Silvio Berlusconi

Ya en el poder, ya en la oposición, Silvio Berlusconi, el más atípico de los líderes europeos, dominó la política italiana durante 17 años, período delimitado por unas circunstancias históricas bien concretas, y en los 22 siguientes se las arregló para conservar una influencia considerable como actor de la agitada escena nacional, resucitando una y otra vez y desmintiendo prematuros epitafios. Así fue pese a su lento declive, en el que pasó del primer al segundo plano pero sin caer nunca en la irrelevancia, hasta el mismo día de su fallecimiento el 12 de junio de 2023 a los 86 años, en su Milán natal y víctima de la leucemia.

Su cuasi década al timón del Ejecutivo, articulada en tres legislaturas y cuatro gobiernos, entre 1994 y 2011 fue una anomalía democrática permanente, a saber: la reunión en la misma persona de la mayor fortuna privada de Italia, propietaria de un imperio corporativo nacional y europeo, y el cargo de primer ministro. Una situación insólita que este empresario-político, maestro del espectáculo y el ardid, capaz de mantener unas altas cotas de popularidad pese al cúmulo de desaguisados, no hizo más que agudizar en la medida que convirtió el conflicto de intereses y la prevaricación encubierta en principios consuetudinarios de gobierno. Al terminar 2011, el balance de esta singular experiencia era decididamente negativa para Italia, a la luz de sus secuelas políticas, económicas, sociales y hasta culturales, terrenos todos ellos degradados en mayor o menor grado.

Estudios politológicos consideran a Berlusconi el padre del nuevo populismo moderno, a veces llamado telecrático por exprimir las posibilidades del medio de comunicación reinante en vísperas de la generalización de Internet, y el iniciador de una estirpe, la de los ricos hombres de negocios metidos a políticos seductores y estadistas avispados, que luego tuvo numerosos continuadores dentro y fuera de Europa (el estadounidense Donald Trump, el checo Andrej Babis o el tailandés Thaksin Shinawatra, entre otros).

Un liberalismo económico receloso del Estado pero a la vez dispuesto a colocar sus instituciones al servicio de intereses particulares, la deslegitimación demagógica de los adversarios, la conexión directa con los electores a golpe de carisma, simpatía personal y apelaciones emocionales, la innata disposición a generar polémicas y escándalos extravagantes, la retórica simplista pero eficaz y un dinamismo arrollador son algunos de los rasgos asociados a Berlusconi, gran polarizador admirado y rechazado, al que paisanos de todo color reconocen hoy como el fundador —o por lo menos el máximo representante— de la oficiosa Segunda República Italiana. Como fue también el artífice de una mercantilización —y banalización— de la política que sentó escuela.



EL PRIMER PERÍODO DE GOBIERNO (1994-1995)Al despuntar 1994, el milanés Berlusconi, sexagenario en ciernes pero luciendo aspecto juvenil, irrumpió de manera espectacular en la política italiana en un momento crucial para el país: el hundimiento, socavado por la campaña judicial Mani Pulite contra la corrupción institucionalizada, del edificio de partidos que había dominado la República parlamentaria nacida en la inmediata posguerra en 1946. Dispuesto a ocupar el inmenso vacío dejado por la Democracia Cristiana y, en parte, el Partido Socialista, el fundador y dueño del holding multisectorial Fininvest y de la macrosociedad televisiva Mediaset lanzó un partido personalista, Forza Italia, haciendo gala de grandes dosis de audacia, oportunismo y populismo, amén de habilidad mediática y sagacidad. Su declaración ideológica, de lo más básica, consistía en la defensa a ultranza de las libertades individuales y de mercado; su objetivo declarado, impedir la llegada al poder del antiguo PCI, para él tramposamente reconvertido a la socialdemocracia; su promesa, una nueva era de crecimiento y prosperidad para una Italia conmocionada y desorientada.

En marzo de 1994 los italianos, seducidos por la posibilidad de una gestión pública tan exitosa como la gestión privada del visionario as de los negocios (inmobiliarios, periodísticos, futbolísticos) y concebidos como televidentes-electores, votaron en masa al Polo del centro-derecha mandado por Forza Italia e integrado también por la Alianza Nacional (posfascista) de Gianfranco Fini, la Liga Norte (soberanista lombardo-padana) de Umberto Bossi y los neodemocristianos. El primer Gobierno Berlusconi, caótico y efímero, sucumbió al cabo de siete meses por los procesos judiciales a los directivos de Fininvest, la reacción sindical contra las políticas liberales y la espantada de la Liga Norte, furiosa por el aparcamiento de la federalización del país. Lejos de finalizar la aventura, Il Cavaliere reafirmó su continuidad en la política, reforzando la impresión de que había desembarcado en la misma sobre todo para protegerse frente a las acciones legales de unos magistrados anticorrupción supuestamente conjurados en su contra y de un Gobierno de la izquierda seguramente hostil.

En este sentido, la imparable berlusconización de la política italiana —potente hasta el punto de empujar al ex comunista PDS a ahondar su reciclado doctrinal deslizándose hacia el centro— vino a malograr las expectativas de regeneración y refundación del sistema republicano tras el naufragio de la Tangentopoli. Desde 1994, los líos judiciales de Berlusconi no hicieron más que enmarañarse y agrandarse, en consonancia con sus ansias de poder.


EL SEGUNDO PERÍODO DE GOBIERNO (2001-2006)En 1996 la alianza de Berlusconi perdió las elecciones ante la coalición del centro-izquierda, El Olivo, conducida por Romano Prodi y Massimo D’Alema, pero la revancha llegó en la siguiente ocasión, 2001, cuando la renovada Casa de las Libertades se hizo con una holgada mayoría absoluta. La bulla de peleas y traiciones en su seno arruinó la credibilidad de los gobiernos del centro-izquierda, empujando un nuevo movimiento pendular en las urnas.

Berlusconi, siempre enérgico, emprendió su segundo ejercicio en el Palacio Chigi y, contra pronóstico, consiguió terminar su mandato de cinco años, hazaña inigualada desde tiempos del democristiano Alcide De Gasperi más de medio siglo atrás. Su equilibrismo fue, empero, de lo más accidentado y además dejó un poso de decepción y desencanto, a fuerza de polémicas y promesas incumplidas. De su programa de mudanzas liberales, solo vieron la luz las causantes de conflictividad social (reformas del mercado laboral y de las pensiones), mientras que las más populares (bajada general de los impuestos) se quedaron en el tintero ante el deterioro de la economía y las finanzas públicas. Una importante reforma constitucional, que otorgaba plenos poderes ejecutivos al presidente del Consejo de Ministros y reducía las competencias del Estado en favor de las regiones, fue aprobada por el Parlamento, aunque en la siguiente legislatura, con el centro-derecha en la oposición, iba ser tumbada vía referéndum.

Pero el principal estorbo a su agenda reformista fue la prioridad absoluta que Berlusconi, con creciente desfachatez, otorgó a la elaboración de leyes ad personam, leyes al servicio de sus intereses corporativos y personales, enmarcadas en su guerra particular con los fiscales y confeccionadas sobre la marcha, al ritmo que marcaban sus múltiples procesos y juicios, y de las necesidades de un emporio del que ya no era patrón titular, sino solo accionista mayoritario, por sí mismo o a través de sus hijos y testaferros. Aunque varias de estas normas no prosperaron (las más controvertidas fueron vetadas por el presidente de la República y el Tribunal Constitucional), Berlusconi se valió de las demás para construir un escudo de inmunidad, en este caso indistinguible de la impunidad. La prescripción de los delitos imputados, casi siempre soborno o fraude contable, y las sentencias absolutorias en segunda instancia, todos obtenidos por sus abogados mediante apelaciones dilatorias, hicieron el resto. Así que Berlusconi, aun reiteradamente juzgado y condenado a diversas penas, nunca llegó a pisar la prisión.

En el período de gobierno 2001-2006 Berlusconi consagró los rasgos de personalidad que hicieron de él uno de los estadistas más paradójicos y célebres del mundo, objeto de estudio por politólogos y sociólogos: su demagogia, su victimismo envuelto de mendacidad, su teatralidad tornadiza, su narcisismo de acentos machistas y su dudoso sentido del humor, cantera inagotable de anécdotas chuscas y salidas de tono. En la política exterior, el dirigente italiano se alineó, no sin matices, con Estados Unidos durante la crisis de Irak y despachó tropas de ocupación contra el sentir mayoritario de su opinión pública. Encargado de presidir el Consejo Europeo en el segundo semestre de 2003, encajó el baldón del fracaso de la cumbre de Bruselas, que no pudo aprobar entonces el Tratado Constitucional de la UE. La violenta posguerra irakí, la persistente atonía económica y las interminables trifulcas entre los partidos de una coalición con agendas contrapuestas, motivo de sonadas dimisiones ministeriales, desgastaron profundamente al primer ministro, pero este, apagando fuegos y sorteando turbulencias, pudo agotar el quinquenio.


EL TERCER PERÍODO DE GOBIERNO (2008-2011)El centro-izquierda, de nuevo liderado por Prodi, ganó las elecciones de 2006, cuyo resultado el perdedor, en una extemporánea pataleta, denunció durante unos días por parecerle fraudulento. Sin embargo, el Gabinete Prodi, minado por las inconsistencias y la fragmentación partidista, no llegó a los dos años. Los comicios anticipados de 2008 marcaron el retorno triunfal al Gobierno de Berlusconi, abanderando su nuevo proyecto aglutinador del centro-derecha, El Pueblo de la Libertad (PdL, devenido partido en 2009 por la fusión de FI y AN), y esgrimiendo un programa concebido para encandilar, con la doble promesa de podar tributos y de perseguir la inmigración irregular. Ahora bien, quien soterraba la ambición de convertirse algún día en presidente de la República no podía sospechar entonces la avalancha de calamidades que estaba a punto de encadenar, para daño suyo y de la nación. Varios de estos reveses los iba a provocar él mismo de una manera totalmente gratuita, siendo el precio de su frivolidad.

El año inaugural del Gobierno Berlusconi IV cerró con una contracción económica, del 1%, que empeoró en el ejercicio siguiente, cuando el retroceso del PIB superó el 5%. Toda la UE sufría el embate de la Gran Recesión, aunque esta golpeaba aquí con más dureza. 2009 fue un año negro para el gobernante, convertido en el donjuanesco protagonista, ora involuntario y preocupado, ora —dio la sensación— orgulloso y reincidente, de una sucesión de escándalos de corte sexual, a cual más estrafalario, por sus relaciones extraconyugales con mujeres jóvenes y atractivas reclutadas en sus televisiones y en servicios de prostitución.

La profusión de informaciones sensacionalistas sobre las fiestas privadas del multimillonario enturbiaron aún más su imagen, pero la situación se tornó más seria cuando, ya en 2010, la justicia halló en su conducta indicios de delito por incitación a la prostitución de menores con abuso de poder, presuntas ilegalidades que le valieron la apertura del correspondiente sumario procesal, a añadir a los relacionados con la corrupción económica. Aquel año, Berlusconi firmó el divorcio de su segunda esposa y madre de tres de sus cinco hijos, Veronica Lario. Mientras lidiaba con este bizarro alboroto, que movilizó a las mujeres italianas airadas por la imagen que de ellas se estaba proyectando, el presidente del Consejo aplicó su plan de lucha contra la inmigración clandestina, especialmente la de los gitanos venidos de la Europa del este, y la criminalidad común. La nueva ley, que convertía a los sin papeles en delincuentes sujetos a multas y expulsión, estimuló una ola de xenofobia pródiga en actos violentos.

En 2010 la economía volvió a los valores positivos, pero la recuperación era débil en extremo. Como principal problema se erigió la descomunal deuda pública, que duplicaba con creces (el 119%) el PIB y que, si bien permitía financiar el recorte del déficit fiscal, empezó a afectar a percepción de la solvencia de los bonos italianos. El arranque de la gran crisis de la deuda soberana de la Eurozona, agravada por los rescates sucesivos de Grecia, Irlanda y Portugal, amenazaba con infectar a la tercera economía de la moneda única, tal que Roma hubo de lanzar un primer paquete de austeridad.

La efectividad de las medidas de contingencia, como tantas veces antes en las iniciativas de los gobiernos del centro-derecha, se vio inmediatamente malograda por la incesante tensión política, inclusive una guerra intestina que supuso la escisión del grupo de Fini en julio de 2010, tan solo un año después de constituirse el PdL como partido unitario. Para mayor abundamiento del desorden y la crispación, Berlusconi y sus lugartenientes no dejaron de introducir normas específicas para blindar la inmunidad principal, la que proporcionaba el escaño de diputado. De puertas afuera, Berlusconi se vio marginado del directorio europeo impuesto por el eje franco-alemán y dio que hablar más que nada por sus relaciones condescendientes, señoreadas por los intereses comerciales, con el dictador libio Gaddafi (al que, por cierto, le quedaba muy poco de permanencia en el poder y de vida).


LA CRISIS FINANCIERA DE 2011 Y LA CAIDA DE BERLUSCONIUna retahíla de mociones de censura y de confianza, que testaron hasta el límite el respaldo parlamentario con que contaba el Ejecutivo tras el portazo de los finianos, y de huelgas generales convocadas por los sindicatos fue jalonando la antesala en 2011 de una tormenta perfecta que, esta vez sí, iba a llevarse por delante a un dirigente experto en salir airoso de los más variopintos trances. El desastre del oficialismo en las municipales de mayo, ganadas por el Partido Democrático (PD) y sus aliados del centro-izquierda, fue respondido por Berlusconi en julio con un anuncio que parecía impropio de él, su retirada en 2013 y la designación de un heredero político, Angelino Alfano. Aquel mismo mes, con la tasa del crecimiento prácticamente a cero, la borrasca de la deuda arreció sobre Italia a fuer de la escalada del riesgo país y una brutal especulación de los mercados, obligando al Tesoro a elevar la rentabilidad de sus emisiones a largo plazo.

Urgido por sus alarmados socios europeos y las instituciones de la UE, Berlusconi presentó un duro plan de ajuste antidéficit y a renglón seguido, en agosto, un segundo paquete con recortes y reformas adicionales dirigido a conseguir el equilibrio presupuestario en 2013. La demora, debido a sus enmiendas de quita y pon, en la aprobación parlamentaria del segundo plan resultó fatal para la última reserva de credibilidad que le quedaba a un Gobierno presa del titubeo. A lo largo de septiembre y octubre, las presiones a la deuda se recrudecieron y sobre Italia comenzó a revolotear el fantasma del salvamento crediticio, perspectiva que a su vez hacía presagiar el colapso del euro.

Llegado noviembre, la mayoría absoluta en la Cámara baja finalmente se evaporó y la prima de riesgo se disparó por encima de los 500 puntos. La situación era insostenible y Berlusconi fue conminando, implícita o explícitamente, a marcharse ya mismo por un abrumador coro de voces de casa y del exterior. Resistiéndose al inevitable mutis y prolongando así innecesariamente su agonía personal y la de todo un país arrastrado a la ruina, Berlusconi terminó por doblegarse ante el presidente de la República, Giorgio Napolitano, quien le impuso el relevo inmediato por una personalidad independiente, el reputado economista Mario Monti. El ex comisario europeo de la Competencia se pondría al mando de un Gabinete exclusivamente apartidista y técnico, aunque sostenido por las fuerzas parlamentarias, sin faltar el PdL. El 12 de noviembre, Berlusconi, a los 75 años, presentó la dimisión y cuatro días después traspasó el poder a Monti, responsable de ejecutar la Ley de Estabilidad y las reformas exigidas por Bruselas.

Su adiós al poder, que no a la política, lo pronunció a regañadientes un líder acorralado y noqueado, pero no por los frentes judiciales, los escándalos domésticos, la prensa crítica, la oposición partidista o los ciudadanos echados a la calle, sino por unas fuerzas políticas y económicas externas a la soberanía nacional.


PAULATINO OCASO POLÍTICOCon su dramática renuncia forzado por una coyuntura muy superior a sus capacidades de maniobra y resistencia, Berlusconi fue dado por políticamente difunto. Muy pronto iba a encargarse de refutar a detractores y comentaristas el empresario, que seguía siendo diputado, ininterrumpidamente desde 1994, jefe del todavía primer partido de Italia y líder indiscutible del centro-derecha. Berlusconi le regateó el soporte parlamentario al Gabinete tecnocrático de Monti (crítico feroz de su persona) y, no sin una escenografía de dudas y retractaciones, anunció que volvía a ser capolista de su partido, esta vez para el Senado, en las elecciones generales de febrero de 2013. Berlusconi, tras la condena a cuatro años de prisión (inmediatamente rebajados a uno) y una inhabilitación política de cinco (luego rebajados a dos) como culpable de fraude contable en el caso Mediaset, seguía teniendo procesos abiertos y juicios pendientes, y jamás desistiría de intentar parapetarse tras la inmunidad parlamentaria.

Las elecciones de 2013 depararon un estrepitoso fracaso al centro-derecha capitaneado por Berlusconi, pero en la nueva legislatura el magnate retuvo un protagonismo de primer orden, al ritmo trepidante de sus jugadas, intrigas parlamentarias y peripecias judiciales.

Para empezar, Berlusconi ofreció al frustrado cabeza de lista del PD, Pier Luigi Bersani, un Gobierno de gran coalición para bloquear al Movimiento Cinco Estrellas (M5S, el partido antipolítico del cómico Beppe Grillo, que había aventajado en votos y escaños al PdL, rebajado a la tercera posición) a cambio de un candidato común para la Presidencia de la República. Luego, participó con su agrupación en el breve Gobierno del también demócrata Enrico Letta, pero únicamente durante siete meses y con planteamientos chantajistas. Poco después, en enero de 2014, adoptó con el secretario del PD y dentro de poco primer ministro, el joven Matteo Renzi, el llamado Pacto del Nazareno, en torno a una reforma electoral, la Italicum, y la enmienda de la Constitución para convertir el Senado en una cámara de las regiones; la primera reforma vio la luz pero posteriormente sería derogada por la Corte Constitucional, mientras que la segunda naufragó en el referéndum de diciembre de 2016, no sin antes desvincularse Berlusconi de la misma. Renzi tuvo que dimitir por este tremendo fiasco, pero Berlusconi salió ileso.

La salida del Gobierno Letta en noviembre de 2013 a renglón seguido del anuncio de la disolución del PdL y la reactivación de FI (provocando con ello la deserción de su delfín, Alfano) fue la respuesta de Berlusconi a la decisión de la Cámara alta de despojarle de su escaño de senador tras su condena en firme, en agosto, en el caso Mediaset. Ahora, no podía desempeñar cargos públicos por seis años en virtud de la Ley Severino, aunque, debido a su avanzada edad (77 años), estaba exonerado de cumplir la pena de un año de prisión. A su disposición tenía unos servicios comunitarios sustitutivos, los cuales realizó "muy feliz" ("yo siempre me he dedicado a ayudar a los demás", declaró) a título meramente simbólico en un geriátrico de Milán. Además, sobre él pesaba la severa condena, dictada en junio de 2013 en el caso Ruby, a siete años de cárcel e inhabilitación a perpetuidad de cargo público por incitación a la prostitución de menores y abuso de poder. No obstante, en julio de 2014 el Tribunal de Apelaciones de Milán decidió absolver por completo a Berlusconi, que en marzo anterior había renunciado voluntariamente al título honorífico de Cavaliere del Lavoro .

En 2016 comenzó para Berlusconi, desde 2013 emparejado con Francesca Pascale (49 años más joven que él) y desde 2020 teniendo como nueva novia a la diputada forzista Marta Fascina (54 años menor), una secuencia de accidentes de salud —insuficiencias cardíacas, nefritis, el coronavirus y, como mortal colofón, el agravamiento irreversible de su leucemia mieloide crónica— que requirieron hospitalizaciones, tratamientos y cirugías. Fue un declinar físico que el dirigente se empeñó en disimular todo lo posible y que contribuyó, inevitablemente, a acelerar su declive político.

Inhabilitado por el momento, el ya octogenario ex primer ministro encajó como un golpe durísimo el batacazo de su formación en las generales de marzo de 2018: con el 14% de los votos (frente al 21% sacado por el PdL en 2013 y el 37% de 2008), FI fue históricamente superado en el campo del centro-derecha por la nueva Liga, reconvertida en un partido nacionalista italiano con una narrativa identitaria de extrema derecha por Matteo Salvini. Berlusconi se desdijo de la promesa de "retirarse" si sucedía este escenario y continuó dando la batalla política en la oposición al experimento, pronto fallido, del Gobierno de coalición entre la Liga y el M5S, así como al Gabinete que le tomó el relevo en septiembre de 2019, de coalición M5S-PD y presidido por Giuseppe Conte también.

Aun pudo Berlusconi darse unos cuantos gustazos políticos más pese al achicamiento imparable de su partido. Un juez le levantó la inhabilitación que le impedía ser candidato (mayo de 2018), se presentó a las elecciones europeas (mayo de 2019), recobró el mandato de eurodiputado disfrutado por última vez en 2001 y fue uno de los muñidores del Gobierno de cuasi concentración nacional puesto en marcha por Mario Draghi en febrero de 2021… hasta que en julio de 2022 el ex presidente del Banco Central Europeo arrojó la toalla al retirarle el soporte en el Senado FI, la Liga y el M5S. Por el contrario, Berlusconi, en enero de 2022, hubo de renunciar a su sueño de ser elegido presidente de Italia ante el desinterés de las demás fuerzas parlamentarias. En marzo siguiente, contrajo unas nupcias simbólicas, sin valor legal, con Marta Fascina.

El último servicio de Berlusconi a la gobernabilidad de Italia fue la participación con cinco ministros forzisti en el Gobierno de Giorgia Meloni, antigua ministra suya de Juventud y líder de los ultraderechistas Hermanos de Italia (FdI), que también habían hecho el sorpasso a FI en los comicios de septiembre y simultáneamente a la Liga. Ahora, Berlusconi mandaba el partido más pequeño del trío del centro-derecha, con un apoyo electoral reducido al 8% y únicamente 44 diputados. Con Meloni era viceprimer ministro y ministro de Exteriores Antonio Tajani, ex presidente del Parlamento Europeo y fidelísimo de Berlusconi, quien le había confiado el cargo de coordinador nacional de FI en 2021.

El Gabinete Meloni echó a andar en octubre de 2022, coincidiendo con el regreso de Berlusconi, ya muy débil por la enfermedad, al Senado, y no sin enturbiar el anciano político-empresario las negociaciones poselectorales con una serie de frases elogiosas de Putin y críticas con Zelensky en el contexto de la invasión rusa de Ucrania, e incluso una ristra de insultos contra Meloni ("prepotente, obstinada, arrogante y ofensiva", la llamó, para luego disculparse). Al final, Berlusconi acabó su vida ostentando un mandato parlamentario y cantando victoria en su mastodóntica saga judicial.

La primera ministra Meloni reaccionó a la muerte de Berlusconi, personaje fundamental para el éxito su carrera, con estas palabras: "Era ante todo un luchador, un hombre que nunca tuvo miedo a defender sus convicciones. Y fueron precisamente ese coraje y esa determinación los que le convirtieron en uno de los hombres más influyentes de la historia de Italia (…) Con él, Italia aprendió que nunca debía dejarse imponer límites. Aprendió que nunca debía rendirse". Salvini, viceprimer ministro, describió al finado como "un gran italiano, uno de los más grandes de todos los tiempos, en todos los campos, desde todos los puntos de vista, sin igual". El presidente Putin habló también de "un gran amigo", mientras que el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, rindió homenaje al "gran luchador".

(Texto actualizado hasta 13/6/2023).

1. La construcción de un imperio empresarial
2. Salto a la política en 1994 al frente de Forza Italia
3. Triunfo electoral y el truncado primer Gobierno del centro-derecha
4. Travesía opositora y acoso judicial por casos de corrupción
5. Gran victoria sobre el centro-izquierda y retorno al poder en 2001
6. Dinamismo legislador de signo tendencioso
7. Los retos de la guerra de Irak y la Constitución Europea
8. Barullo permanente en la Casa de las Libertades
9. Ajustada derrota frente a Prodi en 2006 y tercer plácet en las urnas en 2008
10. Criminalización de la inmigración clandestina y relaciones untuosas con Gaddafi
11. Los escándalos sexuales de Il Cavaliere
12. Fundación del PdL, defección de Fini y precariedad gubernamental
13. La gran crisis de la deuda de 2011: el huracán financiero que tumbó a Berlusconi
14. Un ascendiente político preservado: condenas penales, inhabilitaciones, reactivación de FI y tratos cambiantes con los gobiernos del PD
15. Doble sorpasso en el centro-derecha: las pujanzas de la Liga y los Hermanos de Italia
16. Actor de la gobernabilidad hasta el final: socio de Giorgia Meloni, últimas polémicas y fallecimiento en 2023


1. La construcción de un imperio empresarial

El mayor de los tres hijos del matrimonio formado por Luigi Berlusconi (1908-1989), empleado de la Banca Rasini, donde llegó al puesto de procurador general, y Rosa Bossi (1911-2008), dedicada a las tareas del hogar y mujer de profundas convicciones católicas, se crió y educó en un ambiente de clase media-alta milanesa, tan estable y próspero como permitían las graves circunstancias nacionales en los agitados años de la guerra y la posguerra. El bachillerato lo completó en el Liceo Classico Sant’Ambrogio, un instituto regido por los Salesianos y conocido por la rigidez de su enseñanza católica. En 1954 se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Milán, por la que siete años después, en 1961, se sacó la licenciatura summa cum laude con una tesis sobre los aspectos jurídicos de los contratos publicitarios.

Sin embargo, no estaba en el ánimo del inquieto joven milanés convertirse en abogado o en un aburrido funcionario de justicia. Lo suyo era hacer negocios, habilidad que se remontaba a la más tierna infancia, cuando vendía apuntes escolares a sus compañeros de clase. Fuera del colegio, Silvio acrecentaba sus pequeños ahorros vendiendo a domicilio electrodomésticos de la casa Philips y sacando fotos en bodas, bautizos y funerales. Dotado de una aptitud innata para el espectáculo, que tan útil iba a resultarle en su salto a la política cuatro décadas más tarde, y lleno de desparpajo, a los 18 años ganó su primer capital significativo como animador musical y cantante melódico en carnavales, fiestas privadas y cruceros por el Mediterráneo, donde explotó una notable fibra artística que abarcó incluso los espectáculos de magia. Con 23 años, mientras estudiaba en la Universidad, se contrató como agente inmobiliario, escribiendo el preámbulo de la carrera empresarial más sensacional —y polémica— de la Italia republicana.

Ya el año de su licenciatura Berlusconi puso en marcha Cantieri Riuniti Milanesi (Constructores Asociados Milaneses) en sociedad con el constructor Pietro Canali. En 1963 fundó Edilnord di Silvio Berlusconi & C., teniendo como socios financieros al banquero Carlo Rasini, el patrón de su padre y hombre no exento de controversia por gestionar depósitos pertenecientes a miembros destacados de la mafia siciliana, y al abogado Carlo Rezzonico, apoderado de una firma financiera con sede en Lugano. En 1965 el aún veinteañero contrajo primeras nupcias con la ligur Carla Elvira Lucia Dall'Oglio, con la que tuvo dos hijos, Maria Elvira, llamada familiarmente Marina, en 1966, y Pier Silvio, alias Dudi, en 1969.

En 1968 Edilnord terminó de edificar un barrio residencial en Brugherio, en las cercanías de Milán, con capacidad para 4.000 habitantes, el primero de su clase en ser equipado con todos los servicios sociales. Al frente de un equipo de jóvenes arquitectos animados por la idea de una "ciudad sin coches", y él mismo fascinado con el modelo de ciudad perfecta presentado por el humanista británico Tomas Moro en su obra Utopía, Berlusconi emprendió una serie de innovadores proyectos urbanísticos dentro y fuera del país. En 1969, su nueva constructora, Edilnord Centri Residenziali (Edilnord 2), montada con su prima Lidia Borsani, levantó en la comuna de Segrate la ciudad dormitorio Milano 2, con capacidad para 10.000 habitantes, a la que en 1973 siguió Milano 3, para 12.000 inquilinos.

A mediados de los años setenta Berlusconi expandió sus intereses empresariales al mundo de la comunicación, aunque no por ello interrumpió una intensa actividad en el sector inmobiliario, donde fundó la sociedad limitada Italcantieri en 1973 y la Immobiliaria San Martino en 1974, amén de ser, según parece, el artífice de todo un ramillete de sociedades mercantiles que legalmente le eran ajenas, merced a una intrincada madeja de testaferros de toda confianza. El caso era que el emprendedor treintañero milanés parecía gozar de una financiación sin límites, facilitada por ricos amigos prestamistas e inversionistas, y por diversas corporaciones, algunas apenas conocidas y envueltas en una bruma de misterio.

En 1974 los prebostes milaneses Giacomo Properzj y Alceo Moretti organizaron para él la cadena de televisión por cable Telemilanocavo, que empezó dando servicio exclusivo a Milano 2 antes de retransmitir por antena al resto de Lombardía con el nombre de Telemilano 58. En 1977, año en que recibió el título de Cavaliere del Lavoro de manos del presidente de la República, Giovanni Leone, Berlusconi compró participaciones en el periódico Il Giornale, que posteriormente adquirió a su editor fundador, el periodista Indro Montanelli. En septiembre de 1980 Berlusconi orquestó el nacimiento en Milán de una televisión de difusión nacional con contenidos generalistas orientada a una audiencia familiar, Canale 5, a partir de la fusión de Telemilano 58 y de otras cuatro cadenas regionales del norte de Italia, TeleEmiliaRomagna, Tele Torino International, VideoVeneto y A&G Television. Para surtir de programas y productos publicitarios a Canale 5, Berlusconi fundó junto con Marcello Dell'Utri, su mejor amigo de la universidad y administrador de la Immobiliaria San Martino, las empresas Reteitalia y Publitalia 80. En 1981 les siguieron Programma Italia y Videotime.

Fue también en 1980 cuando Berlusconi abrió un nuevo capítulo en su vida sentimental al conocer y quedarse prendado de la boloñesa Veronica Lario, una actriz de películas y teleseries de bajo presupuesto y ocasionalmente de teatro —se asegura que el flechazo surgió al verla interpretar la comedia El magnífico cornudo en el teatro Manzoni de Milán—, a la que sacaba 20 años. El empresario emprendió con Lario, cuyo verdadero nombre era Miriam Raffaella Bartolini, una relación extramarital que en julio de 1984 fructificó con el nacimiento de una niña, Barbara, a la que no dudó en reconocer. La paternidad de su esposo con otra mujer hizo insostenible el matrimonio de Carla Dall'Oglio, que obtuvo el divorcio en 1985; entonces, Berlusconi y Lario pudieron sacar a la luz su amor clandestino, si bien ella optó por poner término a su corta, y en opinión de algunos críticos, prometedora carrera cinematográfica. La pareja formalizó su relación con un matrimonio civil celebrado el 15 de diciembre de 1990 en el Ayuntamiento de Milán y oficiado por el alcalde Paolo Pillitteri, aunque antes engendraron otros dos retoños, Eleonora, en 1986, y Luigi, en 1988.

En 1983 y 1984 Berlusconi agrandó su propiedad televisiva con Italia 1 y Rete 4 (o Retequattro), que compró respectivamente al editor Edilio Rusconi y al grupo Mondadori. Canale 5, Italia 1 y Rete 4, multiplicando sus emisiones a través de una red de televisiones locales y colocadas bajo la titularidad de la empresa Mediaset, constituida como sociedad anónima en septiembre de 1993, pusieron fin al monopolio de la RAI y consiguieron superar en audiencia a la televisión estatal con una parrilla dominada por los concursos, los seriales, los shows de variedades y otros programas de distracción.

En 1984 la RAI llevó a Mediaset a los tribunales porque sus tres canales se dedicaban a emitir en interconexión, es decir, simultáneamente, los mismos programas en todo el territorio nacional, lo que constituía una flagrante violación de la legislación vigente. En octubre de aquel año la justicia falló a favor del demandante y Mediaset, por orden de tres magistrados de Roma, Pescara y Turín, fue obligada a cerrar varios estudios de grabación y repetidores de señal. Pero entonces, de la manera más precipitada, acudió al rescate de Berlusconi el primer ministro Bettino Craxi, quien por la vía del decreto urgente subsanó la ilegalidad en que estaba incurriendo el grupo mediático privado. El escándalo fue mayúsculo. Desafiando la tormenta política que su decisión había provocado, Craxi llegó a amenazar a sus socios del Ejecutivo con abrir una crisis de gobierno y forzar el adelanto electoral si sus respectivos partidos no convalidaban el decreto en el Parlamento.

Esta no fue más que la primera y más descarada de una serie de intervenciones políticas del poderoso líder del Partido Socialista (PSI, junto con la Democracia Cristiana, pilar del sistema de gobierno vigente desde la proclamación de la República en 1946) en favor del empresario y paisano milanés, al que le unía una estrecha amistad desde su etapa en común en la Universidad; sin ir más lejos, Craxi acababa de hacer de padrino en el bautizo de Barbara Berlusconi y seis años después iba a ser el invitado de honor en la boda con Lario.

En 1990, meses antes de ese enlace, el grupo socialista, junto con el Partido Republicano (PRI), impulsó en el Parlamento la aprobación de una norma, la llamada Ley Mammì, que regulaba la cuota de mercado de los dos grupos televisivos, el del Estado y el privado de Berlusconi (la ley le permitía poseer un máximo de tres televisiones, precisamente las que tenía), instituyendo un duopolio de hecho en la televisión italiana. Para entonces, las televisiones de Mediaset concentraban en horario de prime time el 45% de la audiencia y el 60% de los ingresos por publicidad.

En 1985 Berlusconi se asoció con los empresarios franceses Jerome Seydoux y Christopher Riboud a fin de licitar en el concurso abierto por el Gobierno de Francia, presidido por el socialista Laurent Fabius, para la adjudicación en el país vecino de dos canales de televisión privados. El fruto de esta colaboración, France Cinq, constituida con un paquete accionarial paritario del 40%, se hizo con la licencia, tal que en febrero de 1986 comenzó sus emisiones La Cinq, conformada según el modelo de Canale 5.

Tras experimentar diversas vicisitudes, y acosada por la hostilidad manifiesta del nuevo Gobierno conservador de Jacques Chirac, La Cinq entró en suspensión de pagos y terminó por desaparecer en 1992, pero para entonces Berlusconi ya había diversificado sus inversiones en el sector televisivo europeo, en proceso de liberalización en varios países, con la adquisición de amplios paquetes accionariales en la francesa TF1, la alemana Tele 5 y la española Telecinco, de la que fue socio fundador en 1989 a través del grupo Gestevisión Telecinco, donde empezó teniendo el 25% del capital a la par que la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) y Ediciones Anaya. En España, Berlusconi ya era, desde 1985, el dueño de los madrileños Estudios Roma.

En 1990, Mediaset fundó sin salir de Italia la televisión de pago Telepiù, en sociedad con Vittorio Cecchi Gori y Leo Kirch, que empezó a emitir en junio de 1991. El circuito de televisiones locales Italia 7 quedó asimismo bajo su control, y en 1992 el grupo adquirió los derechos de retransmisión del Giro de Italia. Los intereses del empresario italiano en el sector audiovisual europeo alcanzaron a los Países Bajos (Cinema 5) y a Polonia (Polonia 1).

La voracidad empresarial de Berlusconi tenía vocación multisectorial. En febrero de 1986 compró el club de fútbol A. C. Milan, que atravesaba por una difícil situación económica, y el 24 de marzo siguiente se erigió en su presidente. Tras tapar los agujeros contables del club, Berlusconi contrató como entrenador a Arrigo Sacchi y fichó al trío de jugadores holandeses Marco van Basten, Ruud Gullit y Frank Rijkaard. La renovación de la plantilla no tardó en dar sus frutos: el Milan ganó la Liga Calcio en la temporada 1987-1988 tras nueve años de sequía de títulos, la Supercopa de Italia en su primera edición de 1988, las Copas de Europa de 1989 y 1990, las Supercopas de Europa de 1990 y 1991, y la Copa Intercontinental en 1989 y 1990. El palmarés sumó nuevos títulos en los años siguientes, prolongando una impresionante secuencia de triunfos deportivos que disparó hasta las nubes la popularidad de Berlusconi en Italia en general y en Lombardía en particular. No contento con hacer negocio con el fútbol, el potentado empezó a adquirir clubes de otras modalidades deportivas, como el rugby, el voleibol, el hockey sobre hielo y el béisbol.

Hasta su entrada en la política en 1994, Berlusconi incorporó a su ingente patrimonio la cadena de grandes almacenes Standa —la mayor del país, comprada a Montedison en 1988—, las salas de exhibición cinematográfica de Cannon, los Supermercados Brianzoli y la cadena de videoclubes Blockbuster, entre otros negocios. En diciembre de 1989, imponiéndose provisionalmente en una dura batalla al magnate rival Carlo De Benedetti, propietario del gigante manufacturero Olivetti y con el que ya venía manteniendo un litigio por la posesión de la compañía agro-alimentaria SME —cuya adjudicación por el Estado a Benedetti impugnó ante los tribunales—, Berlusconi se adueñó de Arnoldo Mondadori Editore, el primer grupo editorial y periodístico italiano, que en sociedad con el Grupo L’Espresso publicaba el periódico La Repubblica y los semanarios L’espresso, Epoca y Panorama. El 25 de enero de 1990, coronando su emporio mediático, Il Cavaliere, en tanto que accionista mayoritario, obtuvo para sí la presidencia del consejo de administración de Mondadori, además de colocar a seis de los ocho consejeros.

Hasta que la guerra en los tribunales quedó zanjada en abril de 1991 con la cesión amistosa de La Repubblica y L’espresso a De Benedetti (a cambio, él se quedó con la editorial de libros y revistas, que posteriormente hizo absorber a un sello editorial propio montado años atrás, Silvio Berlusconi Editore, SBE), Berlusconi reunió en sus manos el control del 40% de todos los diarios italianos, el 53% de los semanarios y el 55% de toda la publicidad difundida en prensa, radio y televisión.

Meses antes de desprenderse de estas dos publicaciones de prensa, en agosto de 1990, Berlusconi ya había cedido la propiedad de Il Giornale, pero esta vez de manera forzosa. Fue en cumplimiento de la cláusula antitrust de la ya comentada Ley Mammì, aprobada a instancias del Gobierno que presidía el democristiano Giulio Andreotti, que prohibía la edición de periódicos a los grupos televisivos. Entonces, la opinión pública italiana consideró que el rey de la televisión privada o Sua Emittenza, como mordazmente era llamado también, pagaba un módico precio a cambio de la consagración legal de su imperio audiovisual; además, el paquete mayoritario de las acciones de Il Giornale no fue a parar a unas manos precisamente extrañas: el nuevo dueño del diario milanés resultó ser el propio hermano de Berlusconi, 13 años más joven que él, Paolo, quien se limitó a recoger la titularidad de manos de su deudo y jefe empresarial.

El conglomerado Fininvest (Financiera de Inversión), creado por Berlusconi en 1978 con un estatuto de sociedad anónima, cumplió la función de integrar sus múltiples propiedades y participaciones en los sectores de la construcción (Edilnord), la televisión (Mediaset, con un 100% de participación por el momento), la prensa escrita (Il Giornale), la edición de libros (Mondadori), el deporte (A. C. Milan), los seguros y los servicios financieros (Mediolanum Assicurazioni), y los grandes almacenes (Standa), por citar solo los negocios más emblemáticos.

Semejante concentración de poder económico, particularmente en su dimensión mediática y cultural, generó en Italia una polémica constante, con un sinfín de denuncias y críticas que arremetían contra la rapacidad del empresario, sus maniobras poco ortodoxas, su afición a tejer marañas societarias, sus amistades más que turbias y sus aparentes pretensiones oligopólicas y monopolísticas, y que advertían contra su inquietante compadreo con destacadas figuras y sectores de los poderes públicos, todo ello en perjuicio de la transparencia y el pluralismo propios de una sociedad democrática.

Aparte de sus estrechas relaciones con el PSI de Craxi, de sobra conocidas, Berlusconi dio pábulo a abundantes conjeturas sobre otros posibles contactos, estos ya clandestinos, con poderosas esferas no gubernamentales pero capaces de ejercer un influjo fundamental en la política y la economía de la Italia del momento. En marzo de 1981 su nombre apareció en una lista de cerca de un millar de miembros de la logia masónica Propaganda 2 (P2), una organización secreta, de tenebrosa reputación por su implicación en conspiraciones de signo ultraderechista, actos terroristas y escándalos financieros como la quiebra del Banco Ambrosiano. La famosa lista fue requisada por la Policía en el registro de la vivienda del jefe de la P2, el "maestro venerable" Licio Gelli, antiguo agente de inteligencia de Mussolini, anticomunista activo y uno de los personajes más siniestros de la Italia de la posguerra.

Hasta el día de hoy, numerosos periodistas e investigadores —lo que a algunos de ellos les ha acarreado denuncias por libelo— han sostenido como hechos incuestionables que el empresario se afilió a la P2 en 1978, que poseyó el carné de miembro número 1.816 y que mantuvo trato personal con Gelli. Berlusconi declaró bajo juramento a un tribunal de Verona que investigaba las ramificaciones de la logia ilegalizada que no recordaba la fecha exacta de su inscripción, que esta se había producido "poco antes del escándalo" de 1981 y que nunca había hecho aportaciones económicas.

Sin embargo, este testimonio contradijo ciertos datos sacados en claro por una comisión parlamentaria de investigación, que entre otros aspectos determinó el pago a la P2 de 100.000 liras en concepto de cuota de alta. A la luz de estas evidencias, en 1990 el Tribunal de Apelación de Venecia halló a Berlusconi culpable de un delito de perjurio, pero el empresario eludió la condena al beneficiarse de una amnistía colectiva dictada por el Gobierno y que prescribía cualquier posible delito en relación con las actividades ilícitas de la logia a sus antiguos miembros numerarios. Años después, el empresario iba a recordar su paso por la P2 con un tono de disculpa: "Creí que Gelli era bueno, pero luego descubrí la verdad", manifestó. Aquella no fue la primera condena judicial que recibía el empresario. En diciembre de 1987 ya había sido encontrado culpable en un caso de fraude y condenado a 16 meses de prisión, con resultado inocuo: la sanción se diluyó en el marasmo de las apelaciones y la lentitud burocrática de la maquinaria judicial italiana.


2. Salto a la política en 1994 al frente de Forza Italia

Tentado de entrar en la política profesional desde hacía tiempo, Berlusconi encontró la ocasión propicia en 1993, un año especialmente convulso en la historia republicana por las actuaciones de la judicatura nacional, la cual, dentro de un vasto operativo investigador que dio en llamarse Mani Pulite (Manos Limpias), procesó, mandó encarcelar y llevó a juicio a la flor y la nata de la corrupta partitocrazia tradicional, siendo las consecuencias políticas el colapso o la extinción de la DC, el PSI y sus adláteres habituales —republicanos, liberales y socialdemócratas—, y la sumersión del sistema de partidos italiano en un caos seguido de un vacío que otras fuerzas políticas, hasta entonces minoritarias o marginadas de las instituciones, se aprestaron a llenar.

El beneficiado natural por este descomunal naufragio, que ya estaba teniendo una dimensión electoral, era el antiguo Partido Comunista Italiano (PCI), refundado en 1991 como Partido Democrático de la Izquierda (PDS, con doctrina socialdemócrata), lo que espantaba a los poderes fácticos conservadores atrincherados en la parapolítica, la gran empresa y el mundo financiero. El desafuero parlamentario de Craxi y su procesamiento en varios sumarios por el cobro de comisiones ilegales privó a Berlusconi de su gran aliado en la alta política, pero era toda una casta de gobernantes acostumbrados a traficar con influencias y favores en beneficio suyo y de intereses privados de terceros la que quedaba apartada de circulación.

Peor aún, Fininvest empezó a ser investigado a fondo por los jueces anticorrupción ante el aluvión de indicios, en ocasiones facilitados en sus declaraciones por funcionarios procesados, sobre prácticas de sobornos, habituales al parecer, por parte de altos directivos del holding. En octubre de 1993, el acoso de la magistratura y el fuerte endeudamiento de la macrosociedad empujaron a Berlusconi a nombrar un nuevo consejero delegado ajeno a la estructura hasta entonces cerradamente familiar y amistosa, prácticamente de clan, de Fininvest; el escogido fue Franco Tatò, consejero delegado de SBE y de Mondadori.

En suma, Berlusconi tenía ante sí un conjunto de poderosas razones que le animaron a dar un paso osado cuando menos, ya que se trataba del dueño de cuatro cadenas de televisión, el dueño también de una de las editoriales europeas con más facturación y, con una fortuna personal estimada en más de 6.000 millones de dólares, de uno de los hombres más ricos de Italia, si no el que más. A finales de octubre, Berlusconi empezó a enseñar su cartas con su público respaldo a la Asociación para la Búsqueda del Buen Gobierno, un "movimiento político" anunciado por el politólogo Giuliano Urbani, en lo sucesivo uno de lugartenientes intelectuales. En noviembre, causó un revuelo al pronunciar su apoyo al secretario general del neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), pronto denominado Alianza Nacional (AN), Gianfranco Fini, quien aspiraba a la alcaldía de Roma.

En diciembre fueron constituyéndose unos clubes regionales que, bajo el nombre de Forza Italia (Adelante Italia) y movilizados al modo de las hinchadas deportivas, procedieron a organizar las bases populares y a reclutar los cuadros inferiores de la futura agrupación política del empresario. Mientras organizaba a marchas forzadas su estructura partidista, Berlusconi, sin éxito, intentaba convencer a los dirigentes de la moribunda DC de la necesidad de formar una amplia coalición de fuerzas del centro y la derecha capaz de hacer frente al PDS en las elecciones generales anticipadas de marzo de 1994; los comicios habían sido convocados por el presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, tras la dimisión acordada del Gobierno técnico que desde abril de 1993 encabezaba Carlo Azeglio Ciampi, ex gobernador del Banco de Italia.

El 26 de enero de 1994, luego de expirar su ultimátum a los renuentes líderes democristianos Mino Martinazzoli y Mario Segni para que le secundaran, y seis días después de aprobar la DC su autodisolución tras más de medio siglo de existencia, Berlusconi, con 57 años, oficializó su entrada en la contienda electoral con una alocución emitida por sus televisiones desde el despacho de su suntuoso palacio dieciochesco cercano a Milán, San Martino de Arcore, adquirido en 1973 a una familia de la nobleza lombarda, los Casati Stampa di Soncino. La grabación iba a marcar un antes y un después en la historia contemporánea de Italia.

Con tono solemne y providencial, en un discurso perfectamente hilado, el magnate explicaba que irrumpía en la política nacional porque no quería vivir "en un país no liberal, gobernado por fuerzas inmaduras y por hombres completamente ligados a un pasado política y económicamente fracasado". El partido Forza Italia nacía con la misión de liderar una "alianza por las libertades" que resultaba "indispensable para oponerse al cártel izquierdista" que el PDS y sus acólitos representaban. Para poder realizar esta empresa, Berlusconi renunciaba con carácter inmediato a todos sus cargos en Fininvest. En efecto, el 29 de enero la titularidad del holding fue asumida por el hasta ahora vicepresidente, Fedele Confalonieri, íntimo desde los años mozos, cuando los dos formaban pareja de shows musicales y humorísticos. Sin embargo, Berlusconi retuvo la presidencia del A. C. Milan, y además quedó sin aclarar qué sucedía con sus abundantísimos paquetes accionariales, más allá de si ostentaba o no cargos estatutarios en las empresas de las que era partícipe.

El programa electoral de Forza Italia, comunicado por su creador con las dotes de un avezado showman y promocionado por su agencia Publitalia como un producto estrella de la mercadotecnia, arropándolo con un espectacular despliegue mediático, se basaba en la defensa a ultranza de las libertades personales y económicas así como de los valores tradicionales, la reducción del déficit público ("hay que administrar el Estado como se administra una empresa o una familia"), la creación de empleo (en un país donde el paro superaba ya el 11%) y la lucha contra la Mafia y la corrupción. Las señas de identidad ideológicas del nuevo partido, en esencia el instrumento para un fin personal, parecían limitarse al liberalismo radical y al anticomunismo.

Berlusconi, secundado por una cohorte de lugartenientes reclutada en las planas mayores de su parque de empresas y en su extensa red de amigos, socios y clientes, se presentaba como un político de nuevo cuño, sin rémoras del pasado, el único líder limpio y capaz de regenerar todo un sistema político diezmado por los procesos penales de unos jueces empeñados en mandar a pique la Tangentopoli ("Sobornópolis") italiana.

El político-empresario aderezó su agresivo discurso con apocalípticas advertencias contra la llegada de un gobierno dominado por los ex comunistas ("si vence la izquierda, volverá el estalinismo") y, como epítome de todos sus compromisos, prometió un "nuevo milagro económico italiano", particularmente necesario en una coyuntura recesiva: 1993 había terminado con una contracción del PIB del 0,7%, en paralelo a una tasa de inflación anual por encima del 4%. De entrada, estos mensajes resultaban atractivos para los pequeños y medianos empresarios y para los profesionales liberales, afectados por la conflictividad laboral y la presión fiscal, respectivamente, pero Forza Italia, como premio a su estrategia transversal, iba a cosechar muchos más votos entre las clases medias asalariadas que hasta ahora habían votado a la DC, al PRI, al PLI e incluso al PSI.

Tras el fracasado sondeo de los sectores centristas surgidos de la disgregación de la DC, Berlusconi fue capaz de articular con las fuerzas más significativas de la derecha y el centroderecha una alianza que, pese a su escasa cohesión interna y a las patentes divergencias ideológicas de algunos de sus miembros, parecía viable, por lo menos como trampolín para su vertiginoso salto al Palacio Chigi de Roma, residencia del presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana. En el Polo de las Libertades/Polo del Buen Gobierno, Forza Italia concurría amarrado a cuatro partidos: la AN de Fini, la Liga Norte (LN) de Umberto Bossi, el Centro Cristiano Democrático (CCD), formación menor surgida de la DC que animaban Pier Ferdinando Casini y Clemente Mastella, y la aún más pequeña Unión de Centro (UdC), fundada por Alfredo Biondi y Raffaele Costa a raíz de la desaparición del PLI.

El problema lo representaba desde ya el impredecible Bossi, un tribuno del soberanismo lombardo proclive a los pronunciamientos incendiarios. La Liga compensaba en parte su ambigüedad ideológica con un programa federalista y hasta separatista para las regiones del tercio norte del país (englobadas en una unidad geográfica denominada Padania), cuyo componente de insumisión fiscal a Roma era susceptible de modularse al liberalismo sin cortapisas que Berlusconi propugnaba. Pero el federalismo radical de la Liga chocaba de frente con el nacionalismo centralizador del posfascista Fini, quien a su vez podía compartir el lenguaje anticomunista del jefe de Forza Italia.

Los aliancistas, a regañadientes, consintieron en no presentar listas conjuntas con Berlusconi en las circunscripciones norteñas, el feudo de los liguistas. En consecuencia, Forza Italia acudió a las urnas formando una doble coalición: con la Liga en el norte, el denominado Polo de las Libertades, y con la AN en el centro y el sur, dando lugar al Polo del Buen Gobierno; en otras palabras, Berlusconi trabó alianza con Fini y Bossi sin que estos llegaran a aliarse entre sí. El empresario inscribió su candidatura a la Cámara por la circunscripción XV del distrito de Lacio 1, es decir, Roma.


3. Triunfo electoral y el truncado primer Gobierno del centro-derecha

El mensaje de Il Cavaliere, escaso en contenidos pero arrollador por su elevada carga demagógica y mediática, sedujo, hasta extremos insospechados, a un electorado hastiado de una clase política tradicional caída en el oprobio y fascinado por la aureola de as de los negocios de quien le parecía capaz de transmitir esa energía generadora de riqueza y bienestar a una economía nacional lastrada por esquemas obsoletos. Quienes advirtieron que el eternamente bronceado y sonriente Berlusconi, lejos de encarnar el cambio, era un perfecto representante de los denostados usos y modos de la vieja república, solo que hábilmente disfrazado de salvapatrias e instrumentando a su favor la inmensa influencia social de sus empresas audiovisuales, fueron ampliamente ignorados. Fuera de Italia, y en el resto de países de la Unión Europea en particular, cundieron el estupor y la incredulidad por la posible llegada al poder en Roma de un gobierno tricéfalo de empresarios ultraliberales, neofascistas pretendidamente reconvertidos y soberanistas padanos con tics xenófobos.

Pero Berlusconi volvió a demostrar a todo el mundo que lo suyo era ganar. En los comicios del 27 y el 28 de marzo de 1994 sus dos polos obtuvieron conjuntamente el 42,9% de los votos y 366 de los 630 escaños de la Cámara de Diputados, frente al 34,4% y los 213 escaños sacados por la Alianza Progresista que encabezaba el PDS de Achille Occhetto. Se trataba de una mayoría absoluta de lo más holgada. Forza Italia fue, a su vez, la agrupación individual más votada con el 21% de los sufragios y 148 escaños, uno de los cuales, obtenido por el sistema uninominal mayoritario, fue el romano de Berlusconi. El sensacional éxito del empresario, con solo dos meses de experiencia política, no tenía parangón en la historia electoral del viejo continente y aún de todo el mundo occidental.

Berlusconi invirtió más de un mes en negociar el reparto de carteras y el programa común del Gobierno, debiendo ejercer de apagafuegos cuando el forcejeo entre Bossi y Fini se tornaba tormentoso. El primer ministro in péctore solo prometió al primero, que exigía una reforma constitucional para fundar el Estado federal, una imprecisa descentralización tributaria y administrativa, advirtiéndole de paso que la unidad de Italia estaba fuera de toda duda. El jefe liguista amagó con abandonar el Polo, antes de rebajar sus pretensiones de cuotas de poder y de avenirse a un acuerdo que sus signatarios prometieron duradero, para toda la legislatura.

El otro y no menos peliagudo asunto, ya puramente personal, el del posible conflicto de intereses, pretendió dejarlo zanjado Berlusconi con la designación de tres juristas de prestigio que actuarían como garantes de la correcta separación de sus esferas empresarial privada, por un lado, y política pública, por el otro, hasta que se determinara una "fórmula legislativa" para resolver definitivamente la cuestión. Uno de los temores más aventados por los críticos y adversarios de Berlusconi era que este cediese a la tentación de ejercer un control político, imponiéndoles una línea editorial, sobre las cadenas de la RAI, es decir, la competencia objetiva de sus televisiones particulares.

Legalmente, Berlusconi ya no era directivo de ninguna empresa, pero seguía siendo, directamente o a través de sus familiares, accionista de buen número de sociedades, empezando por las televisiones de Mediaset. Berlusconi se confesaba más partidario de "ceder" que de vender propiedades, sobre todo porque no creía que pudieran ofrecerle "un precio justo" por un gigante como Fininvest. El problema jurídico no era baladí, pero ello no detuvo el proceso institucional. El 28 de abril el presidente Scalfaro encargó formalmente a Berlusconi la formación del Gobierno.

La histórica asunción gubernamental tuvo lugar el 11 de mayo de 1994. En su primer Gabinete, Berlusconi estaba secundado por dos vicepresidentes, Giuseppe Tatarella, abogado de AN, y Roberto Maroni, abogado de la LN y mano derecha de Bossi. Gianni Letta, un fiel servidor que venía desempeñando múltiples cometidos en Fininvest desde la creación del holding, fue nombrado subsecretario de Estado adjunto a la Presidencia del Consejo. De los 25 ministerios, seis de los cuales no tenían cartera adscrita, Forza Italia se reservó siete, entre ellos los de Asuntos Exteriores, para Antonio Martino, economista con militancia liberal, Defensa, para Cesare Previti, abogado y asesor legal de Berlusconi desde hacía dos décadas, y Economía y Finanzas, para Giulio Tremonti, un experto procedente del PSI. La LN obtuvo cinco ministerios, inclusive Interior, para Maroni, otros tantos la AN, el CCD dos y uno la UdC. Cinco puestos fueron para personalidades independientes, la más destacada de las cuales era el tecnócrata Lamberto Dini, hasta la fecha director general del Banco de Italia, que se hizo cargo del Tesoro.

Berlusconi irradiaba autoconfianza, pero desde el primer día de su gestión hubo de enfrentar un ambiente profundamente hostil, avivado por los muchos y poderosos enemigos que tenía, en la política, por supuesto, pero también en el sector privado y en los diversos ambientes sociales y culturales. El PDS, que siempre entrevió tras el desembarco político de Berlusconi el temor del empresario a un endurecimiento por un eventual gobierno de la izquierda de la legislación que regulaba el sector audiovisual, en tanto que principal partido de la oposición, exigió reiteradamente al primer ministro que se desprendiera de manera efectiva del imperio Fininvest, donde obviamente seguía mandando, pero el estadista insistió en que él ya no dirigía corporaciones y que no había conflicto de intereses.

El caso fue que Berlusconi se encargó de atizar la polémica que envolvía a su persona con una serie de actuaciones controvertidas. El anuncio de una drástica reordenación de la RAI para corregir su fuerte déficit y la línea antigubernamental que, en su opinión, exudaban sus programas, precipitó la dimisión en bloque del Consejo de Administración del ente público a últimos de junio. El 12 de ese mes tuvieron lugar las elecciones al Parlamento Europeo y Berlusconi, a sabiendas de que no podría ocupar su escaño en Bruselas por incompatibilidad institucional, se presentó como el cabeza de lista de su partido. La argucia funcionó muy bien: Forza Italia ascendió al 30,6% de los votos y debutó en el hemiciclo europeo poseyendo 27 de los 87 puestos asignados a Italia.

La polvareda del caso RAI devino tempestad el 14 de julio a raíz de un decreto-ley gubernamental, aprobado en la víspera por la vía urgente, que ordenaba la excarcelación de todos los acusados por corrupción no condenados y que protegía de la prisión preventiva a los procesados por delitos económicos, a los que solo podría aplicárseles el arresto domiciliario. El primer ministro justificó la medida porque Italia no podía "convertirse en un Estado policíaco". El sarcásticamente llamado "decreto salva-Craxi", por entender sus críticos que Berlusconi lo que buscaba era librar de la persecución judicial al antiguo mandamás socialista (quien se encontraba en Túnez como prófugo de la justicia italiana) y a otros antiguos capitostes de la anterior época, concitó un rechazo social tan ruidoso que el ministro de Justicia de Forza Italia, Alfredo Biondi, hubo de corregir el texto en un sentido más restrictivo antes de someterlo al Parlamento como un proyecto de ley ordinario.

Pero el primer ministro parecía estar más preocupado por los problemas judiciales de su entorno más cercano que por los de Craxi. Antes de terminar el mes, los jueces milaneses dictaron sendas órdenes de procesamiento y prisión cautelar contra Paolo Berlusconi, ahora mismo accionista mayoritario de Fininvest, por presunto soborno de agentes de la Guardia de Finanzas (policía judicial contra delitos económicos) para evitar inspecciones en las empresas Telepiù, Mediolanum y Videotime. El hermano menor ya había sido arrestado por unas horas en febrero, y ahora se entregó a la Policía para someterse al interrogatorio judicial.

El 29 de julio, por sorpresa y adelantándose a lo contemplado en el proyecto de ley en fase de elaboración, Berlusconi anunció su intención de transferir temporalmente sus derechos sobre Fininvest a un gestor de confianza; entretanto, un "alto comité de vigilancia y garantía" nombrado por Scalfaro y los titulares de las dos Cámaras del Parlamento escrutaría los conflictos de intereses que pudieran surgir. Sin embargo, el presidente de la República dejó en el limbo este plan de separación de responsabilidades al indicar que no se ajustaba a la Constitución de 1948.

Enfrascado en estas controversias jurídicas, el Gobierno detrajo tiempo y energías al acometimiento de medidas para corregir el desequilibrio de las finanzas públicas, lo que generó desconfianza en los mercados financieros, provocando a su vez el desplome de la lira y de la Bolsa, y el repliegue de los inversores extranjeros. Además, el desempleo experimentó un repunte, alcanzando la tasa del 12%. Las diligencias judiciales contra altos directivos de Fininvest sospechosos o acusados de corrupción, más la huelga general realizada por los sindicatos el 14 de octubre contra el liberalismo económico del Gobierno en general y contra la reforma estructural del sistema de pensiones en particular, se tradujeron en una substancial pérdida de votos para Forza Italia en las elecciones regionales y municipales del 21 de noviembre.

El nadir del caótico primer Gobierno Berlusconi llegó en plena resaca del batacazo electoral, el 22 de noviembre. Ese día, tras varias semanas de insistentes rumores que apuntaban a este desenlace, el primer ministro recibió un aviso de garantía o citación judicial para declarar en Milán como sospechoso de complicidad en un delito de corrupción a funcionario público, consistente en el pago por sus empresas de dos sobornos por valor de 330 millones de liras a miembros de la Guardia de Finanzas. Se trataba del mismo caso por el que su hermano ya estaba procesado. La mala noticia presentó visos de pública humillación, ya que la notificación judicial le llegó a Berlusconi justo cuando presidía en Nápoles una reunión de la ONU contra el crimen organizado.

Difícilmente podía hablarse de mera coincidencia, así que los partidarios del gobernante pusieron el grito en el cielo, denunciando una conspiración. El afectado salió inmediatamente al paso para defender su inocencia y la de la Paolo, presentar a este último, antes bien, como la "víctima de las extorsiones" de funcionarios corruptos, arremeter contra el "abuso e instrumentación infames de la justicia penal" y, sobre todo, subrayar que no pensaba dimitir. Fini respaldó a su socio, pero Bossi ya daba al Gobierno, que solo tenía seis meses de vida, por amortizado.

En los días siguientes, Berlusconi intentó aflojar el dogal que le apuraba anunciando la "venta" de todas sus empresas ("el resultado de más de cuarenta años de trabajo", se lamentó) mediante su capitalización en bolsa y plegándose a la demanda de los sindicatos, que amenazaban con otra huelga general, del aplazamiento de la reforma de las pensiones por jubilación y su tratamiento presupuestario con cargo a una subida de los impuestos. El 11 de diciembre, tras jurar "sobre la cabeza de mis hijos" ser inocente y encajar la declaración por el Tribunal Constitucional de la inconstitucionalidad de la Ley Mammì de 1990, Berlusconi se sometió en la Audiencia de Milán a un interrogatorio en el que negó la existencia de cualquier documento o testimonio que pudiera incriminarle en delito alguno. En el Parlamento, la oposición cocinaba ya varias mociones de censura.

El golpe de gracia lo asestó el propio Bossi el 17 de diciembre con el anuncio de que la LN se disponía a presentar una moción de censura contra el Gobierno —insólita perspectiva— del que era miembro al alimón con el Partido Popular Italiano (PPI, principal formación surgida de las cenizas de la DC, de signo centrista). El líder padano justificó su decisión por el incumplimiento de los acuerdos poselectorales en materia de federalismo, pero su irritación tenía un componente de alarma bastante más corporativo, al comprobar cómo Forza Italia estaba robándole algunas decenas de diputados de su grupo, integrado por 116 miembros. Con todo, el grueso de la bancada liguista se mantenía fiel a su jefe, convirtiendo en poco menos que imposibles los desesperados intentos de Berlusconi de subsanar, estimulando el transfuguismo, la amplia minoría parlamentaria en que había quedado el oficialismo. El primer ministro se mostró dispuesto a someterse a una moción de confianza y, si la perdía, a continuar gobernando en minoría con el preceptivo consentimiento del presidente Scalfaro; fuera de eso, la única alternativa que contemplaba era el adelanto electoral.

El 22 de diciembre de 1994, anticipándose a la votación de tres mociones de censura y en lugar de presentar la moción de confianza, Berlusconi, "con gran decepción", dio por finiquitada la legislatura y horas más tarde, ya fuera del hemiciclo, notificó su dimisión. La sesión parlamentaria transcurrió sin la tensión de la víspera, cuando el dimisionario en ciernes se enzarzó en un virulento intercambio de reproches e insultos con el hombre, Bossi, que había sido su socio y que, una vez perdonada la presente "traición", iba a volver a serlo. En la misma jornada, seguramente la más negra hasta entonces en la carrera del empresario-político, Paolo Berlusconi fue condenado a siete años de cárcel y a 10 millones de liras de multa como culpable de un delito de violación de la ley de financiación de partidos, en relación con un pago realizado a la extinta DC a cambio de la adjudicación de obras en Lombardía.

La prematura caída, tan aparatosa como fulminante había sido el ascenso, en medio de una fenomenal bronca parlamentaria del Berlusconi gobernante supuso un mazazo a las esperanzas de normalización de la vida política italiana, tras tres años de convulsiones a la sombra de Tangentopoli y medio año después de la inauguración oficiosa de la denominada II República. El 13 de enero de 1995, Scalfaro, ignorando la solicitud del primer ministro en funciones de que le permitiera someter al Parlamento la investidura de un Gobierno "Berlusconi-bis" y, si no prosperaba aquella, que convocase elecciones, encargó al ministro Dini la formación de un gobierno técnico, sin base de partidos, experiencia sin precedentes en la Italia de la posguerra. El 17 de enero Dini tomó oficialmente el relevo al hasta ahora su jefe en el Consejo de Ministros.

En su efímero mandato, Berlusconi sostuvo reuniones bilaterales con el presidente estadounidense Bill Clinton (el 2 de junio en Roma), el canciller alemán Helmut Kohl (el 16 de junio en Bonn) y el presidente francés François Mitterrand (el 16 de diciembre en París); además, fue el anfitrión de la vigésima Cumbre del G-7, en Nápoles del 8 al 10 de julio, marco en el que departió con el presidente ruso Borís Yeltsin. Ahora bien, la participación del partido de Fini en el Gobierno y, en menor medida, el perfil empresarial de Berlusconi tuvieron un efecto en la política exterior de Italia que podía calificarse de enfriamiento de las relaciones con los socios y aliados más cercanos.


4. Travesía opositora y acoso judicial por casos de corrupción

Berlusconi, lejos de volver a ocuparse de sus negocios con carácter exclusivo, se quedó firmemente asentado en la política, acaudillando la principal fuerza parlamentaria y dispuesto a regresar al poder a la primera oportunidad electoral. Tal escenario se adelantó, incluso más de lo que le habría gustado, a la primavera de 1996, luego de retirar, en parte arrastrado por su aliado Fini, el apoyo parlamentario a Dini y verse obligado el primer ministro a presentar la dimisión en enero de ese año.

Hasta entonces, Berlusconi no dejó de ser noticia, más que por su actividad política, por sus líos con la justicia y sus tejemanejes empresariales. El 20 de mayo de 1995 la Fiscalía de Milán le acusó formalmente de cohecho y solicitó su procesamiento. Tal medida no se hizo esperar para Marcello Dell'Utri, presidente y consejero delegado de Publitalia, detenido bajo la acusación de orquestar una trama generadora de dinero negro. La espada de Damocles judicial no detuvo los negocios de Berlusconi, que a mediados de julio cerró la venta del 20% del capital de Mediaset a tres compradores extranjeros; entre ellos descollaba el magnate alemán de las comunicaciones Leo Kirch, un negociante al que conocía bien y con el que en 1999 iba a formar la sociedad paritaria Epsilon MediaGroup. En 1995 Fininvest fundó también Medusa Film para la producción y distribución de películas; en pocos años, la compañía iba a convertirse en el líder del sector en Italia.

Esta última operación fue facilitada por el resultado de los referendos del 11 de junio, en los que los italianos votaron mayoritariamente contra la propuesta de limitar a una las cadenas televisivas que podían poseer las empresas mediáticas y, sorprendentemente, contra la fijación de restricciones a las interrupciones publicitarias en la televisión. La consulta había sido impulsada por los partidos del centro-izquierda y estaba dirigida sin lugar a dudas contra Berlusconi, así que su resultado negativo no pudo menos que considerarse un triunfo clamoroso del líder de Forza Italia, quien llegó a temer seriamente por su imperio televisivo y que ahora respiró aliviado.

El 14 de octubre de 1995 Berlusconi se unió a su hermano Paolo en la condición de procesado por el soborno a la Guardia de Finanzas. En el sumario se enumeraban cuatro pagos ilegales efectuados entre 1989 y 1994 por un total de 380 millones de liras para evitar o suavizar inspecciones fiscales a Videotime, Mondadori, Telepiù y Mediolanum. El juicio comenzó en Milán el 17 de enero de 1996 y Berlusconi, siguiendo a pies juntillas la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque, destinó su primera comparecencia ante el tribunal a fustigar ferozmente a los jueces de Manos Limpias. A principios de abril, en plena campaña electoral, Berlusconi vendió el 28% de la cuota de Fininvest en Mediaset a la financiera Morgan Stanley, al grupo inglés BZW del Barclays Bank y a la Abu Dhabi Investment State Authority.

Su victimismo frente a los jueces, la escenificación de una desconcentración de poder empresarial y las habituales advertencias contra el peligro "neocomunista" no le fueron suficientes a Berlusconi para batir al centro-izquierda en las elecciones legislativas del 21 de abril de 1996, en las que el Polo por las Libertades, integrado por Forza Italia, la AN, el CCD, los Cristianos Democráticos Unidos (CDU, una escisión del PPI liderada por Rocco Buttiglione) y la Lista Pannella-Sgarbi, pero no por la LN, que prefirió concurrir por separado, cayó a los 246 diputados con el 42,1% de los votos computados en el sistema proporcional. Forza Italia obtuvo 123 escaños y el 20,6% de los sufragios, un desgaste moderado que fue esgrimido por Berlusconi para denunciar su derribo parlamentario en 1994 como una maniobra atentatoria contra el respaldo en las urnas de ocho millones de italianos, aunque esta vez, en lugar de centrar sus críticas en Bossi, arremetió contra el PDS, a la sazón el primer partido del país desbancando a Forza Italia, y sus simpatizantes en la judicatura, la prensa y los cenáculos intelectuales.

El Gobierno quedó en manos de la nueva y más articulada coalición del centro-izquierda italiano, El Olivo, formado por el PDS de Massimo D’Alema, el PPI de Gerardo Bianco, la Unión Democrática (UD) de Antonio Maccanino, la Renovación Italiana (RI) de Dini y otras tres agrupaciones menores. Su cabeza electoral, el profesor de Economía católico Romano Prodi, formó el 18 de mayo un Gobierno que confiaba en convertir en absoluta su mayoría simple de 284 diputados merced a un pacto de legislatura con el Partido de la Refundación Comunista (PRC).

Convencido como estaba de que le habían desalojado del Ejecutivo con malas artes, como líder de la oposición a los gobiernos de El Olivo, Berlusconi, en adelante diputado por la tercera circunscripción del distrito de Lombardía 1 (correspondiente a Milán), exhibió una actitud intransigente y se aplicó en la labor de zapa, buscando sin desmayo la caída de sus adversarios y las elecciones anticipadas. Forza Italia, pese a sus compromisos iniciales, obstruyó sistemáticamente los debates parlamentarios sobre la reforma constitucional, que de haberse concretado habría supuesto la adopción de un tipo de Estado federal y habría introducido el semipresidencialismo en el sistema de gobierno. Los trabajos de la comisión bicameral ad hoc quedaron en punto muerto a mediados de 1999.

De todas maneras, el líder de Forza Italia no tuvo que esforzarse demasiado en su guerra de desgaste, ya que el centro-izquierda, pese a sus realizaciones en la gestión económica, se socavó a sí mismo, víctima de su excesiva fragmentación y de sus inconsistencias ideológicas: en octubre de 1998 Prodi hubo de dimitir por el desvalimiento del PRC y en abril de 2000 su sucesor, D’Alema, siguió sus pasos al hilo del revés sufrido por el Gobierno en las elecciones regionales. Estos comicios sonrieron, con avances significativos en el Mezzogiorno y el Lacio, a la nueva coalición montada en torno a Forza Italia y participada esta vez por la LN, la Casa de las Libertades. Las regionales de 2000, prolongando el ímpetu exhibido en las europeas de junio de 1999, cuando Forza Italia recobró la primacía nacional con el 25,2% de los sufragios, y anteriormente en las municipales de 1998, permitieron a Berlusconi afrontar con la mayor de las confianzas las elecciones generales de 2001.

Ante el referéndum de mayo de 2000 sobre la reforma de la ley electoral para sustituir el sistema instaurado en 1993, de tipo mixto, que reservaba una cuota proporcional del 25%, por otro de tipo completamente mayoritario, Berlusconi propugnó la abstención, pese a favorecer a su partido este cambio, guiado por el cálculo de que un fracaso de la consulta acarrearía un nuevo y tremendo desgaste al Gobierno del centro-izquierda, como así fue. Aun y todo, durante el Gobierno de D’Alema el líder opositor accedió a adoptar algunos pactos trasversales en el Parlamento, como el que en mayo de 1999 aupó a Carlo Azeglio Ciampi a la Presidencia de la República, reemplazando a un estadista, Scalfaro, que se incluía entre sus enemigos más preclaros.

Del 16 al 18 de abril de 1998 Forza Italia celebró en Milán su primer Congreso, que Berlusconi orientó al refuerzo de la alianza con Fini. No obstante, en los meses siguientes se especuló con que el magnate estaría planeando un giro al pragmatismo, aligerando la carga liberal, con el fin de otorgar a su partido la titularidad del centro político italiano, dejado huérfano por aquel partido poliédrico que había sido la DC, y cuyo inmenso hueco el PPI y Los Demócratas de Prodi, partidos de fuelle bastante limitado, no conseguían abarcar. Pero semejante estrategia plantearía serias dificultades con la muy derechista AN. Aquella expectativa no se concretó y Berlusconi se reafirmó en su liberalismo por encima de todo, liberalismo promercado y liberalismo individual, que presentaba como una ardiente defensa de la libertad, derecho natural e inalienable del hombre, en todas sus formas.

La relativa vaguedad, por mezcolanza, ideológica de Forza Italia, donde convivían en aparente armonía, sin los cauces de unas facciones que no existían y sometidos dócilmente al mando omnímodo del líder fundador —una maleabilidad que suscitó el remoquete ocasional del "partido de plástico"—, desde libertarios de derecha hasta progresistas sociales con un pie en la socialdemocracia, pasando por seguidores confesionales de la doctrina social de la Iglesia y laicos mayormente interesados en el progreso material privado, no facilitaba su ingreso en el Partido Popular Europeo (PPE), en el cual compartiría espacio con los principales partidos conservadores y cristianodemócratas del continente. Transcurridos cuatro años desde el comienzo de su aventura política, Forza Italia y su jefe seguían teniendo problemas para conquistar grandes simpatías fuera de Italia.

Sin embargo, Berlusconi ganó a dos importantes abogados para su causa, el presidente del Gobierno español José María Aznar y el canciller Kohl. En mayo de 1998 Forza Italia obtuvo la membresía en el PPE sin que su presidente, el ex primer ministro belga Wilfried Martens, planteara objeciones. En junio siguiente, el Grupo del PPE en el Parlamento Europeo aprobó la adhesión de los 22 diputados forzistas, entre ellos el propio Berlusconi, recién elegido, "a título individual". En octubre de 1999 Forza Italia entró oficialmente en el PPE como miembro pleno, sellando el éxito europeo de Berlusconi.

En los cinco años que duró su primera legislatura íntegramente en la oposición, la saga empresarial y judicial de Il Cavaliere añadió nuevos y voluminosos capítulos. El 30 de abril de 1996, pocos días después de perder su fundador y patrón de facto las elecciones generales, Mediaset firmó con la compañía British Telecom (BT) un acuerdo en virtud del cual el consorcio televisivo tomaba una participación del 30% en Albacom Industriale, la sociedad mixta para las comunicaciones por telefonía fija constituida por BT y la Banca Nazionale del Lavoro (BNL), y estas dos a su vez se hacían con el 2,4% del capital de Mediaset. Con esta última operación, la participación de Fininvest en Mediaset cayó por debajo del 70%. Pero la cuota se redujo mucho más, hasta el 36% al cabo de una década, como resultado de la salida a cotización en la Bolsa de Milán de Mediaset —junto con Mediolanum— en julio de 1996.

Ese año, Mediaset, BT y BNL se aliaron para competir por la adjudicación de la tercera licencia de telefonía móvil en Italia, luego de ver birlada en marzo de 1994 la segunda licencia el consorcio formado por Fininvest y la FIAT, Unitel, a manos de Omnitel, la operadora de Olivetti. Con la adición de la noruega Telenor y las italianas INA e Italgas, Mediaset, con una cuota del 25%, pasó a integrar la sociedad sexpartita Picienne Italia, que materializó su oferta de adquisición de la tercera operadora de telefonía móvil en abril de 1998. Se trataba de una apuesta complicada, ya que el Gobierno de Prodi, por razones políticas, difícilmente tomaría una decisión que permitiera a Fininvest dar un buen bocado en este sector tecnológico, ahora mismo el de más rápido crecimiento y el que más beneficios prometía. Sin sorpresas, la licencia fue para el consorcio Wind, integrado por Enel, Deutsche Telekom y France Telecom.

Tras este segundo asalto fallido a la telefonía celular, Fininvest acentuó la estrategia de concentrar sus intereses en los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, y en las líneas de negocio que abrían las nuevas tecnologías de la información, como Internet. Así, se deshizo de los grandes almacenes Standa y, liquidando su presencia en el sector inmobiliario, de Edilnord. A cambio, el holding sacó al mercado el directorio Pagine Utili e incursionó en el subsector de la banca directa, del que se convirtió en pionero en Italia, con la apertura de Banca Mediolanum. Mediaset, ya en el año 2000, abrió la empresa de servicios digitales Mediadigit, convirtiéndola en la subsidiaria, una vez integrada en la gestora de contenidos televisivos Reteitalia-R.T.I., para los canales temáticos y de los servicios de teletexto e Internet.

En julio de 1996 Berlusconi dispuso una amplia remodelación en la cúpula de Fininvest destinada a dar más autonomía corporativa a Mediaset. Confalonieri cedió la presidencia del holding al abogado Aldo Bonomo para concentrarse en la presidencia del consorcio televisivo. El Consejo de Administración fue también ampliamente renovado, saliendo del mismo veteranos dirigentes como Adriano Galleani, Marcello Dell'Utri y Giancarlo Foscale, todos ellos con problemas judiciales. No así los hijos del fundador, Pier Silvio y Marina Berlusconi, quien de paso ascendió a vicepresidenta, lo que vino a reforzar el componente familiar del holding. La mudanza se hizo coincidir con la publicación del balance de resultados de 1995, consistente en un beneficio de 425.000 millones de liras frente a los 77.900 millones de pérdidas anotadas en 1994.

Hiperactivo y siempre en el candelero, Berlusconi, mientras se entregaba a la alta política y la alta empresa, aún sacaba de sí energías para disputar su particular carrera de obstáculos judicial, que no obstante ser en extremo accidentada fue capaz de sortear como el más ágil de los escurridizos: procesado, juzgado y condenado reiteradamente, Il Cavaliere no solo no llegó a pasar un día en prisión, sino que en ningún momento pareció tomarse en serio la amenaza carcelaria.

El 12 de julio de 1996, mientras aguardaba sentencia en el juicio por el soborno a la Guardia de Finanzas, el ex primer ministro fue incriminado en el proceso All Iberian, una sociedad fantasma ubicada en paraísos fiscales y vagamente vinculada a Fininvest que en 1991, presuntamente, había girado ingresos por valor de 10.000 millones de liras al PSI, violando la ley de financiación de partidos. El 3 de diciembre de 1997 la Sección Sexta del Tribunal de Milán dictó en primera instancia contra el empresario una condena a 16 meses de prisión más una multa de 50 millones de liras por el delito de contabilidad fraudulenta en la compra en 1987 por Reteitalia-R.T.I. de la antigua distribuidora de cine Medusa. El condenado apeló. El 9 de mayo de 1998 le sobrevinieron sendos autos de procesamiento por dos casos de corrupción relacionados con la editorial Mondadori y la empresa de alimentación SME.

El 7 de julio de 1998 el juicio seguido en la Sección Séptima del Tribunal de Milán por el soborno a la Guardia de Finanzas concluyó con otra condena a dos años y nueve meses de reclusión. Por el contrario, su hermano Paolo fue absuelto. El reo reaccionó con la contundencia habitual: "Cuando se usa el arma de los procesos políticos para eliminar a la oposición democrática es que ya no se vive en una democracia, sino en un régimen", manifestó. Menos de una semana después, el 13 de julio, vino una tercera sentencia condenatoria, tras dos años de proceso, la del magistrado que juzgaba el caso All Iberian sobre la financiación ilegal del PSI: esta vez a Berlusconi le cayeron dos años y cuatro meses de prisión más una multa muy fuerte, de 10.000 millones de liras.

Ahora bien, Berlusconi no pisó la cárcel en ninguno de los casos al presentar los correspondientes recursos y quedar la ejecución de las sentencias en suspenso, dado que las penas de prisión eran inferiores a tres años. La condena en el caso All Iberian desembocó en octubre 1999 en una casación favorable a la apelación con sentencia de prescripción del delito juzgado. El 9 de febrero de 2000 el Tribunal de Apelación de Milán absolvió al reo del delito de fraude sentenciado en 1997 y el 9 de mayo hizo lo propio con la condena de 1998 por el caso de cohecho. El 19 de junio del mismo año, en su tercera victoria judicial en cuatro meses, Berlusconi quedó exonerado de la acusación de soborno a un magistrado con el objeto de obtener un arbitraje favorable a su propiedad sobre Mondadori en 1991; el juez instructor no vio indicios de delito.

Este carpetazo provisional —que no definitivo, ya que el caso conocido como Lodo Mondadori continuaría generando autos en los tribunales, hasta que en noviembre de 2001 la Corte Suprema de Casación dictó la absolución definitiva bajo la fórmula de delito prescrito— redujo a cuatro, siendo All Iberian 2 y SME los más procelosos, tras haber tenido hasta una decena, los litigios judiciales abiertos a Berlusconi en Italia por presunta corrupción. Todos los demás se cerraron, bien por prescripción del delito, bien por valoración más benigna en segunda instancia de las pruebas acusatorias. Las tácticas dilatorias de Berlusconi y sus abogados, centradas en el recurso sistemático, habían funcionado hasta ahora muy bien, e iban a seguir haciéndolo.

Fuera del país, el 21 de junio de 2000 el juez español Baltasar Garzón, el mismo que había reclamado al Reino Unido la extradición del ex dictador chileno Augusto Pinochet, solicitó al Parlamento Europeo el levantamiento de la inmunidad de Berlusconi, y de paso la de Dell'Utri. Garzón quería procesarles por unos delitos de falsedad documental y fraude fiscal, cometidos presuntamente entre 1990 y 1993, para ocultar la participación de Fininvest en el accionariado de la empresa española Gestevisión-Telecinco, de la que Berlusconi era entonces vicepresidente, por encima del límite del 25% que establecía la legislación española. El líder italiano encontró otro motivo para trasladar sus tribulaciones judiciales al terreno del complot político, ejecutado supuestamente por unos jueces que obrarían por inquina personal o por connivencia con las fuerzas de la izquierda.


5. Gran victoria sobre el centro-izquierda y retorno al poder en 2001

La conciencia por El Olivo y los Demócratas de Izquierda (DS, denominación del PDS desde febrero de 1998) de las excelentes perspectivas en las próximas elecciones generales de la renovada coalición de Berlusconi, la Casa de las Libertades, resucitó un proyecto de ley sobre la vigilancia de