Roza Otunbáyeva
Presidenta de la República (2010-2011)
En Kirguistán, el Estado más débil de Asia Central, una violenta revuelta popular encauzada por la oposición política derrocó en abril de 2010 al presidente Kurmanbek Bakíyev y aupó al poder a un Gobierno Provisional presidido por Roza Otunbáyeva. Antigua ministra de Exteriores, copresidenta del partido Ata-Jurt y diputada socialdemócrata, Otunbáyeva rompió con Bakíyev, compañero de bando en la revolución de los tulipanes de 2005, acusándole de cometer los mismos excesos –corrupción, nepotismo, autoritarismo- que ambos habían imputado al presidente entonces depuesto, Askar Akáyev. Tras anunciar un proceso constituyente y elecciones generales para este mismo año, obtener el crucial reconocimiento de Moscú y lograr la dimisión formal de Bakíyev, la presidenta interina encaró el equilibrio de los intereses estratégicos de Rusia y Estados Unidos, que poseen bases militares en el país, y la elevada frustración de una población empobrecida. Los sangrientos pogromos antiuzbekos del mes de junio en las sureñas Osh y Jalal-Abad, con cientos de muertos, han puesto dramáticamente de manifiesto los peligros de su mandato en un país que se tambalea.
(Texto actualizado hasta junio 2010)
1. Servicios diplomáticos durante la presidencia de Akáyev
2. Paso a la oposición y participación en la revolución de los tulipanes
3. Marcha del Gobierno y ruptura con Bakíyev
4. La revuelta de 2010 y toma del poder
5. Una presidenta interina contra las cuerdas: la masacre étnica en el sur y el desgarro de Kirguistán
1. Servicios diplomáticos durante la presidencia de Akáyev
Hija de un magistrado del Tribunal Supremo de la República Socialista Soviética Kirguisa (RSSK), se formó en la Facultad de Filosofía de la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú y desde 1972 cursó en la capital rusa unos estudios de posgrado que culminó en 1975 con el título de candidata en Ciencias. Su tesis de fin de carrera se titulaba Crítica de la falsificación de la dialéctica marxista-leninista por los filósofos de la Escuela de Frankfurt. A su regreso a Kirguistán se puso a dar clases en el Departamento de Filosofía de la Universidad Estatal Kirguisa (luego, Universidad Nacional), el cual encabezó durante un sexenio.
En 1981 hizo el salto a la burocracia política republicana en el aparato del Partido Comunista de Kirguistán (PKK), la rama local del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Tras servir de funcionaria del partido en la capital, Frunze, la actual Bishkek, primero como segunda secretaria del Consejo del Distrito (Raikom) de Lenin y luego como segunda secretaria del Consejo Municipal (Gorkom) de la capital, en 1986 fue catapultada al aparato estatal, pasando a desempeñar el puesto elevado de vicepresidenta del Consejo de Ministros y ministra de Asuntos Exteriores de la RSSK, en el nuevo Gobierno encabezado por Apas Jumagulov.
En 1989 fue llamada a Moscú por el Ministerio de Exteriores de la URSS, que la puso al frente de la Comisión Estatal para asuntos de la UNESCO, con oficina en París. En diciembre de 1991, con el colapso del Estado soviético, regresó a su país, en lo sucesivo una república independiente, y se puso a disposición de las autoridades poscomunistas. En 1992 el presidente Askar Akáyev la reclutó para el servicio de Estado como viceprimera ministra y ministra de Exteriores, pero antes de terminar el año fue destinada al servicio diplomático como embajadora de Kirguistán en Estados Unidos y Canadá.
Desde abril de 1994 volvió a fungir de ministra de Exteriores, en el segundo Gabinete de Jumagulov, y al cabo de tres años, en julio de 1997, se dio de baja en el Gobierno para ponerse al frente de la nueva Embajada kirguisa en el Reino Unido. En mayo de 2002 Otunbáyeva fue nombrada subjefa de la Misión de Observadores de las Naciones Unidas en Georgia (UNOMIG) y adjunta al representante especial del secretario general en este conflicto transcaucásico, que enfrentaba a la República de Georgia y a la separatista República de Abjazia. En junio y julio de 2002 la diplomática kirguisa encabezó la UNOMIG con carácter interino, para cubrir el período entre la expiración del mandato del alemán Dieter Boden y la asunción como nuevo representante especial de la suiza Heidi Tagliavini.
2. Paso a la oposición y participación en la revolución de los tulipanes
En el verano de 2004 Otunbáyeva, que estaba casada y era madre de dos hijos, finalizó su misión internacional en Tbilisi y retornó a Bishkek con la intención de implicarse en la política partidista. Desencantada con el régimen de Akáyev, que alardeaba de ser el más liberal y reformista de las cinco repúblicas ex soviéticas de Asia Central, lo cual había tenido bastante de cierto en los primeros años de la independencia pero que en los últimos tiempos estaba dando sobradas muestras de autoritarismo, nepotismo y corrupción, la ex servidora gubernamental optó por la oposición. Su bagaje internacional le había conferido un perfil proeuropeo y proestadounidense, que contrastaba con la lealtad prorrusa de Akáyev.
La credibilidad democrática de Akáyev había recibido un duro golpe en las elecciones legislativas y presidenciales de 2000, trufadas de irregularidades, y el régimen se había enajenado definitivamente el favor popular a raíz de los violentos disturbios de marzo de 2002, desatados en protesta por la persecución de unos destacados políticos opositores y que fueron crudamente reprimidos por las fuerzas del orden. Entre tanto, los beneficios del crecimiento económico y las ayudas estadounidense por el alquiler de la base de Manas –fundamental para el esfuerzo de guerra en Afganistán- no estaban haciéndose notar entre la población, muy golpeada por la pobreza, y, según lo percibía ésta, únicamente los estaban disfrutando la familia presidencial y las camarillas norteñas afines.
El 13 de diciembre de 2004 Otunbáyeva anunció junto con otros activistas y diputados la creación del movimiento Ata-Jurt (Patria), con ella de copresidenta y en preparación de las elecciones legislativas del 27 de febrero de 2005. A últimos de año, firmó un memorándum de colaboración con algunos de los principales líderes opositores del momento, como ella tránsfugas del campo presidencial: Kurmanbek Bakíyev, ex primer ministro (2000-2002) y líder del Movimiento Popular de Kirguistán (KEK); Muratbek Imanalíyev, ex ministro de Exteriores y líder del Movimiento Jany Bagyt (Nuevo Curso); Almazbek Atambáyev, del Partido Social Demócrata de Kirguistán (KSDP) y el Congreso Popular de Kirguistán; y Misir Ashyrkúlov, antiguo secretario del Consejo de Seguridad nacional y cabeza de la unión cívica Por unas Elecciones Limpias. Las cinco agrupaciones se unieron como Foro de Fuerzas Políticas.
Así arropada, el 6 de enero de 2005 Otunbáyeva se inscribió como candidata de Ata-Jurt a un escaño uninominal por Bishkek en el nuevo Joghorku Kenesh o Consejo Supremo unicameral de 75 miembros. En menos de 24 horas, las autoridades electorales vetaron su postulación con la explicación de que, debido a su trabajo para la ONU, no había vivido en el país de manera continuada en los últimos cinco años, un requisito establecido por la nueva normativa electoral. Para Otunbáyeva, el motivo de su exclusión era bien distinto: proteger la aspiración en el mismo distrito de la hija mayor del presidente, Bermet Akáyeva, que había fundado su propio partido (Akáyev no se había dotado de una formación predominante, aunque venía apoyándose en algunas agrupaciones oficialistas y en una colectividad de parlamentarios sobre el papel independientes) y era vista como una posible candidata del régimen para las elecciones presidenciales de octubre, a las que su padre no podía presentarse por limitación constitucional.
Airada, la antigua funcionaria agitó a sus seguidores con consignas de movilización y semanas más tarde advirtió al poder que ellos, la oposición, no iban a permitir a nadie "construir una monarquía dinástica en nuestra civilizada república". Una vez cerradas las urnas al final de la jornada electoral del 27 de febrero de 2005, haciendo realidad los vaticinios lanzados por doquier (empezando por un nervioso Akáyev, quien, teniendo muy presente lo sucedido en Georgia en 2003 y en Ucrania en 2004, venía advirtiendo hasta la saciedad contra una "revolución de color" a la kirguisa), miles de votantes de los candidatos opositores se echaron a las calles con furibundas denuncias de fraude en el escrutinio en marcha, que según ellos buscaba adjudicar a los candidatos progubernamentales el escaño ya en la primera vuelta o bien en la segunda del 13 de marzo.
El 10 de marzo, con el país estremecido por los violentos disturbios en los oblasts o regiones de Osh y Jalal-Abad, Otunbáyeva, Bakíyev y los demás líderes del Foro de Fuerzas Políticas pusieron en marcha el Consejo Coordinador de la Unidad Popular, que, bajo la jefatura del segundo, exigió la anulación de la primera vuelta, la celebración de nuevas legislativas en seis meses, la dimisión de Akáyev y el adelanto de las presidenciales a julio.
La revolución de los tulipanes, llamada así por el carácter multicolor de las protestas (si bien predominaron el amarillo y el rosa), prendió en Kirguistán tras la segunda vuelta electoral del 13 de marzo, tachada de masivamente fraudulenta por la oposición. El 24 de ese mes, culminando más de tres semanas de recias -y a veces muy violentas, puesto que causaron muertos- revueltas en distintos puntos del país, miles de militantes de la oposición asaltaron y tomaron los edificios gubernamentales de la capital, dejados sin protección por unas fuerzas policiales y militares que optaron por no intervenir y defender al poder establecido. Los revolucionarios pusieron en fuga a Akáyev, que voló con su familia a la vecina Kazajstán, forzaron la dimisión del primer ministro Nikolay Tanáyev y arrancaron también la anulación de los comicios por el Tribunal Supremo.
Este desenlace rupturista, susceptible de ser valorado en el exterior como un golpe de Estado, fue el preconizado en todo momento por la ex ministra de Exteriores, bautizada como la Rosa de la Revolución, que a lo largo de la crisis pareció ganar en radicalismo a Bakíyev. Una gradación de actitudes que, puestos a plantear analogías con la reciente revolución naranja ucraniana, la convertiría en la equivalente kirguisa de Yuliya Tymoshenko, en tanto que Bakíyev sería el Viktor Yushchenko local, aunque su referencia más próxima era la de Georgia, cuya revolución rosa de 2003, desencadenada también por culpa de unas elecciones legislativas puestas en la picota, había presenciado en primera línea como responsable de la UNOMIG.
En efecto, durante unos días, el principal capitán de la oposición se resistió a lanzar la embestida final contra el acorralado Akáyev y no descartó la vía del diálogo con el mandatario, hasta que la propia dinámica de los acontecimientos y el temor a una efusión de sangre deshicieron sus dudas. Aunque las discrepancias sobre la estrategia a seguir afloraron en su seno, el Consejo Coordinador de la Unidad Popular se afanó en canalizar unas violencias que amenazaban con desbordarse y en supervisar las tomas de centros administrativos en las ciudades como el primer paso para la constitución de unas estructuras paralelas de poder.
Al día siguiente de la caída de Akáyev, Bakíyev fue investido por la Asamblea Legislativa saliente primer ministro y presidente de la República en funciones con el mandato de formar un Gabinete interino de tres meses de duración, hasta la celebración de elecciones presidenciales. De inmediato, Bakíyev comunicó los nombramientos ministeriales en funciones, que alcanzaron entre otros a Otunbáyeva, encargada de los Asuntos Exteriores por cuarta vez desde la época soviética, y a Feliks Kúlov, antiguo vicepresidente de la República mandado por Akáyev a la cárcel (de la que había salido en la víspera, liberado por sus huestes) y jefe del partido Ar-Namys (Dignidad), quien se puso al frente de las agencias de seguridad del Estado
3. Marcha del Gobierno y ruptura con Bakíyev
A partir de este momento, Otunbáyeva, responsable diplomática de obtener el beneplácito de Rusia al nuevo orden en Bishkek, garantizar los compromisos asumidos por Kirguistán en los ámbitos colectivos de la CEI, ratificar asimismo los tratos con China y tranquilizar a Estados Unidos sobre el mantenimiento de la facilidad aérea de Manas, formó con Bakíyev y Kúlov un triunvirato político informal cuyo entendimiento fue puesto a prueba por la prolongación de los desafíos al orden y el imperio de la ley.
En los días y semanas siguientes a su arribada al poder, las nuevas autoridades del país fueron reconduciendo el conflicto legislativo entre las asambleas saliente y entrante (zanjado a favor de la segunda, que se constituyó pese a la anulación judicial de las elecciones), la renuencia de Akáyev a firmar formalmente la dimisión desde su exilio ruso (paso que el derrocado presidente dio finalmente el 4 de abril y que el Joghorku Kenesh aceptó al cabo de una semana, coincidiendo con una provechosa visita de Otunbáyeva a Moscú en busca de apoyo) y el impacto de las nuevas algaradas en la capital ligadas a determinados intereses partidistas.
Existía también el riesgo de una regionalización sectaria de los campos políticos. En este sentido, la armonía entre los tres responsables del Gobierno interino resultaba fundamental, ya que Bakíyev, oriundo de Jalal-Abad, tenía ascendiente en el centro oeste islamizado y agrícola; Kúlov, natural de Bishkek y rusófono, concentraba su base de apoyos en la capital y en el oblast norteño de Chüy, es decir, las partes más industrializadas y secularizadas del país; y la sureña Otunbáyeva representaba a Osh, oblast sumamente empobrecido, hogar de una potente minoría uzbeka y años atrás escenario de las andanzas violentas del protalibán Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), activo en el lindero valle de Fergana, que se extiende en horizontal hacia el oeste, por territorios de Tadzhikistán y Uzbekistán.
Por el momento, prevaleció el compromiso. Otunbáyeva y Kúlov, quien a cambio recibió el puesto de viceprimer ministro, aceptaron descolgarse de las elecciones presidenciales del 10 de julio, para las que se perfilaban como unos candidatos de peso, con el fin de no dispersar el voto de las fuerzas que habían hecho la revolución de los tulipanes. Esto permitió a Bakíyev legitimarse en las urnas con más del 88% de los votos en unas condiciones de aceptable calidad democrática. Tras tomar posesión el 14 de agosto, Bakíyev, conforme a lo acordado, nombró primer ministro a Kúlov, quien a su vez presentó al Joghorku Kenesh una lista de ministros en la que Otunbáyeva continuaba en Exteriores. Kúlov recibió el aval personal de los diputados el primero de septiembre, pero el 27 de ese mes Otunbáyeva, al igual que otros cinco (sobre 16) candidatos a ministro, no superó el aval parlamentario.
Fiel a su estilo combativo, Otunbáyeva achacó su veto por la Cámara, que evocaba su descalificación electoral de enero, a una "venganza" de los partidos pro-Akáyev Alga Kyrgyzstan (Adelante Kirguistán, el partido de Bermet Akáyeva) y Adilet (Justicia), principales beneficiarios de los comicios, y prometió seguir activa en la militancia partidista para "luchar por la limpieza de la política y por un Kirguistán fuerte e independiente", metas que habían guiado las banderas de la revolución del 24 de marzo.
A continuación, Otunbáyeva se presentó candidata al escaño por la circunscripción capitalina de Tunduk, vacante desde el asesinato en junio de su titular, Jyrgalbek Surabaldíyev, crimen político que había contribuido a empañar el arranque de la presidencia de Bakíyev y al que siguieron otros de similar naturaleza. El 27 de noviembre, tras una campaña perturbada por un ataque de hombres armados contra su cuartel proselitista, la política perdió el envite (lo mismo le sucedió a uno de sus contrincantes, el ex primer ministro Tanáyev) a manos de Janysh Kudaibergénov, un joven empresario desconocido pero que era sobrino de Surabaldíyev
Transcurrido un año, Otunbáyeva volvió a aparecer en los titulares, ahora como activista de la reorganizada oposición a Bakíyev y Kúlov. Así, a comienzos de noviembre de 2006 figuró entre los animadores de la campaña de manifestaciones que exigió las dimisiones de los dos estadistas acusándoles de haber traicionado las promesas revolucionarias de promulgar una nueva Constitución para, entre otros cambios, reducir los poderes de la Presidencia de la República en favor del Gobierno y el Parlamento.
El choque se planteó al confrontar el Ejecutivo y los parlamentarios de la oposición sendos borradores constitucionales que no casaban: el primero consagraba un modelo de gobierno de tipo mixto y el segundo apuntaba más a un sistema de democracia parlamentaria. Los contestatarios reclamaban también un gobierno de concentración y la creación de una televisión pública imparcial. La copresidenta de Ata-Jurt, siempre con un pie por delante, imputó además a Bakíyev una connivencia con los colaboradores de Akáyev y la imitación de sus prácticas nepotistas y de reparto de prebendas. El nuevo movimiento antigubernamental, que adoptó el nombre de ¡Por las Reformas!, tenía como principal impulsor a Omurbek Tekebáyev, líder del partido socialista Ata-Meken (Patria) y hasta febrero, cuando entró en conflicto con Bakíyev, presidente del Joghorku Kenesh. Copresidente de ¡Por las Reformas! era Almazbek Atambáyev, el líder del KSDP, dimitido en abril como ministro de Industria.
El 9 de noviembre de 2006 Otunbáyeva, Tekebáyev y Atambáyev celebraron como una victoria la firma por Bakíyev, horas después de hacerlo los diputados, de un texto constitucional de consenso que en lo esencial recogía las exigencias del movimiento pro reforma. El presidente no fue completamente derrotado, ya que entre otras cesiones obtuvo la demora de la entrada en vigor de lo que le afectaba de la nueva Carta Magna hasta después de la conclusión de su mandato en 2010.
No sólo eso: Bakíyev estaba resuelto a lanzar un contraataque y frenar en seco a la crecida oposición. Para pasmo de Otunbáyeva, su aliado en la revolución de los tulipanes se las arregló para mantener abierta la disputa constitucional y forzar un segundo carpetazo legislativo, esta vez totalmente favorable a sus intereses. El penúltimo día del año, el Parlamento aprobó una versión de la Carta Magna pretendidamente definitiva que devolvía al presidente la capacidad de nombrar al primer ministro y le otorgaba plenos poderes para nombrar y destituir a los gobernadores provinciales. El alboroto político costó la jefatura del Gobierno a Kúlov, que no tardó en ponerse en contra de Bakíyev, y su reemplazo desde el 29 de enero, Azim Isabekov, sólo aguantó dos meses en el cargo. Contrariamente a lo esperado, las maniobras de Bakíyev no radicalizaron a Otunbáyeva, la cual cambió de tono y de estrategia.
El 27 de marzo de 2007, en vísperas de la dimisión de Isabekov, Otunbáyeva y otros cuatro dirigentes de ¡Por las Reformas!, a saber, Atambáyev, Azimbek Beknazárov (del Partido del Renacer Nacional Asaba, donde en estos momentos ella fungía de copresidenta), Edil Baisálov y Dooronbek Sadyrbáyev, anunciaron la puesta en marcha de otro frente opositor, el Movimiento por un Kirguistán Unido, que apostaba por distender la situación dejando de insistir en la dimisión de Bakíyev (exigencia ahora esgrimida por Kúlov, caudillo del Frente Opositor Unido junto con Tekebáyev), apostando por el diálogo y buscando la entrada en el Gobierno. Este último objetivo se materializó a las primeras de cambio, el 29 de marzo, al designar Bakíyev primer ministro a Atambáyev, quien iniciado abril alineó un Gabinete del que sin embargo Otunbáyeva se mantuvo ausente.
A las elecciones legislativas del 16 de diciembre de 2007, convocadas en octubre por Bakíyev tras ganar en el referéndum que validó su reforma de la Constitución (declarada nula por el Tribunal Constitucional en septiembre) y de paso una nueva ley electoral que establecía el sistema proporcional basado exclusivamente en las listas de partidos, Otunbáyeva acudió en las listas del KSDP de Atambáyev, quien el 28 de noviembre cesó en el Gobierno por propia voluntad. La política se hizo con el ansiado escaño tras dos tentativas baldías, en unos comicios que fueron ganados con una abultada mayoría absoluta por el novísimo partido de Bakíyev, Ak Zhol (Sendero Brillante); éste se hizo con 71 de los 90 escaños del nuevo Joghorku Kenesh ampliado, dejando a repartir los 19 puestos restantes entre el KSDP y el PKK, únicos partidos opositores que reunieron los votos, en cuanto a número total (el 5% al menos) y distribución provincial (13.500 al menos en cada uno de los siete oblasts y en las ciudades de Osh y Bishkek), requeridos para obtener representación.
En las elecciones presidenciales del 23 de julio de 2009, que registraron seis candidaturas, Otunbáyeva respaldó a Atambáyev, quien con un mediocre 8,4% de los votos fue arrollado por Bakíyev. El líder socialdemócrata denunció un fraude generalizado y en mitad de la jornada electoral, sin conocer los resultados, anunció su descuelgue de la contienda. El 12 de noviembre siguiente, su aliada fue hecha jefa del reducido grupo parlamentario del KSDP, que contaba con once miembros.
4. La revuelta de 2010 y toma del poder
Al comenzar 2010, Bakíyev, pese a su éxito en las urnas y su habilidad para sacar el máximo partido económico del interés estratégico de rusos y estadounidenses en su país (en 2009 había arrancado a los segundos una fuerte subida del alquiler de la base de Manas tras amenazarles con cerrarla y dejarse tentar con sustanciosas inversiones y créditos por los primeros, deseosos de que diera ese paso), se asomaba a un horizonte político bastante sombrío.
El descontento generado por las últimas elecciones y por la ola de apagones eléctricos, en el crudo invierno de este país de orografía alpina recorrido por la altísima cordillera Tian Shan, vino a sumarse al malestar acumulado desde los sucesos revolucionarios de 2005. En estos cinco años, no obstante las tasas positivas del PIB, el kirguís de a pie no había notado mejoras significativas en su calidad de vida, más bien lo contrario. Las dificultades económicas en Rusia habían dejado sin trabajo a decenas de miles de obreros kirguises de baja cualificación que enviaban a sus familias unas pingües remesas. Como resultado, la precariedad, el desempleo y la pobreza se hacían sentir con más fuerza, al tiempo que aumentaba la percepción de unas élites gobernantes entregadas a los trapicheos, las corruptelas y los favoritismos de familia y de clan.
En febrero, el Gobierno anunció un drástico encarecimiento de las tarifas de la energía, que experimentaron subidas de hasta el 400% en el caso de la calefacción. Llegada la primavera, las autoridades desataron una campaña de cierres de medios de información considerados hostiles. Parecía que la historia más reciente se repetía en Kirguistán, aunque las similitudes entre el ambiente de 2005 y el presente sólo acababan de empezar. Bakíyev se desveló implícitamente como un autócrata al asegurar que el "sistema occidental de Derechos Humanos" y la democracia basada en elecciones "ya no son válidos para nuestro país", al cual le iba mejor un modelo de "democracia consultiva" ligada al cabildeo con los grupos sociales influyentes.
Antecedido por tres semanas de manifestaciones en distintos puntos del país contra la subida de las tarifas y los impuestos locales, el estallido se declaró el 6 de abril en la ciudad norteña de Talas, donde un millar de manifestantes tomó el control de la sede del gobierno provincial. En Bishkek, la Policía detuvo a Atambáyev y Tekebáyev por unas horas y se enzarzó en una refriega con unos cientos de concentrados que lanzaban consignas contra el Gobierno. La revuelta popular estaba en marcha y se expandió a una velocidad vertiginosa, adquiriendo un cariz caótico y violento que impedía discernir cuánto había en ella de espontáneo y cuánto de orquestación política.
Al día siguiente, 7 de abril, los disturbios se extendieron a Naryn, en el centro este, pero sobre todo incendiaron la capital, donde unos pocos miles de enardecidos manifestantes hicieron retroceder a las fuerzas del orden y les sustrajeron vehículos y armas automáticas. Ni el riesgo máximo de un baño de sangre ni la declaración del toque de queda contuvieron la furia opositora, que la emprendió con los edificios oficiales y los comercios propiedad del creso hijo del presidente, Maxim, en el centro de Bishkek. Cuando las turbas intentaron entrar en el Palacio Presidencial valiéndose de unos camiones como arietes, las tropas que custodiaban el recinto dispararon con munición real, infligiendo cuantiosas bajas a los manifestantes. Acto seguido, los alzados, liderados por Tekebáyev, tomaron el contiguo edificio del Parlamento, mientras que otra columna se hacía con las instalaciones de la Radiotelevisión Kirguisa. La oficina de la Fiscalía General fue incendiada.
En las horas postreras de la dramática jornada, hizo su aparición Otunbáyeva como miembro de un colectivo de dirigentes opositores que anunció a bombo y platillo la caída del Gobierno del primer ministro Daniyar Usenov y la constitución de otro provisional encabezado por ella misma. Antes de la medianoche, los portavoces del autoproclamado Gobierno Provisional dieron parte de la renuncia efectiva de Usenov y de la huida de Bakíyev a bordo de un avión con rumbo al parecer a Osh, donde no se registraban incidentes. Aunque las informaciones seguían siendo confusas, los primeros balances de víctimas establecieron 75 muertos, cifra que días después aumentó a 88, amén de medio millar de heridos.
Sin perder un minuto, Otunbáyeva lanzó al mundo el mensaje de que la oposición asía firmemente las riendas del Ministerio del Interior (su titular, Moldomussa Kongantíyev, había sido linchado mientras intentaba aplacar a los revoltosos en Talas y por unos momentos se creyó que sus agresores le habían asesinado), los órganos de seguridad y el Ejército, aunque la inseguridad seguía imperando en las calles, donde continuaban el pillaje y las agresiones. Además, Bakíyev, desde su refugio sureño y protegido por una guardia de corps, no tardó en hacer oír su voz, denunciando su derrocamiento, proclamando su condición de presidente legítimo, solicitando la intervención de la ONU y advirtiendo que su vida corría peligro.
El 8 de abril Otunbáyeva anunció la composición del Gobierno Provisional, que se mantendría en el poder hasta la celebración de elecciones generales en seis meses. A la primera ministra y jefa del Estado de facto la flanqueaban cuatro adjuntos: Atambáyev, vicejefe del Gobierno para Asuntos Económicos; Tekebáyev, responsable de la Reforma Constitucional; Beknazárov, en Justicia; y Temir Saríyev, uno de los candidatos presidenciales en 2009, encargado de las Finanzas. El teniente general Ismail Isákov, titular del cargo tras la revolución de los tulipanes y últimamente mal encarado con Bakíyev, recibió el Ministerio de Defensa, Bolotbek Sherniyázov asumió Interior y días más tarde Ruslan Kazakbáyev tomó la cartera de Exteriores.
La gobernante interina conminó a Bakíyev a abstenerse de formar un contramovimiento en su terruño de Jalal-Abad, jugando con una peligrosa carta regionalista que podría fracturar el país y arrastrarlo a la guerra civil, y le urgió a que firmara su dimisión. "Llámenlo revolución. Llámenlo revuelta popular. En cualquier caso, es nuestra manera de decir que queremos justicia y democracia. Lo que hicimos ayer fue responder a la represión y a la tiranía impuestas al pueblo por el régimen de Bakíyev", manifestó Otunbáyeva en rueda de prensa, quien, refiriéndose a la doble presencia militar rusa y estadounidense, añadió sin más precisión: el "estatus quo debe continuar".
Ni Moscú ni Washington, mirando sobre todo por sus intereses estratégicos, condenaron la remoción de Bakíyev y, al contrario, se apresuraron a entablar un diálogo de reconocimiento con los nuevos mandamases de Bishkek. Así, Otunbáyeva sostuvo unas tempranas conversaciones telefónicas con el primer ministro Vladímir Putin, al que agradeció su "ayuda significativa" en estos momentos, y con la secretaria de Estado Hillary Clinton, quien la urgió a "renovar el camino de Kirguistán hacia la democracia", aunque la motivación fundamental de la responsable diplomática era cerciorarse de la intangibilidad del centro de tránsito de la base de Manas.
El Kremlin, aunque visiblemente satisfecho con el cambio de guardia en la república centroasiática (todo apuntaba a que guardaba rencor a Bakíyev por haber rechazado su suculenta oferta financiera y aceptado a cambio los recrecidos dineros estadounidenses en pago por el uso de Manas) negó haber jugado ningún papel en el resultado de la crisis kirguisa. Otunbáyeva parecía mantener una cierta ambigüedad sobre a qué dirección apuntaban sus simpatías geopolíticas. Por otro lado, el asesor para asuntos de la CEI del presidente Obama insistió en que la toma del poder por el ejecutivo interino no suponía "una especie de golpe antiamericano". Ansiosa por conseguir el respaldo diplomático pleno, Otunbáyeva abrió consultas también con la ONU, la UE y la OSCE.
5. Una presidenta interina contra las cuerdas: masacre étnica en el sur y el desgarro de Kirguistán
(Epígrafe en previsión)
(Cobertura informativa hasta 13/4/2010)