Sebastian Kurz

Secretario de Estado con 24 años. Diputado y ministro de Exteriores a los 27. Líder todopoderoso del conservador Partido Popular (ÖVP) desde los 30. Y ahora, con 31, canciller federal in péctore de Austria. La fulgurante carrera política de Sebastian Kurz, el más joven jefe de Gobierno de Europa y del mundo, causa sensación por el registro en sí. Pero también porque su coronación en octubre de 2017 ha supuesto un punto de inflexión, hasta fechas cercanas apenas concebible, en el curso parlamentario de la democracia austríaca, desde hacía más de una década signado por el paulatino declive del binomio que componen el ÖVP y el Partido Socialdemócrata (SPÖ), antaño hegemónico, y por el ascenso imparable del ultraderechista Partido de la Libertad (FPÖ).

En las elecciones adelantadas del 15 de octubre al Nationalrat, el ÖVP, intensamente revitalizado por Kurz, que en mayo anterior tomó las riendas de una agrupación democristiana tan clásica como gastada para transformarla en una especie de movimiento personalista con aires macronianos, volvió a crecer y recobró la primera posición, disfrutada por última vez en los comicios de 2006. Después, Kurz ha descartado renovar una vez más la gran coalición, vigente desde 2007 y llevando en ella los populares el ingrato papel de segundones, con el SPÖ del canciller saliente, Christian Kern, y ha tendido la mano al FPÖ de Heinz-Christian Strache, campeón de los sondeos hasta que él vino a suceder al dimitido vicecanciller Reinhold Mitterlehner en el mando del ÖVP, para formar un Gabinete negro-azul de amplia mayoría. De esta manera, va a reeditarse en Austria la fórmula de gobierno derechista ya probada, con gran revuelo en la UE -hostilidad que probablemente no va a suscitarse esta vez, aunque sí una circunspecta vigilancia-, en el período 2000-2007 bajo las jefaturas respectivas de Wolfgang Schüssel y Jörg Haider. El ÖVP, por tanto, seguirá involucrado en el Gobierno de Austria, donde se sienta sin interrupción desde enero de 1987, cuando Kurz, estadista de la generación de los millennials, era un bebé de pocos meses.

Sin título universitario ni experiencia laboral alguna en el sector privado, el precoz Wunderkind de la política austríaca ha demostrado tener un talento innato para movilizar y arrastrar. Ambicioso y rápido de reflejos, buen comunicador de una batería de ideas propias y proyectando una imagen pulcra y articulada, el hasta ahora responsable diplomático de una república de tradición neutralista pasó de invocar un concepto flexible de la integración de los inmigrantes y refugiados, y de teorizar sobre un "Islam de características europeas", a apropiarse de buena parte del discurso duro del FPÖ sobre la restricción de los derechos socioeconómicos de los "alóctonos" y el rechazo sin contemplaciones de los inmigrantes no solo irregulares, sino también los que no ofrezcan la debida cualificación laboral y unos criterios de "rendimiento". Kurz sigue hablando de integración y de asilo, pero hoy carga mucho las tintas en las obligaciones y requisitos de quienes vienen de fuera con la intención de quedarse, y en la fijación de topes del número de refugiados que pueden entrar.

Una vez cerrados 10 años de liderazgos anodinos en su partido y arrebatado a Strache, en lo sucesivo su socio, la bandera de la alternativa política sin tratarse en modo alguno de un outsider de un sistema nacional que durante décadas se ha caracterizado por las soluciones consensuadas y corporativistas, Sebastian Kurz anuncia un Gobierno "proeuropeo" que será el agente de "un verdadero cambio" y una "nueva cultura política" en Austria.


(Texto actualizado hasta octubre 2017)

1. El fulgurante ascenso del "niño prodigio" de la política austríaca
2. Salto al liderazgo del ÖVP, victoria electoral del ÖVP y canciller federal in péctore

1. El fulgurante ascenso del "niño prodigio" de la política austríaca

Sebastian Kurz nació en 1986 como el hijo único del hogar vienés de clase media formado el ingeniero Josef Kurz y la profesora de escuela Elizabeth Kurz. El muchacho cursó la escuela secundaria en el GRG 12 Erlgasse, un gymnasium del distrito capitalino donde residía la familia, Meidling, y tras completar el bachillerato en 2004 pasó a realizar el servicio militar obligatorio, de medio año de duración, en el Bundesheer o Ejército Federal.

A continuación, ya en 2005, Kurz emprendió la carrera de Derecho en la Universidad de Viena. Los estudios de licenciatura, teóricamente encaminados a capacitarle como abogado, no tardaron en atragantársele y el joven empezó a concentrar sus intereses en la acción política bajo la bandera del Partido Popular Austríaco (Österreichische Volkspartei, ÖVP), formación de ideario democristiano conservador a cuyas Juventudes, el Junge Volkspartei (JVP), se adhirió en 2003, cuando todavía asistía a la escuela. En aquellos años, el ÖVP, con Wolfgang Schüssel al mando, volvía a ocupar la Cancillería Federal, al cabo de un paréntesis de 30 años ausente, apoyado en una conflictiva coalición derechista con las huestes del gobernador de Carintia, Jörg Haider, líder del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) y luego de su escisión supuestamente más moderada, la Alianza por el Futuro de Austria (BZÖ).

La carrera en el ÖVP de Kurz, un veinteañero extremadamente ambicioso y con gran facilidad de palabra al que al parecer no le importaba dejar su carrera de Derecho desatendida ni su currículum profesional en blanco en lo tocante a alguna experiencia laboral en el sector privado o en la función pública al margen de la política, tuvo un desarrollo vertiginoso y espectacular. Elegido jefe de las JVP de Viena en 2008, al cabo de un año ya estaba al frente de la organización a nivel nacional y en 2010 se procuró sus primeros mandatos de elección popular en la capital como miembro de la Asamblea Estatal o Landtag y del Consejo Municipal o Gemeinderat, de hecho una sola función dual, particular de los representantes de la única ciudad-estado de la federación austríaca.

Su hacer en la política local de Viena, donde gestionó en particular el capítulo de las pensiones, le duró a Kurz apenas unos meses. En abril de 2011, con 24 años, su partido le catapultó al Gobierno Federal confiriéndole el cargo de secretario de Estado para la Integración, una oficina de nuevo cuño adscrita al Ministerio del Interior. Este puesto del Gabinete lo conservaba el ÖVP desde antes de recuperarse la tradicional fórmula del Gobierno de gran coalición, obligada por los resultados de las elecciones federales de octubre de 2006, con el Partido Socialdemócrata (SPÖ) que en aquellas fechas mandaba Alfred Gusenbauer, quien fuera investido canciller, flanqueado por el líder popular Wilhelm Molterer en la Vicecancillería, en enero de 2007.

Ahora, transcurridos cuatro años desde aquella mudanza y mediadas las elecciones anticipadas de septiembre de 2008, los cabezas de la gran coalición eran el canciller Werner Faymann por el SPD y por el ÖVP el vicecanciller Michael Spindelegger, concurrentemente ministro de Exteriores y quien tomó también las riendas del partido en sustitución del sucesor de Molterer, Josef Pröll, dimitido como vicecanciller y presidente de los populares por motivos de salud. En el Gobierno Faymann, Kurz, que decidió suspender su asistencia irregular a las aulas de la Universidad de Viena con los exámenes de titulación sin hacer, tenía como superiora directa a la ministra y correligionaria Johanna Mikl-Leitner. Los medios nacionales llamaron la atención sobre el jovencísimo e "imberbe" miembro del Ejecutivo, que destacaba por su soltura verbal con tics de suficiencia y respuestas para todo, sus trajes oscuros de corte impecable pero preferiblemente no acompañados de la corbata, y su lustroso pelo castaño peinado hacia atrás. Todo ello le confería una estampa más propia de un broker de bolsa o de un avispado emprendedor de startups que de un aburrido funcionario del Gobierno.

Como secretario de Estado, Kurz mereció elogios por su política de vincular la integración de los inmigrantes procedentes de países musulmanes al aprendizaje del alemán. El conocimiento del idioma del país de acogida y residencia era ofrecido en clases gratuitas a personas de todas las edades, aunque el Gobierno ponía énfasis en los niños en edad de escolarización, los trabajadores con cualificación y los responsables de mezquitas. Además, puso en marcha un Foro por el Diálogo con los representantes de la comunidad musulmana.

Su concepto de la inmersión idiomática, la inserción en el mercado laboral y la integración social de los alóctonos descansaba en el reparto de esfuerzos y responsabilidades: el Estado debía poner los medios para que los inmigrantes encajaran bien en la sociedad de acogida, mientras que aquellos debían demostrar su aceptación de una serie de requisitos para acceder a los derechos y beneficios socioeconómicos de que disfrutaban los austríacos autóctonos. A pesar de la presión que el FPÖ, un partido de derecha radical populista muy hostil a la inmigración y cada vez más crítico con el Islam, ejercía en los debates públicos, el secretario de Estado eludió las polémicas de tipo identitario y mantuvo sus enfoques posibilista y liberal de la inmigración, e intercultural con respecto a las relaciones con el Islam. En esta época y aún después, Kurz no veía "realista" una alianza entre el ÖVP y el FPÖ.

2013 fue el año en que Kurz, referido por la prensa austríaca, un poco entre la admiración y la ironía, como "Wunderwuzzi", "Wunderkind", "Überflieger" y "Milchbubi", expresiones del alemán traducibles por el "Niño prodigio", el "Superdotado" y el "Bebé de pecho", dio su gran campanada política.

El 29 de septiembre Austria celebró unas votaciones federales que no alteraron el statu quo de la democracia parlamentaria más allá de prolongar el lento desgaste que las dos fuerzas mayoritarias venían arrastrando desde los comicios de 2006, marcado declive que se correspondía al imparable ascenso del FPÖ de Heinz-Christian Strache. Aunque debilitados y sin ilusión, Faymann y Spindelegger se resignaron a reeditar el Gobierno de gran coalición, el tercero en un sexenio.

El nuevo Gabinete echó a andar el 16 de diciembre y en su seno, Kurz, recién elegido, con más votos que cualquier otro candidato, miembro del Nationalrat, donde era uno de los 47 diputados conservados por el ÖVP, recibió un puesto de postín, el Ministerio Federal de Asuntos Europeos e Internacionales, más tarde renombrado Ministerio Federal para Europa, Integración y Asuntos Exteriores. Se trataba de una cesión de Spindelegger, el cual, sin descargo de la Vicecancillería que como líder del partido le correspondía, prefirió tomar la cartera de Finanzas, hasta entonces llevada por Maria Fekter. El impactante movimiento disipó de cualquier duda la creencia de que Kurz, quien al convertirse en ministro dejó el asiento en el Nationalrat, era un claro aspirante a la presidencia del ÖVP de cara al futuro, futuro que podría no estar lejano.

Para Kurz, tratándose del más joven ministro de Exteriores del mundo a los 27 años, su corto recorrido vital y gubernamental no fue óbice para hacer alarde de dinamismo diplomático y codearse, natural y desenvuelto, con lo más granado de la alta política europea e internacional. La mayoría de las autoridades con las que se reunía perfectamente podían ser sus padres y algunos incluso sus abuelos.

El protagonismo de la estrella ascendente de la política austríaca, conspicuo hasta el punto de eclipsar a Faymann y Spindelegger, dos gobernantes grisáceos con escasa proyección exterior, se labró en las rondas de negociaciones desarrolladas en Viena, en el marco del Plan de Acción Conjunto diseñado en Ginebra en 2013, entre el Gobierno de Irán y los representantes del grupo P5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) para arreglar el acerbo contencioso en torno al programa nuclear iraní. Según el régimen de Teherán, sus investigaciones atómicas y las operaciones de enriquecimiento de uranio solo tenían una finalidad civil, la producción de electricidad. Pero para la comunidad internacional, que ya estaba aplicando diversos paquetes de sanciones, el programa nuclear iraní era altamente sospechoso de perseguir objetivos armamentísticos de destrucción masiva.

En abril de 2015, tras un total de 13 rondas negociadoras, la primera de las cuales discurrió en Viena en febrero de 2014 y la última en Ginebra en febrero de 2015, Irán, el P5+1 y la UE alcanzaron en Lausana, Suiza, un Acuerdo Marco preliminar, documento base que fue para el posterior Plan de Acción Conjunto Global, un acuerdo nuclear definitivo que los respectivos ministros de Exteriores firmaron en la capital austríaca, en presencia de un satisfecho Kurz, el 14 de julio de 2015. Además, como jefe de la diplomacia de un país fiel a la tradición -revisada y retocada, eso sí, desde la década de los noventa- pacifista y neutralista en materia de seguridad y defensa, Kurz hizo de vocero de los deseos de Austria de conseguir un mundo libre de armas nucleares e invitó a Rusia y Ucrania a discutir soluciones para el conflicto armado del Donbás, en Viena y en el marco del Consejo de Europa.

A finales de agosto de 2014, en mitad de las negociaciones vienesas para el Acuerdo Marco Irán-P5+1, Spindelegger renunció a sus cargos en el Gobierno en desacuerdo con la pretensión del SPÖ de establecer un nuevo impuesto a las fortunas y decepcionado también por la falta de apoyo en su propia agrupación a su negativa a bajar el impuesto sobre la renta en tanto no disminuyera el elevado nivel de deuda pública. El 1 de septiembre el ministro de Economía, Reinhold Mitterlehner, suplió a Spindelegger como presidente del ÖVP y por tanto como vicecanciller federal. Entonces, el Ministerio de Finanzas pasó a Hans Jörg Schelling, mientras que Kurz, que seguía siendo el presidente del JVP, mantuvo intacta su condición en el Gabinete. De paso, su posición partidaria tomó un mayor relieve al asumir la dirección de la Academia Política del ÖVP, institución que funcionaba como el laboratorio de ideas de los populares.

La faceta de Kurz como muñidor conceptual quedó bien de manifiesto en su autoría de la nueva Ley sobre el Islam (Islamgesetz, cuya anterior versión se remontaba nada menos que a 1912, como resultado de la anexión de Bosnia-Herzegovina por el Imperio Austro-Húngaro), una especie de contrato de derechos y obligaciones enfocado en las autoridades religiosas musulmanas radicadas en Austria y pensado para acabar con las influencias perniciosas de las corrientes extremistas del Islam. Así, en adelante, ninguna mezquita u organización cultural musulmana podría recibir financiación desde el extranjero, los imanes estarían obligados a saber expresarse en alemán y el Estado se reservaría el derecho a imponer una "versión oficial" del Corán traducido del árabe al alemán para su uso en los lugares de oración. A cambio, las comunidades musulmanas verían regulados los derechos concernientes a la alimentación halal, la observación de fiestas religiosas en jornadas laborales para el ordenamiento civil y la disposición de capellanías y consultorías islámicas en hospitales, prisiones y cuarteles militares.

En febrero de 2015 el Nationalrat aprobó la nueva Ley sobre el Islam, si bien de la versión definitiva del texto, por presiones del SPÖ, se descolgó el punto más controvertido del borrador original concebido por Kurz, el de la versión autorizada del Corán en las mezquitas. Sectores minoritarios de la comunidad musulmana austríaca se quejaron de "discriminación", mientas que el FPÖ acusó al Gobierno de conformarse con un "placebo" legal de todo punto insuficiente. Kurz, en cambio, se congratuló porque Austria dispusiera de una norma estatal que favorecía la práctica de "un Islam de características europeas" y ponía blindaje a los adoctrinamientos propagadores del odio, el yihadismo y el terrorismo.

La gran crisis de los refugiados instalada en media Europa en la segunda mitad de 2015 puso a prueba las estrategias y planteamientos de Kurz. Mostrando una vez más sus capacidades proactivas, el ministro no se conformó con unir su voz al coro general que reclamaba un control más efectivo de las fronteras exteriores de la UE, en este caso las dibujadas por las costas de Grecia, y una "solución europea" a un gravísimo problema que no podía dejarse al albedrío nacional. Así, en noviembre, presentó un prolijo plan de 50 puntos centrado, una vez más, en las necesidades de la integración contempladas desde una perspectiva global, es decir, abarcando todas las cuestiones relativas al idioma, la educación, la sanidad, el trabajo, la vivienda, el culto musulmán, el cumplimiento de las leyes federales, el respeto mutuo y la convivencia social.

Mientras Kurz daba una imagen de responsable imaginativo y constructivo, el canciller socialdemócrata, Faymann, cargó con el desgaste que producía, haciendo seguidismo de Berlín, primero, autorizar el transporte por tren de cientos de miles de refugiados sirios y de otras nacionalidades que, subiendo desde Hungría, en su mayoría, querían llegar a toda costa a Alemania o Suecia, con los consiguientes trastornos y desbordamientos en las comunicaciones viales y los servicios de asistencia, y, a renglón seguido, dando cerrojazo a esta fugaz política de puertas abiertas, introducir fuertes controles, sectores de valla metálica incluidos, a la llegada de refugiados en los límites con Hungría, Eslovenia e incluso Italia. A la reimplantación, supuestamente temporal, de barreras internas del área de Schengen le siguió la adopción de drásticas limitaciones en la legislación federal sobre migración y asilo. En enero de 2016 Viena puso unos límites numéricos a los asilos que serían concedidos en los próximos cuatro años: 37.500 en 2016, 35.000 en 2017, 30.000 en 2018 y 25.000 en 2019. Las cifras contrastaban con las 90.000 demandas recibidas en 2015.

Todos estos cambios eran, obviamente, medidas consensuadas por el SPÖ y el ÖVP -más aún, inquiridas por el ÖVP por boca de Mitterlehner-, pero Kurz, amigo de "elaborar bien las ideas", de tener "paciencia" y de mostrar "determinación" para que los planes de integración de inmigrantes y refugiados acabaran dando sus frutos, se las arregló para que no se le identificara demasiado con las nuevas directrices restrictivas. La cautela declarativa no distinguió, en cambio, a su colega del Ministerio del Interior y antigua jefa en el Gobierno, Johanna Mikl-Leitner, quien arremetió contra Grecia por no proteger su sector de las fronteras externas de Schengen e instó a la UE a plantearse la expulsión de Atenas del espacio de la libre circulación de personas por dejación de obligaciones.

Ahora bien, a lo largo de 2016, el titular de Exteriores menudeó los pronunciamientos de tono imperioso. En particular, dejó claro su malestar por los términos del polémico acuerdo entre la UE y Turquía para la interrupción de los flujos de refugiados y emigrantes de Oriente Medio que saltaban al Egeo desde las costas turcas. En agosto, Kurz declaró a un medio alemán que la UE no tenía porqué descargar en Turquía la solución de un problema que atañía a su integridad territorial y mucho menos someterse al "chantaje" del Gobierno de Ankara, que amenazaba con reabrir otra vez el grifo de los refugiados si Bruselas incumplía su parte del trato y no liberalizaba los visados de entrada a los viajeros turcos. "No necesitamos un Plan B, sino un Plan A decente. Necesitamos una Europa fuerte que proteja sus propias fronteras exteriores", razonaba el dirigente austríaco, para el cual la pauta a seguir la daba Australia con su política de gestión off-shore de la inmigración irregular, consistente, según él, en que "quienes lleguen ilegalmente sean conducidos a islas en los límites exteriores y de ahí mandados de vuelta a centros seguros en terceros países".


2. Salto al liderazgo del ÖVP, victoria electoral del ÖVP y canciller federal in péctore

Agobiado por las tremendas tensiones y críticas que la crisis de los refugiados concitaba y por la debacle sin precedentes sufrida por el candidato del SPÖ, Rudolf Hundstorfer, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales (las cuales acabó ganando el verde Alexander Van der Bellen, preclaro defensor de la solidaridad con los refugiados y la integración de los inmigrantes), situación de estrés que la flojera de los datos económicos no ayudaba a mitigar, Faymann, el 9 de mayo de 2016, anunció por sorpresa su doble dimisión como canciller federal y líder del partido, irrevocable y con efecto inmediato. Las jefaturas gubernamental y partidaria recayeron de manera provisional en el vicecanciller Mitterlehner y en el alcalde de Viena, Michael Häupl, respectivamente, hasta la asunción de ambas titularidades, el 17 de mayo y el 25 de junio, por Christian Kern.

Los problemas de liderazgo en el SPÖ eran prácticamente los mismos que arrastraba el ÖVP. Como Molterer, Pröll y Spindelegger antes que él, Mitterlehner, un hombre maduro metido en la sesentena, no destacaba por su carisma ni por sus dotes comunicativas. Su condición de segundón del Gobierno Federal distaba de resultar gratificante en estas circunstancias de revuelo nacional por la crisis de los refugiados, y bajo su dirección los populares habían sufrido pésimos resultados en las elecciones estatales de 2015 en Viena, Estiria, Burgenland y Alta Austria, por no hablar de las presidenciales de 2016, donde su candidato, el ex presidente del Nationalrat Andreas Khol, había quedado en un inaudito quinto lugar por detrás del socialdemócrata Hundstorfer, la independiente Irmgard Griss, el ultraderechista Norbert Hofer -el hombre de Strache- y el verde, y a la postre ganador, Van der Bellen. Tras encajar en las federales 2013 los peores resultados desde su creación en 1945, un 24% de los votos y 47 escaños, el ÖVP contemplaba con temor la próxima cita electoral, prevista en 2018 si no había adelanto. Pero nadie perdía de vista tampoco la brillante aureola de Kurz, el político con más tirón de Austria.

Siguiendo los pasos dados por Faymann justo un año antes y empleando sus mismos argumentos, Mitterlehner, profundamente gastado por la acumulación de desacuerdos con el SPÖ y alegando que sentía no contar con el debido respaldo de su partido, anunció que tiraba la toalla el 10 de mayo de 2017. La espantada de Mitterlehner dio un vuelco a la política del país centroeuropeo.

A estas alturas del curso parlamentario, el único sucesor lógico de Mitterlehner en la conducción del ÖVP era el ministro de Exteriores, quien desde el primero de enero llevaba además la presidencia anual de turno de la OSCE. El 14 de mayo el Comité Federal del ÖVP nombró a Kurz presidente en funciones del partido, hasta la celebración de un Congreso que le elegiría para el puesto de manera oficial y con toda seguridad. De inmediato, el nuevo líder de los populares reclamó al canciller del SPÖ el adelanto de las elecciones federales para este mismo año y rehusó el ofrecimiento que Kern le hacía del puesto de vicecanciller. En vista de la situación creada, Kern, el 16 de mayo, declaró que la gran coalición ya no daba más de sí y anunció que, en efecto, habría elecciones anticipadas, el 15 octubre. El 17 de mayo el hueco dejado por Mitterlehner en el Gabinete fue tapado por sus conmilitones Wolfgang Brandstetter, nuevo vicecanciller, y Harald Mahrer, nuevo ministro de Ciencia, Investigación y Economía.

El 1 de julio el 38º Congreso del ÖVP celebrado en Linz eligió a Kurz presidente federal de la formación por cuasi unanimidad, con el 98,7% de los votos. El encumbramiento del joven líder de 30 años fue completo porque los delegados aprobaron además una reforma de los Estatutos del ÖVP para otorgar al presidente plenos poderes en la definición de las líneas estratégicas, la selección de candidatos al Nationalrat y, llegado el caso, la designación de ministros del Gobierno. Más aún, el Congreso aceptó que a las elecciones los populares se presentaran no como partido convencional con su sigla de siempre y su color distintivo habitual, el sobrio negro, sino como una fórmula "independiente" y una "lista abierta", de nombre Lista Sebastian Kurz-El Nuevo Partido Popular ( Liste Sebastian Kurz-Die neue Volkspartei) y llevando de paso como divisa cromática un más luminoso azul turquesa. Se trataba de una marca personalizada que evocaba el formato proselitista que con éxito resonante había permitido al centrista liberal Emmanuel Macron erigirse en presidente de Francia hacía menos de dos meses. Todo ello conformaba el pliego de condiciones puestas por Kurz a sus colegas para "aceptar" asir el timón de una nave en curso de zozobra.

La insólita tramoya preelectoral obedecía, razonaba Kurz, a una necesidad imperiosa de ofrecer a los votantes una estampa atractiva de empuje, modernización, apertura y superación de viejos clichés endogámicos como el cabildeo tradicional con los barones regionales del partido, lobbies conservadores y otros grupos de interés corporativos, aunque la impresión más inmediata era la de un "nuevo" ÖVP rendido a los pies de una persona y convertido poco más o menos que en el instrumento particular de su ambiciosísimo líder. El caso fue que desde el mismo momento, el 14 de mayo, de la llegada de Kurz al liderazgo de los populares, los sondeos de intención de voto comenzaron a echar humo: el ÖVP, que llevaba dos años languideciendo con unas perspectivas más mediocres aún que la cuota sacada en las elecciones de 2013 -algunos muestreos recientes le habían vaticinado incluso menos del 20% de los sufragios-, se disparó en flecha hasta el 35%, rebasando tanto al SPÖ como al campeón de prácticamente todas las encuestas publicadas desde principios de 2015, el FPÖ de Strache.

La empresa transformacional de Kurz era objeto de atentos análisis. Para el profesor de Ciencia Política Peter Filzmaier, lo que Kurz perseguía era "combinar un partido tradicional con la imagen de un nuevo movimiento, una especie de partido híbrido". En casi idénticos términos se pronunció el también politólogo Fritz Plasser, quien veía al ÖVP en trance de convertirse en "una mixtura de organización tradicional y plataforma abierta". Otros comentaristas cuestionaban que el "movimiento" de aires macronistas organizado por Kurz tuviera genuina sustancia y lo pintaban como una mera estrategia oportunista, un producto de mercadotecnia electoral carente de un programa detallado y enteramente fiado al atractivo personal de su impulsor.

Erigido en caballo de batalla electoral, el flamante líder del ÖVP, con mucho cálculo, deseoso de succionarle votantes al FPÖ, aceleró su corrimiento a una narrativa nítidamente de derechas con guiños populistas, hasta el punto de acusarle un enfadado Strache de estar "robándoles" buena parte de su programa y de ser un "impostor". Kurz se jactó de haber contribuido, como ministro, al "cierre" a los refugiados de la ruta de los Balcanes, bloqueo que ahora debía extenderse a la ruta del Mediterráneo, y puso sin complejos el debate migratorio en el centro de su discurso. El aspirante a canciller siguió hablando de integración, pero vinculándola al concepto de "rendimiento" laboral y subrayando las obligaciones de los venidos de fuera, quienes además, mientras no gozaran de la nacionalidad austríaca, ya podían ir olvidándose de conseguir, los inmigrantes no antes de cinco años y los refugiados nunca, el acercamiento a los autóctonos en materia de derechos y beneficios sociales. Estas limitaciones no excluirían a los inmigrantes procedentes de otros puntos de la UE.

La mengua de subsidios y coberturas susceptibles de generar un efecto llamada de inmigrantes y refugiados con baja o nula cualificación laboral se enmarcaba en una revisión a la baja de ciertos capítulos del gasto social para contribuir al freno de la deuda pública, que rondaba el 84% del PIB. El líder popular no estaba dispuesto a que las necesidades fiscales del Estado descansaran exclusivamente en la presión tributaria sobre las familias y los emprendedores. Al contrario, un gobierno suyo, preocupado por fomentar los negocios privados generadores de riqueza y empleos de calidad, bajaría impuestos y otros costes a los trabajadores y las empresas por un volumen de 12.000 millones de euros al año.

Igualmente, Kurz defendía con vehemencia la prohibición, acordada por el bipartito gobernante y aprobada por el Nationalrat en mayo, del uso por las mujeres musulmanas en los espacios o edificios públicos de cualquier prenda, ya fuera el burka, el niqab o el hiyab (en realidad, el texto legal no mencionaba ningún atuendo en particular ni tampoco aludía al Islam), que les cubriera u ocultara el rostro, impidiéndoles ser reconocidas. La nueva norma, cuya infracción era punible con hasta 150 euros de multa, entró en vigor el 1 de octubre, en plena campaña electoral, mereciendo el rechazo de muchas voces de la comunidad islámica, ONG, organizaciones de izquierda y el presidente Van der Bellen, pero también las simpatías y el aplauso del grueso de la población.

En cuanto a las relaciones internacionales, Kurz deslizó un europeísmo matizado que incluía la oposición a la adhesión de Turquía en la UE, una renovada crítica a la "fallida" política migratoria de Merkel y una llamativa alabanza del autoritario primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, adalid del rechazo a la entrada de refugiados musulmanes en el flanco oriental de la UE. Por otra parte, el abanderado de un ÖVP que como partido fue deliberadamente escondido en la parafernalia de campaña eludió especular en alto sobre quién sería su socio de gobierno en el caso, que era lo que prometían todas las encuestas, de ganar las elecciones. Forzosamente, ese partido tendría que ser, bien el SPÖ, bien el FPÖ. De todas maneras, no faltaron los indicios de que Kurz prefería no reeditar la gran coalición con Kern, auténtico cúmulo de desacuerdos y frustraciones en los últimos tiempos, y probar el entendimiento con Strache.

Al cabo de una de las campañas más ásperas y turbias vividas en la democracia austríaca por la proliferación de palabras subidas de tono, por el escándalo de la detención en Israel de un asesor del SPÖ acusado de soborno y lavado de dinero, y por la divulgación, a través de dos cuentas de Facebook atendidas por personas al servicio del SPÖ, de unos textos en los que se insultaba al líder popular y se le pintaba de racista, el 15 de octubre de 2017 el país alpino votó convencido de que los vientos políticos circulados en la última década en una única dirección, la del ocaso del ÖVP y el SPÖ, habían alterado su trayectoria a causa de la irrupción estelar de Sebastian Kurz.

En efecto, el ÖVP, con el 31,5% de los votos y 62 escaños, recobró la primera posición disfrutada por última vez en la legislatura 2002-2006, situándose por delante del SPÖ (el 26,9% y 52) y un FPÖ (el 26% y 51) que, sin demérito de su excelente rendimiento, se quedó a las puertas de sobrepasar el techo electoral (26,9%) dejado por el difunto Haider en 1999 y lejos del 35% que los sondeos llegaron a pintarle en varias ocasiones en segunda mitad de 2016.

"Esta es nuestra oportunidad para un cambio real. Hay mucho por hacer. Es tiempo de un nuevo estilo en política, la hora de crear una nueva cultura política", dijo Kurz en su discurso de la victoria, micrófono en mano, ante los entusiasmados militantes del ÖVP. El 24 de octubre, el canciller in péctore de Austria transmitió al FPÖ y a Strache su invitación formal a iniciar conversaciones conducentes a la formación de un Gobierno de coalición.

Sebastian Kurz, miembro del European Council on Foreign Relations (ECFR), no está casado y no tiene hijos, aunque mantiene una relación estable de pareja con su novia desde los días del colegio, Susanne Thier. Un año más joven que él, Thier está afiliada al ÖVP y trabaja como funcionaria del Ministerio de Finanzas.

(Cobertura informativa hasta 25/10/2017)