 2003, texto que hace de Qatar, absolutista en la práctica, una monarquía parlamentaria meramente sobre el papel. Hasta el 2 de octubre de 2021 no tuvieron lugar las elecciones generales a 30 de los 45 miembros del Majlis, quedando los 15 restantes reservados para el nombramiento del emir. Este ya había colocado a cuatro mujeres en 2019, aunque ahora la cuota femenina del Majlis quedó reducida a dos representantes, ambas nombradas por el monarca, entre ellas la vicepresidenta de la cámara. A las urnas se presentaron 29 candidatas (frente a 255 candidatos), pero ninguna salió elegida. Desde 1999 y cada cuatro años, el país celebra unas elecciones municipales en las que las mujeres, como en las elecciones al Majlis, pueden votar y ser votadas.

Bajo el emirato de Tamim, quien alterna la indumentaria local y el traje occidental para simbolizar su pretendida síntesis de modernidad y tradición, Qatar no ha experimentado avances democráticos, pues los procesos electorales están regulados por normas adoptadas en tiempos del anterior emir, pero también se ha mantenido bastante estable, rasgo muy llamativo desde la Primavera Árabe de 2011, que no asomó aquí.

Fueron precisamente las revueltas árabes el terremoto regional que puso de relieve las paradojas o incongruencias de la diplomacia "independiente" practicada por los Thani, empeñados en convertir a Qatar en una especie de hub geopolítico, ahora cortocircuitado. La nación que acogía, en la base de Al Udeid, el principal centro de operaciones del Ejército de Estados Unidos en Oriente Medio primero aplaudió y alentó los levantamientos populares desde Túnez hasta Yemen, y luego reconoció, financió y armó a muchas de las facciones opositoras triunfantes o rebeldes en las revoluciones, devenidas guerras civiles, de Libia y Siria. Con Tamim ya entronizado, de este apoyo soterrado y no reconocido pero intenso, con el que Qatar trocaba su perfil facilitador por otro intervencionista del lado de una parte, tomaron beneficio los partidos y milicias abiertamente islamistas, como las agrupadas en torno al Gobierno libio de Trípoli y el Frente Al Nusra, la sucursal de Al Qaeda en Siria.

Tamim se unió en 2014 a la coalición encabezada por Estados Unidos para atacar desde el aire al Estado Islámico en Siria y en 2015 a la comandada por Arabia Saudí para combatir a los rebeldes hutíes shiíes en Yemen, llegando a despachar tropas terrestres a la gobernación de Marib, pero este doble compromiso militar contra el terrorismo del Califato sunní y la expansión iraní no les pareció convincente a quienes en 2017 recriminaron al emir con la máxima dureza. Fue también en 2015 cuando Qatar intentó, sin conseguirlo, que el Frente Al Nusra y el Ejército de la Conquista, organizaciones terroristas para Estados Unidos, se emanciparan de Al Qaeda y lucharan contra el régimen de Damasco como actores del conflicto sirio dignos de una financiación abierta. Entre tanto, Doha y El Cairo intercambiaban denuestos por las intromisiones contrapuestas en el caos de Libia. Además de los Hermanos Musulmanes egipcios y de otras nacionalidades, los jeques de Doha, denunciaban los saudíes, daban aliento, palestra o cobijo al Hamás palestino, al Hezbollah libanés y a los Talibán afganos. Organizaciones todas ellas consideradas terroristas, al igual que las nebulosas de Al Qaeda y el Estado Islámico, asimismo mencionadas en el ultimátum de 2017.

Las primeras reacciones de Tamim y sus ministros por el castigo del bloque saudí no apuntaban a la claudicación en toda regla que Riad y sus acólitos del CCG querían imponer al emirato díscolo, que practicaba algo más que un poder blando contrario a los intereses de la casa de Saud. A pesar de que la aguda dependencia nacional de las importaciones de alimentos le ponía contra las cuerdas y de que en estas circunstancias los Mundiales de Fútbol de 2022, ya en la picota por las denuncias de sobornos a ejecutivos de la FIFA y explotación laboral, corrían peligro de no celebrarse, el emir prometió "no rendirse" ante unas medidas punitivas "injustificadas" e "infundadas", pues Qatar era una "plataforma de paz y no de terrorismo". En agosto, en un gesto de desafío, el Ministerio de Exteriores restituyó al embajador en Teherán, quien había sido devuelto a casa en enero de 2016 en señal de solidaridad con Arabia Saudí cuando la ruptura diplomática de este país con Irán.

Entre tanto, las potencias que tenían algo que decir en esta crisis empezaron a posicionarse. Estados Unidos, por voz del presidente Trump (quien había recibido a Tamim en la Casa Blanca poco antes, en mayo), echó más leña al fuego y aplaudió la decisión saudí, mientras el Departamento de Estado procuraba que las aguas volvieran a su cauce. La Turquía de Erdogan, que estaba construyendo su propia facilidad militar en el Emirato (el cese de estas obras era otra de las exigencias contenidas en el ultimátum saudí) y venía apoyando a las mismas facciones rebeldes libias y sirias, criticó sin ambages las sanciones. E Irán corrió a socorrer con abastecimientos vitales a la única monarquía sunní que le tendía la mano. Por lo demás, el bloqueo de Qatar aconteció cuando los ingresos por el petróleo estaban en franco reflujo y la economía, algo más diversificada que las de otros países de la OPEP gracias a la visión estratégica de los Thani, ya no crecía a las tasas estratosféricas del período 2004-2011 (por encima de 10% anual y récord del 26% en 2006).

En el primer año del boicot saudí, la economía de Qatar sufrió una contracción del 1,5% y la producción petrolera cayó por debajo de los 1,3 millones de barriles diarios, cuando un lustro atrás había marcado el pico histórico de los 1,5 millones. En 2020, año en que la recesión pandémica rozó el 4%, la producción de crudo apenas se despegó de los 1,2 millones de barriles. En 2021 el bombeo remontó tímidamente, en tanto que el rebote del PIB registró un modestísimo 1,5% positivo. Al margen del conflicto coyuntural con Riad, el emir y sus colaboradores eran conscientes de que el petróleo, tratándose su país del decimocuarto productor mundial y el sexto en la región del Golfo, no ofrecía muchas perspectivas de futuro.

El nuevo recurso estratégico pasaba a ser el gas natural, del que el pequeño país árabe atesoraba las terceras reservas mundiales, por detrás de Rusia e Irán, y ya era el exportador número uno en estado licuado (GNL), primacía que en 2022, a raíz de la guerra de Ucrania, la caída de los suministros rusos por tubo hacia Europa y el masivo aumento de la demanda con espiral alcista de precios, iban a disputarle y arrebatarle Australia y Estados Unidos. El 1 de enero de 2019 Qatar dio el paso de abandonar la OPEP, tras 58 años de pertenencia, no tanto como un desplante deliberado, uno más, a los saudíes, sino para concentrarse en el mercado del gas, al menos esa fue la explicación oficial. Al tratarse de un productor menor de crudo, Qatar no venía teniendo peso en las decisiones de la OPEP, así que las repercusiones de su retirada del cartel no podían tener un impacto económico mayor que el que ya estaba surtiendo el boicot saudí.

Al final y contra pronóstico, la testarudez y la resiliencia del emir qatarí acabaron prevaleciendo sobre la impulsividad y la belicosidad del príncipe heredero saudí, quien se plegó a levantar todas las sanciones sin obtener aparentemente nada de lo exigido en el ultimátum de 2017. El fin del aislamiento regional de Qatar quedó sellado el 5 de enero de 2021 en virtud de la mediación de Kuwait, emirato del CCG que junto con el Sultanato de Omán no había querido sumarse al castigo. De la cumbre de reconciliación, celebrada en la ciudad saudí de Al Ula, el emir se trajo la reapertura de las fronteras y del espacio aéreo al tránsito de personas y mercancías, así como la reanudación de las relaciones diplomáticas, sin ningún compromiso por su parte de aflojar las cooperaciones con Irán (económica) y Turquía (económica y militar). Oficialmente, Qatar no había accedido a ninguna de las famosas 13 demandas. La visita oficial de un cordial MBS a Doha en diciembre de 2021 puso broche al final del conflicto. En apariencia, todo resentimiento mutuo se había esfumado.

En otra jugada fructuosa, el Emirato se rehabilitó ante la Administración Trump al hacer de Doha la sede idónea de unas negociaciones bilaterales entre Estados Unidos y los Talibán que en febrero de 2020 desembocaron en el acuerdo para la retirada escalonada de las tropas norteamericanas tras dos décadas de presencia en Afganistán. A continuación, arrancaron en el mismo escenario las conversaciones interafganas entre los Talibán y el Gobierno del presidente Ghani, sin ningún resultado en este caso.

Luego de la conquista militar de todo Afganistán por los Talibán en su fulminante ofensiva de agosto de 2021, al socaire de la retirada apresurada del contingente estadounidense ya bajo la Administración demócrata de Biden, Doha siguió siendo el punto de encuentro, esta vez sin profusión de focos, entre los integristas y los oficiales de Washington. Además, la aerolínea nacional Qatar Airways tuvo un papel destacado en la evacuación de súbditos extranjeros desde el aeropuerto de Kabul. En septiembre, la comitiva encabezada por el ministro de Exteriores Muhammad ibn Abdul Rahman Al Thani fue la primera delegación nacional extranjera de alto nivel que parlamentó en la capital afgana con los líderes Talibán desde su toma del poder.

En noviembre, se anunció que Estados Unidos y Qatar habían llegado a un acuerdo para que Doha representara los intereses de Washington en el flamante Emirato Islámico de Afganistán, no obstante carecer el régimen talibán de reconocimiento diplomático. En diciembre, tras la visita de Erdogan a Doha para la firma de una quincena de convenios bilaterales, se informó que los Talibán accedían a que Qatar y Turquía llevaran conjuntamente la gestión del aeropuerto de Kabul. A continuación, en enero de 2022, Tamim fue recibido en la Casa Blanca por Joe Biden, muy interesado en el comercio de GNL y que anunció a su huésped la concesión a Qatar del estatus de aliado principal extra OTAN de Estados Unidos. Con esta distinción, Estados Unidos ponía a Qatar en un plano de relevancia que en Oriente Próximo ya tenían Israel, Egipto, Jordania, Bahrein y Kuwait.

Otro punto a señalar es que bajo Tamim Al Thani, Qatar, si bien fue pionero en la región del Golfo a la hora de tender puentes comerciales en la década de los noventa, se ha abstenido por el momento de abrir relaciones diplomáticas con Israel. Esta postura le coloca en la órbita de Arabia Saudí y le separa de Bahréin, los EAU, Marruecos y Sudán, signatarios entre 2020 y 2021 de los llamados Acuerdos de Abraham.

(Texto actualizado hasta 21 noviembre 2022)

1. Un príncipe heredero volcado en los fastos deportivos
2. La ambiciosa agenda internacional del emir Hamad; el papel de Doha en las revueltas árabes
3. Monarca del Golfo con 33 años y continuador de una atrevida diplomacia fuera del redil saudí

1. Un príncipe heredero volcado en los fastos deportivos

El jeque Tamim ibn Hamad Al Thani nació en Doha en 1980 como el segundo de los siete vástagos, hijos e hijas, concebidos por el jeque Hamad ibn Khalifah Al Thani, por aquel entonces príncipe heredero del Emirato, con la segunda de sus tres esposas, la jequesa Mozah bint Nasser Al Missned. En total, Tamim iba a tener 24 hermanos y hermanastros de ambos sexos, precediéndole en ascendencia principesca otros tres hijos varones de Hamad, Mishaal, Fahd y Jassim.

De acuerdo con el principio de primogenitura entonces vigente, Tamim no estaba llamado a encabezar la dinastía Ma'adid-Al Thani. Esta regía en Qatar, cuña peninsular del desierto arábigo incrustada en el golfo Pérsico y recostada sobre ingentes bolsas de hidrocarburos, desde 1868, cuando Muhammad ibn Thani tomó el título de hakim bajo protectorado británico. En 1971 Qatar obtuvo su soberanía estatal con el jeque Ahmad ibn Ali Al Thani, a la sazón proclamado emir.

El joven jeque recibió su formación académica en colegios del Reino Unido, concretamente la Sherborne School de Dorset y la Harrow School de Londres. Tras graduarse en 1997, Tamim realizó un curso en la Real Academia de Sandhurst, tradicional centro de instrucción militar de retoños de la realeza de todo el mundo y por el que ya había pasado su padre. Unos años antes, en 1995, Hamad ibn Khalifah había accedido al trono mediante un limpio golpe palaciego con el que depuso al abuelo del muchacho, el emir Khalifah ibn Hamad (quien a su vez había desplazado de igual manera a su primo, el emir Ahmad, en 1972), aprovechando una estancia vacacional del monarca en Suiza. Si bien le otorgaron los galones de subteniente del Ejército, el veinteañero, a diferencia de su padre, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Qataríes en los 23 años anteriores a su autoproclamación como emir en junio de 1995, no se sintió atraído por los asuntos de la milicia y, al contrario, canalizó sus servicios al Estado en el ámbito civil y pacífico del deporte.

Así, mientras que el emir Hamad iniciaba una cautelosa "modernización" política que no iba a alterar en la práctica la naturaleza absolutista del régimen monárquico, impulsaba una apertura informativa cuyo emblema era la cadena "independiente" de noticias vía satélite Al Jazeera, daba grandes facilidades a la presencia militar de Estados Unidos y consolidaba una diplomacia regional semiautónoma de las directrices de Arabia Saudí, la voz mandante en el Consejo de Cooperación del Golfo, su hijo el jeque se volcó en la promoción y organización doméstica de eventos deportivos, ámbito de actuación concebido como un pilar de la campaña de Hamad para dotar al pequeño pero creso país árabe del más alto perfil internacional, del todo desajustado a sus exiguas geografía y población. La estrategia de convertir la capital, Doha, urbe tachonada de rascacielos futuristas, hoteles de lujo, centros de convenciones y sedes corporativas, en un auténtico polo mundial abarcaba también la facilitación de conflictos y el hospedaje de grandes conferencias multilaterales.

El trabajo de Tamim complació al parecer a su enérgico y ambicioso padre, quien, por el contrario, estaba decepcionado con sus hijos mayores. El heredero original y primogénito de Hamad, el jeque Mishaal, alumbrado en 1972 por su primera esposa, la jequesa Mariam, fue apartado al frente de la línea de sucesión al trono en una fecha muy temprana, octubre de 1996, al cabo de un discreto recorrido por el Ministerio de Exteriores y diversas entidades deportivas. El nuevo príncipe heredero pasó a ser el jeque Jassim, hermanastro de Mishaal y el hermano mayor de Tamim, nacido en 1978. Jassim había seguido el mismo ciclo formativo que Tamim y luego había fungido de presidente de la Autoridad para la Protección del Medio Ambiente de Qatar y representante personal de su padre. Al igual que su hermanastro, tampoco Jassim consiguió destacarse como una personalidad dinámica e influyente.

El 5 de agosto de 2003, de manera sorpresiva y sin mediar explicaciones, Palacio anunció que el jeque Jassim renunciaba a la condición de príncipe heredero y que la dignidad sucesoria pasaba a su hermano menor Tamim, en estos momentos presidente del Comité Olímpico Qatarí y responsable de varios consejos supremos tutelados por la Casa Real. El relevo dinástico, rodeado de secretismo, aconteció cuando el Emirato permanecía a la expectativa de la efectiva puesta en marcha, demorada hasta abril de 2004, de la Constitución aprobada en el referéndum del 29 de abril de 2003, siguiente jalón, tras el estreno en 1999 de las elecciones municipales, en las que las mujeres podían votar y ser votadas , de la apertura política emprendida por Hamad.

Sobre el papel, Qatar era ahora una monarquía constitucional y un auténtico Estado de derecho, con elecciones —no sobre la base de partidos, que seguían rigurosamente prohibidos— a una Asamblea Consultiva o Majlis Al Shura de 45 miembros con capacidad legislativa más que limitada, una teórica separación de poderes y una garantía de libertades fundamentales. Todo ello sin menoscabo de la Sharía, que seguía siendo la "principal fuente de legislación" para los Thani y demás devotos del ultraconservador sunnismo wahhabí.

En tanto que código penal de base coránica, la Sharía qatarí castigaba con la flagelación infracciones morales como el adulterio y el consumo de alcohol por musulmanes, y con la pena capital los delitos muy graves como la apostasía, la homosexualidad, el narcotráfico, el asesinato y los atentados contra el Estado, si bien las ejecuciones, por fusilamiento, eran más bien raras. Las condenas a muerte dictadas en 2001 contra un primo réprobo del emir, el jeque Hamad ibn Jassim Al Thani, y otros 18 reos de una conspiración abortada en 1996 no fueron ejecutadas, pero en 2004 tampoco tuvieron lugar las previstas elecciones a 30 de los 45 escaños del Majlis. Desde entonces, los comicios iban a ser sucesivamente pospuestos.

La televisión Al Jazeera, tan incisiva en sus críticas a los desmanes represivos de las dictaduras árabes vecinas como indulgente con el Gobierno de los Thani, retransmitió en directo la inopinada ceremonia palaciega del cambio de príncipe heredero. En ella, el jeque Jassim leyó una carta donde comunicaba a su padre, allí presente, su renuncia "con toda convicción" a sus derechos sucesorios porque "no había querido ser el heredero desde el principio" y porque su hermano pequeño había sido preparado cuidadosamente para adquirir esa responsabilidad, por todo lo cual solicitaba al emir que "respondiera a sus deseos" y trasladara tan alta misión a Tamim. En su alocución afirmativa, Hamad respondió que "lamentaba" la decisión de su hijo mayor, pero que accedía a su voluntad de firmar el decreto revocatorio. La sustitución del príncipe heredero fue amparada a posteriori por la nueva Constitución, que facultaba al emir para escoger a su sucesor de entre cualquiera de sus hijos y no con arreglo al principio de primogenitura.

Convertirse en el heredero al trono de Qatar confirió a Tamim Al Thani, un joven de 23 años de apariencia afable y cosmopolita, un lustre regio que se superpuso a su perfil de jeque del Golfo hábil en los negocios y las relaciones públicas, favorecidas por su perfecto dominio del inglés y el francés. En 2005 Tamim puso en marcha Oryx Qatar Sport Investments (QSi), sociedad lucrativa que en 2011 iba a adquirir el club de fútbol francés París Saint-Germain. Entonces, el jeque colocó como presidente de QSi a su amigo Nasser al-Khelaifi, empresario de la comunicación, ex jugador de tenis —la práctica deportiva favorita de Tamim— y figura señera del Torneo de Doha u Open de Qatar. También en 2005 entró en escena la Qatar Investment Authority (QIA), compañía estatal que, a modo de un fondo de riqueza soberana, invirtió enormes sumas de los beneficios estatales del sector energético del petróleo y el gas en negocios multisectoriales fundamentalmente europeos, siendo destacadas sus adquisiciones patrimoniales y de capital en algunas de las más importantes compañías del Reino Unido, Alemania y Francia.

En 2006 Tamim, miembro del Comité Olímpico Internacional (COI), encabezó el comité organizador de los XV Juegos Asiáticos, celebrados en Doha en la primera quincena de diciembre. En 2011 la urbe del Golfo acogió los XII Juegos Panárabes y el Emirato se aseguró también las organizaciones del XII Campeonato Mundial de Natación en Piscina Corta en 2014 y en 2015 las de dos campeonatos mundiales más, el VII de Atletismo Paralímpico y el XVIII de Boxeo Aficionado.

Ahora bien, las pujas deportivas más espectaculares del príncipe y el Gobierno fueron para organizar los Juegos Olímpicos de 2020 y la Copa Mundial de Fútbol de 2022. Tanto las olimpiadas como los mundiales entrañaban unos desafíos formidables para las capacidades materiales y logísticas de un país tan pequeño como Qatar, sin ninguna tradición en estos ámbitos, por no hablar del hándicap de los tórridos veranos en esta parte del planeta, potencialmente perjudicial para el rendimiento de los deportistas. Además, estaba la cuestión de las restricciones que la moral y la ley islámicas imponían a las actividades lúdicas y de ocio. Vistas como unos retos nacionales minuciosamente diseñados por Tamim, que se dio a conocer así al público internacional, las ambiciosas apuestas corrieron una suerte dispar.

La candidatura olímpica fue anunciada por Tamim en agosto de 2008, dos meses después de decidir el COI no aceptar la anterior pretensión de Doha de organizar los Juegos de 2016, idos a Río de Janeiro, pero en mayo de 2012 el COI no seleccionó a la árabe como una de las tres ciudades candidatas: Doha quedó descartada junto con Bakú, mientras que pasaron la criba Madrid, Estambul y la a la postre ganadora, Tokyo. En cambio, sí triunfó la jugada futbolística, algo menos identificada con Tamim al no presidir el príncipe el comité ad hoc; tal cometido recayó en uno de sus hermanos pequeños, el jeque Muhammad.

A pesar de todas las dudas y críticas que rodeaban la candidatura qatarí por los más diversos motivos, en diciembre de 2010 el Comité Ejecutivo de la FIFA anunció que la Copa Mundial de 2022 se disputaría en Qatar. Aparentemente, el proyecto presentado por Doha era lo suficientemente potente como para soslayar todos los imponderables señalados: la climatología rigurosa, las limitaciones del consumo de alcohol, la proscripción legal de la homosexualidad, la falta de solera futbolística del país o las alegaciones de explotación sistemática, en condiciones de servidumbre, de mano de obra barata reclutada entre el 88% de habitantes y residentes emigrados de otros países de Asia, de manera que solamente unos 230.000 qataríes eran nacionales autóctonos con plenos derechos de ciudadanía, inclusive los electorales.

La decisión comunicada por el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, quien destacó la capacidad de Qatar para levantar las modernas infraestructuras deportivas que aún hacían falta y la oportunidad de celebrar el torneo en un país árabe por primera vez, desató un aluvión de comentarios escépticos. Peor aún, a lo largo de 2011 se sustanció un descomunal escándalo por las acusaciones de cobro de sobornos recaídas en varios miembros del Comité de la FIFA, con la consiguiente marejada en el organismo con sede en Zürich (en 2015 Blatter y otros altos ejecutivos investigados por corrupción iban a ser suspendidos y sancionados por la propia FIFA). Las autoridades qataríes negaron enfadadas que tras la selección de la sede de los Mundiales de 2022 hubiera un trasiego de prebendas y gratificaciones a los prebostes de la FIFA, pero el daño mediático estaba hecho y la eventualidad de que la federación terminara anulando su propia decisión no resultaba descabellada.

La organización de grandes eventos deportivos internacionales con los auspicios del príncipe Tamim formaba parte de la Qatar National Vision 2030 (QNV 2030), una estrategia nacional lanzada en 2008 para "transformar a Qatar en una sociedad avanzada capaz de lograr el desarrollo sostenido" para el año 2030. La QNV 2030 tenía cuatro pilares, el económico, el social, el humano y el medioambiental, e incorporaba también la iniciativa de la Qatarización, cuyo objeto era aumentar el número de ciudadanos qataríes empleados en los sectores público y privado, y disminuir el altísimo porcentaje de trabajadores extranjeros en los sectores estratégicos de la energía y la industria.

En el plano privado familiar, Tamim, no obstante su identificación con la modernidad mundana y su desenvoltura cultural de impronta occidental, no se apartó de la tradición de los suyos y se acogió al permiso islámico de la poligamia. Al igual que su padre, tomó tres esposas. Su primer matrimonio fue, en 2005, con una prima en segundo grado, Jawahir bint Hamad ibn Suhaim Al Thani, quien le dio cuatro hijos, dos chicas, Al Mayassa y Aisha, y dos chicos, Hamad y Jassim, nacidos entre 2006 y 2012. Su segunda esposa, desde 2009, la jequesa Anoud bint Mana Al Hajri, no pertenecía a la extensa familia real. Con Anoud, Tamim tuvo a Naylah, Abdullah, Rodha, Al Qaqa y Moza, nacidos entre 2010 y 2018. Más tarde, en febrero de 2014, siendo ya emir, Tamim se casó por tercera vez, con Noora bint Hathal Al Dosari. La jequesa Noora dio a luz al jeque Joaan, el jeque Muhammad, el jeque Fahad y la jequesa Hind, respectivamente en 2015, 2017, 2018 y 2020.


2. La ambiciosa agenda internacional del emir padre Hamad; el papel de Doha en las revueltas árabes

Por la época en que el heredero al trono qatarí vivía el trajín de los megaproyectos deportivos que tenía en agenda, su padre el emir exploraba resolutivamente otra vía, de un calado mucho mayor en cuanto a controversias, implicaciones y riesgos, para posicionar en la escena global a este país de menos de 12.000 km2, inmensamente rico por el maná de los hidrocarburos y rivalizando ya con Luxemburgo por el primer puesto en la tabla mundial de PIB per cápita a paridad de poder adquisitivo, con un valor rayano en los 100.000 dólares. Así, Hamad era el protagonista de un ruidoso alarde político y diplomático, hasta el punto de emular la condición de potencia regional del Islam sunní. Se trataba de un rol que parecía exclusivamente reservado a Arabia Saudí, cuya economía era cuatro veces mayor, por no hablar de su aparato de relaciones internacionales, el influjo cultural y religioso que le confería ser la cuna del Islam, y su capacidad militar.

La agresiva actuación internacional de Hamad Al Thani empezó a captar la atención del gran público al producirse el estallido a principios de 2011 de las revueltas populares pro democracia que convulsionaron en mayor o menor grado la casi totalidad de los países árabes sin distinciones de tipo de gobierno. La histórica Primavera Árabe sembró de incendios toda la región, desde Túnez hasta Yemen, pero, llamativamente, ni prendió ni asomó siquiera en Qatar.

Que en el Emirato no eclosionaran las protestas o trascendieran signos de descontento tendió a ser interpretado por los observadores de fuera como una muestra palpable del desinterés por la política del reducido número de ciudadanos propiamente qataríes, en su mayor parte personas con un nivel de vida de lo más acomodado, y no tanto como la constatación de que la monarquía de los Thani, que no era ni remotamente una democracia, tuviera un sesgo menos intolerante o represivo que otras del entorno, por más que el emir y su prole cultivaran una imagen de progresismo, moderación y benignidad. La gran masa de inmigrantes laborales extranjeros, en su mayoría parias sin derechos, se abstuvo de realizar cualquier disturbio reivindicativo, que con toda certeza les habría acarreado represalias drásticas y fulminantes.

Precedido por la línea mediática de Al Jazeera, incisivo informante de la corrupción y los abusos de los mismos regímenes que ahora se tambaleaban por la cólera popular y empezaban a caer como fichas de dominó, el Gobierno de Doha se puso rápidamente del lado de los manifestantes y los insurrectos de Túnez, El Cairo y Bengasi. Significativamente, Qatar se abstuvo de alentar las protestas surgidas también en Arabia Saudí, Omán y, sobre todo, Bahréin, el minúsculo reino insular vecino, donde quienes voceaban las demandas de justicia y democracia eran principalmente los shiíes, comunidad religiosa mayoritaria allí, mientras que la familia real, los Khalifah, era sunní.

Apoyar verbalmente a quienes protestaban en las monarquías del Golfo habría sido visto como un ataque directo por los Saud de Riad, ya molestos desde hacía tiempo por los coqueteos de los Thani con la República Islámica de Irán bajo el pretexto del colosal yacimiento de gas natural licuado (GNL) compartido en las aguas del Pérsico, y habría hecho añicos los principios de solidaridad y confianza en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Por el momento, Doha guardó silencio también sobre la terrible represión desatada en Siria por la dictadura baazista del presidente Bashar al-Assad, resuelta en aplastar el alzamiento revolucionario de casa a cualquier precio.

Hiperactivo y osado, el Emirato del Golfo redobló su apoyo financiero a los Hermanos Musulmanes de Egipto, viejos adversarios del ahora derrocado presidente Hosni Mubarak y a posteriori ventajistas electorales del desenlace democrático del triunfo de la Revolución en El Cairo, aunque su respaldo al Islam político resultó especialmente conspicuo en Libia y, en una segunda fase, Siria, donde el baño de sangre represivo degeneró en sendas guerras civiles.

En marzo de 2011 Qatar fue el primer país árabe y el segundo del mundo después de Francia en reconocer al rebelde Consejo Nacional de Transición (CNT) libio, al que apoyó sobre el terreno del combate contra las fuerzas gaddafistas con instructores militares y abundantes suministros de armas, inclusive seis cazas Mirage y dos aviones de transporte C-17. Esta escuadrilla se incorporó a la operación de bombardeos, organizada por la OTAN y autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU, para hacer efectivos la zona de exclusión aérea decretada sobre Libia y el alto el fuego inmediato en el país magrebí. Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Jordania fueron los únicos países árabes que aportaron fuerzas aéreas "en misión logística" a una coalición militar esencialmente occidental. Una vez caído y muerto Gaddafi, los qataríes siguieron muy activos en el caótico escenario libio, poniéndose del lado de algunas de las múltiples facciones y milicias revolucionarias que empezaron a enfrentarse entre sí, en particular las que exhibían unas credenciales islamistas.

En septiembre de 2011 Hamad tomó ostensiblemente postura en la revuelta, paulatinamente militarizada, de Siria al tachar al Ejército del presidente Assad de "maquinaria de matar". En enero de 2012, coincidiendo con la noticia de que los Talibán afganos se disponían a abrir una oficina política en Qatar, el emir instó a sus colegas de la Liga Árabe a enviar tropas a Siria para proteger a la población civil de los ataques indiscriminados de los gubernamentales contra las ciudades que habían caído bajo el control de los rebeldes. Actuando conjuntamente con el Gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan, el emir se arrogó un rol de patrocinador y aglutinador de la constelación de facciones alzadas en armas contra el régimen de Assad, al que apoyaban Irán y Rusia.

Estos esfuerzos cristalizaron en noviembre de 2012, cuando Siria ya estaba sumida en una guerra civil en toda regla y mientras Doha acaparaba las miradas del mundo por hospedar la COP 18 sobre el Cambio Climático, con la creación en la misma capital de la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Sirias (CNFROS), cuyo principal integrante era el laico Consejo Nacional Supremo (CNS), fundado en Turquía. Los países del CCG reconocieron de inmediato a la CNFROS como "representante legitima del pueblo sirio", pero el Gobierno de Qatar fue más allá y en marzo de 2013 entregó el edificio de la Embajada de Damasco en Doha a los representantes del CNS, mostrando con hechos que para él la CNFROS era la única representante legítima de Siria. Ese mismo mes, Doha acogió una cumbre de la Liga Árabe donde la oposición siria ocupó el lugar del Gobierno de Damasco y fue reconocida como "representante legítima y principal interlocutora".

El CNS y la CNFROS eran las plataformas de la oposición anti-Assad que gozaban del reconocimiento y el respaldo de las potencias occidentales, pero no pasó desapercibida la progresiva orientación de las preferencias qataríes por los Hermanos Musulmanes y otros grupos estrictamente islamistas que empezaron a desplazar al Ejército Sirio Libre (ESL, brazo armado de la CNFROS) como principales actores armados de la rebelión en Siria. La más poderosa de estas organizaciones combatientes era el Frente Al Nusra, de ideología wahhabí salafista-yihadista.


3. Monarca del Golfo con 33 años y continuador de una atrevida diplomacia fuera del redil saudí

A principios de junio de 2013, con la vorágine bélica de Siria copando la actualidad de prensa, empezaron a surgir informaciones sobre una inminente transferencia del poder supremo en Qatar. Fuentes anónimas de Palacio filtraron a medios internacionales que el emir Hamad, a sus 61 años y, se rumoreaba, con problemas de salud, estaba convencido de que era la hora de dejar paso a una nueva generación de dirigentes del Emirato con su hijo el príncipe heredero, de 33 años, a la cabeza.

Desde que había desplazado a su hermano Jassim en la misión sucesoria una década atrás, Tamim venía adquiriendo crecientes responsabilidades en áreas del servicio de Estado ajenas al mundo del deporte. Se sabía que en los últimos tiempos tomaba parte en los procesos de toma de decisiones clave sobre política exterior, seguridad y economía, y de cara al público el treintañero desempeñaba un papel diplomático como representante de su país en viajes oficiales y foros internacionales, donde no dudaba en defender las revoluciones árabes.

En fechas recientes Tamim había encabezado la delegación qatarí en la cumbre anual del CCG, en Bahréin en diciembre de 2012, y luego recibido a los líderes asistentes a la cumbre de la Liga Árabe de marzo de 2013 en Doha. Desde 2009, además de presidir el Comité Olímpico nacional, el consejo directivo de la Autoridad de Inversiones y los consejos supremos de Educación y de Medio Ambiente y Reservas Naturales, el príncipe ostentaba la condición de vicecomandante en jefe de las Fuerzas Armadas. En otras palabras, Tamim era copartícipe de la vasta estrategia internacional concebida por su padre y que tantos ríos de tinta estaba haciendo correr desde 2011. Ahora bien, todavía no era un personaje ampliamente conocido fuera de Qatar.

Al Jazeera anunció una reunión especial del emir con su camarilla de miembros escogidos de la familia real, consejeros y dignatarios áulicos para el día 24 de junio. Como se esperaba, la consulta palaciega selló la decisión de Hamad de abdicar en favor su hijo. El 25 de junio Hamad apareció por la televisión para anunciar a la nación el "traspaso del poder" al heredero de la corona, compareciente a su lado, quien, no le cabían dudas, era "merecedor de confianza y capaz de asumir esta responsabilidad y de llevar a cabo su misión". El protagonista de una inusual abdicación en las monarquías del Golfo aleccionó a los hasta ahora sus súbditos con estas palabras: "Confío en que seáis plenamente conscientes de vuestra lealtad y de vuestra identidad árabe y musulmana. Os exhorto a preservar nuestros valores tradicionales y culturales civilizados, originados en nuestra religión, nuestra identidad árabe y, sobre todo, nuestra humanidad". A continuación, los notables del Emirato rindieron pleitesía al nuevo monarca en un ambiente de cordialidad y alegría.

En su primer discurso como emir, pronunciado al día siguiente de su ascensión al trono y retransmitido por Al Jazeera, Tamim manifestó su deseo de seguir el "camino" tomado por su padre, del que alabó sus éxitos para la conversión de Qatar en un Estado moderno y económicamente diversificado, y en un actor prominente en el ámbito global abierto a mantener buenas relaciones con todo el mundo. La prosecución de la agenda en curso implicaba el rechazo a cualquier forma de "sectarismo", la tolerancia religiosa y una visión estratégica soberana consistente en "no esperar las órdenes de nadie".

Comentaristas y observadores cruzaron sus especulaciones sobre si el joven Tamim tenía una mentalidad más liberal o, al contrario, tal como indicaban quienes detectaban en él una religiosidad más acentuada, más conservadora que su padre, quien en su despedida dio a entender que, si bien entregaba efectivamente las riendas del Emirato, se mantendría activo en los bastidores de Palacio como una especie de mentor o consejero del nuevo emir. Algunos creían que Hamad había preferido abdicar ahora en vez de retrasarlo para más tarde y arriesgarse a sufrir un quebranto de salud que lo dejaría incapacitado para ayudar a su hijo a consolidar su autoridad. No tuvo que pasar mucho tiempo para que pudiera certificarse que Tamim Al Thani, del que también se decía que estaba bajo el influjo de su madre, la jequesa Mozah, representaba la continuidad, con muy pocos matices, de las políticas internas y externas practicadas por su progenitor.

Así, en casa, la consigna parecía ser preservar la estabilidad a todos los niveles, lo que entre otras cosas suponía mantener en el congelador el proceso de reformas políticas iniciado en 1999 y parado en seco con la aprobación en 2003 de una Constitución que de momento podía considerarse pseudoparlamentaria, pues las prometidas elecciones al Majlis habían sido sucesivamente pospuestas desde entonces. El último anuncio de celebración, en noviembre de 2011, las había postergado hasta este 2013, pero a primeros de julio se supo que el emir Hamad, en una de sus últimas decisiones como soberano, había decretado la extensión del mandato del Majlis Consultivo hasta 2016, nueva fecha por tanto de la cita con las urnas.

Desde fuera, se veía que Tamim estaba resuelto a proseguir la "pragmática", "autónoma", "ambigua", "paradójica", "incongruente", "sospechosa" —había calificativos para todos los gustos— y, como mínimo, singular estrategia multiforme de aunar los más diversos compromisos internacionales: las responsabilidades que conllevaba ser miembro del CCG; las estrechas relaciones en materia de seguridad con Estados Unidos, que tenía en la base aérea de Al Udeid el pivote de las operaciones en Afganistán e Irak, de hecho su principal centro de operaciones en Oriente Medio; el entendimiento energético con Irán, tan irritante para los saudíes; y el generoso apoyo financiero y material, no visto con buenos ojos por todos los notables del Emirato, a los sublevados contendientes de Siria, de manera oficial los que acataban a la oposición prooccidental y extraoficialmente los de la nebulosa islamista radical, incluso grupos de corte salafista-yihadista en la órbita de Al Qaeda como el Frente Al Nusra. Tal era la inquietante percepción que empezó a tenerse de la implicación qatarí en Siria.

Lo primero que hizo Tamim tras asumir el trono fue, tal como se esperaba, como parte de la jubilación de dignatarios anunciada por su padre, cesar al primer ministro desde 2007, el jeque Hamad ibn Jassim Al Thani, gobernante fuertemente vinculado a Estados Unidos y considerado el cerebro del polémico operativo de entrega de armas a los rebeldes sirios, y poner en su lugar al también pariente lejano y jeque Abdullah ibn Nasser Al Thani, quien sin embargo no encarnaba la promoción generacional porque tenía la misma edad que el anterior, 54 años. Hamad, ampliamente conocido como HBJ, dejó asimismo el puesto de ministro de Exteriores, que ocupaba desde 1992, siendo su sucesor en este departamento un no miembro de la familia real, Khalid ibn Muhammad Al Attiyah, este sí, ocho años más joven. El jeque tampoco siguió como vicepresidente de la QIA, el fondo soberano qatarí con una cartera estimada en 175.000 millones de dólares y subiendo.

Quienes creyeron que el apartamiento de HBJ, con no pocos detractores en el Emirato a causa de su "temeraria" o "aventurera" política en Siria, abría las puertas a una etapa de mayor prudencia en los patrocinios de Doha a lo largo y ancho del turbulento mundo árabe se equivocaron. La faltriquera qatarí siguió financiado con largueza a partidos islamistas locales como el Ennahda de Túnez, aupado al Gobierno tras la Revolución de 2011, y muy especialmente a los Hermanos Musulmanes de Egipto, ganadores también de las elecciones democráticas de 2012 e históricamente considerados por Arabia Saudí una amenaza en tanto que movimiento político-religioso de alcance transnacional con una vocación de poder republicano. Precisamente, la traumática liquidación de la breve experiencia de la Hermandad como fuerza gobernante en Egipto vino a interrumpir el notable influjo adquirido por Qatar en los asuntos del país norteafricano y puso la primera piedra de un muro de hostilidad regional al nuevo monarca de Doha ya a los pocos días de asumir el poder.

Se trató del golpe de Estado militar perpetrado el 3 de julio de 2013 por el general Abdel Fattah al-Sisi contra el presidente elegido democráticamente, Mohammed Mursi, al que el emir Hamad había visitado en El Cairo en octubre de 2012; dicho sea de paso, en aquel mismo viaje Hamad había realizado un histórico y controvertido desplazamiento a la franja palestina de Gaza, controlada por Hamas, otra organización islamista muy bien relacionada con Qatar y cuyo máximo líder, Khaled Mashal, buscado como terrorista por Israel, vivía seguro en Doha.

Ahora, el aplastamiento de los Hermanos Musulmanes egipcios vino acompañado de una gran remesa de ayuda económica a la nueva junta militar del general Sisi por parte de Arabia Saudí, Kuwait y los EAU. Se trataba de una asistencia equivalente a la enviada en los dos últimos años por Qatar y Turquía a los Hermanos y a la junta militar interina del mariscal Tantawi, oficial por cierto en muy buenas relaciones con Tamim Al Thani.

El Gobierno qatarí protestó enérgicamente por el golpe de Egipto, al que siguió una masacre de partidarios de Mursi, pero su soledad en el seno del CCG quedó en evidencia. En los meses siguientes, las autoridades de Doha tuvieron que enfrentar además el recrudecimiento de las polémicas encendidas por las alegaciones de sobornos a los ejecutivos de la FIFA para lograr la adjudicación de los Mundiales de 2022 y de explotación brutal de los miles de obreros migrantes dedicados a construir las instalaciones que requería el evento futbolístico. Estos estaban sometidos al sistema con visos esclavistas conocido como kafala, el cual iba ser declarado abolido por el Gobierno en diciembre de 2016.

En diciembre de 2013, durante la cumbre de la organización en Kuwait, las relaciones con los socios del CCG descendieron otro escalón al dar largas Qatar a la exigencia saudí de que hiciera honor a los acuerdos del club relativos a la no interferencia en los asuntos internos de los demás. Al menos, esto fue lo que aseguró más tarde Riad. Los Saud y los emires unidos del Golfo veían como una injerencia la mera presencia de miembros de los Hermanos Musulmanes en Qatar, que parecía brindarles santuario. Ellos decían tener pruebas de que los Thani seguían ayudando a la Hermandad de Egipto y los EAU (amén de las ramas de Siria y Libia) en esta etapa de persecución y exilio bajo la imputación de organización terrorista. Las tensiones siguieron aumentando y la tormenta estalló el 5 de marzo de 2014 al anunciar Arabia Saudí, Bahréin y los EAU la retirada de sus embajadores de Doha con el argumento de que Qatar violaba flagrantemente las normas del CCG.

La decisión, sin precedentes desde la creación del grupo en 1981, de parte del CCG de aislar a uno de sus miembros arrancó del socio castigado un comunicado de "sorpresa y consternación". Kuwait no secundó a los saudíes y semanas más tarde, aprovechando que organizaba la cumbre anual de la Liga Árabe, tendió una oferta formal de mediación. En el cónclave kuwaití, el emir anfitrión, Sabah Al Sabah, se esforzó en reconciliar al emir Tamim y al príncipe heredero saudí, Salmán Al Saud, regente de hecho por la enfermedad de su hermanastro, Abdullah Al Saud.

Hubo que esperar hasta septiembre de 2014, dos meses después de renovar Tamim el acuerdo de defensa con Estados Unidos y confirmar el uso conjunto de la base de Al Udeid, cuartel avanzado del Mando Central (USCENTCOM), para que las aguas volvieran, precaria y temporalmente, a su cauce, a rebufo de una nueva y gravísima emergencia en la región, un fuego que resultaba altamente peligroso para todos sin distinción.

El 11 de ese mes, coincidiendo con la denuncia por el Gobierno libio internacionalmente reconocido (amén de activamente apoyado por los EAU y Egipto), el instalado en Tobruk, de que Doha estaba suministrando armamento pesado al Gobierno adversario, devenido enemigo en batalla campal, que los Hermanos Musulmanes y otras facciones islamistas habían organizado en Trípoli, Qatar figuró entre la decena de países árabes que, con Arabia Saudí a la cabeza, firmaron en Jeddah una declaración de apoyo a la campaña de bombardeos aéreos iniciada por Estados Unidos para "destruir" las huestes del Estado Islámico.

El 22 de septiembre saltó la noticia de que las aviaciones estadounidense, saudí, jordana, qatarí, bahreiní y emiratí acababan de emprender ataques contra posiciones del Estado Islámico en Siria, concretamente en las provincias de Raqqa, donde el Califato había fijado su capital, y Deir Ezzor. Sin embargo, el grado de participación de Qatar en la coalición militar internacional contra el Estado Islámico liderada por Estados Unidos distaba de quedar claro, empezando porque a las autoridades de Doha les costó romper su mutismo al respecto. Más tarde se supo que la contribución qatarí, limitada a un par de cazas Mirage 2000, debía verse como simbólica.

El caso fue que involucrarse en el esfuerzo bélico multinacional para neutralizar al Estado Islámico como actor combatiente en la guerra de Siria ayudó a Qatar a aplacar el enfado de Arabia Saudí, Bahréin y los EAU, que el 16 de noviembre de 2014, durante una reunión de emergencia del CCG en Riad, acordaron mandar de vuelta a Doha a sus embajadores. Cinco días antes, Tamim había nombrado "viceemir", que no príncipe heredero, a un hermanastro ocho años más joven, Abdullah.